sábado, 2 de diciembre de 2017

GALIPOTES

Pedro Conde Sturla

Tenían días buscándolo después que mató al general y se dio a la fuga, pero no le habían visto ni la sombra. Treinta uniformes detrás de un fugitivo al que todos habían visto en algún lugar y no aparecía en parte alguna. Días y noches buscándolo sin descanso, sin comer, sin dormir, sin resuello, sin fuerzas, con las patas hinchadas y adoloridas.
La orden era apremiante, había sido apremiante y apremiadora, aquí no vuelvan sin él, pero el fugitivo sabía esconderse, sabía estar y no estar. Entre esas lomas podía estar en cualquier sitio y no estar en ninguno. Y a lo peor se escondía a simple vista.
Aparte de cansada y hambrienta, la tropa estaba nerviosa. Todos estaban nerviosos. Habían peinado la zona, habían tumbado puertas y ventanas a culatazos, habían tumbado dientes para hacer que la gente hablara. Hasta en las letrinas habían buscado y no le habían visto ni la huella al fugitivo. Los lugareños estaban aterrados. ¿Dónde podía haberse metido?
A lo peor se esconde a simple vista. El hombre tiene poderes.
A mi no me venga con ese cuento.
Hay cuentos que no son cuentos, mi comandante.
¿Cómo el del abogado de Pimentel que tenía una crianza de ciguapas?
Si al fugitivo le hicieron un ensalmo está protegido y si es un galipote tiene poderes y no hay quien pueda con él.
Déjese de pendejadas y organice la tropa para que descanse. Y que nadie se quite las botas, que después no les entran.
El galipote se vuelve guaraguao y se vuelve chivo, como ese que está pasando, se vuelve piedra y se vuelve tocón como ese mismo donde usted puso la gorra ahora mismo. Un tocón de caoba o lo que sea. Y no hay quien pueda con él.
Si, ya lo sé, y también se vuelve perro, pero no muerde como las ciguapas. Es más malo que el diablo y no le hacen efecto las oraciones ni le entran los tiros de ametralladora. Deja que lo encontremos.
Dicen que no tiene sombra ni tiene alma. Que les chupa la sangre a los niños, como las culebras. Qué está fuera de la ley de Dios.
Y también le gusta espantar a la gente, hacer maldades, extraviar a los caminantes, derricarlos por los barrancos. Y enamorar mujeres ajenas.
Eso yo no lo sé, comandante, pero un tío mío vio uno y le dio un ataque de ferecía. Estuvo a un tris de morirse.
El comandante era un hombre instruido y conocía de memoria aquellas historias. Había honrado el uniforme desde la época del corte, la gran masacre de haitianos (hombres mujeres y niños, por orden del ilustre Jefe), y había pasado por las armas a muchos de ellos. Había estado como quien dice toda la vida oyendo hablar de brujos que curaban enfermedades incurables con ensalmos, oraciones y resguardos o le causaban la muerte a un semejante echándole un guanguá, una muerte lenta y dolorosa.
Un brujo poderoso podía convertirse en galipote y el galipote podía convertirse en muchas cosas, igual que el zángano, el zancú, que camina dando zancadas y de una sola zancada puede cruzar un río. También puede hacerse invisible. Pero el zancú es inofensivo, sólo es travieso y cuando se hace invisible es para asustar a los niños.
Los brujos más ambiciosos pactan con el maligno a cambio de su alma o la vida y el alma de sus hijos y sobrinos, y engendran un bacá, una criatura demoníaca que multiplica sus poderes, los hace ricos, multiplica sus riquezas, los protege, los cura en salud.
En Pimentel -durante una conferencia del Dr. Mora Serrano- el comandante había oído hablar del mal de ojos, cabañuelas, amarradores de agua, de la mágica y primera agua de mayo, de ciguapas, marimantas, nimitas y biembienes, y de la pesadilla con una mano agujereada y otra llena de tesoros que puede hacerte rico…
El comandante se las sabía todas. Eran supercherías, puras supercherías, supersticiones de dominicanos y haitianos ignorantes. Creencias que conocía y despreciaba y en las cuales toda la tropa creía
Ahora, después de un merecido descanso, la tropa de uniformados tenía que ponerse en marcha y el comandante dio la orden de ponerse en marcha y todos se pusieron en marcha.
Hay que encontrar al fugitivo, y si no lo encontramos lo fabricamos. Necesitamos un culpable con carácter de urgencia o por lo menos un sospechoso.
Después de un breve andar, alguien se percató de que el comandante había olvidado la gorra y preguntó, mi comandante, si se la voy a buscar. Al comandante no le gustaba que le pusieran la mano a su gorra y dijo que no y volvió sobre sus pasos a buscar la gorra.
Regresó al poco rato con la gorra pues, pero ya no era el mismo. Traía el semblante blanco, mortecino, los pelos engrifados, la piel engranujada, transfigurado el rostro.
Parecía haber visto una aparición y la vio. O mejor dicho había, presenciada una desaparición. Había encontrado la gorra el comandante, en el mismo lugar en que la había dejado, exactamente en el mismo lugar donde también habría debido encontrar el tocón de madera de caoba donde había puesto la gorra. El fatídico tocón de caoba que debía estar y  no estaba. 


pcs, miércoles 29 de noviembre de 2017

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