Pedro Conde Sturla.
25 de enero de 2009
Alguna vez
oí hablar de un dios cruel que nos ha hecho a imagen y semejanza de él, pero
ninguno como el dios de Israel, tan sediento de sangre y de venganza, tan
repugnantemente odioso y sicopático, sicorrígido, homófobico, asexual y
antifeminista, que maldice a todas las mujeres, deja ciego a un infeliz por hacerse la puñeta, ordena el
exterminio de numerosas tribus y manda por divertirse a un tipo a sacrificar a
su hijo, sacrifica pendejamente al suyo en aras de la redención de la humanidad
cuando le habría bastado una varita mágica como la de Harry Potter y condena a
los pecadores al fuego eterno del infierno, cosa que ni Nerón, ni Hitler, ni Stalin,
ni Trujillo, ni Pinochet, ni los generales argentinos, ni siquiera quizás la
secuela de criminales de guerra al mando del imperio norteamericano y nadie en
general, a excepción de los agentes del Mossad, auspiciarían.
Mi difunto
padre, Alfredo Conde Pausas, escribió, entre otros, un libro de versos titulado
“Israel” (1982), que no aprecio por su calidad poética, pero sí por su espíritu
rebeldemente panfletario: