Un relato del libro Ritos ancestrales
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Pedro Conde Sturla
A Juan Sturla Ricchetti, a su grata memoria
Me ha traído hasta aquí un mar embravecido (la memoria), un abismo sin fondo (la nostalgia), una enfermedad incurable (la vejez), una pena me trae y una inmensa alegría.
Una pena me trae por lo que ya no somos y una alegría me trae por lo que fuimos, por la dicha de vivir y habernos encontrado, la dicha de lo que fuimos cuando fuimos, la dicha o la desdicha de lo que pudo haber sido y no fue, de seguir siendo un poco lo que somos. Somos un sueño imposible.
Somos, seguimos siendo porque nadie nos quita lo bailado, porque de alguna manera el corazón es joven y sigue siendo el mismo, porque todo el amor se puede aún decir con tres palabras. Solamente tres palabras.
Y sí, seguimos siendo todavía en la voz inolvidable de Lucho Gatica un sueño imposible que busca la noche, somos dos gotas de llanto en una canción, de alguna manera seguimos siendo en nuestra quimera doliente y querida dos hojas que el viento juntó en el otoño en aquella vellonera del Club Esperanza.
Somos dos gotas de llanto en una canción. Los amores fugaces, las dichas descarriadas, las pequeñas alegrías, las ilusiones truncas, las vueltas del destino…
Somos un sueño imposible. La suma y resta de los sueños que soñamos. Somos un sueño imposible que busca la noche. Y nadie, pero nadie, absolutamente nadie nos quita lo soñado, nadie nos quita lo vivido, nadie nos quita lo bailado. Los días jubilosos, las noches infinitas, los hechizos de luna, las horas de esplendor, la niebla del riachuelo, la memoria difusa del pasado. Los hechos que se agigantan en la memoria difusa del pasado. La inmensa pista de baile del Club Esperanza, la muchedumbre congregada. La super orquesta San José, la Santa Cecilia, el estallido de las trompetas enloquecidas. Fiestas de Santa Ana. El frenesí bailable de las fiestas de Santa Ana en el Club Esperanza de Macorís del Norte, Macorís del Jaya, el Macorís de ayer. Aquel lejano año, 1964, la eternidad de ayer.
Una parte del pueblo giraba alrededor del Club Esperanza, los salones de belleza, si acaso los había, peluquerías y sastrerías el día de la gran fiesta Los preparativos empezaban en horas de la mañana. El trajinar de los empleados que cargaban mesas y sillas, que disponían mesas y sillas alrededor de la pista, en el área de juegos de billar y ping pong y en la amplia galería que bordea rectangularmente el Club Esperanza. Las mesas que había que reservar y custodiar desde tempranas horas de la mañana. El recuerdo imborrable, insobornable, del fornido y siempre alegre Luis Enrique Yangüela allí sentado, la expresión luminosa de su rostro, la simpatía a flor de piel.
Las largas horas de la jornada eran de expectación, desasosiego, los corazones encogidos, una emoción intensa en espera del grato acontecimiento.
Al caer de la tarde, sólo muy lentamente anochecía. Sólo muy lentamente anochecía.
La noche era insolemne, bulliciosa, poco a poco iban llegando al club los socios, los familiares de los socios, los sobrinos, los amigos, los invitados, los veganos y otros forasteros.
De repente la fiesta comenzaba a ritmo de merengue después de la coronación de la reina y un cursi vals, comenzaba a ritmo de merengue y caña brava ¡ay mamá!, “el furioso merengue que ha sido nuestra historia”, ¡ay mamá!, y se suavizaba después a ritmo de bolero cuando te miré por vez primera y divisé una luz en las tinieblas de mi soledad. Se incendiaba la pista con candentes ritmos antillanos, se aplacaba el incendio a fuerza de baladas baladíes, boleros baladíes y algunos memorablemente poéticos (la poesía de tantos boleros que son un poco, al decir de Cabrera Infante, muestra de la mejor poesía latinoamericana).
Se repetía el incendio con efusión de ritmos antillanos, los músicos se desafiaban a golpes de trompeta, las orquestas competían con su mejor repertorio y así toda la noche en el fragor de la noche el frenesí bailable se desataba, se elevaba limpiamente a la altura del vértigo, la dimensión del vértigo, la estatura del vértigo. El vértigo redondo que giraba y giraba en la pista sin cesar. El estallido de las trompetas. El vértigo girando. El estallido de las trompetas enloquecidas. Y así toda la noche, toda la inmensa noche, hasta clarear el día…El estallido de las trompetas enloquecidas en los albores de la madrugada.
Tío Chichí, tía Mireya (la falda roja de tía Mireya), bailando en una fiesta de Santa Ana. Todos bailando para siempre en una fiesta de Santa Ana. Soñando que somos.
“Somos un sueño imposible que busca la noche… / Somos en nuestra quimera, doliente y querida, / … hojas que el viento juntó en el otoño…”
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