sábado, 16 de diciembre de 2017

Otro nombre para la esclavitud

         Pedro Conde Sturla
        
En el año 2008 Douglas A. Blackmon publicó un libro terrible que no pasó desapercibido para una parte de la opinión pública norteamericana, un libro que no ha dejado de tener actualidad y se actualiza ahora más que nunca. Le valió un premio Pulitzer, si acaso el Pulitzer vale algo, y sigue suscitando interés, haciendo opinión, alimentado a las conciencias críticas de un país en que para la mayoría de la gente y de la prensa (la presstitute, la prensa prostituta) el resto del mundo y los grandes problemas internos no existen.
   
Es una obra polémica desde el título, el título de una historia que no había sido contada de esa forma tan dolorosamente convincente. Es la historia de “La esclavitud con otro nombre -La re-esclavización de los negros norteamericanos, de la guerra de Secesión a la II Guerra Mundial” (Doubleday, 2008). La historia de la re-esclavización de los negros norteamericanos después de la abolición de la esclavitud.
“Es una obra fundamental –dice  Ted Pearson  - para toda persona que quiera saber el peso que ha tenido y tiene el racismo en los Estados Unidos.
“La profunda desconfianza en el código de justicia penal estadounidense entre los afroamericanos tiene sus raíces en el brutal sistema de trabajos forzados que describe Douglas A. Blackmon en “La esclavitud con otro nombre”. En ese sistema
tiene sus raíces el persistente, enorme y creciente abismo entre ricos y pobres, blancos y negros en los estados unidos. Tiene sus raíces la creciente ola de encarcelaciones masivas de hombres y mujeres negros y latinos.
“El trabajo forzado en el sur durante el periodo posterior a la guerra civil no solo fue muy rentable. Fue absolutamente indispensable para que las corporaciones pudieran romper las huelgas organizadas por trabajadores libres. Los rompehuelgas no tenían que ser reclutados. Los convictos-esclavos simplemente reemplazaban a los huelguistas. El látigo reemplazaba al salario.
“Un documental de la televisión pública, basado en el libro de Blackmon y narrado por Lawrence Fishburne ganó  un premio  en el Sundance Film Festival de 2012. Pero el documental no le hace justicia al libro, fracasa en la tentativa de mostrar la brutalidad del trato dado a los negros condenados a trabajos forzados, el horror de las condiciones de vida, las golpizas, el hambre, las torturas y muertes en los campos de trabajo forzado de los esclavistas del sur. No era posible representar, dramatizar en un documental para la televisión pública, las atrocidades del régimen  bajo el cual vivieron y trabajaron ‘los nuevos esclavos’ del periodo posterior a la guerra civil”. (El documental puede verse en http://www.pbs.org/tpt/slavery-by-another-name/watch/).


