lunes, 14 de octubre de 2019

La hermandad de las bestias (1-10)

Pedro Conde Sturla
(1)

9 de septiembre de 2019 

Los hermanos varones de la bestia eran unas encantadoras bestezuelas. Se trataban cordialmente entre ellas,  generalmente a zarpazos y dentelladas, en el típico modo en que ciertas bestias juegan y manifiestan su cariño y su fuerza. Y además, durante sus años mozos, los mayores a veces planificaban y ejecutaban en grupo o en pareja sus fechorías, pero carecían del instinto básico de la manada, el instinto solidario que la une y da cohesión. La
manada requiere que todos sus miembros anden juntos, obedezcan a un macho alfa o tomen decisiones colectivas. Entre la bestia y las bestezuelas predominaba, sin embargo, el más feroz individualismo. Varios de ellos querían ser a la  vez el macho alfa. Los peores eran agresivos, posesivos, se  disputaban permanentemente la supremacía, prevalecía  entre ellos la rivalidad y muy difícilmente confiaba el uno en  el otro. Los más sumisos o aparentemente sumisos bajaban  el lomo, se conformaban o fingían conformarse con lo que  recibían, mantenían una real o engañosa mansedumbre,  pero nunca estuvieron libres de sospechas. A todas las  bestezuelas las mantenía de una u otra manera la bestia a  soga corta.

Virgilio Trujillo



Durante su larga estadía en el poder, la bestia enfrentó conspiraciones civiles y militares, se sobrepuso a tramas e intrigas cuartelarias, pero también a los chismes, a la envidia y el rencor, cuando no a la rebelión más o menos abierta, la oposición e incluso la traición de algunos de sus hermanos.
Dice Crassweller que difícilmente podría exagerarse la magnitud de sobresaltos familiares que sufriera Trujillo por culpa de  sus hermanos y hermanas. De hecho, a excepción de las invasiones de 1947, 1949 y 1959, sus parientes le causaron más irritación y dificultades que los esfuerzos de los centenares de exiliados en su contra.
Virgilio, el mayor de los varones, pretendía arrogarse o se arrogaba derechos de progenitura y persistió en su arrogancia cuando Chapita llegó al gobierno. Actuaba como si el hermano le debiera algo y no agradecía favores ni nombramientos. Incluso pretendía enriquecerse a costa de sus intereses y nunca respetó los límites que la cordura o la  simple razón aconsejaban.
Virgilio había alcanzado, según se dice, el más avanzado grado escolar de la familia. Era el más intelectual, si así se puede decir, el más intelectual de una familia de analfabestias o analfabetos funcionales. Toda una proeza en aquel tiempo. Pero La fama que lo precedía desde temprana edad no la debía a su ingenio, a su fina inteligencia, a buenos modales adquiridos en el hogar y en la escuela. Tenía fama de truhán, por supuesto, fama de abusador, de canalla, igual que casi todos sus hermanos. Era un inútil, un haragán que no desempeñaba más que trabajos temporales, seguramente un cuatrero y asaltante de camino, ambicioso y capaz de todos los excesos.
Pero, además, Virgilio Trujillo sobresalía entre todos por desagradable y arrogante, era un grosero, un bruto, un rastrero. No tenía el más mínimo barniz de gente. Y sin embargo se desempeñó como diplomático durante largos años en Europa. Diplomático a la cañona, a la pura fuerza.
La bestia repartía más o menos generosamente entre sus hermanos las mieles del poder y lo que cosechaba muchas veces era pura hiel. Tomaba en ocasiones medidas preventivas, pero cuando veía que sus intereses o su autoridad estaban amenazados actuaba de la manera más radical: tomaba medidas punitivas
A Virgilio lo nombró diputado a principio de su primer gobierno, pero el cargo y todos los privilegios especiales de los que estaba revestido le quedaban grandes o quizás chiquitos. Abusó de su poder, como suelen hacer los diputados, incurrió desde luego en burdos hechos delictivos que molestaron a Chapita y Chapita lo suspendió. Le dio un castigo ejemplar, como hacía Balaguer con algunos militares: un nuevo nombramiento. Esta vez como Ministro de interior y policía, a ver si escarmentaba. Pero Virgilio no escarmentó. En poco tiempo organizó una red de cohechos o sobornos, una tupida red de impuestos en perjuicio de pequeños productores que pegaron el grito al cielo y provocaron de alguna manera su destitución.
Una vez fuera del gobierno se dedicó a negocios privados en los que el más importante activo era el apellido Trujillo. En esa época se decía en el país que ser blanco era una profesión. Los Trujillo no eran blancos, eran indios claros e indios oscuros, como se estilaba decir entonces. Pero ser apellido Trujillo durante la era gloriosa era toda una profesión, un título que garantizaba en muchos sentidos el éxito económico y el rápido ascenso en el escalafón militar, si la ambición no rompía el saco.
Virgilio eligió el Cibao como centro de operaciones y se dedicó a vender influencias, resolvía problemas que otros no podían resolver, hacía favores costosos, vendía tarjetas de protección que permitían a los desvalidos propietarios de vehículos que no tuvieran sus papeles en regla evadir el pago de ciertos impuestos y las multas por violaciones de leyes de tránsito.
A la larga terminó asociándose con individuos de mayor solvencia económica con los que se dedicó a la importación de camiones y repuestos de vehículos por los que no pagaba impuestos. Además era frecuente que en lugar de la placa o sobre la placa delantera figurara en letras egregias el nombre de Virgilio Trujillo: casi una patente de corso, una garantía de impunidad en las carreteras dominicanas de esos tiempos.
Eran negocios que quizás Virgilio considerara inocentemente creativos y lucrativos. Negocios que erosionaban, sin embargo, así fuera superficialmente, las recaudaciones fiscales del régimen de Trujillo y Trujillo no lo iba a permitir.
De la noche a la mañana Virgilio se vio en serios aprietos y sus principales socios fueron a dar a la cárcel con pronóstico reservado. Uno de ellos, llamado Luis Amiama Tió, le cayó simpático a Trujillo y lo puso al poco tiempo en libertad. Muchos años después, Amiama Tió participaría en el complot que le costó la vida a la bestia. Pero la bestia no podía saberlo.
Un grupo de jóvenes oficiales de Santiago, con los que Virgilio había estado intrigando o negociando o quizás ambas cosas, también cayeron en desgracia y no les fue nada bien. Los sometieron a una purga para erradicar las malas influencias de las filas del ejército.
Virgilio Trujillo recibió igualmente un castigo ejemplar. Fue enviado como diplomático a Europa donde se dedicó seguramente a la dolce vita y a los negocios turbios, pero con inmunidad diplomática. Además, fue tan inteligente que no volvió a regresar al país o regresaría quizás ocasionalmente.
En europa estuvo, pues, casi todo el tiempo de la era gloriosa, desempeñando funciones diplomáticas y haciendo todo tipo de calaveradas a su alcance.
Dice Almoina que, como consecuencia de la guerra civil en España, cuando miles y miles de españoles salieron al ingrato y poco hospitalario exilio francés, Virgilio acudió generosamente en auxilio de muchos que querían emigrar hacia  tierras americanas y se entendió con ellos en términos de mercachifle. Recibió el hermano del benefactor alhajas y oro en cantidad muy apreciable y cien dólares por cada refugiado que la República Dominicana aceptase. A La bestia no le gustó que lo dejaran fuera del negocio y volvieron a tener problemas.
En fin, no parece que entre la bestia y la bestezuela hubiera nunca prosperado alguna saludable relación fraternal. En Europa estaba Virgilio cuando mataron a  Chapita y ni siquiera se molestó en venir al entierro. En cambio, su vínculos de amistad con Luis Amiama Tió estaban intactos o se habían fortalecido. Se escribían con cierta frecuencia, intercambiaban felicitaciones navideñas y de cumpleaños. Nada de lo ocurrido empañó la amistad que existía entre Virgilio Trujillo y el hombre que había participado en la conjura que puso fin a la vida de su hermano.
(Historia criminal del trujillato [38]. Cuarta parte).
BIBLIOGRAFÍA:
José Almoina, “Una satrapía en el Caribe”
Dr. Lino Romero, “Trujillo, el hombre y su personalidad”.
Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator




 (2)

La bestia logró mantener a raya a sus hermanos con medidas draconianas que incluían la deportación, el privilegiado exilio en un cargo diplomático, como el que le tocó sufrir a Virgilio Trujillo, pero también prisión y amenazas de muerte o la muerte misma en el peor de los casos. Es posible (y esto se ha dicho y repetido muchas veces) que en más de una ocasión haya ordenado, en uno de sus frecuentes accesos de rabia, ejecutar a Petán o Aníbal, e incluso a su propia esposa cuando ésta se ponía de imprudente a seguirlo para tratar de sorprenderlo con alguna de sus amantes y exigirle fidelidad.
La bestia tuvo problemas con sus hermanos, hermanas, con su mencionada y abnegada esposa, María Martínez de Trujillo, con su hija Flor de Oro y su dorado hijo mayor, que no servía para nada, pero los dos parientes que le dieron más quebraderos de cabeza fueron Petán y Aníbal, dos personajes luciferinos que no hubieran vacilado en romperle el pescuezo para ocupar su lugar si la oportunidad se hubiese presentado, o si hubieran tenido el valor de aprovecharla.
Se sabe que, en una ocasión, la bestia  ordenó a sus guardias disparar, quizás metafóricamente, contra el automóvil en que se desplazaba María Martínez si se aparecía en el lugar donde estaba cumpliendo con su deber de padrote de la patria. Se sabe que ordenó tajantemente al temible general Fausto Caamaño ejecutar a su hermano Aníbal y a los militares que estaban a su servicio. Se sabe que más de una vez ordenó que le trajeran a su hermano Petán vivo o muerto.



