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martes, 4 de septiembre de 2018

IVÁN TURGUENIEV: RELATOS DE UN CAZADOR

Pedro Conde Sturla 
7 de noviembre de 2016  / 28 de noviembre de 2016

(1)

Iván Turguéniev fue de alguna manera precursor y amigo de Tolstoi y Dostoievski, pero a la larga terminaron distanciándose. Tolstoi (el pacifista que inspiró a Gandhi), lo retó en una ocasión a un duelo y Dostoievski hizo de él una caricatura en dos de sus novelas, “Los hermanos Karamazov” y “Los demonios”. Sin embargo, las últimas o penúltimas palabras de Turguéniev en lecho de muerte fueron para Tolstoi, y con Dostoievski al parecer se reconcilió.
Turgenev por Repin,1879
Turgenev por Repin,1879
La historia de la relación entre “las tres cumbres de la Edad de Oro de la literatura rusa” es apasionante por varias razones, incluyendo su repercusión en la historia. Había entre ellos motivos de envidia y también admiración, que es otra forma de envidia. De acuerdo con opiniones, a las que no doy mucho crédito, se miraban hipotéticamente de refilón para guardar las distancias y establecer quien era el mejor. Algo común y corriente entre “la raza irritable de los poetas”, los escritores, cantantes, artistas y seres humanos en general. 

domingo, 2 de septiembre de 2018

DOLORAS Y HUMORADAS DE GÓGOL (1-15)

DOLORAS Y HUMORADAS DE GÓGOL (1-15) 

Pedro Conde SturPedro Conde Sturla  
5 de diciembre de 2016 / 3 de julio de 2017 

(1)

Gógol y sus demonios

Lérmontov lloró amargamente la muerte, el asesinato en un duelo del poeta Pushkin a la edad de 37 años.
Lérmontov moriría también en duelo a la edad de 27, cuatro años después.
Gógol se suicidó de otra manera. Abandonó la vida, el deseo de vivir, y se dejó morir de hambre a los 42 años.

lunes, 7 de mayo de 2018

CELESTINA (Serie completa)

Pedro Conde Sturla

Celestina había ejercido en una época el más antiguo y obstinado oficio del mundo. Oficio de tinieblas. Con la edad habían menguado sus encantos, si acaso alguna vez los tuvo, y se había reformado. Se había convertido en costurera, en modista, o mejor dicho en costurera remendona. Nadie igualaba su destreza en el arte de reparar virgos y honras. Reparar virgos y la honra que llevaba aparejada.
Sempronio – uno de los criados de Calisto- la conoce bien, dice que vive al “fin de esta vecindad”, que es “una vieja barbuda”, que es una “hechicera, astuta, sagaz en cuantas maldades hay”. Sempronio entiende “que pasan de cinco mil virgos los que se han hecho y deshecho por su autoridad en esta ciudad, y que a “las duras peñas promoverá y provocará a lujuria, si quiere”.

sábado, 5 de mayo de 2018

HISTORIA OCULTA DE LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL (serie completa)

Pedro Conde Sturla

Los malos de la película no son siempre los malos de la vida real. En las películas del oeste los malos son los indios y en las películas de Tarzán los malos son los negros y los leones. En las infinitas series de televisión sobre las guerras de las galaxias los malos son prietos y feos y en las películas de tema bélico, igual que en la mayoría de noticieros, se les llama muchas veces terroristas a las víctimas del terrorismo.


lunes, 16 de abril de 2018

MANUEL CUANDO YA ES TIEMP0







 (versión corregida y ampliada de la original de 1995)
Pedro Conde Sturla

a luis carvajal, devoto de manuel


Leí en libros añejos / que niños otra vez se hacen los viejos; 
/ más yo diré, si a la verdad me ciño, / 
que al hombre la vejez sorprende aún niño.
 Goethe, Fausto

