Pedro Conde Sturla
lunes, 09 de julio de 2007
El monarca constitucional de la isla de la fantasía tiene un extraño sentido del humor. En su discurso de toma de posesión, fustigó ante unas cámaras compuestas mayormente de corruptos el flagelo de la corrupción, el derroche de los recursos del estado, y se pronunció enérgicamente a favor de una política de austeridad que sacaría al país del caos, limitando la ilimitada compra de jeepetas y gastos superfluos. Castigó verbalmente la ineficiencia, las prácticas dolosas de funcionarios del saliente gobierno y sugirió de paso que no los perseguiría, pero tampoco obstruiría el curso de la justicia.
Parecía que en aquella ocasión el
monarca hablaba en serio, pero en realidad hablaba en broma, les gastaba una
broma pesada a los miembros de la oposición -o mejor dicho de la competencia-, los
ponía por un momento a sudar frío, muy frío.
Pocas horas después el monarca nombró
un gabinete en el que figuraban y figuran prominentes miembros de su primer
mandato que tienen grandes cuentas pendientes en los tribunales, reos de la
justicia que alguna vez incluso guardaron meses de prisión y estuvieron
agarrados por el Peme.
En el tren gubernamental nombró
multitud de funcionarios supernumerarios, nombró en pocos días más empleados
parásitos que los que había expurgado, creando botellas, botellones e incluso potes
de la reconocida marca Bonetti.
Hace un tiempo el monarca
constitucional de la isla de la fantasía le dio un giro dramático al tema de la
corrupción cuando anunció que buscaba la reelección para seguir combatiendo a la
corrupción. Muchos temimos en ese momento que el monarca seguiría los pasos de
Antonio Guzmán, pero el monarca no hablaba en serio, evidentemente, era un
chiste, una de esas salidas propias de su extravagante sentido del humor y su
carencia de pudor. Antonio Guzmán no tenía sentido del humor, pero tenía sentido
del honor. Pagó con su vida la deshonra, la vergüenza ajena.
En
su más reciente alarde humorístico, el monarca constitucional “dispuso mediante
decreto que en lo adelante el Departamento de Prevención de la Corrupción
Administrativa se denominará Dirección Nacional de Persecución de la Corrupción
Administrativa.
La función principal de la DPCA será manejar la
investigación, persecución, presentación y sostenimiento de la acción penal
pública en los casos o hechos que involucren, de cualquier forma, acciones de
corrupción administrativa en la República Dominicana”.
Cambiarle el nombre a un organismo
inoperante para que siga siendo inoperante parecería una solución salomónica.
Parecería sobre todo desfachatez, descaro, desvergüenza, cinismo, fuerza de
cara, pero es sobre todo un chiste cruel, un chiste de mala leche, puro y burdo
relajo, puro sentido de un humor retorcido, perverso, humor del malo.
A lo mejor, sin embargo, quién sabe si
la anunciada nueva voluntad política de perseguir a los corruptos, la flamante nueva
sigla del departamento anticorrupción pueda surtir efectos letales. A lo mejor,
quién sabe, algún corrupto muera eventualmente de un ataque de risa, jejeje.
pcs, lunes, 09 de julio de 2007
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