Pedro Conde Sturla
7 de febrero de 2007
En muchas de las antiguas cortes de la realeza europea
medraba un personaje que por mandato real y por mandato divino -casi la misma
cosa en esos tiempos- se movía entre el soberano y los cortesanos haciendo
burlas y bromas y chistes pesados. A veces bromas y chistes pesados por encargo
que les costaban a los cortesanos el cargo o la cabeza. Todas las cabezas. Era
el bufón del rey.
Otros no eran bufones sino especies de mascotas que
hacían reír por su deformidad, creyéndose graciosas, como en el deslumbrante
relato de Oscar Wilde:
La mascota favorita de la princesa era feliz riendo y haciendo
reír, hasta que un día, deambulando por un pasillo palaciego, vio una criatura
monstruosa que avanzaba hacia ella amenazante. Cada paso que daba la acercaba, inexplicablemente
al monstruo, y cuando al final del pasillo vio que el monstruo replicaba sus
movimientos, sin saber que estaba de pie frente a un objeto llamado espejo, se
reconoció de alguna manera y se le paró el corazón. La princesa del cuento
prohibió que en lo adelante sus mascotas tuvieran corazón y así se hizo.
En la instancia suprema de la corte de la monarquía
presidencialista del estado delincuente, bufones y mascotas moralmente deformes
no hacen reír ni se ríen de los cortesanos sino del pueblo. Están supuestos a
aplicar la ley y la aplican sin misericordia si uno es prieto y pobre y si el
imperio ordena una extradición. Si los acusados pertenecen a la corte de
saqueadores del estado y están involucrados, por ejemplo, en el plan Rerrobe, y
aunque estén agarrados por el Peme, involucrados en el asunto de los Tucanos,
Odebrecht o la Puta Catalina, entonces la ley se aplica delicadamente. O mejor
dicho no se aplica.
Bufones y mascotas se verán quizás un día en el espejo
de su deformidad, pero no hay peligro de que mueran de infarto. En su condición
de bufones o mascotas moralmente deformes no tienen corazón, como ordenó la
princesa, y ni el menor asomo de conciencia o dignidad.
pcs, miércoles 7 de febrero de 2007
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