domingo, 15 de abril de 2018

Manuel cuando ya es tiempo


Leí en libros añejos / que niños otra vez se hacen los viejos; / más yo diré, si a la verdad me ciño, / que al hombre la vejez sorprende aún niño. (Goethe, “Fausto”)
A pesar de su dilatada existencia, de los tantos fructíferos años que vivió (1907-1999), Manuel del Cabral no fue nunca un anciano: fue siempre un muchacho viejo, con el don de una cierta juventud. De la juventud conservó, en efecto, hasta una edad provecta, signos vitales, a juzgar por la exuberancia del carácter.
El ingenio y gran parte de su potencial intelectual se mantuvieron intactos, o por lo menos en buen estado. Intacto permaneció, por ejemplo, su espíritu festivo, intacta su capacidad de inventiva y fantaseo, intacta la desfondada vanidad, intacto el ego. Intacta, desde luego, la lujuria.
Como la moral de un poeta no se divorcia necesariamente de la moral de su poesía, Manuel del Cabral permaneció fiel a su obra, que es una manera de permanecer fiel a sí mismo. Por eso los ingredientes de su personalidad son comunes a sus textos. Textos festivos, imaginativos, fantasiosos, ególatras, lujuriosos.
A través de su brillante carrera por el peligroso mundo de las letras, Manuel del Cabral se vio coronado, precisamente, como el más glorioso poeta festivo de este parte de la isla, y el más rico en ingenio y en humor. Rico -inmensamente rico- en inventiva, en fantaseo y en recursos que dieron fama continental a su obra.
La producción de Manuel del Cabral es abundante, es copiosa, es refrescante, es regocijante. Ninguna otra obra poética ofrece un registro tan amplio, variado, disímil y enriquecedor de la realidad dominicana en sus múltiples facetas.
A través de su brillante carrera por el peligroso mundo de las letras, Manuel del Cabral se vio coronado, precisamente, como el más glorioso poeta festivo de este parte de la isla, y el más rico en ingenio y en humor
Con la misma soltura, el mismo desenfado, Manuel del Cabral recorre los caminos del eros, incursiona en política o intenta la epopeya del macho cibaeño. Igual se da a la poesía amorosa, confesional, de asunto íntimo, que a la poesía social. Igual se detiene a reflexionar sobre le paternidad sublime que sobre los aspectos mas escabrosos del sexo. Desciende, como Dante, a los abismos, para mostrar en toda su doliente humanidad al negro antillano sometido e los horrores de un infierno real, pero también se mete y se refugia, como Dante, en honduras filosóficas (la metafísica, su adorada metafísica).
Lo espiritual y lo escatológico van de la mano en su obra, una obra que es, en muchos aspectos, espiritualmente escatológica y viceversa. Una obra, en fin, que toca los más altos y bajos niveles de la existencia, sexo y destino, sexo y explotación, sexo e historia, sexo y deceso. Nada es sagrado ni es tabú para este duende travieso y juguetón. Su imaginería, su atrevimiento, su aventurerismo verbal desborda límites y convenciones. Del Cabral es, quizás, el más desbordante, desbocado y desmesurado poeta dominicano, un bardo por excelencia. Si algo hay que elogiarle, por amor a la desmesura, es la desmesura misma.
La variedad temática corre pareja con su destreza en el manejo de diversos modos de versificación. Del Cabral se desempeña, en efecto, con envidiable maestría, tanto en el ejercicio del verso libre como en el empleo de moldes clásicos. En general, lo mejor de su obra resulta de una feliz combinación de metros y estilos en la que alternan versos de arte menor y arte mayor, No se arredra, por cierto, ante el soneto, aunque lo cultiva poco y a desgano. Como dato curioso, hay que notar que un epigrama –género en desuso, de muy antigua data- , se cuenta entre sus más famosas y celebradas composiciones:
Trópico mira tu chivo, / después de muerto cantando. / A palos lo resucitan… / La muerte aquí, vida dando.
El texto se realiza tan felizmente que encaja de maravilla en la definicion de la Real Academia: “Composición poética breve, en que con precisión y agudeza se expresa un solo pensamiento principal, por lo común festivo o satírico.” Es más, salvando las diferencias entre un chivo y una abeja, el epigrama de Manuel del Cabral rivaliza en gracia y soltura con el clásico de Iriarte:
A la abeja semejante / para que cause placer, / el epigrama ha de ser / pequeño, dulce y punzante.
En materia de ideales estéticos, a veces el poeta mira más al oriente que al poniente. La magia del haiku lo seduce, conoce sus secretos. Stefan Baciu fue, por cierto, el primero en advertir esta influencia del haiku en “Motivos de Mon”, pero el fenómeno va mas allá de los mismos. No en una, sino en varias zonas de la obra de Manuel del Cabral, el haiku libre,  tropicalizado, desprovisto de los rigores de la preceptiva -no de su  esencia- parece crecer y florecer por generación espontánea:
(En el fondo del río, si esta el cielo, / siempre se queda el cielo y pasa el río)
En cuanto al uso de recursos propios (propiamente poéticos), Del Cabral se destaca en el oficio por el inconfundible tono de su voz. El sello personal que imprime a su obra dimana de  su capacidad para discernir imágenes y metáforas potencialmente explosivas.
En sus mejores entregas, la carga semántica se mantiene en un punto critico, al borde del estallido, si es que no estalla. De ahí su inmenso caudal sonoro, su poderosa artillería verbal, sus alumbramientos insólitos, desconcertantes (descabellados a veces). Son estos -no se dude- los elementos que producen la chispa que vuela en su poesia. Porque se trata  -no se dude- de una poesía chispeante.
El potencial explosivo se desprende, ocasionalmente, de títulos como “Pedrada planetaria” o “Los relámpagos lentos”, pero también se materializa con descargas reales que implican el uso y el abuso literal de armas de fuego y producen efectos sonoros. Además de sonoro, el efecto puede ser gráfico a la vez, es decir, audiovisual. Nótese en los siguientes versos como el disparo de Compadre Mon y la visión fugaz de un pueblo son una misma cosa:
Compadre Mon, y tu primer suspiro / fue despertar al pueblo con un tiro.
Su habilidad para producir tales deslumbramientos gráficos-sonoros es tan notable que raya en el virtuosismo y constituye uno de los aspectos mas señeros de su obra, el modus operandi. Por la naturaleza volátil de esta poesia, muchas cosas están por los aires, revientan o vuelan, que es lo mismo.
Casi nunca faltan paginas con “familia de balas y de peces”, con “amapolas / que nacen de repente en las pistolas”, con “colibríes de plomo”. Sobre todo, casi nunca faltan páginas con pájaros, con bandadas de pájaros, con algarabía  de pájaros, y a veces con repique de campanas. En cualquier circunstancia, esta poesía reivindica su condición gráfica y sonora, alada y canora, que es lo mismo:
déjame que te saque mariposas del cuerpo / tal como el campanero que de súbito pone / loca de golondrinas la mañana. (PCS, 1995).
pcs, jueves 24 de mayo de 2012



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miércoles, 11 de abril de 2018

LOS RAROS: Ensayo de interpretación de las obras poéticas de Miguel Alfonseca, René del Risco y Bermúdez y Norberto James Rawlings

Pedro Conde Sturla
  

A pesar de sus limitaciones, el movimiento literario de los sesenta arrancó con tantas fuerzas que pocos autores lograron sustraerse a su influencia, hasta 1974 por lo menos, el año de la algarabía pluralista. Los nombres de narradores y poetas se cuentan, ciertamente por docenas, y adocenados permanecerán en muchos casos frente a la historia literaria que se respete como historia. En un juicio benévolo, sin prejuicios de amiguismo o simpatía proclives, se salva un reducido número. Para fines de estudio y valoración -y no ya de simple mención honorífica- el número se reduce aún más, a unos cuantos raros, rarísimos.

martes, 10 de abril de 2018

MEMORIAS DEL VIENTO FRÍO




Poesía de la guerra y la posguerra
(edición no corregida)

PEDRO CONDE STURLA



Toda crítica, aun la adversa, encierra un elemento de solidaridad, puesto que se rehúsa a la complicidad del “ninguneo” y del chisme maloliente.”
Octavio Paz
Las peras del Olmo

           
 


        ÍNDICE
Introducción
Surgimiento de los equipos de producción
El nuevo realismo
         Los poetas de choque
         Del nuevo realismo a la poesía sobre la pólvora
         Epígonos y sepultureros
         La asonada pluralista
         La vertiente experimentalista
         La máquina del consenso
         Identidad de una crisis
         Poética de los ochenta

miércoles, 15 de noviembre de 2017

LA NOVELA COMO RESPUESTA HISTÓRICA

          Pedro Conde Sturla

Nada vive fuera de la historia, ni siquiera la historia misma, y mucho menos la novela que es un producto histórico por excelencia. Lucaks intuyó su parentesco con la epopeya clásica y estableció la fecha de nacimiento en los albores de la edad moderna. Cortazar, el travieso, corroboró un poco en broma esta tesis cuando expresó en un ensayo: “no se me negará que La Ilíada es un esplendida novela”. Sin embargo, por más que sus orígenes se remonten a la antigüedad, la novela es, en rigor, el más tardío de los géneros literarios, el más maduro, el más complejo y difícil, y el que mejor se presta para analizar, auscultar, diseccionar una época, todas sus épocas. De hecho la novela –casi cualquier novela- puede interpretarse como una especie de respuesta histórica al problema de la identidad y el desarrollo de los pueblos: una respuesta intelectualmente organizada, altamente organizada en la mayoría de los casos.

martes, 31 de octubre de 2017

El postumismo


Pedro Conde Sturla
(en proceso de corrección)



El autor agradece a Francisco Antonio Avelino
y Manolito Mora -el Serrano- por las valiosas orientaciones 
y documentos que han hecho posible
la realización de este trabajo


El postumismo es hijo de la fe, de la razón y el deslumbramiento. Hijo es de circunstancias excepcionales –circunstancias de luto- y es por excelencia excepcional… Excepcional y luctuoso.
En circunstancias de luto, durante la primera intervención armada norteamericana, tuvo lugar su nacimiento, y en circunstancias de luto, durante la tiranía de Trujillo, ejerció su dramática influencia.