Foto familiar de Julia Molina con un hijo de Angelita en brazos

Se conocen, por otra parte, detalles del dilema, el terror a que se enfrentaban los oficiales que recibían órdenes tan peligrosas de cumplir como incumplir. El drama que representaba para cualquier matarife (para cualquiera que supiera que la sangre al final pesa siempre más que el agua), obedecer al pie de la letra un mandato que en cualquier caso representaba para el ejecutor una especie de suicidio.
La solución salomónica en esos casos era acudir a la residencia de la Excelsa matrona, presentarse con discreción en la casa donde vivía Mamá Julia, la madre de los Trujillo, el lugar que muchos llamaban el refugio o la embajada.
Julia Molina era un ser extraordinario.
Su única ocupación era dejarse amar, dejarse adorar como una santa de altar. No tenía inquietudes  intelectuales, políticas o filantrópicas y mucho menos culturales, pero le había dado a la patria la más fecunda cosecha de su vientre.
Entre 1888 y 1908 había tenido incontables partos, doce hijos e hijas, de los cuales, casi milagrosamente para aquel tiempo y lugar, sólo uno no sobrevivió. Con su trabajo de costurera proveyó al sustento de las once restantes criaturas, las crió en la pobreza con labor tesonera, con la poca ayuda que recibía de su inútil marido, con ayuda quizás de vecinos y amigos y el milagro cotidiano.
Pero sus sacrificios fueron recompensados. Su hijo Rafael, al que apodaban Chapita, llegó en 1930 al poder y la vida de la familia se convirtió en un cuento de hadas. A Chapita le llamarían Doctor Honoris causa y a ella Excelsa matrona. El pueblo llano, sobre todo los menos instruidos, le llamarían a él Doctor Honorio y a ella Esencia matrona.
La patria agradecida y sobre todo sus hijos la colmaron de honores. La deuda que con ella había contraído el país era impagable. No por nada le decían Mamá Julia, no por nada se había hecho acreedora al título de Excelsa matrona, no por nada había sido reconocida como Primera dama de la República y sobre todo como Primera madre dominicana. No por nada una provincia, parques, calles, escuelas se honraban con su nombre y con sus bustos egregios. Mamá Julia vivía en un palacio donde no cabían las flores y regalos, los incontables parabienes, los infinitos mensajes de amor y agradecimiento que a diario le enviaban funcionarios civiles y militares de todas las posibles categorías.
Mamá Julia estaba al cuidado de las hijas o de una de las hijas en mayor grado. Una hija con un gran sentido práctico que se ocupaba de todas sus necesidades y revendía, según se dice, los regalos a las tiendas y las flores a las floristerías para destinar los ingresos a obras de bien común. Además, Mama Julia recibía diariamente por unos pocos minutos la visita de Chapita. Algo que la ponía, según dice Almoina, visiblemente nerviosa.
La excelsa matrona desempeñaba un papel importantísimo en las frecuentes disputas que se producían entre la bestia y las bestezuelas. Su papel de mediadora impidió muchas veces que los violentos conflictos que se desencadenaban entre  Chapita, Petán, Anibal y Pipí terminaran, como podían terminar, de manera trágica en un posible baño de sangre.
En alguna ocasión Petán se salvó de la muerte o por lo menos de la cárcel asilándose en casa de la madre y luego viajando prudentemente a Puerto Rico por breves periodos.
Con mayor razón, cuando un oficial como Fausto Caamaño recibía una orden del tamaño de la que había recibido, la prudencia aconsejaba acudir a la embajada, visitar a Mamá Julia, a la excelsa matrona.
Presentarse y presentar sus respetos, con un ramo de flores en la mano, si era posible porque la Excelsa matrona amaba las flores o se decía que las amaba. Flores o chocolates o cualquier otra firifulla. Decirle después, quizás, lo bien que se veía, lo joven que lucía la Excelsa matrona, lo fuerte que parecía, lo hermosa quizás que relucía. Luego introducir el tema, dar a conocer discretamente, casi como por distracción, el motivo de la visita, explicar prudentemente la situación para que la excelsa matrona se enterara de lo que estaba pasando y diera la voz de alerta. Para que el hijo en peligro se diera a la fuga o acudiera a refugiarse a la materna casa y el oficial se viera (por causa de fuerza mayor) impedido de ejecutar la fatídica orden de apresarlo o de matarlo .
NOTA: En relación al culto de Julia Molina y Rafael Trujillo, Crassweller describe un triste suceso que le costó la vida a un maestro ejemplar llamado Rafael Yepez al final del segundo mandato presidencial de la bestia. Yepez dirigía una pequeña escuela en la ciudad capital, contaba con un personal muy escaso e impartía él mismo la mayor parte de la enseñanza. Era un hombre joven, de unos treinta y dos años, felizmente casado y padre de una niña. Cuando en una ocasión le pidió a sus alumnos que escribieran una composición, uno de ellos, hijo de un diputado, empleó todos sus recursos en alabar a Julia Molina y a Trujillo. Un Trujillo que a su juicio era insustituible.
El maestro Yepez alabó la calidad de la composición, pero cometió la imprudencia de decirle que muchos otros hombres de talento tenían capacidad para sustituir a Trujillo y que los elogios que dispensaba a la matrona excelsa  también se lo merecían otras madres.
Más temprano que tarde, el maestro Rafael Yepez fue arrestado en su casa. Los alumnos fueron llevados en dos camiones del ejército a la Fortaleza Ozama, con excepción del hijo del diputado. La escuela fue cerrada y no volvió a abrir. Hasta el día de hoy nadie sabe con certeza lo que sucedió con Rafael Yepez, su esposa y su hija. Simplemente desaparecieron.
(Historia criminal del trujillato [39]. Cuarta parte).
BIBLIOGRAFÍA:
José Almoina, “Una satrapía en el Caribe”
Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator



 (3)
Es posible que Trujillo no haya tenido nunca un rival, un enemigo potencial tan insidioso como su hermano Petán. José Arismendy Trujillo Molina, alias Petán, el tristemente famoso Petán.
Desde la escuela primaria había ganado fama de indisciplinado, desde su temprana juventud se había dado a conocer como cuatrero y en más de una ocasión estuvo preso por asesino y ladrón. Tenía, en fin todas las cualidades que caracterizaban al resto de sus hermanos, pero exacerbadas en grado extremo de una manera más burda, desenfrenada en grado extremo.
Era lo que se llama un incordio, en el amplio sentido de la palabra. Un bruto, un tipo retorcido, pustulento, vulgar, tóxico y podrido, traicionero, taimado, desvergonzado, intrigante, licencioso, un disoluto carente de todo tipo de escrúpulos, de freno moral, una persona, execrable, abyecta, intratable, insoportable, un lujurioso incurable, un violador, un abusador y un cobarde, como todos los abusadores. Y sobre todo desleal, traicionero, indigno de confianza. El peor de todos en muchos sentidos, como lo califica Almoina.