En definitiva –confirma por su parte Michael Slate- “El libro desentierra los más feos capítulos de la historia estadounidense que han estado bajo tierra por décadas. Con detalles gráficos y verídicos, este poderoso libro ilumina cómo se usaron de manera generalizada los trabajos forzados después de la guerra de secesión, y cómo representó una nueva forma de esclavitud que incorporó muchas de las mismas condiciones infrahumanas de confinamiento brutal tales como grilletes, latigazos, atar de pies y manos, y tortura con agua”.
Todo lo anterior fue posible -según explica Blackmon en una entrevista-  gracias a la promulgación de un sistema de leyes que criminalizaba múltiples aspectos de la vida y que se aplicaba casi exclusivamente a los negros.
“Después de la guerra de secesión, los afroamericanos, en gran número, a través de todo el sur, experimentaron un sentimiento de emancipación. No fue así cómo realmente sucedió. Fueron tiempos difíciles y en un mundo de pobreza y de privación de servicios así como de grandes dificultades y antagonismos entre negros y blancos en esa época.
“De manera que no fue una época dorada. Eran tiempos en los que había cuatro millones de negros, al fin de la guerra de Secesión en el sur, y gran cantidad de ellos participaron en elecciones libres. A ellos se les había concedido derechos plenos como ciudadanos bajo la Enmienda XV de la Constitución. Tenían trabajo, poseían granjas, tenían diversas categorías de empleo. Como lo dije, era una época difícil, con mucha pobreza, pero existía una verdadera emancipación y libertad.
“Pero lo que empezó a suceder en el sur, particularmente después de que las tropas fueron retiradas en 1877, y sobre todo 15 años después cuando quedó muy claro que no había posibilidad de que los blancos del norte volvieran a enviar tropas para garantizar los derechos civiles a lo largo del Sur, los legisladores de cada uno de los estados promulgaron leyes para criminalizar la vida de los negros. Estos se vieron en una situación en que era imposible no estar en violación de una leve infracción casi en todo momento. La infracción aplicada más frecuentemente era cuando no se podía probar empleo. De modo que se usaron las leyes contra el vagabundeo para encarcelar a miles de negros, al mismo tiempo que miles de blancos que pudieron ser arrestados por el mismo motivo no lo fueron sino raramente. Una vez bajo detención, el sistema jurídico había sido reestructurado de tal manera de coaccionar a grandes grupos de hombres a trabajar en empresas comerciales en trabajados forzados con la venia del sistema jurídico. Miles de personas vivían con el temor de que algo semejante les pasaría a ellos y esa era una parte de cómo los intimidaban a fin de obligarlos a aceptar otras clases de trabajo forzado, como la aparcería, el arrendamiento de tierras y muchas cosas más”.
         La extensa documentación de la obra  de Douglas A. Blackmon, sin olvidar los testimonios de los personajes que intervienen en la historia, es sencillamente apabullante y resulta desde luego muy difícil de digerir para los segregacionistas y supremacistas, junto a las grandes corporaciones del sur.
“En mi libro –dice Backmon- yo documento las historias de hombres como Jonathon Davis, que en el otoño de 1901 dejó su algodonal para tratar de ir a la casa de sus suegros, donde su esposa se encontraba enferma; a pesar de los cuidados que le brindaron, falleció. Él trató de ir a ver a su esposa antes de que muriera. En el camino a verla en el pueblo situado a 15 ó 20 millas, lo abordó un alguacil, quien básicamente lo secuestró y unos días más tarde lo vendió a un granjero blanco por 45 dólares. En mi libro relato docenas de casos similares. Está muy claro que este tipo de secuestros ocurrieron cientos y cientos de veces a otros afroamericanos”.

Se trata, en resumen de “un gran documento con narrativas personales, sobre la perdida de la historia de los esclavos y sus descendientes, que viajaron en libertad, para terminar en la sombra de la servidumbre involuntaria. Un legado del racismo que repercute en el día de hoy”.