viernes, 13 de octubre de 2017

La sangre


La sangre (una vida bajo la tiranía) 
Pedro Conde Sturla

L  



Desde un punto de vista histórico y social, una de las más jugosas y truculentas novelas de la literatura dominicana es “La sangre” de Tulio M. Cestero (1887-1955), que publicara en 1914 cOn el subtítulo “Una vida bajo la tiranía”. Su interesente bibliografía incluye, además, “Impresiones de viaje: Ciudad Romántica” (1911), “Hombres y Pkiedras” (1915) y “César Borgia” (1935).
La celebre novela “La sangre”, comparte con el “Enriquillo” de Galván la gloria de contarse entre las obras capitales del parnaso criollo y de la república de las letras americanas en el ámbito del romanticismo y el modernismo, no sólo por la excelencia de su estilo y realización, sino por su condición y carácter de fundadora de ideología en la acepción marxista del término (falso concepto de la realidad, conjunto de ideas, creencias, imágenes, representaciones, sublimaciones que proporcionan una visión ficticia del mundo y del modo en que se desenvuelve la vida social de los seres humanos). No en balde Manuel Arturo Peña Batlle –numen prolífico del trujillismo- creía “firmemente que ‘La sangre’ era la mejor novela dominicana”. Opinión parecida, aunque por razones diferentes, sostenían Pedro y Max Henríquez Ureña.
En sus líneas generales, “La sangre” es la historia del revolucionario Antonio Portocarrero y un poco también la historia de la “ciudad romántica” de Santo Domingo, la ciudad colonial, desde el primer gobierno de Lilís (1882) hasta la Convención Dominico-Americana (1907). Más que una vida bajo la tiranía, como se subtitula la obra, es una verdadera novela de las revoluciones. Y más que eso, todo un ensayo de interpretación de la historia dominicana en términos de sociología y  sicología social. Desde este punto de vista, “La sangre” es lo que suele llamarse una novela histórica y también una apasionada tesis política.
La narración, hasta el capítulo XII ofrece una visión retrospectiva de los acontecimientos, en flash back, utilizando un procedimiento que sería típico de los más renombrados realizadores cinematográficos, como el Orson Welles de “Ciudadano Kane”.
El año de inicio de la novela  es 1899 y faltan horas para que se produzca el ajusticiamiento del tirano Lilís (Ulises Hilarión Heureaux Lebert) a manos de Mon Cáceres y Jacobito de Lara en el poblado de Moca.
Desde su celda en la Torre del Homenaje de la Fortaleza Ozama, donde ha ido a parar por decimaquinta vez durante la tiranía, Antonio Portocarrero rememora y reevalúa diversas etapas de su existencia. La infancia inolvidable en el “riente valle nativo” de Peravia, concita sus mejores recuerdos. Allí fue dichoso “jugando a los matrimonios” con la hija de la vecina, haciendo travesuras: acechando a las lavanderas en los ríos, librando batallas a guayabazos, echando carreras en burros, dejándose llevar a misa por “las alegres campanas de la iglesia”, persiguiendo a las Mariposas de San Fernando, que en una época inundaban el país y ya no existen más que en un nostálgico poema de Federico Jovine Bermúdez. 
Y fue dichoso a pesar del casi diario “castigo” de asistir a la escuela: 
“Dichosa edad! Cumplidos los ocho años, sufrió los primeros cambios desagradables en su vida. Terciada al busto la saqueta de tela con el libro primero de Mantilla, pizarra, cuaderno de escritura, tintero, pluma y clarión, tomó el camino de la escuela de varones.”
Los recuerdos de esa infancia los recrea el autor en páginas que son como una pintura de las costumbres pueblerinas, incluida la fiesta de la virgen y tradición del Peroleño. Un cuadro digno de ser reproducido en su integridad:
