Pedro Conde Sturla
30 de agosto de 2006.
El
último episodio de la guerra sin fin empezó de nuevo en la franja de Gaza y en
el Líbano y tuvo como pretexto el secuestro de unos soldados de Israel por
parte de milicianos de Hezbolá. El hecho, real o falso, desató la ira siempre
desproporcionada del estado zionista y provocó un efecto boomerang que
sorprendió al pueblo judío. Una lluvia de cohetes causó por primera vez destrozos
importantes en varias ciudades y numerosas víctimas inocentes.
Israel
ya había barrido con la franja de Gaza, si acaso había algo que barrer, y
demolió nuevamente una parte del Líbano, que apenas resurgía de sus cenizas y
apuntaba a convertirse otra vez en la Suiza de Oriente. El desastre sumergió de
nuevo ese país en el corazón de las tinieblas, para decirlo así, con palabras
de Joseph Conrad, un escritor de culto.
En el enésimo
capítulo de la guerra sin fin Israel perseveró en la táctica que acompaña cada
fase de sus brutales escaladas represivas. Piedra que venga o cohete que caiga
en territorio judío, provocará contra el país de origen una retaliación
automática contra la población civil fundamentalmente, incluso contra refugios
repletos de niños u observadores neutrales como los soldados de la ONU.
El otro
ingrediente que se sumó al conflicto fue un elemento sorpresa que todavía
mantiene desconcertados a los analistas. Israel desató todo el infierno de su
artillería, bombardeó, lanzó misiles y atacó varias veces con 25,000 soldados
de infantería y tanques las posiciones de Hezbolá en el sur del Líbano y todas
estas veces tuvo que batirse en retirada y puso fin a un mito: el de la
invencibilidad de sus tropas. Ahora el enemigo no son pilotos ineptos,
artillería obsoleta e infantería desmoralizada como en la guerra de los seis
días o en la del Yon Kippur. Ahora son guerrilleros que combinan la más
sofisticada tecnología con el modelo de combate vietnamita. A los bombardeos de
Israel sobre el Líbano respondieron con misiles que penetraron sus defensas y causaron
estragos que no se dieron a conocer de inmediato a la prensa.
Israel había
anunciado y llevado a cabo en época de Ariel Sharón la retirada “unilateral” de
la franja de Gaza, pero no era de hecho una retirada, sino una derrota. Para
proteger a unos cientos de colonos los judíos tenían desplegados en esa zona
varios miles de soldados y se pagaba un precio altísimo en dólares y vidas
humanas. Pongo el capital primero, porque en la guerra los soldados son spendables,
material gastable como la utilería de las oficinas, lápices, borras, papel,
orquídeas y violetas. Los guerrilleros de Hamás construían túneles bajo sus
instalaciones militares y los hacían volar, cosa que no sale frecuentemente en
la prensa libre, aunque sí en documentales comunistas de HBO, la extrema
izquierda norteamericana infiltrada en el pentágono que llega a nuestros
hogares. Según HBO los soldados zionistas respondían a los atentados de Hamás
matando por equivocación con metralla y misiles a niños que jugaban baloncesto.
La tercera parte de las víctimas de la intifada son infantes, de los cuales
muchos peleaban con piedras contra el invasor. Matar niños o niñas por
equivocación, practicar con ellos el tiro al blanco, es el deporte favorito de
los soldados zionistas.
En reciprocidad,
los palestinos matan niños y adultos de Israel haciendo reventar autobuses,
cafeterías, sitios públicos. Al estar desprovistos de medios sofisticados como
helicópteros y aviones, en general tienen que inmolarse, suicidarse, cosa que
es contraria al Corán y sólo se legitima por ignorancia o fanatismo.
La entrega
televisiva de HBO sobre Hamás describe el episodio de un comandante que quería
tanto a su hermano menor que le encargó una misión suicida para que fuera con
anticipación al paraíso de Mahoma. La madre lo despide con dolor y orgullo y se
resigna.
En otro extremo de
la irracionalidad fanática, una maestra judía lleva a sus alumnas a poner sus
firmas y dedicatorias en los obuses destinados al Líbano.
