miércoles, 13 de diciembre de 2017

LA TREMENTINA COMO MEDICINA

            Pedro Conde Sturla
        
         Trementina, clerén y bongó sugiere diferentes niveles de interpretación o lectura, y a pesar de que el pensamiento de Julio González Herrera está plagado realmente de malicia y prejuicios raciales, no hay autor dominicano que haya calado tan profundamente en el agujero negro de la demencia y de las instituciones totales que la hacen posible. Por ejemplo, el manicomio.


 En los primeros capítulos presenta un drama de tipo documental, neorrealista, al estilo del cine italiano de la segunda posguerra, o sea, casi de la misma época en que se escribió la novela. Drama tragicómico sobre los abismos de la locura y el horror y la preocupación por la locura que vive en cada uno de nosotros. Velada alegoría del poder y los abusos del poder, alegato contra el maltrato de la inocencia y contra el mal que proviene de la ignorancia. Espejo de podredumbre y miserias humanas.
         En un capítulo de antología, el tercero, tratando de ver en sí mismo, Rodolfo medita sobre la delgada “línea que separa la cordura de la locura” (p. 38). Su propia lucidez no lo engaña, más bien lo induce a sospechas:
         “En cuanto a su locura, aparente o real, se sentía ya casi bien. Creía, por lo menos, estar mejor que todos los que se alojaban en aquel pabellón. Él comparaba mentalmente su actitud con la de sus compañeros y se sentía cuerdo en relación con ellos. Pero lo malo, lo terrible era que nadie se consideraba allí loco y sin embargo todos lo estaban. ¿No le sucedería a él lo mismo?” (p. 40).
         Para comprobar su tesis, Rodolfo decide hacer un “ensayo”, una especie de encuesta consistente en preguntarle a otros locos sobre el origen de su locura. El resultado confirma sus peores sospechas ya que sólo uno de los locos encuestados “acepta la idea de su propia locura” (p.43). Lamentablemente se trata del llavero Araujo, haciéndose pasar por loco para gastarle una broma a un loco. Los demás saludan la iniciativa de Rodolfo con insultos en los que sale a relucir la honra de la autora de sus días. Total, un par de páginas del más exquisito humor negro que haya producido la literatura dominicana.
         En la descripción de los efectos de la trementina sobre los pacientes que se tornan impacientes, no hay en cambio, espacio para el humor, sólo la indignación cabe, una indignación y un asombro hermanados al horror, a la impotencia, a la forma superior de la rabia que es la rabia sorda, contenida al borde de la explosión. Todas las emociones se justifican tomando en cuenta que todavía hoy, en la llamada vida real, se practica el mismo tratamiento que en la “ficción” de la novela detalla el Dr. Romano:
         “La trementina ha hecho prodigios en este establecimiento. El tratamiento consiste en inyectar en cada uno de los muslos de los pacientes una dosis regular de trementina pura…Estas inyecciones paralizan completamente los miembros inferiores de los pacientes durante diez o quince días, produciendo un dolor agudo y continuado. Sirve para fijar el enfermo. El menor movimiento hace aumentar terriblemente el dolor. El enfermo inyectado permanece sin moverse, cuatro o cinco días. A los diez días ya se mueve un poco, y puede, con gran esfuerzo, cambiar de posición en la cama. Todavía al mes camina con mucha dificultad, con las piernas rígidas y rectas, por la imposibilidad de doblar las rodillas, y arrastrando los pies. Estas inyecciones se aplican principalmente a los locos furiosos para calmarlos, pues producen un shock nervioso muy beneficioso para el paciente…” (p. 62).
         Se trata, como puede apreciarse, de un capítulo de atmósfera irrespirable. En los últimos párrafos se hace aún más indignante, desgarrador, literalmente insoportable a la vista. Cualquier otra instancia cede su espacio al asco, el infinito asco. Podría acusarse de tremendismo al autor si su inventario de llagas y podredumbre no fuese un grito a la conciencia de todos:
         “En la enfermería estaba Facunda, siempre delirante, a quien le había salido un tumor en una pierna y se quitaba constantemente los ungüentos y vendajes que le ponían para aplicarse saliva, orines y excrementos. Ahora tenía la pierna completamente descarnada, poblada de gusanos, y con el hueso a la vista. Estaban también, Ezequiel, con el cuerpo lleno de pústulas, cuyas costras quitaba meticulosamente para irlas comiendo como el más exquisito manjar; Pirita, tuberculosa, delgada como un hilo, con los ojos febriles; y Lino, con un ojo menos que le había arrancado Rafael Pina en un ataque de furia” (p. 66).
         El humor a base de trementina sólo aparece en el capitulo titulado Venganza (que es una de las joyas del libro), cuando los locos demuestran a los cuerdos “lo fácil que es ser loco” (p.143) en aquellas circunstancias. Para devolverles el uso de la razón en el sentido humano de la palabra, Rodolfo ordena la cura de la trementina. Médicos, enfermeras, practicantes y carceleros reciben la panacea a manos de un experto que, con anterioridad, sólo había inyectado cerdos, y el tratamiento no tarda en surtir efecto:
         “A poco rato se oían los lastimeros ayes de las enfermeras, y los gruñidos de algunos llaveros. Los doctores se mantenían lo más serenamente que podían: no querían seguramente perder la ecuanimidad en el duro trance porque estaban pasando. A Petra hubo que sujetarla entre cuatro. Paula despertó del desmayo al sentir el pinchazo en el muslo.
         …………………..
         -Esto es un crimen… -gritaba el practicante Valdés.
         -¡Eso pensé yo también una vez! –le contestó Rodolfo-. Pero ahora no lo creo. La trementina es un gran medicamento y los salvará a Uds. de la locura de desconsideración, impiedad e inhumanidad que han venido sufriendo desde hace tiempo. ¡Qué lo pasen bien!” (p. 148).
         Contra esta realidad se construye y se funda la novela de Julio González Herrera hasta el fatídico capítulo X. A partir de aquí empieza a perfilarse la desgracia, una desgracia literaria que no atañe a los personajes sino al texto: la novela se traiciona, pierde la dimensión social, pierde la instancia dramática, neorrealista, y el relato de folletín con hondas raíces humanas se convierte en una tesis político-racial, ensayo de interpretación en clave alegórica –antihaitiana, trujillista y pro yanqui- de la historia nacional. Incurre en lo que Norberto James Rawlings llama, en su tesis de doctorado en Boston, “denuncia y complicidad”.
        
pcs, santo domingo, 1990.

            

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