“¡Y qué misa, la del día de la Virgen! La iglesia de bote en bote. En la tarde, la imagen de Nuestra Señora de Regla recorrió en procesión las calles principales, barridas, desherbadas ex profeso y cubiertas de pétalos multicolores. Seis doncellas cargaban las andas florecidas. La Virgen, con su joyante túnica blanca bordada de oro, manto azul y corona de pedrería, entre cálices, turíbulos, diosa de aquella Arcadia, ponía en cada pecho el contento de vivir o la promesa de un milagro. Teorías paralelas de muchachas tocadas de albos velos, con cirios encendidos hechos de la cera más fina de las colmenas, precedían: una de ellas, la chiquilla, su ex-novia, que, grave, casta, ni le miró. ¡Quién hace cuenta de cosas de niños! Los bailes, rumbosos Como jamás, y hasta le pareció a él que ni las feas comieron pavo, y las notas de las danzas sugerían más elocuentes las declaraciones de amor a los ladinos capitaleños. ¿Y las corridas de anillos y macutos, y las cenas? No, si todo fue magnífico, hecho adrede, para que él no lo olvidara. ¿ Y el Peroleño?... 
“Érase el Peroleño, legítimo descendiente del ilustre señor don Pedro Leño, perniquebrado, pequeño y redondo, el lampiño rostro malicioso, en los labios finos y rojos, sonrisa despreciativa. La nariz remangada; negro el mostacho; la cabeza de escaso pelo lacio, plantada en un cuello arrecho, se iluminaba con la lumbre de los saltones ojos azules y picarescos, hasta la desfachatez. El pecho abultado y los hombros anchos desafían los golpes del contrario. 
Colocado en su trono, de modo que se moviera al menor contacto, lucía espada, cruces y medallas; cimera empenachada y adarga embrazada en la diestra. En la izquierda sostenía una calabaza o vasija llena de agua de tuna. Los jinetes contrarios, a escape, le pegaban con la siniestra, y el muñeco a su vez, aplicábales un lamparón bermejo. La victoria era de quien salía ileso del encuentro, y para él, la ofrenda de un lazo con ancha moña rizada que antes se ostentó en corpiño femenil, o palma que, las más de las veces, correspondió al triunfante Peroleño. 
Toñico sentía cominillo, irresistibles ganas de correr; se le antojaba fácil el éxito: alcanzar el lazo de la ex-novia, ser admirado y aplaudido. Y tal empeño puso, que alguien complaciente le prestó caballo, por una carrera nada más, e hipándose sobre los estribos, pasó, alcanzando al muñeco con tan leve pasa-gonzalo, que apenas si unas gotas señalaron su primera derrota. 
“¿Y el testamento del Peroleño ....? ¡De rechupete! El noveno día, caballero en un borrico, seguido de ruidosa cabalgata de damas y galanes, paseó el pueblo. En las esquinas fue leído el testamento, en verso, con sal y pimienta, satirizando a las autoridades y notables. Al maestro también le tocó su chinita; y cómo la rieron los alumnos, exclamando: ‘¡ya nos las pagó todas juntas!”. 
A los catorce años, por mediación de un tío que residía en la Capital, ingresa “como interno en el colegio San Luis Gonzaga”, bajo la dirección del inefable, retorcido y sexualmente ambiguo y depredador y pedófilo padre Billini. “Ay, Dios mío”, escribe al respecto más o menos el marido de Salomé Ureña, Francisco Henríquez y Carvajal en copiosa correspondencia con su esposa publicada en varios tomos: “el pervertido bajo la sotana del santo”.
El ingreso al San Luis Gonzaba, ya casi en ruinas, situado en la calle que hoy se llama padre Billini, al lado de la iglesia Regina Angelorum (donde hoy existe el Colegio de Señoritas Salomé Ureña) traumatiza temporalmente al provinciano que llega, como otros, “con su catre de tijeras”. Después vendrá el verdadero período de adaptación a la vida.

