Pedro Conde Sturla
Sin darse cuenta él mismo, Grouchy
tiene en sus manos la suerte de Napoleón.
Cumpliendo las órdenes recibidas,
partió al atardecer del 17 de junio y tras los prusianos en la dirección que
creyó habrían seguido. La lluvia había cesado y, como si marcharan por tierras
sin enemigos, los jóvenes soldados que hasta el día anterior no habían venteado
la pólvora no ven aparecer por ninguna parte al adversario ni descubren la
menor huella del ejército prusiano. De repente, mientras el mariscal toma un
ligero refrigerio en una casa de campo, notan que el suelo se estremece bajo
sus pies. Prestan atención, y llega hasta ellos un sordo, continuo y
amortiguado rumor. Son cañones que disparan a una distancia de tres horas.
Algunos oficiales se echan al suelo y pegan el oído en él como hacen los
indios, para poder precisar la dirección del cañoneo. Su eco retumba apagado y
lejano. Son las baterías de Saint-Jean, es el principio de Waterloo. Grouchy
reúne a los oficiales en consejo.
Gérard, el jefe de su Estado Mayor,
exclama con ardimiento:
—Il
faut marcher au canon!
—Es preciso marchar en dirección
al fuego de artillería.
Otro oficial apoya esa opinión
gritando:
—¡Vamos por ellos inmediatamente!
Ninguno duda que el Emperador ha
dado ya con los ingleses y que ha comenzado una dura batalla. Pero Grouchy está
indeciso. Acostumbrado a obedecer, se atiene a las
instrucciones recibidas, a la orden
imperial de perseguir a los prusianos en su retirada.
Gérard, ante el titubeo del
mariscal, insiste con vehemencia:
—¡Vayamos por los cañones!
Y para los veinte oficiales,
aquellas palabras suenan como una orden, como una
súplica. Pero Grouchy no está conforme
con la sugerencia. Vuelve a decir terminantemente que él no puede dejar de
cumplir su obligación mientras no llegue una contraorden del Emperador. Los
oficiales se sienten decepcionados, escuchando en el expectante silencio el lejano
retumbar de los fatídicos cañones. (Stefan Zweig, “Momentos estelares de la
humanidad”).
Cuando
la derrota se ha consumado se produce un extraño episodio que Stefan Zweig
relata con su habitual maestría y pone un punto de interrogación, de suspenso,
a la ya de por sí intensa narración:
“Apenas el ataque inglés ha
derribado a Napoleón, un desconocido va en una calesa por el camino de Bruselas
y de allí al mar, donde un barco espera ya al viajero. Se dirige a Londres. El
desconocido llega a la capital antes que los correos extraordinarios y
consigue, gracias al total desconocimiento de la sensacional noticia, hacer
saltar la Bolsa. Aquel
hombre es Rotschild, que con esta hazaña genial funda un nuevo imperio, una
nueva dinastía”.
¿Quién era ese hombre y en qué
consistió su hazaña? No era simplemente Rotschild, era uno de los Rotschild. Un
miembro de la más rica familia de banqueros que ha parido la humanidad. Y lo
que hizo no tiene parragón. La guerra se libraría ahora en otro frente, el
financiero, donde los generales no tienen cabida más que como peones:
“La historia de la
familia Rothschild comienza con el señor Mayer Amstel Rothschild (1744-1812),
un banquero alemán al que se le conoce como “El padre fundador de las finanzas
internacionales”. Mayer Amstel nació en el ghetto judío de Frankfurt en el seno
de una familia que se dedicaba al comercio y al cambio de divisas y monedasEn
1743, Amschel Moses Bauer, orfebre de profesión, que completaba sus ingresos
ejerciendo de cambista, abrió una tienda de monedas en el gueto judío de Fráncfort
del Meno en Alemania. Sobre la puerta de entrada de su casa, cuya planta baja
quedaba reservada para el negocio y el resto para la familia, colgó un cartel
en el que se representaba un águila romana en un escudo rojo. La tienda llegó a
ser conocida como la tienda del «escudo rojo», rothschild en alemán; con el
tiempo, esta palabra pasó a convertirse en su patronímico.
“Mayer Rothschild
realizaba el pago de mercenarios y estuvo involucrado en el financiamiento de
las guerras napoleónicas. Para principios del siglo XIX, Jacob era uno de los
principales banqueros de Europa y tal era su fortuna que empezó a realizar sus
propios préstamos internacionales.
“Pero la
verdadera dinastía y el verdadero imperio de los Rothschild inició cuando Mayer
Amstel colocó a sus cinco hijos en los cinco centros financieros más
importantes de Europa: Amstel en Frankfurt, Solomon en Viena, Nathan en
Londres, Calmann en Nápoles y Jakob en París. De hecho, su escudo de armas
ostenta cinco flechas que simbolizan las cinco ramas de la dinastía. Para 1818,
los cinco hermanos Rothschild ya tenían títulos nobiliarios hereditarios y eran
dueños de un imperio que prácticamente controló el mundo financiero de aquellos
días” (http://www.excelsior.com.mx/blog/culturapop/la-familia-mas-rica-y-mas-siniestra-del-mundo/1045121).
Uno de ellos, Nathan
Mayer Rothschild, el que menciona Stefan Zweig, compró a Inglaterra, y la
historia de cómo lo hizo no es un secreto:
N. ROTHSCHILD Y LA JUGADA MAESTRA DE WATERLOO (1815)
Concretamente uno de sus miembros,
Nathan Mayer Rothschild (1777-1836) fue espectador privilegiado de la batalla.
Inmediatamente después de ser
derrotado Napoleón, parece ser que Nathan M. utilizó un complejo sistema de
palomas mensajeras que cubrió en pocas horas los 362 Km . de distancia que
separan Waterloo-Londres.
Por ello, los Rothschild fueron
los primeros londinenses en conocer la decisiva noticia que marcaría el inicio
de la nueva Europa. Rápidamente sacaron partido de ello, pues vendieron
compulsivamente sus Bonos del Estado Británico a precios dispares haciendo
creer al resto del mercado que Inglaterra había perdido la trascendental batalla.
El resultado fue el hundimiento de
la London Stock
Exchange.
Sin embargo, y antes de que se
descubriera la verdad, los Rothschild compraron de nuevo en secreto cantidades
masivas de esos mismos Bonos del Estado a precios irrisorios. Al llegar la noticia
de la victoria de Wellington, los precios se dispararon y los Rothschild
obtuvieron un beneficio de £1.000.000 en un sólo día.
Otra
historia es la historia de cómo compraron gran parte del resto del mundo y se
hicieron dueños, junto a otros banqueros, de la Reserva Federal de los Estados
Unidos. Es decir el banco central de los Estados Unidos, “una entidad autónoma
y privada.”
pcs 6/7/17
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