lunes, 18 de diciembre de 2017

EL MERCADO DE LA MUERTE

            Pedro Conde Sturla
            30 de agosto de 2006.

   El último episodio de la guerra sin fin empezó de nuevo en la franja de Gaza y en el Líbano y tuvo como pretexto el secuestro de unos soldados de Israel por parte de milicianos de Hezbolá. El hecho, real o falso, desató la ira siempre desproporcionada del estado zionista y provocó un efecto boomerang que sorprendió al pueblo judío. Una lluvia de cohetes causó por primera vez destrozos importantes en varias ciudades y numerosas víctimas inocentes. 
Israel ya había barrido con la franja de Gaza, si acaso había algo que barrer, y demolió nuevamente una parte del Líbano, que apenas resurgía de sus cenizas y apuntaba a convertirse otra vez en la Suiza de Oriente. El desastre sumergió de nuevo ese país en el corazón de las tinieblas, para decirlo así, con palabras de Joseph Conrad, un escritor de culto.
En el enésimo capítulo de la guerra sin fin Israel perseveró en la táctica que acompaña cada fase de sus brutales escaladas represivas. Piedra que venga o cohete que caiga en territorio judío, provocará contra el país de origen una retaliación automática contra la población civil fundamentalmente, incluso contra refugios repletos de niños u observadores neutrales como los soldados de la ONU.
El otro ingrediente que se sumó al conflicto fue un elemento sorpresa que todavía mantiene desconcertados a los analistas. Israel desató todo el infierno de su artillería, bombardeó, lanzó misiles y atacó varias veces con 25,000 soldados de infantería y tanques las posiciones de Hezbolá en el sur del Líbano y todas estas veces tuvo que batirse en retirada y puso fin a un mito: el de la invencibilidad de sus tropas. Ahora el enemigo no son pilotos ineptos, artillería obsoleta e infantería desmoralizada como en la guerra de los seis días o en la del Yon Kippur. Ahora son guerrilleros que combinan la más sofisticada tecnología con el modelo de combate vietnamita. A los bombardeos de Israel sobre el Líbano respondieron con misiles que penetraron sus defensas y causaron estragos que no se dieron a conocer de inmediato a la prensa.
Israel había anunciado y llevado a cabo en época de Ariel Sharón la retirada “unilateral” de la franja de Gaza, pero no era de hecho una retirada, sino una derrota. Para proteger a unos cientos de colonos los judíos tenían desplegados en esa zona varios miles de soldados y se pagaba un precio altísimo en dólares y vidas humanas. Pongo el capital primero, porque en la guerra los soldados son spendables, material gastable como la utilería de las oficinas, lápices, borras, papel, orquídeas y violetas. Los guerrilleros de Hamás construían túneles bajo sus instalaciones militares y los hacían volar, cosa que no sale frecuentemente en la prensa libre, aunque sí en documentales comunistas de HBO, la extrema izquierda norteamericana infiltrada en el pentágono que llega a nuestros hogares. Según HBO los soldados zionistas respondían a los atentados de Hamás matando por equivocación con metralla y misiles a niños que jugaban baloncesto. La tercera parte de las víctimas de la intifada son infantes, de los cuales muchos peleaban con piedras contra el invasor. Matar niños o niñas por equivocación, practicar con ellos el tiro al blanco, es el deporte favorito de los soldados zionistas.
En reciprocidad, los palestinos matan niños y adultos de Israel haciendo reventar autobuses, cafeterías, sitios públicos. Al estar desprovistos de medios sofisticados como helicópteros y aviones, en general tienen que inmolarse, suicidarse, cosa que es contraria al Corán y sólo se legitima por ignorancia o fanatismo.
La entrega televisiva de HBO sobre Hamás describe el episodio de un comandante que quería tanto a su hermano menor que le encargó una misión suicida para que fuera con anticipación al paraíso de Mahoma. La madre lo despide con dolor y orgullo y se resigna.
En otro extremo de la irracionalidad fanática, una maestra judía lleva a sus alumnas a poner sus firmas y dedicatorias en los obuses destinados al Líbano.