José Arismendi Trujillo (Petán)

La bestia tuvo problemas con él casi toda la vida, y los problemas se agravaron desde que llegó al poder. En una ocasión  lo nombró miembro de su cuerpo de ayudantes, quizás con el propósito de mantenerlo a soga corta y poderlo vigilar de cerca. Pero muy pronto tuvo que arrepentirse. Petán se valió de su posición y su apellido para cometer todo tipo de trapacerías: cometer fraudes, expedir cheques sin fondo, falsificar documentos, estafar incautos. La inconducta de Petán enlodaba el buen nombre de  Chapita y éste se vio personalmente obligado a tomar medidas y lo expulsó deshonrosamente de su cuerpo de ayudantes, lo expuso a la pública vergüenza, la vergüenza que Petán ni tenía ni sentía.
Tiempo más tarde, en el año de 1935, Petán se ofendió con un funcionario que se negó a autorizar una transacción inmobiliaria que no cumplía con los requisitos legales correspondientes y le machacó a culatazos la cabeza con la pistola. El hombre fue a dar con pronóstico reservado al hospital, y el hecho volvió a provocar el enojo de su irascible hermano, pero no sería la última vez.
Petán decidió en algún momento alejarse prudentemente de los dominios del sátrapa en la capital y fundó su propio reino en Bonao. En esas tierras estableció lo que todo el mundo ha llamado un régimen feudal, reinventó el feudalismo, con un margen apreciable de autonomía.
Los hermanos Trujillo tenían en común, entre muchas otras cosas malas y otras peores, el amor a la tierra, a la tierra de otros sobre todo. La tierra ajena. No les gustaba pagar y no pagaban por ella, se adueñaban de alguna manera de una parcela, una porción de terreno y se iban expandiendo a costa de los vecinos, matando y amenazando, o ambas cosas, chantajeando, extorsionando, aterrorizando a los dueños por todos los medios posibles hasta que abandonaran sus propiedades o las cedieran por cifras irrisorias. A veces se expandían por una misma región y terminaban convirtiéndose en vecinos, como Chapita y Aníbal y el mismo Negro Trujillo que llegó a tener una de las más grandes y mejores propiedades de la familia y del país.
Pero Petán no se conformaba con riquezas y tierras, tenía un hambre mayor y mayor sed de poder, un deseo morboso de admiración y respeto y reconocimiento que por alguna razón creía merecer. Para satisfacer sus bajos instintos, empleó con éxito todas sus malas artes: instintivamente quizás supo canalizar sus ambiciones por el camino correcto y se hizo dueño de Bonao, de la Provincia Monseñor Noel, a unos sesenta kilómetros de la capital. Algo que le garantizaba hasta cierto punto mayor libertad de movimientos. Allí estableció durante casi treinta años un régimen de pesadilla, un gobierno doblemente opresivo, como decía la gente, una doble tiranía, la del generalísimo Chapita y la del general Petán. La villa de las Hortensias, como le llamaban entonces a Bonao, poéticamente, se convirtió en la villa del permanente desasosiego.
De la noche a la mañana, a base de pescozones, bofetadas, culatazos, expropiaciones, violaciones, abusos de todo tipo y ejecuciones, el petánico patán se convirtió en un señor reverenciado y sobre todo temido y aborrecido. Ya no era un simple cuatrero, un violador y asesino y asaltante de camino, era un señor de horca y cuchillo con uniforme de general. Alguien que se desplazaba en vehículos de lujo con un cuerpo de ayudantes civiles y militares que ponían distancia entre él y los comunes mortales que poblaban el mundo. Seguía siendo en el fondo y en la misma superficie un simple cuatrero, un violador y asesino y asaltante de camino, pero con título de general, uniforme de general y aires de nobleza, aires de dueño y señor. Eso cambiaba todo.
Era dueño y señor de Bonao y ejercía el poder en con mano de hierro, aunque también trataba de parecer simpático, de parecer culto y afable, de parecer poeta y declamador y orador. Cuando no estaba ocupado cometiendo alguna fechoría, fingía ser un mecenas, un padre para los pobres y necesitados. Nada sucedía en Bonao sin su consentimiento. Estaba al frente de todas las empresas, era el que inauguraba todas las construcciones, era el que construía las calles, el ispirador y el ejecutor de todas las obras de bien social, era miembro de todos los clubes, era el alma de todas las fiestas, era propietario de las mejores tierras y era prácticamente el dueño de todas las mujeres o pretendía serlo.
(Historia criminal del trujillato [40]. Cuarta parte).
BIBLIOGRAFÍA:
José Almoina, “Una satrapía en el Caribe”
Dr. Lino Romero, “Trujillo, el hombre y su personalidad”.
Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator


 (4)
Petán era un personaje surrealista. Una pesadilla viviente. Como quien dice un cruce entre maco y cacata. Verlo llegar a un sitio con su séquito de matones y su habitual prepotencia era como ver al diablo o como si el diablo lo viera a uno. Nadie se sentía tranquilo en su presencia, como tampoco en presencia de su hermano Chapita.
Chapita inspiraba un terror frío, incluso entre sus mas cercanos colaboradores. Terror de etiqueta y protocolo. Chapita pretendía ser un aristócrata, un arbitro de la elegancia, un tipo refinado (hasta que le salía el cobre y se ponía en evidencia). Petán era un afrentoso. Petán inspiraba miedo y desprecio a la vez.  Era un tipo prepotente, descuidado en el vestir. Disfrutaba humillando a las personas, un poco igual que el hermano, pero Petán era un tipejo de maneras burdas, alguien que vivía insultando, repartiendo bofetadas por cualquier nimiedad o con cualquier pretexto. Un buscapleitos.
En lo que ninguno difería ni difería ninguno de los hermanos era en lo que respecta a la vocación familiar, la inclinación o interés por una peculiar forma de vida. En menor y mayor medida, todos compartían la condición de depredadores. Y sobre todo la condición de depredadores sexuales.
Petán no sobresalió ni podía sobresalir más que por su  bajeza moral e intelectual, y, sin embargo, fue el único de los Tujillo Molina que logró construir un reino en miniatura a imagen y semejanza del que había creado su hermano, el generalísimo y padre de la patria nueva. Quizás de alguna manera  superó incluso el modelo original en relación a cierto tipo de control con el que mantenía sojuzgada a la población. Ambos, la bestia y la bestezuela, tenían un equipo de alcahuetes que le procuraban mujeres (una especie de tributo para los minotauros criollos), pero Petán llegó a ejercer un control inaudito sobre el destino de las doncellas y los familiares de las doncellas que poblaban sus tierras.
Nada era más humillante y denigrante en Bonao que el  trato que Petán dispensaba a las mujeres, sobre todo si eran mujeres de buen ver. De hecho las familias que tenían hijas bonitas vivían en un estado de permanente zozobra, sin poder esconderse ni escapar. Petán no solamente se daba el lujo de apropiarse, tomar posesión o hacerse dueño de cualquier moza o jovenzuela, mancillar o malograr la honra de las muchachas en flor que se le antojaran, sino que se arrogaba derechos de patria potestad sobre hijas que no eran suyas. Para muchas jóvenes -dice Crassweller- era prácticamente imposible casarse sin el permiso de Petán.
Para casarse en Bonao, una joven agraciada debía contar ocasionalmente con el visto bueno de Petán o disponerse a ser pasada por las armas, a pasar por el lecho del general. Petán ejercía muchas veces o cobraba de hecho una especie de derecho de Pernada, derecho a la primera noche, el derecho a la virginidad de todas las féminas que reclamaran su atención. Las convertía a veces, siguiendo el ejemplo del hermano, en concubinas antes de permitirles casarse u ofrecerlas en matrimonio a sus fieles una vez que había saciado su lujuria.
La biografía del feroz José Arismendy Petán -como se ha dicho y repetido tantas veces- se resume en una serie de asesinatos, violaciones y sobre todo estupros. Igual que a su hermano Chapita, a Petán no le importaba ni respetaba la condición social de sus víctimas, pero ejercía mayor autoridad y causaba más estragos entre las más humildes.
La  vida de orgiástico desenfreno y excesos, vicios y abusos de poder a la que se entregó Petán durante casi toda la era gloriosa, es algo fuera de serie, digno de antología. Una orgía perpetua. La orgía del poder. Una permanente embriaguez de los sentidos. Esos vicios y excesos lo llevaron, según se dice, a la impotencia más o menos prematura. Se convirtió más o menos en eunuco. Pero era tan sádico y perverso que nunca dejó de fastidiar a las mozuelas. Lo que no podía hacer de otra manera lo hacía con los dedos o cualquier instrumento. Disfrutaba humillando, maltratando, causando sádicamente dolor y vergüenza, haciendo daño, malogrando, desflorando manualmente doncellas que eran a veces casi niñas.