En ambos casos es
la aberración de las aberraciones. Lo que se libra en el cercano oriente es la
guerra del terror, sobre todo cuando Israel arroja toneladas de bombas sobre la
población civil del Líbano o cuando palestinos o musulmanes de cualquier etnia
atentan contra aviones cargados de inocentes y convierten su guerra en una
guerra contra la humanidad.
Es el contra
terrorismo contra el terrorismo. Terrorismo del estado zionista nazi fascista
capaz de reducir a cenizas a un país y el contra terrorismo de un pueblo
llevado al límite de la humillación y desesperación y rebajado a una vida de
perros, como decretó Moshé Dayán.
Israel tiene el
potencial atómico para reducir a polvo países enteros, provocar una
conflagración nuclear, un cataclismo que se llevaría de paso una enorme porción
de oriente y pondría en jaque, en jaque mate a las naciones vecinas de
occidente, e incluso a Israel. Esa posiblemente es la forma más expedita en que
Israel podría desaparecer del mapa.
Ahora bien,
después de tantos años de guerra, después de tanto horror y tanta muerte,
Israel no ha logrado vencer y ni siquiera reducir la resistencia del pueblo
palestino, un pueblo que no se rinde, que no da muestras de cansancio y no
renuncia ni va a renunciar jamás a sus reclamos, a sus derechos como pueblo. La
paz es posiblemente el único camino, pero la paz es un camino tan espinoso como
el de la guerra y tiene como enemigos a los dueños del mercado de la muerte que
de seguro no están dispuestos a dejarse arrebatar un negocio tan redondo y tan
jugoso.
Como dice Chomsky,
“Hay que buscar la paz. Rabin y Barak lo intentaron con grandes esfuerzos.
Rabin fue asesinado por un israelí y Barak perdió el cargo. Sharon, guerrero
desde sus años jóvenes, tuvo que ceder y ordenar la retirada de Gaza antes de
caer víctima de una grave enfermedad de la que no se repondrá.” De hecho, al
parecer Sharón se enfermó de un coma inducido.
Los zionistas son
alérgicos a las críticas y quienes los critican se convierten en antisemitas y
en blanco de la ira divina. Pero si criticar a Israel me convierte en
antisemita –una palabra mágica-, supongo que condenar el holocausto me convierte
en antigérmanico, de la misma manera que criticar a Trujillo convertía a
cualquiera en comunista.
Criticar los
horrores de la guerra e incluso los excesos de ambas partes, no convierte a
nadie, sin embargo, en enemigo del pueblo de Israel ni en fanático ciego de la
causa palestina. Israel tiene derecho a existir como estado y como nación, pero
no a expensas del pueblo palestino porque ese mismo derecho le asiste al
pueblo palestino. Ese pueblo que desciende de una mezcla de árabes y judíos, el
pueblo que ha sido y está siendo despojado y desalojado por millones de judíos
europeos de las tierras que ha ocupado desde tiempos ancestrales.
En este empeño, el
estado zionista de Israel no sólo ha sacrificado a los palestinos sino también,
aunque en menor medida, a su propio pueblo, condenándolo al pavoroso régimen de
la incertidumbre permanente, creando un clima de asedio que rebota contra sus
creadores, inmolando a su juventud durante varias generaciones. El gatillo que
apunta a la cabeza de los palestinos es en parte el mismo gatillo que apunta a
la cabeza de los israelíes.
Postergar la
negociación de la paz y el entendimiento entre palestinos y judíos, persistir
en la empresa de conquista, despojo y desalojo sólo sumará horror al horror.
Ojalá que algún día se realice el augurio de la poesía de Salomón. Ojalá que
algún día pueda pastar el lobo con la oveja. Quizás cuando los palestinos dejen
de negar con palabras a Israel su derecho a existir. Quizás cuando Israel deje
de negar con hechos ese mismo derecho a palestinos que descienden de una
mezcla de árabes y judíos, ese pueblo que ha sido y está siendo despojado y
desalojado por millones de judíos europeos de las tierras que ha ocupado desde
tiempos ancestrales.
.
pcs,
miércoles, 30 de agosto de 2006
18/12/17
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