En ambos casos es la aberración de las aberraciones. Lo que se libra en el cercano oriente es la guerra del terror, sobre todo cuando Israel arroja toneladas de bombas sobre la población civil del Líbano o cuando palestinos o musulmanes de cualquier etnia atentan contra aviones cargados de inocentes y convierten su guerra en una guerra contra la humanidad.
Es el contra terrorismo contra el terrorismo. Terrorismo del estado zionista nazi fascista capaz de reducir a cenizas a un país y el contra terrorismo de un pueblo llevado al límite de la humillación y desesperación y rebajado a una vida de perros, como decretó Moshé Dayán.
Israel tiene el potencial atómico para reducir a polvo países enteros, provocar una conflagración nuclear, un cataclismo que se llevaría de paso una enorme porción de oriente y pondría en jaque, en jaque mate a las naciones vecinas de occidente, e incluso a Israel. Esa posiblemente es la forma más expedita en que Israel podría desaparecer del mapa.
Ahora bien, después de tantos años de guerra, después de tanto horror y tanta muerte, Israel no ha logrado vencer y ni siquiera reducir la resistencia del pueblo palestino, un pueblo que no se rinde, que no da muestras de cansancio y no renuncia ni va a renunciar jamás a sus reclamos, a sus derechos como pueblo. La paz es posiblemente el único camino, pero la paz es un camino tan espinoso como el de la guerra y tiene como enemigos a los dueños del mercado de la muerte que de seguro no están dispuestos a dejarse arrebatar un negocio tan redondo y tan jugoso.
Como dice Chomsky, “Hay que buscar la paz. Rabin y Barak lo intentaron con grandes esfuerzos. Rabin fue asesinado por un israelí y Barak perdió el cargo. Sharon, guerrero desde sus años jóvenes, tuvo que ceder y ordenar la retirada de Gaza antes de caer víctima de una grave enfermedad de la que no se repondrá.” De hecho, al parecer Sharón se enfermó de un coma inducido.
Los zionistas son alérgicos a las críticas y quienes los critican se convierten en antisemitas y en blanco de la ira divina. Pero si criticar a Israel me convierte en antisemita –una palabra mágica-, supongo que condenar el holocausto me convierte en antigérmanico, de la misma manera que criticar a Trujillo convertía a cualquiera en comunista.
Criticar los horrores de la guerra e incluso los excesos de ambas partes, no convierte a nadie, sin embargo, en enemigo del pueblo de Israel ni en fanático ciego de la causa palestina. Israel tiene derecho a existir como estado y como nación, pero no a expensas del pueblo palestino porque ese mismo derecho le asiste al pueblo palestino. Ese pueblo que desciende de una mezcla de árabes y judíos, el pueblo que ha sido y está siendo despojado y desalojado por millones de judíos europeos de las tierras que ha ocupado desde tiempos ancestrales.
En este empeño, el estado zionista de Israel no sólo ha sacrificado a los palestinos sino también, aunque en menor medida, a su propio pueblo, condenándolo al pavoroso régimen de la incertidumbre permanente, creando un clima de asedio que rebota contra sus creadores, inmolando a su juventud durante varias generaciones. El gatillo que apunta a la cabeza de los palestinos es en parte el mismo gatillo que apunta a la cabeza de los israelíes.
Postergar la negociación de la paz y el entendimiento entre palestinos y judíos, persistir en la empresa de conquista, despojo y desalojo sólo sumará horror al horror. Ojalá que algún día se realice el augurio de la poesía de Salomón. Ojalá que algún día pueda pastar el lobo con la oveja. Quizás cuando los palestinos dejen de negar con palabras a Israel su derecho a existir. Quizás cuando Israel deje de negar con hechos ese mismo derecho a palestinos que descienden de una mezcla de árabes y judíos, ese pueblo que ha sido y está siendo despojado y desalojado por millones de judíos europeos de las tierras que ha ocupado desde tiempos ancestrales.
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pcs, miércoles, 30 de agosto de 2006

18/12/17


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