pcs, jueves 12 de julio de 2012
-o-
De temperamento nervioso y volitivo, sensible fantasioso, idealista en grado superlativo, Antonio Portocarrero madura atropelladamente entre vicisitudes, altibajos, reveses de la fortuna en su mayoría, y vive alternativamente períodos regulares de libertad y reclusión. Devora libros a granel, realiza lecturas desordenadas y quijotescas. Uno de sus escritores favoritos es Víctor Hugo, lee a Castelar y a Zola, estudia historia, economía, y es ferviente admirador de José Mármol por su oposición al tirano Rosas de Argentina.
A finales de los años ochenta escribe y publica en “El Eco de la Opinión” su primer artículo de crítica contra el gobierno de Lilis, se gradúa al poco tiempo de “caballero de la ciencia” con título de bachiller, e ingresa “en el profesorado, sin vocación, como medio de vida”, y se dedica intensamente a la política. Ese primer artículo y su dedicación a la política lo llevan a conocer tempranamente la cárcel y a convertirse en huésped habitual de la Torre del homenaje.
Entre uno y otro periodo de libertad se enamora de una muchacha poco agraciada con la cual se casa, pese a la oposición de toda la familia que no ve con simpatía su condición de agitador revolucionario (al que eventualmente habrá que alojar y mantener), y de la unión nace, para colmo, un niño anormal.
El ajusticiamiento  de Lilís en 1899 lo sorprende en la cárcel y al poco tiempo sale en libertad con la esperanza de que las cosas cambiarián y de que con la desaparición física de Lilís,  desapareceriá también el lilisismo.
En el fondo, y aunque sólo se lo confiese tímidamente a sí mismo, espera una recompensa a la medida de sus sacrificios, pero nuevas amarguras y desilusiones lo esperan al doblar de la esquina. A pesar de su prestigio, Antonio es un intransigente que no cabe en ningún gobierno. Su trayectoria vertical, el compromiso que ha contraído con su propio pasado, le impide amoldarse a la nueva situación que, en esencia, no es más que una prolongación del régimen anterior. La corrupción campea por sus fueros y la anarquía se adueña del país, gobiernos de baja y trepa se suceden sin interrupción en base en base a elecciones y golpes de estado. Numerosos personeros lilisistas son llamados a ocupar cargos de importancia en la administración pública, mientras que a él se le mantiene prudentemente aislado.
Despechado y rabioso, Antonio vuelve a la oposición, vuelve a la carga y publica en “El Listín Diario” artículos que son palma de fuego contra el gobierno, contra todos los gobiernos de turno.
Más adelante funda “La Libertad”, su propio periódico, desde cuyas páginas arremete con más ardor que nunca contra los desmanes del poder. Su prestigio es enorme. Se ha convertido en una personalidad, y se granjea simpatías y antipatías a granel odiado o respetado, según el caso. 
La oposición se aglutina en torno a Portocarrero y su diario, hasta que deja de ser oposición y le da la espalda. Entre sueños,  ideales y aspiraciones que la realidad contrasta, el periódico se hunde por falta de fondos y la situación en su familia se deteriora irremediablemente.
La carrera de revolucionario del protagonista se reduce a una cadena de fracasos provocados –como sugiere la trama- por su propia idiotez y su falta de sentido práctico, su exceso de idealismo. Al cabo de años de vicisitudes, Portocarrero toma una especie de conciencia acerca de sí mismo y del país, y termina derrotado de un modo abyecto. No es un simple fracasado, sino un perfecto fracasado. Fracasa, en efecto, no sólo en política, sino también en sus aspiraciones, fracasa como persona, fracasa como esposo, fracasa en la paternidad al nacerle un hijo anormal, fracasa como tenorio, fracasa patéticamente como guerrillero, fracasa como conspirador, fracasa como editor, como intelectual incluso como trepador social. Es un antihéroe, o