José Arismendy Trujillo Molina, alias Petán, preso por robar ganado

En virtud de su autoridad, de su prestigio cívico y moral, Petán se inmiscuía en todos los asuntos, era el juez y el verdugo, el hombre del momento, de todos los momentos, era el centro permanente de atención, atraía todo el interés de la comunidad, era el ídolo de las multudes, la prima donna, el hijo adoptivo de Bonao. Nadie le hacía sombra ni se medía con él. Era quizás el hombre de sus sueños, el hombre que siempre había querido ser. Entonces, en el pleno apogeo de su gloria, para engrasar más aún su ego fundó una emisora radial: la voz del Yuna, su mayor titulo de gloria. Pero Chapita se sintió celoso y lo obligó a trasladarla a la capital.
El mando lo ejercía despóticamente, en una atmósfera enrarecida, viciada por el halago, el servilismo denigrante de los mas viles, abyectos, sumisos y rastreros cortesanos.
Sus informantes le mantenían al tanto de todo lo que sucedía, le informaban hasta de la más insignificante actividad social, le hablaban de la gente que venía y salía del pueblo, del lugar donde se reunían de vez en cuando a comer los médicos del hospital regional, de la persona que los invitaba. También era capaz de provocar una trifulca en territorio ajeno, de intervenir en un altercado entre dos jugadores de pelota durante un partido que tuvo lugar en la capital, bajar al terreno con su séquito de matones, propinar una cobarde bofetada a un jugador extranjero y crear una crisis en la que tuvo que intervenir la bestia para calmar los ánimos.
Los negocios turbios engrosaban sus arcas, se apropiaba de cualquier empresa que considerara rentable, de cualquier inmueble que le gustara. Chapita le concedió el monopolio de frutos menores, la exportación y comercio de huevos, granos, guineos y aves. Sus guardias obligaban a los campesinos a vender sus productos a precios medalaganarios. Dice Almoina, y decía toda la gente, que la cosa se llevó al extremo de que el campesino que salía a la carretera y no entregaba sus productos a los esbirros de Petán aparecía muerto.
También se dice, y no hay razones para dudarlo, que a los peones de sus fincas, a los cuales pagaba una miseria, los enganchaba a la guardia sin que ellos lo supieran y se embolsillaba discretamente el salario, que triplicaba lo que recibían.
Más temprano que tarde, el robo de tierra lo convirtió en uno de los principales hacendados del país y llegó a tener dos grandes fincas, Rancho Caracol y Hacienda Madrigal, que se convirtieron en modelo de organización y en motivo de humillación para los médicos.
Petán no entendía según parece la diferencia entre un profesional de la medicina y un veterinario. En varias ocasiones, y por absurdo y arbitrario que parezca, acudió a los servicios de los médicos del hospital regional, incluso del director en algunos casos, para que asistieran a las vacas y yeguas durante los partos difíciles. No sólo los degradaba, los denigraba, los insultaba: también los hacía trabajar bajo severas amenazas en caso de que la parturienta sufriera algún percance. Los médicos protestaban, seguramente, alegaban ignorancia, se declaraban incapacitados para realizar la labor que se les encomendaba, pero Petán quizás tampoco entendía la diferencia entre una vaca, una yegua preñada y una mujer encinta.
(Historia criminal del trujillato [41]. Cuarta parte).
BIBLIOGRAFÍA:
José Almoina, “Una satrapía en el Caribe”
Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator”.

(5)
Petán era un barril sin  fondo. Lo tenía todo y quería más. En realidad quería el cargo que tenía el hermano. Soñaba seguramente todas las noches con sustituirlo y no dejó de intentarlo porque aparte de bruto era imprudente. A causa de su imprudencia, de su ambición sin fondo, desmedida, puso en riesgo el pellejo y pasó muy malos ratos, y en ocasiones se vió obligado a darse a la fuga, refugiarse en los amantes brazos de su madre, de la matrona excelsa, abandonar el país. No se sabe si en algún momento escarmentó, si llegó a darse cuenta de que a Chapita no le temblaba el pulso para mandar a retorcerle el pescuezo. Si comprendió al final, muy al final, que podía pasarle lo mismo que probablemente le pasó a su otro hermano, al loco Aníbal, el emperador. El loco que en muchos momentos creía ser emperador, el que amenazaba públicamente en voz alta con matar a su querido hermano Chapita y terminó suicidándose o suicidado.
Lo cierto es que con la edad, los años y desengaños y los muchos sustos o mejor dicho el miedo cerval que llegó a inspirarle Chapita en algún momento, Petán aprendió a moderar o se vio obligado a moderar sus ambiciones, a no pretender extender su dominio más allá del reino de Bonao.


Antiguo local de La voz del Yuna en Bonao, en la avenida Pedro A. Columna esquina padre Billini

Sin embargo, lo que Petán se atrevió a hacer durante la década de 1930, ningún de los hermanos de la bestia lo había hecho ni se atrevería a hacerlo. A Trujillo no le importaban -como dice Crassweller- las barbaridades o atrocidades que Petán cometía en Bonao, pero no por eso dejaba de tenerlo bajo estricta supervisión. Sus espías e informantes le mantenían al tanto de todo lo que ocurría en el país, y Bonao no era la excepción. Chapita conocía al hermano como se conocía a sí mismo, se lo sabía de memoria, pero quizás se sorprendió cuando se dispararon las alarmas y empezaron a llegarle noticias muy inquietantes, perturbadoras. Petán estaba conspirando, definitivamente conspirando, estaba tratando de ganarse la lealtad de las tropas, tratando de ganarse las guarniciones militares de la región, no solamente las de Bonao sino también las adyacentes, las de San Francisco de Macorís, La Vega y Moca. Lo que se estaba gestando -afirma Crassweller- era nada menos que traición. En 1935 Petán fue detenido, conducido probablemente en presencia de la bestia, amonestado severamente y desterrado a la vieja Europa con un nombramiento diplomático de agregado militar. Hay que, suponer que para un tipo como Petán, semejante castigo debería haber sido insoportable, doloroso en extremo.
Extrañamente regresó o lo dejaron regresar al poco tiempo y volvió de inmediato a las andadas, empezó de nuevo a conspirar, insidiar, intrigar como si nada hubiera pasado. Esta vez se dio a la tarea de difundir el rumor de que Chapita estaba muy enfermo, a esparcir el peligroso rumor de que se vería precisado a abandonar el poder para someterse a un tratamiento médico de vida o muerte. Quizás más de muerte que vida. Su ausencia dejaría un vacío que tal vez, en la fantasiosa mente de Petan, sólo él podía llenar si lograba hacerse con el apoyo de las tropas que trataba con cierto éxito de conquistar. Las mencionadas tropas de Bonao, San Francisco de Macorís, La Vega y Moca.
Hay que suponer que, al enterarse, Chapita estallaría en cólera. Quizás fue esta una de las veces en que lo mandaría a buscar a Petán vivo o muerto, una de las veces en que éste se salvaría porque el encargado de cumplir la misión puso sobre aviso a la excelsa matrona en procura de un milagro que no tardó en realizarse: la intercesión milagrosa de la excelsa matrona, que le ofrecería refugio a su petánico hijo en su mansión hasta que se calmaran los ánimos. El hecho es que al final Petán fue castigado con un breve exilio en Puerto Rico y Europa.
Mientras tanto, la bestia tomó medidas drásticas. Cambió las tropas y los comandantes de las tropas de las regiones que Petán había tratado de seducir, las dispersó por toda la geografía, pero no sin antes realizar un ejemplar derramamiento de sangre entre los oficiales que se habían demostrado más leales a Petán.
Después se presentaría en Bonao y pronunciaría un discurso vibrante y admonitorio (de esos que llaman históricos) en el que comparó de alguna manera a Petán con una serpiente y puso fin aparente a sus desbocadas aventuras y rebeldías. Lo acusó de haber suprimido y suplantado a los caudillos locales y haber hecho un mal uso del poder, y expresó su deseo, su más ferviente deseo de que todas los militantes del Partido Dominicano y sus amigos reconocieran que había una sola autoridad que encarnaba las aspiraciones patrióticas de todo el partido y el pueblo dominicano, la única a la cual debían subordinarse todas las actividades políticas en aquellos momentos estelares de la República, y que había sólo un jefe, un jefe máximo, al que no mencionaba ni hacia falta mencionar porque todos lo reconocían por las obras colosales que había realizado en el país, un jefe que desde luego era él y sólo él, que no había escatimado esfuerzo, voluntad y sacrificio por el bien de la patria y que de seguro seguiría sacrificándose hasta el fin de sus días.
Dijo, en definitiva, que para gobernar hace falta transitar por caminos anchos, por donde no transitan alimañas ni traidores, dijo que por eso no se debe abandonar camino real por vereda, dijo sin decirlo, o por lo menos dejó entender algo así como que dos culebros machos no pueden vivir en la misma cueva y que en este fluvial país toda la cueva era suya.
Petán regresaría no mucho tiempo después un poco cabizbajo a su disminuido reino, humillado quizás por la vergüenza que le había hecho pasar su propio hermano, pero volvió a ocupar el trono con su habitual prepotencia, sólo que esta vez, en lugar de dedicarse a armar conspiraciones contra el orden constituido, utilizó la inteligencia que le quedaba para dedicarse a los más ventajosos negocios, negocios de esos que llaman redondos, en condiciones de monopolio que le garantizaban pingües beneficios.
(Historia criminal del trujillato [42].
BIBLIOGRAFÍA:
Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator



 (6)
Petán era un pendenciero vocacional. Un individuo conflictivo, además de intrigante y conspirador, un facineroso que congregaba a su alrededor una atmósfera mefítica, irrespirable.
Era el tipo de persona que encontraba siempre la forma de meterse en líos o, preferentemente, enliar a los demás. De hecho, tenía la extraña virtud de irritar a su poderoso hermano, de provocarle a veces rabietas histéricas o simplemente sacarlo de quicio de una manera como quien dice natural, espontánea. Algo que se le chispoteaba. Morder la mano que lo alimentaba era un hábito, un lisio con el que había nacido.
Dicen que en una ocasión se llevó del despacho de Chapita un maletín lleno de dinero que encontró providencialmente sobre el escritorio. El pobre hombre no sabía resistirse al dinero ajeno y realizó la fechoría inocentemente quizás, sin pensar en las consecuencias, que no se hicieron esperar.




Dicen que alguna vez, por alguna razón que resulta inexplicable, se le otorgó confianza para encabezar una misión del Banco Central con destino a Canadá, la cual tenía por encargo gestionar la emisión de la muy considerable suma de cinco millones de pesos en moneda nacional, que no se imprimía en el país. La misión fue un éxito. Petán cumplió con su cometido y a su regreso entregó el dinero al Banco Central sin que faltara un centavo. Pero de alguna manera se las ingenió para hacer que algún conocido le sacara copia a los jugosos billetes, para que emitiera duplicados, dinero falso que empezó a circular al poco tiempo en el país. Para peor, los billetes eran, según parece, de muy buena calidad, muy similares a los originales y difíciles de distinguir.
Al enterarse, el gobernador del Banco Central pegaría un grito al cielo, enfermaría seguramente de diarrea, informó  de inmediato al generalísimo, se ordenó una investigación. Naturalmente, todas las sospechas y todos los resultados de la investigación señalaban a Petán. Naturalmente Petán.
Chapita echaría fuego por la boca, botaría humo por la orejas, pronunciaría palabras impublicables. No hay razones para dudar de que hiciera lo que se cuenta que hizo. Lo mandó a buscar vivo o muerto a Petán, quizás preferiblemente muerto. El encargado de cumplir la ingrata orden fue, según se dice, el general Felipe Ciprián, alias Larguito. El general Larguito. Otros dicen que el agraciado fue el coronel Almanzar o el general Federico Fiallo. Quizás simplemente fue algo que con toda probabilidad tuvo lugar más de una vez, con la participaron de distintos personajes.
Entonces sucedió lo que también había sucedido y sucedería en otros casos. El general visitaría a Mamá Julia, visitaría a la excelsa matrona o se encargaría de hacerle saber de alguna manera lo que estaba pasando para evitar cumplir la ingrata orden, el ingrato deber que le habían encomendado. La excelsa matrona daría aviso de inmediato a Petán. El general Larguito, o cualquier otro oficial en su lugar, partiría rumbo a Bonao, fingiría que el vehículo en que andaba se había descompuesto a mitad de camino, seguramente abrió el bonete, hizo creer que estaban tratando de reparar el motor y demoraría un tiempo prudente en el lugar, a la vista de todos los pasantes. En  cierto momento vio que un bólido, una especie de meteoro se acercaba en dirección contraria, pasó a su lado a velocidad supersónica o por lo menos temeraria y desapareció en un santiamén como una especie de alucinación. La velocidad del automóvil era proporcional al miedo de un mulato cara pálida que iba a bordo, un general del cual apenas pudo ver o adivinar el celaje, una especie de sola sombra pálida con el semblante demudado por el miedo. Allí viajaba Petán hacia la capital, a refugiarse en casa de su madre con el rabo entre las piernas. Entonces, solo entonces, el vehículo en que viajaba el general Larguito, o cualquier otro oficial en su lugar, se arregló como quien dice de milagro y el general Larguito o cualquier otro en su lugar reemprendió la marcha hacia Bonao en busca de un fugitivo que ya se había puesto a salvo. Respiraría con alivio. Como no había respirado en varias horas. Nadie podía acusarlo de negligencia en el cumplimiento de su deber. Había servido a la bestia sin ofender a la bestezuela, y cuando al poco tiempo hicieran las paces, nada tendría que temer.
Petán se tragaría durante toda la vida su orgullo y su rabia y probablemente su odio frente al hermano, un hermano al que  envidiaba y detestaba y temía cordialmente. Dice Crassweller que cuando lo mataron, Petán se presentó en su oficina mientras su cuerpo aún estaba en el palacio de gobierno, y en presencia de alguien dijo que lo había querido mucho, pero que era una gran cosa que estuviera muerto porque era demasiado  terco, obstinado, cabeza dura o algo parecido.
Quizás Petán pensaba en esos momentos que las puertas del verdadero poder finalmente se abrían para él. No cabía duda. El monarca de Bonao quería ser el monarca absoluto del país. La banda presidencial -quizás pensaba-, el bicornio emplumado y el traje con hilos de oro de Chapita estaban a la vuelta de la esquina esperando por él, sólo por él.
(Historia criminal del trujillato [43]. Cuarta parte).
BIBLIOGRAFÍA:
Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator”.
Dr. Lino Romero, “Trujillo, el hombre y su personalidad”
José C. Novas, “Inventario moral # 2, Petán Trujillo y sus excesos’ (https://almomento.net/opinion-inventario-moral-2-petan-trujillo-y-sus-excesos/).

 (7)

Don Pipí y Pedrito, cariñosamente Pedrito, eran sin lugar a dudas los dos hermanos menos ilustres de la bestia, las bestezuelas más ordinarias. O, quizás, mejor dicho, las alimañas más insignificantes, aunque no menos ponzoñosas, de la familia. Habían salido, como se sabe, del mismo molde y sólo se diferenciaban superficialmente. Lo único que puede decirse a su favor es que una era peor que la otra.
Pedrito era tan inútil que no servía ni para  guardia. Llegó a ser mayor del ejército a fuerza de empujones y porque era hermano de Chapita, pero de ahí no pasó y a lo mejor ni le interesaba pasar. Dicen que era un tipo apacible, relativamente apacible, de buen trato, y dicen que hasta simpático, pero no por eso inofensivo. El veneno lo llevaba en la sangre como todos los hermanos y era capaz de hacer daño hasta sin darse cuenta.