pcs 15/09/16

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La letra de “La unánime Declaración de independencia de los trece Estados unidos de América” (4 de julio de 1776), garantiza ante los hombres y ante Dios la igualdad de derechos  para el pueblo (“We, the people”), pero, lamentablemente, y como explica Howard Zinn en “La otra historia de los Estados Unidos”, “the people” no es siempre igual a the people, “Algunos americanos fueron claramente excluidos de este círculo de
intereses que significaba la Declaración de Independencia, como fue el caso de los indios, de los esclavos negros y de las mujeres” (https://humanidades2historia.files.wordpress.com/2012/08/la-otra-historia-de-ee-uu-howard-zinn.pdf).
Es decir, el cincuenta por ciento de la población blanca, por ejemplo, las mencionadas mujeres, no eran parte del “people”, no tenían igualdad de derechos y tampoco lo tenían los blancos pobres y los esclavos blancos. Menos derechos tenían los indios y los negros. Todo para ellos estaba torcido.
Los indios no perdieron, desde luego, el derecho a seguir siendo exterminados. Los negros no perdieron el derecho a dejar la piel y la vida en la esclavitud de plantación y, pocos años después de la abolición de la esclavitud, a raíz de la guerra civil o guerra de secesión, se promulgaron en el sur esas leyes especiales de las que habla Douglas A. Blackmon en su libro “La esclavitud con otro nombre”,  leyes que garantizaron el derecho a la re-esclavización de los negros norteamericanos. La resurrección de la esclavitud.
Es un “período de la historia –dice Blackmon en una entrevista con Michael Slate-, que comienza a fines del siglo XIX, y que continúa hasta la II Guerra Mundial”, una historia que “ocurrió en un país en el que hemos compartido una especie de amnesia colectiva, o por lo menos una minimización de la realidad de los afroamericanos a lo largo del sur del país”.
“…en efecto en 1901, todos los estados del Sur habían privado de derechos a virtualmente todos los afroamericanos. Básicamente no había ninguna participación electoral significativa de los negros en el Sur a partir de 1901. Cada estado del Sur tenía su propia versión de estas leyes con que detener a cualquier negro que no viviese bajo el control explícito y la protección de un blanco. Y cada estado sureño, en una manera u otra, había adoptado la práctica de arrendar a las personas a las empresas comerciales para realizar trabajos forzados, por períodos de uno o dos años y aún más, en lugar de enviarlos a prisión por pequeños o aun ficticios crímenes. Alabama fue el estado donde este sistema duró más tiempo, y en la manera más explícita, y fue el sistema más perfeccionado en cuanto a la participación de cada gobierno cantonal y el enorme número de afroamericanos que fueron contratados en arriendo por el estado. En Alabama se calcula que por lo menos 100 mil hombres afroamericanos, entre las décadas de 1890 y 1930, fueron contratados en arriendo o vendidos por el estado de Alabama a las minas de carbón y de hierro, los aserraderos, los campamentos de tala de los bosques, las plantaciones de algodón y las destilerías de trementina, a lo largo del estado.
Para peor  -como hace notar en la entrevista Michael Slate- “Una de las más terribles ironías que (sale) a relucir en el libro de Blackmon es que en los comienzos de la esclavitud, un amo estaba un poco más renuente a matar directamente a un esclavo, porque tenía mucho más invertido en éste”, mientas que durante “la neo-esclavitud podían ejercer en otra forma su dominio de terror sobre la masa de trabajadores forzados, pues la desaparición de un esclavo no tenía consecuencia alguna”. ¿Eran pues las condiciones de la segunda forma de esclavitud tan malas o peores que las de la primera?
La realidad –explica Blackmon- era que a los nuevos esclavos “los hacían trabajar hasta que cayesen muertos, o los ponían en trabajos donde la muerte era posible o probable. Debido a que su costo de adquisición a través del sistema jurídico era tan bajo, mediante una farsa de mecanismos jurídicos que se desarrollaron para alimentar este tráfico de seres humanos, no había incentivos para protegerlos en absoluto, y raras veces los protegían.
Blackmon pone el ejemplo de “Green Cottenham, el personaje alrededor de quien el libro se teje, su esposa y la familia de esclavos y descendientes de esclavos de los cuales viene él”. Narra la historia “de lo que ocurrió en el curso de esta resurrección de la esclavitud, y cómo esta empezó a entrometerse en la vida de los ex esclavos y de sus descendientes, y cómo Green Cottenham llega al delta a comienzos del siglo 20, y  es detenido en Columbiana, Alabama, en las afueras de la terminal del tren, donde, en una manera muy espuria, es decir, acusándolo de violación de una regla de menor envergadura, y más tarde acusado de violar otra ley menor, solo para hacerlo comparecer ante el juez tres días más tarde, y que el juez, para obviar la confusión, simplemente lo declara culpable de otra violación, vagancia, y lo obliga a pagar 10 dólares, y encima de eso le impone toda una serie de multas: una para el sheriff, una para el comisario que lo detuvo, los costos por su detención de tres días, multas para los testigos que declararon en contra suya, y lo peor es que al parecer ni siquiera hubo testigos. Todos estos costos eran equivalentes al salario anual de un trabajador agrícola afroamericano de esa época, una cantidad que Green Cottenham, un hombre afroamericano pobre y analfabeto no hubiera podido pagar en 1908.
“De manera que a fin de pagar esas multas, según el sistema, lo dan en arriendo a la U.S. Steel Corporation, una compañía que todavía está en existencia, y lo obligan a trabajar en minas de carbón en el campo de Alabama, junto con mil negros más que hacen trabajos forzados. Estos hombres vivieron en condiciones inenarrables. Trabajaban la mayor parte del tiempo en las profundidades de las minas, parados en charcos de agua, agua pútrida y mal oliente, filtrada de la profundidad de la tierra. Estaban obligados a permanecer de pie en esos charcos y a falta de otra agua, se veían obligados a beber esa agua. Tenían que desenvolverse en esas condiciones increíbles, apretujadas. El que no llegaba a extraer un mínimo de ocho toneladas de carbón al día, era sometido a azotes al fin de la jornada y si todavía no lograba hacerlo una y otra vez, también era azotado al comienzo de la jornada.
“Los hombres empezaban a trabajar antes del alba. Salían de la mina a la noche. Vivían constantemente en la oscuridad en esas circunstancias espeluznantes. Carecían básicamente de cuidado médico. Estaban atacados por oleadas de disentería, tuberculosis y otras enfermedades, y así fue, como por fin, en agosto de 1908, Green Cottenham sucumbió a una de esas epidemias cinco meses después de su encarcelamiento”.
La realidad todavía sigue siendo particularmente oprobiosa en lo que respecta a los negros, y a ellos también se suman en parte los latinos como víctimas privilegiadas de una guerra interna, la guerra contra las drogas que, al decir de Noam Chomsky es un “instrumento de EE.UU. para criminalizar a los pobres".

pcs 23/09/16

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