mejor, un héroe ridículo. Cestero lo define como un Quijote, un admirador de Dulcinea. Implícitamente hace mofa de la vocación quijotesca de su personaje. A pesar de la pureza de sus ideales originales, nada hay en él digno de admiración sino de escarnio, o de pena si acaso. De alguna manera es un imbécil que se lanza contra los molinos de viento de la historia, un cretino, un exaltado. En síntesis, un prototipo de revolucionario indeseable. Hay que notar, de paso, que de alguna manera Portocarrero es también prototipo del intelectual hostosiano positivista, creyente en las posibilidades del progreso nacional independientemente de proteccionismos y tutelas foráneas.
El modo en que Cestero construye su personaje es casi tan impresionante como el modo en que lo destruye, con una especie de candor que parecería casual si no fuera intencional y maligno. Lo destruye con inteligencia, con fina sutileza, insinuándose en sus pensamientos, royéndolo por dentro. Portocarrero, en efecto, vigoroso al principio de la novela, se deshace poco a poco en las manos del lector. Lo que queda es una entelequia. El personaje Portocarrero representa, pues, desde este punto de vista, la más corrosiva, denigrante y cruel caricatura de un idealista revolucionario.
En cambio su amigo Arturo –alter ego del autor de la novela-, sin ser tan puro ni intransigente, es un personaje socialmente útil y representa un modelo a seguir. No es un parásito revolucionario como Portocarrero. Es un hombre, un político realista que lamenta la firma de la Convención Dominico-Americana que puso las aduanas del país en manos del imperio norteamericano, pero al mismo tiempo entiende que hay que aplicar “la lección de los hechos consumados”: el destino del pueblo dominicano “es ser absorbido por el yanqui”. La Convención -razona Arturo, y con él Cestero- “mortifica a nuestro patriotismo, pero no amenaza la independencia: el mal no está en ella sino en nosotros mismos. Por otra parte, nos pone en contacto con un gran nación, de cuyas instituciones y costumbres civiles tenemos que aprovecharnos”. La Convención –añade Arturo- no es “obra del gobierno…es el fruto del desacierto de tres generaciones…”. La clave del desarrollo parece estar, a juicio de Arturo, en el baile del tow steps y en el juego de la pelota, el base ball. Los soñadores, en definitiva, han hundido al país. La salvación de la patria, el progreso de la patria, corren parejos con la tutela norteamericana.
El país, al parecer, nunca había sido un juguete de las grandes potencias. España y Francia no impusieron dictadores y dictaduras, no lo saquearon a su antojo con la colaboración, desde luego, de los estamentos más retrógrados y antinacionales, no se lo repartieron como piñata, Francia no convirtió el oeste de la isla en un feroz régimen de plantación esclavista, no fue un factor determinante en la división definitiva de la isla en dos países, que ha sido el más trágico acontecimiento de la historia nacional, no ha gravitado pesadamente su herencia colonial en el infausto destino del pueblo  dominicano y haitiano.
No convirtió el imperio a ambos países en enclaves azucareros al cabo de una brutal ocupación, no impuso, para custodiar sus intereses, a dictadores vesánicos durante casi todo el siglo XX. 
No y no, la culpa es de los idealistas que han soñado y luchado y han muerto por un país mejor. La burda ideología de Cestero, entendida como dije en sentido marxista como falso concepto de la realidad queda al desnudo. Príncipes y reyes en otra época, eran príncipes y reyes por voluntad divina, y el Papa por igual sigue siendo vicario de Cristo, !representante de Cristo en la tierra el mero jefe de la iglesia apostólica, pedófila y romana! Ejercicio y exhibicionismo de la más pura ideología en “la más sutil de las canchas”, como decía Roque Dalton.


pcs, miércoles 18 de julio de 2012