Pedro Vetilio Trujillo Molina y su escolta

Se apoderaba de tierras y mujeres ajenas con la misma desenvoltura que lo hacían los demás, y al igual que algunos de ellos recibía beneficios del negocio de la prostitución, que estaba muy organizado y bajo el control de la familia. Parte de sus ingresos procedían de la miserable suma de veinte centavos diarios que asignaba el gobierno para la comida de cada preso del país, a la cual se le sustraían ocho centavos y el total se distribuía generosamente a un pequeño grupo de agraciados, o más bien desgraciados. De modo que, a pesar de su poca inteligencia, su limitada imaginación y flojera, Pedrito tenía recursos que le permitían mantenerse a flote en un estado de bienestar económico envidiable. Con el producto de sus rapiñas e influencias palaciegas se hizo con una empresa productora de hormigón asfáltico que se beneficiaba de las obras del gobierno y  llegó a poseer unas considerables extensiones de tierra en los predios de Guerra y Bayaguana, bastante cerca de la ciudad capital pero a prudente distancia de las inmensas posesiones de sus hermanos. Adquirió además una confortable vivienda en uno de los sectores más exclusivos de Ciudad Trujillo. Una hermosa residencia que puso a nombre de su esposa, de origen árabe. Una turca, como se decía entonces, que lo menospreciaba cordialmente y que al cabo de pocos años de matrimonio alzó el vuelo con el chofer de la familia y se estableció en los Estados Unidos. Chapita se llevaría un disgusto quizás más grande que el de Pedrito. El honor de los Trujillo estaba en juego y no se sabe si en algún momento alguien pensó en tomar medidas para castigar a la infiel y al traidor. Pero el hecho, en fin de cuentas, no tuvo mayores repercusiones.
Chapita no podía tener en gran estima a un hermano tan insignificante y apagado y poca cosa como Pedrito. Quizás lo quería o lo malquería con pena pero en general no parece haber tenido nunca problemas con él ni motivos de queja. Exactamente lo contrario de lo que sucedía con el llamado don Pipí.
A Pipí seguramente lo aborrecía, y no le faltaban razones. Alguna vez lo metió preso, aunque por un  breve periodo,  cuando intentó hacerle la competencia en el negocio del carbón, del cual llevaba las riendas con carácter de exclusividad.
Pipí era tan detestable que ni sus parientes más cercanos lo soportaban, con exclusión tal vez de la excelsa matrona. Incluso el nombre o sobrenombre, la forma en que lo llamaban o se dejaba llamar era odioso, algo tan denigrante como merecido. Merecidamente denigrante. Una muestra de abandono, de falta de respeto por sí mismo. Todo en él denunciaba su extraña vocación, su predilección por los bajos fondos, su atracción fatal por los ambientes sórdidos, contaminados, podridos. Pipí se dedico al robo y la violencia en el más degradante nivel, era sucio y repulsivo. Dice Crassweller que, de entre todos los hermanos, fue él quien demostró el mayor interés por el negocio de la prostitución, al cual dedicó por cierto sus mayores esfuerzos. De hecho, organizó una red, un eficiente tráfico de lo que aquí llamamos cueros, tráfico de prostitutas que se extendió hasta Curazao y otras islas del Caribe. Todo lo concerniente al ejercicio de la prostitución en la capital y quizás en otros pueblos y ciudades, tenía que ver con él. Pipí era el amo de la noche, el príncipe de los lupanares, el rey de los proxenetas. Ninguna prostituta podía ejercer legalmente sin su permiso. En aquellos tiempos había un cierto control más o menos riguroso sobre las mujeres que ejercían la prostitución. Cada cierto tiempo, para  prevenir difusión de  enfermedades venéreas, estaban obligadas a hacerse un chequeo médico en algunos dispensarios médicos donde se llevaba incluso un registro de las damas que se dedicaban al oficio. En los dispensarios se otorgaba el visto bueno, un certificado de salud que permitía trabajar, tanto en el país como en el extranjero, y don Pipí era su principal beneficiario. Esos dispensarios, como casi todo lo relativo al monopolio de la prostitución, estaban de alguna manera bajo el control de Pipí y los permisos que expedían eran bien conocidos como la tarjeta de don Pipí. Sin ese documento, que las autoridades requerían en prostíbulos o cabarets, las trabajadoras sexuales podían ser multadas o caer presas o quizás ambas cosas. Además, en caso extremo o de reincidencia, se les podía revocar el permiso por orden de don Pipí. Hasta los antros de vicio, probablemente, corrían peligro de ser multados y clausurados o sus dueños chantajeados por obra y gracia de don Pipí.
Otro de los negocios lucrativos de Pipí era el de bienes raíces, la compra y alquiler de casas. De casas que compraba, por supuesto, bajo amenazas a precios de vaca muerta, casas que alquilaba y cuya renta cobraba personalmente y puntualmente, y de las cuales desalojaba brutalmente a los inquilinos morosos.
También se dedicaba a robar automóviles, a chocar su vehículo con otro y exigir que se lo reemplazaran por uno nuevo. A cualquier tipo de fechorías. Chapita nunca lo nombró en un cargo importante. Probablemente se avergonzara de que Pipí se exhibiera públicamente o hiciera ostentación de su privilegiada dignidad familiar. Pipí era un fullero, un jugador empedernido, un vicioso, un estafador, un chantajista, un ladrón, un tramposo, un inmoral, un sucio, un arrastrado, un reptil. Era la deshonra de la familia.
(Historia criminal del trujillato [44].
BIBLIOGRAFÍA:
Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator”.
Dr. Lino Romero, “Trujillo, el hombre y su personalidad”
José C. novas, “Inventario moral # 2, Petán Trujillo y sus excesos’ (https://almomento.net/opinion-inventario-moral-2-petan-trujillo-y-sus-excesos/


(8)

Negro Trujillo era el hermano favorito de la bestia, el menor de todos, el servil y complaciente Negro, el único en el que la bestia depositó hasta cierto punto, si acaso depositó, su confianza. Dicen que era un tipo opaco, blandengue y apagado, relativamente apacible, que carecía de las pintorescas cualidades perversas que eran tan evidentes y chocantes en sus hermanos. Alguien que superficialmente podía parecer buena persona y no lo era. Cometió crímenes, quizás en menor medida que sus hermanos, con cierta moderación aparente, sólo aparente. Crímenes de bajo perfil que pasaron desapercibidos durante la era gloriosa.
Crassweller insinúa que era un tipo sin personalidad, o con una personalidad débil, más bien ajena, alguien que se daba a conocer por un flácido, fofo, blandengue apretón de manos, por su devoción por la bestia, por la inveterada costumbre que desde la infancia había adquirido de obedecerla y seguirla como un perrito faldero, por su admiración incondicional. Alguien, en fin, que sólo demostraba iniciativa propia cuando se trataba de tierra, mujeres y dinero.
Era el menos agraciado y más oscuro de la familia, y por su color le pusieron Negro sus padres y hermanos probablemente. Pero ninguno fue más afortunado que él. De Negro podía decirse exactamente lo que dice el refrán: que más vale caer en gracia que ser gracioso. 
La bestia era diecisiete  años mayor que negro y prácticamente lo había adoptado, lo había protegido desde pequeño, le brindó apoyo en la secundaria y durante su breve estadía en la universidad como estudiante de odontología. Pero otra oportunidad más lucrativa lo esperaba en las filas del ejército. Apenas tenía veintidós años cuando la bestia llegó al poder y desde entonces todo iría viento en popa para él. Su carrera militar fue poco menos que vertiginosa o más bien meteórica, ascendió como un rayo y no se detuvo hasta llegar a la cumbre, hasta obtener los más altos cargos y galardones en el orden cívico y castrense. Era capitán en 1931, era coronel coronel en 1936.
Ya en 1942 ocupaba el cargo de Secretario de Guerra, de Marina y Aviación y en 1951 fue presidente interino de la nación. Pero lo mejor faltaba por llegar. Así, en 1952 fue elegido con el cien por ciento de los votos como presidente de la República, un cargo que ocupará en condición de títere hasta 1960 durante dos períodos. En la etapa final de la tiranía sería sustituido por el guabinoso Dr. Joaquin Balaguer, el tristemente célebre o celebérrimo Dr. Malaguer. El más guabinoso y taimado, el más aparentemente dócil y sumiso cortesano de la era gloriosa. El mismo Malaguer que tomaría las riendas del poder para dirigir el país hacia la democracia y extirpar supuestamente el trujillismo. Aquel Joaquín Malaguer que se convertiría pocos años después en heredero de la bestia, que se entronizaría en el poder con el apoyo de nuevas tropas de ocupación, que se perpetuaría en el poder mediante elecciones fraudulentas y terrorismo de estado durante doce años y que volvería al poder durante un periodo de gracia de diez años.
La bestia consentía tanto a Negro, a su hermanito menor, que además de la presidencia le otorgó el título de generalísimo y le permitió usar un uniforme bordado con hilos de oros y un bicornio emplumado tan ridículo como el suyo.
Negro le agradecía sinceramente a la bestia todo lo que había hecho por él. Reconoció  por escrito que era la criatura de su afecto, el objeto de su amorosa protección y que debía comportarse con él como un devoto servidor porque era esencia de su sangre y de su alma. Había entendido desde un principio -dice Crassweller- que su primer deber como militar era la lealtad incondicional, no actuar ni pensar por cuenta propia. Mover la cola en presencia de su jefe y protector, obedecerlo ciegamente. Mirarlo todo con los ojos de su hermano, convertirse en sus ojos.
Pero la ascensión al trono presidencial de Negro Trujillo fue una farsa, una cesión simbólica del poder, meramente simbólica. Durante la investidura se le mantuvo a soga corta y no se le permitió pronunciar discurso alguno ni mucho  protagonismo. A la bestia,  que asumiría el cargo de Jefe de las fuerzas armadas de la República, se le rindieron los máximos honores y llegó primero que Negro al palacio. Seguiría asistiendo todos los días a su despacho, trabajando como de costumbre, ejerciendo el poder delante y detrás del trono.
Negro se dedicó a lo que le gustaba, a la vida regalada: firmar de vez en cuando documentos oficiales, asistir a ocasionales ceremonias, fingir de la mejor manera posible que era presidente, perseguir mujeres, coleccionar zapatos y dinero que guardaba en las cajas de zapatos y que sacaba a escondidas del país, acumular, en fin, una inmensa fortuna en dólares y bienes raíces. Un cuantioso caudal que incluía una enorme finca, un latifundio de miles de tareas que se extendía por la rivera del río Haina , formando un semicírculo a un costado de la ciudad.
El deporte favorito de Negro y de todos los Trujillo era conquistar mujeres, conquistarlas a las buenas y generalmente a las malas, conquistarlas a la fuerza, con dinero o con ofertas que no podían rechazar. Negro era de hecho, un mujeriego empedernido, un adicto al sexo que permaneció soltero hasta el año de 1959, cuando por fin se permitió o le permitieron casarse con Alma McLaughlin, su prometida desde 1937.
A pesar de su carencia de atractivos físicos, Negro pretendía ser un seductor irresistible, un exitoso don Juan, todo un tenorio. Difícilmente no sucumbía una mujer al encanto de su uniforme, de su alto rango, de su apellido ilustre o del miedo que inspiraban. Eso lo definía, más bien, como un vulgar depredador, violador, un indiscreto que se jactaba en voz alta de sus  habilidades amatorias y que tenía marcada preferencia por las mujeres casadas. Sobre todo las mujeres de sus  subalternos, a los cuales disfrutaba humillando, igual que hacia su protector y amado hermano.
Su mundo se derrumbó un 30 de mayo cuando la bestia sucumbió, en palabras de Balaguer, “al soplo de una ráfaga aleve”. Dice Crassweller que Negro estaba presente, devastado, cuando el cuerpo fue llevado al Palacio nacional y que, durante el velatorio se le notaba abatido, profundamente adolorido, de una manera consecuente con una vida de servilismo. Que estaba como aturdido, inmóvil, parado como si fuera una estatua. No era desde luego para menos. Su mundo había llegado a su fin.
Después de partir hacia un exilio en el que vivió hasta los noventa y cuatro años, los crímenes de bajo perfil que se le atribuían y que habían pasado desapercibidos durante la era gloriosa, dejarían pasmada a la opinión pública cuando sus muertos empezaran a salir a flote y se descubriera que en sus fincas tenía cementerios privados. Furnias donde convivían osamentas de vacas y caballos con osamentas de peones, de oficiales, de guardias que estaban a su servicio y cayeron en desgracia, quizás de propietarios de tierras que se resistieron a cedérselas, de enemigos del régimen y suyos, de infelices que estuvieron en el lugar y el momento equivocados, de gente con la que alguien se divirtió jugando al tiro al blanco.
(Historia criminal del trujillato [45].
BIBLIOGRAFÍA:
Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator”.
Dr. Lino Romero, “Trujillo, el hombre y su personalidad”



