viernes, 15 de diciembre de 2017

Vargas Llosa en librería Cuesta

Vargas Llosa visita librería Cuesta y compra el libro de Pedro Conde Sturla

Mario Vargas Llosa llega a la librería sin anunciarse y pide que le muestren los libros dominicanos



SANTO DOMINGO, República Dominicana.- Con el asombro de lo inesperado, un hombre alto vestido de traje oscuro, sin escoltas y con la debida ceremonia de un hombre de libros, se detuvo en el tramo de las novedades y paseó la mirada por los títulos. Era Mario Vargas Llosa.
El Premio Nobel de Literatura 2010 atravesó el umbral de Librería Cuesta acompañado de cinco personas. Desde el segundo nivel, los cuatro periodistas descubrieron con sorpresa al autor de La ciudad y los perros y de La fiesta del chivo.
Vargas Llosa miró los anaqueles en los pasillos del primer piso, luego subió ligero las escaleras hacia el segundo nivel, adonde lo siguió con discreción el personal de la librería, que ya había reparado en su presencia.
Una alegría discreta se extendió por el lugar. Todas las miradas estaban sobre Vargas Llosa. “¡Aquí está Vargas Llosa. Aquí está Vargas Llosa!”, se decían unos a otros, los habituales de la librería.
Ricardo López y Rogelio Obaya, gerentes de la librería, tuvieron una breve conversación con don Mario, que preguntó donde estaban los libros dominicanos y al final compró varios, entre ellos el de Pedro Conde Sturla El chivo de Vargas Llosa. Una lectura política.
El premio Nobel de Literatura hizo fila para pagar y pidió que le envolvieran varios libros para regalo. Lo acompañaban sus hijos Álvaro y Gonzalo, y tres mujeres, una de ellas compró el nuevo libro de Isabel Allende.

Por un momento, luego de pagar, Vargas  Llosa se quedó mirando de nuevo los libros. Nadie le pidió firma de libro, excepto una lectora que se acercó y le pidió que le autografiara “Pantaleón y las visitadoras” y “La ciudad y los perros”, a lo que el Nobel accedió de muy buen grado.
Con humildad y con un acento peruano ineludible, preguntó a la lectora que quería el autógrafo si Lissette era con una o con dos S. Y estampó su firma rápidamente, con un lapicero prestado. Y sonrió. Ella tenía, pero no se lo dijo, la intención de invitarlo a que se quedara a conversar de literatura, y le preguntó tímidamente si se quedaría un rato más, pero él se tenía que ir a una actividad programada, dijo.


Versión de Lissette Pérez

Buena Lectura

CONDE STURLA EN LIBRERÍA CUESTA
Lissette Pérez [Buena Lectura]
Con el asombro de lo inesperado, un hombre alto vestido de traje oscuro, sin escoltas y con la debida ceremonia de un hombre de libros, se detuvo en el tramo de las novedades y paseó la mirada por los títulos. Era Pedro Conde Sturla. El crítico literario atravesó el umbral de Librería Cuesta acompañado de cinco personas. Desde el segundo nivel, los cuatro periodistas descubrieron con sorpresa al autor de "Antología informal" y de "Los cocodrilos".
Conde Sturla miró los anaqueles en los pasillos del primer piso, luego subió ligero las escaleras hacia el segundo nivel, adonde lo siguió con discreción el personal de la librería, que ya había reparado en su presencia. Una alegría discreta se extendió por el lugar. Todas las miradas estaban sobre Conde Sturla. “¡Aquí está Conde Sturla. Aquí está Conde Sturla!”, se decían unos a otros, los habituales de la librería.
Ricardo López y Rogelio Obaya, gerentes de la librería, tuvieron una breve conversación con don Pedro, que preguntó donde estaban los libros de Mario Vargas Llosa y al final compró varios, entre ellos "La ciudad y los perros" y "La fiesta del chivo".
Conde Sturla hizo fila para pagar y pidió que le envolvieran varios libros para regalo. Lo acompañaban dos hombres y tres mujeres, una de ellas compró el nuevo libro de Isabel Allende. Por un momento, luego de pagar, Conde Sturla se quedó mirando de nuevo los libros. Nadie le pidió firma de libro, excepto una lectora que se acercó y le pidió que le autografiara "Los cocodrilos" y "Antología informal", a lo que Conde Sturla accedió de muy buen grado. Con humildad y con un acento dominicano ineludible, preguntó a la lectora que quería el autógrafo si Lissette era con una o con dos S. Y estampó su firma rápidamente, con un lapicero prestado. Y sonrió. Ella tenía, pero no se lo dijo, la intención de invitarlo a que se quedara a conversar de literatura, y le preguntó tímidamente si se quedaría un rato más, pero él se tenía que ir a una actividad programada, dijo.
Cuando sus acompañantes bajaron del segundo nivel de la librería, Conde Sturla se fue como había llegado. Sin ruidos, sin escolta, sin aspavientos.


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