 (9)
Quizás alguna vez Aníbal Trujillo oyó hablar de Julio César o Napoleón y quiso ser emperador. Era, en este sentido, el más idealista de la familia, el que tenía, sin duda, más grandes aspiraciones. Quería ser emperador desde pequeño. No se conformaba con menos. Algo en su interior le decía que podía ser emperador y logró convertirse en emperador varias veces. Mentalmente emperador.
Lo que más lo ilusionaba o motivaba, lo que en verdad deslumbraba o enternecía, lo que hacia feliz como un niño era que en su condición de emperador podía dar rienda suelta a sus instintos elementales y derramar sangre a raudales. De hecho, cuando en su mente enfermiza, enfebrecida, realizaba su fantasía, cuando se convertía ocasionalmente en emperador siempre se le antojaba derramar sangre a raudales, derramar sangre por gusto, por el placer de ver sangre y oler sangre. Quizás también bañarse literalmente en sangre. Era un sicópata, un esquizofrénico. Un homicida vocacional, como todos sus hermanos. Un criminal instintivo. La diferencia, sin embargo, es que ese instinto, el instinto criminal, vivía en Animal Trujillo como quien dice a flor de piel. Un poco más más a flor de piel que en los demás y se manifestaba espontáneamente de forma teatral.
De ser cierto lo que se dice, los arrebatos de locura de Aníbal empezaron a producirse a una edad temprana. Andaba por las calles desde pequeño diciendo que era Julio César o la reencarnación de Julio César y se proclamaba emperador, emperador del Caribe.
En cuanto a lo demás, tenía que ser de alguna manera igual a sus hermanos, un resentido, un tipo sin principios, un amoral, un inescrupuloso que no le hacía asco a ningún medio para conseguir lo que deseaba. Intrigas, robos, homicidios, prostitución, violaciones y borracheras, bandidaje, cárcel, habituales tropezones con la justicia componen los ingredientes de lo que fue su vida. Su formula existencial. No obstante, dice Crassweller que no era un tipo desagradable personalmente o, quizás, mejor dicho, superficialmente.
Lo cierto es que con él, durante los años de 1930, con Petán y Virgilio tuvo la bestia  problemas serios. De hecho, con él siguió teniendo problemas hasta el año de su muerte en 1948, hasta que él mismo se quitó o lo quitaron de en medio.



Aníbal Trujillo en dos etapas de su vida. Foto cortesía de página La Venda Transparente, de R. Genao.
Aníbal Trujillo en dos etapas de su vida. Foto cortesía de página La Venda Transparente, de R. Genao.


Aníbal tuvo incontables hijos con mujeres de las se apoderaba a voluntad, hijos naturales que nunca le importarían y de los que nunca se ocuparía. Estuvo casado brevemente con una hija de Jacinto Peynado de la cual se divorciaría en 1936, algo que no le hizo gracia a Trujillo, pero que de seguro proporcionó a Jacinto Peynado un gran alivio y contento. Con ella tuvo Aníbal un varón que heredó su locura, un loco manso que murió atropellado por un auto en 1999.
El desequilibrio de Aníbal era evidente hasta en su manera de conducir. Aníbal era un conductor temerario, manejaba de manera irresponsable, como lo que era, con un total desprecio por las consecuencias de sus acciones al volante. En 1931, durante el curso de sólo un mes, destruyó tres automóviles asegurados por la Maryland Casualty Company y sus representantes pegaron el grito al cielo y posiblemente hicieron llegar alguna queja a la bestia.
Trujillo -según lo que dice Crassweller-, había tratado a su modo, el único que conocía, de corregir la indisciplina de Aníbal, moderar su excedente de energía vital sometiéndolo a todos los rigores de la vida castrense, dándole cargos de mayor peso y responsabilidad en los que su conducta estaba sujeta a estricta supervisión.
El correctivo fue algo parecido en realidad a un premio. Lo fue subiendo de rango hasta que Aníbal alcanzó a ser general, Jefe de estado mayor de las fuerzas armadas. En 1936, nombró a su hermano Negro, su hombre de confianza, como coronel y jefe asistente de personal bajo su mando, quizás con la esperanza de que éste pudiera influir positivamente. Pero los problemas no hicieron más que agravarse. Aníbal irrespetaba a su todopoderoso hermano, era el único que lo hacía, lo criticaba públicamente, cuestionaba sus órdenes, se insubordinaba, y hasta se dice que un día se presentó iracundo en el Palacio con malas intenciones, a pedirle cuentas por algún agravio real o imaginario. Se dice incluso que Trujillo evitó el encuentro para no tener que hacerlo matar.
Al parecer, Aníbal solía vestir de una manera llamativa. Usaba una capa muy vistosa, una capa de emperador, parecida a la que usaba su hermano en ciertas ocasiones. Una capa chillona con colorines con la cual se sentía menos general que emperador. Se tramutaba de hecho en emperador, se proclamaba emperador, la viva reencarnación de Julio César. Ordenaba terminantemente a sus soldados que lo reconocieran como emperador, quizás que se reconocieran ellos mismos como legionarios al servicio del emperador. Cuando no tenía soldados a su disposición reclutaba a los peones de su finca, los ascendía de su miserable condición a la de milites, miembros de una selecta milicia a los cuales ponía nombres ilustres, los elevaba a veces provisionalmente a la más alta dignidad.
Aníbal ascendía, pues, a las vertiginosas cumbres de la gloria militar e imperial en la misma medida en que su cordura se desvanecía completamente. Sólo pudo ser general y emperador hasta que la incompetencia, su conducta cada vez más díscola y errática, su permanente desequilibrio emocional forzaron su destitución.
(Historia criminal del trujillato [46]).
BIBLIOGRAFÍA:
Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator”.
Dr. Lino Romero, “Trujillo, el hombre y su personalidad”
José C. novas, “Inventario moral # 2, Petán Trujillo y sus excesos’ (https://almomento.net/opinion-inventario-moral-2-petan-trujillo-y-sus-excesos/
Chichí De Jesús Reyes, “Trujillo ordenó al general Fausto Caamaño fusilar a su hermano Aníbal Julio”,


(y 10)
Los verdaderos enfrentamientos entre la bestia y Aníbal se produjeron en su finca de Mango fresco, un latifundio que Aníbal había adquirido en los alrededores de Manoguayabo, a poca distancia de Ciudad Trujillo. La enorme propiedad no le había caído del cielo en las manos. La había conseguido, la había armado como un rompecabezas, pedazo a pedazo, con la sangre, el sudor y lágrimas ajenas, con los métodos expeditos que empleaban todos sus hermanos. Apropiándose primero de una parcela, incorporando luego tierras aledañas mediante el despojo, el asesinato, el terror que infundían en sus dueños por cualquier medio.
Todo iba bien hasta que la finca de Aníbal, que se expandía en una dirección, chocó con la de la bestia que se expandía en dirección contraria. El choque se convirtió en un nuevo motivo de fricción y dio lugar a unos oscuros episodios en los que corrió mucha sangre.
Lo que se cuenta, en relación a estos sucesos, parecería surrealista y no se asimila, no se digiere fácilmente. Es posible que en alguna ocasión Aníbal matara peones de la finca de la bestia y la bestia le pagara con la misma moneda. Es posible, pero además extraño, que los brutales excesos de Aníbal en Mango fresco, las llamadas matanzas de Mango fresco, le provocaran tanto disgusto a la bestia que decidiera por fin tomar medidas para ponerle freno a los desmanes de su demente hermano.
Lo de Mango fresco es alucinante. Algo que permite conocer un poco la naturaleza del monstruo que se alojaba en la cabeza de Aníbal, el borroso límite que existía en su mente criminal entre realidad e imaginación, lo desquiciado que estaba.
Aníbal, según se dice, en uno de sus tantos raptos de locura, sintió una perentoria, inapelable sed de sangre y pidió sangre. Quería ver sangre, decía, inmediatamente sangre. Sangre quería y decía, o dicen por lo menos que decía. Y mientras lo decía y repetía hizo que sus hombres reunieran a un grupo de peones de su finca en un corral, volvió a decir que quería sangre y cargó contra los peones sable en mano, a lomo de su caballo, toda una carga de caballería ligera, y empezó a repartir tajos a destajo. La sangre brotaría a raudales, como de un extraño surtidor, y Aníbal la pudo ver, la pudo oler, la pudo palpar y saborear, mientras blandía el sable sobre las cabezas de aquellos infelices que gritarían de dolor y de terror seguramente.
En otra ocasión, según se dice, con la colaboración de su guardia pretoriana, daría un tratamiento similar a un grupo de campesinos a los que ordenó amarrar como andullos para que no pudieran ni siquiera intentar defenderse. Quería sangre, otra vez sangre, y con la colaboración de su guardia pretoriana los picó como quien dice en pedacitos
Se dice que esa vez la bestia envió una patrulla de soldados a la finca de Aníbal para averiguar lo que estaba pasando y la patrulla desapareció. Se dice que al poco tiempo la bestia se presentó en la finca y ordenó que ejecutaron a todos los asistentes civiles y militares que acompañaban a Aníbal. Se dice, en lo que parece otra versión de los acontecimientos, que la bestia envió al general Fausto Caamaño a imponer el orden en Mango fresco, que le dio instrucciones de pasar por las armas a todos los militares al servicio de Aníbal, incluso al propio Aníbal.
Se dice que Fausto Caamaño cumplió el difícil mandamiento a medias, que hizo que le avisaran a Mamá Julia de lo que ocurría para que Mamá Julia avisara a Aníbal para que Aníbal espantara la mula y se pusiera a salvo como, en efecto, se puso. Después, sólo después, Fausto Caamaño se presentó en la finca y fusiló rutinariamente a todos los allegados civiles y militares de Aníbal. Un total de veintiocho o treinta personas. Algo que no le quitaba ni le quitaría el sueño a Fausto Caamaño.



Fausto Caamaño y Aníbal Trujillo

Otros asesinatos y otras purgas parecidas tendrían lugar en Mango fresco. Tal vez  se trata de acontecimientos diferentes o de diferentes versiones de los mismos acontecimientos, que remiten, sin embargo a una misma espantosa realidad.
Muchos afirman que a raíz de los últimos y escandalosos hechos de sangre, Aníbal habría sido declarado interdicto, no apto para realizar trabajos productivos, y que había sido cancelado o simplemente alejado del ejército. Parecería que en sus últimos años había caído en un estado depresivo crónico que se agravó en grado extremo con la dolorosa pérdida de su rango y privilegios, de la cuota de poder que tenía asignada. Se sabe, a ciencia cierta que Aníbal fue sometido entonces a tratamiento psiquiátrico intensivo, que recibió en el país y el extranjero terapia electroconvulsiva, terapia de electrochoque. Se sabe que la terapia no resolvió el problema y que la condición de Aníbal se agravó. Se supone que finalmente, quizás porque tenía ganas de ver sangre de nuevo, se suicidó de un tiro en la sien en el baño de su casa.
A Crassweller, esta historieta le parece sospechosa, indigna de confianza en el mejor de los casos. La condición de Aníbal ciertamente empeoraba, pero también se incrementaba la animadversión que tenía o sentía por su hermano. Mucha gente lo oyó despotricando contra él, diciendo que quería matarlo y lo mataría. Lo hubiera matado si hubiera tenido esa oportunidad, y la bestia seguramente no estaba dispuesto a dársela.
Así estaban y seguirían estando las cosas por un tiempo. Aníbal vociferaba, despotricaba, amenazaba con matar a la bestia, lo desconsideraba, lo irrespetaba y no pasaba nada.
Nada pasaba, de hecho, hasta que por fin pasó. Hasta que el 2 de diciembre de 1948 se presentó en su casa de la calle Isabel la Católica esquina Padre Billini un grupo de oficiales a los que seguramente no había invitado. Entrarían, se acomodarían, hablarían o discutirían… Nadie lo sabe. Al poco tiempo se produjo en el baño, en uno de los baños, un disparo que sonó como un tiro de cañón. Los oficiales acudieron, encontraron a Aníbal  muerto con la pistola en la mano, ¡qué tragedia, Dios mío, qué tragedia!, y acordaron y declararon que había cometido suicidio. ¡Qué tragedia! Los diarios se refirieron al hecho en términos de “trágico accidente” y aludieron por supuesto a su deficiente estado mental. Una tragedia.
Dice Crassweller que los detalles del suceso no fueron esclarecidos, que no se determinó con que mano sostenía la pistola y que los que conocían a Aníbal lo creían incapaz de cometer suicidio y no se tragaron el cuento.
Ademas, la bestia ni siquiera asistió al funeral. Virgilio, Petán, Negro y Pipí tampoco estuvieron presentes.
(Historia criminal del trujillato [47]).
BIBLIOGRAFÍA:
Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator”.
Dr. Lino Romero, “Trujillo, el hombre y su personalidad”
José C. novas, “Inventario moral # 2, Petán Trujillo y sus excesos’ (https://almomento.net/opinion-inventario-moral-2-petan-trujillo-y-sus-excesos/
Chichí De Jesús Reyes, “Trujillo ordenó al general Fausto Caamaño fusilar a su hermano Aníbal Julio”,
Lea en Acento.com la serie completa de 10 artículos de Pedro Conde Sturla sobre La hermandad de las bestias.






1 comentario:

Felix Arroyo dijo...

Antes que la "bestia" como tu lo llama, hubieron 20 golpe de Estado en RD incluyendo vaqueros dominicanos y pandillas. La frontera se "haitianizaba" y varias regiones dirigidas por hombres fuertes. La "bestia" vino, organizo el pais, dominicanizo la frontera, y la democracia tomo fuerza despue de su asesinato.
Y ahora tu, si tu, tienes que repoderme por que tenemos sicarios, 120 feminicidios anuales, 200 baleados anualmente, drogas, destruccion ambiental salvaje, 1.6 millones de extranjeros indocumentados, corrupcion, $42 billones de dolares en deuda, desorden urbano, etc. EXPLICA! Antidominicano!!!!