martes, 14 de abril de 2020

MACHEPA



Alfredo Conde Pausas









MACHEPA
1 edición - publicado por primera vez en 1977
Santo Domingo, RD.
Portada: Asdrúbal Domínguez: Madre dolorosa

                     INTRODUCCIÓN

En "un país donde a la casualidad le llaman
Chepa", comencé a escribir este libro a fines de abril de 1965, un día después de la batalla del Puente Duarte. Y lo terminé en diciembre del mismo año.
En otro poema, titulado “La Epopeya de
Abril”, introduje a manera de prólogo, unas
“Palabras de Advertencia” que, en muchos
aspectos guardan estrecha relación con la
presente obra; mas, a pesar de que el contexto de esas palabras revela que fueron escritas para una obra diferente, he querido reproducirlas en ésta, en vista de que el juicio crítico que ellas contienen, es aplicable tanto a una como a otra de dichas obras.
Antes de transcribir el citado prólogo deseo
aclarar que, si se aplican los patrones convencionales con que los árbitros de la pluma juzgan las obras literarias —ciñéndose a las normas arcaicas o contemporáneas de su predilección—, no hay dudas de que este libro será calificado como un libro mal escrito desde el punto de vista literario. O sea que es un libro malo, para hablar sin eufemismos.
Pero, hablando también sin rodeos, yo debo
decir que lo peor de este libro está más allá de la crítica literaria y más allá de su literatura. 
Porque lo peor y más cruel y más amargo de
este libro, es que todo lo que en él se dice es
verdad. Relata hechos que han sucedido, que suceden y que sucederán. 
............................... 
Y esa dolorosa verdad es lo que verá en
primer término, al leer este libro, toda persona cuyo corazón rebose de piedad hacia los desheredados. Y que sin duda, será lo suficientemente generosa como para perdonar los deslices literarios de aquellos que escriben para decir verdades, con sobra de buena voluntad y escaso ingenio.
ADVERTENCIA  

Hay quienes creen en el arte por el arte,
desligado de todo fin práctico o utilitario. Otros piensan que, en principio, toda obra de arte lleva o debe llevar un mensaje a la presente y a las futuras generaciones. A lo mejor no existe obra de arte, verdaderamente tal, que no exprese, consciente o inconscientemente, ese
mensaje. Ya sea en forma velada o ya con toda claridad, según la época y las demás circunstancias en que fue concebida.
Ahora bien: las estrofas que siguen a este
prefacio no han sido escritas por amor al arte, al calor de la inspiración del artista. Han sido escritas por amor al pueblo, bajo el fuego de la indignación y la admiración que los sucesos que relato encendieron en mi espíritu; pero sin afectar la objetividad del cronista quo no aspira a dejar un legado de mentiras a las generaciones venideras.
Están pobremente escritas, para gentes pobres de dinero y de cultura. Y es que desde mi niñez, había observado que las masas analfabetas de nuestro pueblo aprendían de memoria las ideas expuestas en las décimas. Con décimas manifestaba el campesino sus sentimientos sobre el amor, el odio, la amistad, la religión, la política. La décima repetida o improvisada, generaba impulsos emocionales tan intensos
que, muchas veces, daban ocasión a tragedias.
Había observado también, que los escritos en prosa de periódicos, revistas y libros, así como las composiciones poéticas que no fueran décimas, dejaban escasas huellas en la mente de las pocas personas que las leían o a quienes eran leídas, en los barrios pobres y en los campos, con muy raras excepciones.
Con base en tales observaciones, llegué a la
conclusión de que la décima podía resultar un excelente medio de comunicación con las masas de nuestro pueblo. Y, en consecuencia, elegí una composición que tuviese, siquiera, una remota semejanza con la décima, para escribir la crónica de los acontecimientos, que aquí se narran, con la intención de contribuir a que
perdure en la memoria de las futuras generaciones, el recuerdo del derroche de heroísmo y sacrificios del pueblo dominicano, en las gloriosas jornadas de abril, de mayo, de junio, de julio y de agosto de 1965.
Como estas páginas están destinadas a las
clases humildes, no he querido sacrificar la
claridad de la idea a la perfección de la forma —aun dentro de mis limitadas facultades literarias. No será extraño, pues, que las personas cultas se sientan horrorizadas por lo mal paradas que salen ciertas reglas de la gramática.
E igualmente, por el mal trato que reciben la
poética y la métrica, a causa de la arbitraria
disposición de las estrofas, la irregular colocación de los acentos tónicos, el profuso empleo de verbos y adjetivos en la rima, la repetición y exceso de terminaciones consonantes y asonantes, que, juntos con el abuso de las transposiciones, tornan frecuentemente, el verso desmayado
y flojo: llegando hasta a traspasar, a veces, los lindes de lo barroco, en contra de mis deseos.
Con razón dirán, pues, esas personas de vasta cultura, que estos "versos" no son versos.



Con razón:
Se dirá que estos versos
no son versos;
porque son toscos y deformes
como un martillo muy viejo
o como un cincel con muchos años de uso.
Se dirá que son ásperos como una lima,
que tienen dientes como una segueta.

¡Es una pena!

Pero sucede
que con deslumbrantes joyas
no se cortan rejas,

ni con perfumadas flores
se rompen cadenas,
COMANDO DE LOS HIJOS
DE MACHEPA

Caminando lentamente,
cruzo el “Parque Independencia"
y me detengo en un punto
de la calle de "La Vega",
junto a varios milicianos,
cuya actitud vigilante
revela que están dispuestos
a enfrentarse al enemigo,
con sus anticuadas armas
y sus juveniles pechos.
Con unas rústicas letras
escritas sobre la tabla
que arrancaron de una caja,
un tosco letrero anuncia
que allí se asienta "El Comando
de los hijos de Machepa".
—¿Quién es Machepa? (Pregunto
a un sonriente miliciano,
con menos años que andrajos).
Y él, orgulloso, contesta:
—¡Todos los pobres del mundo
tienen por madre a Machepa!
Y señalando el letrero
con indice acusador,
para evitar más preguntas,
airadamente me explica:
—Solo jóvenes muy pobres
integran este Comando;
razón de ser de ese nombre
que ostentamos con orgullo.
No importa que la reacción
nos moteje con desprecio,
diciendo que somos todos
unos hijos de Machepa.
Pues no es crimen la pobreza:
¡el crimen es la traición!

Me asombró aquel miliciano
tan joven, tan mal vestido,
pero que hablaba tan bien
a pesar de sus harapos;
y entonces, por darle ánimo,
le dije: —pues yo no dudo,
que al progresar los gobiernos,
en no muy lejano día
ese mote se convierta,
de símbolo de desprecio,
en título de nobleza.

—Yo respeto su opinión
(respondióme el miliciano)
mas, esperando ese día
sufrimos burdos desprecios,
sufrimos crueles martirios;
comemos lo que aparece,
vestimos como se pueda,
¡Y aun aquí, como soldados,
en plena revolución
somos hijos de Machepa!

Que al Comando de los pobres
nunca llegan madres ricas
ni padres acomodados
que traigan buena comida,
que traigan frutas y dulces
y sabrosas golosinas...
y bultos de ropas limpias
para mudarse sus hijos:
¡que si viven, viven hartos,
y si mueren, mueren limpios!

No lo digo por envidia,
ni lo digo por despecho:
pelos no tiene mi lengua,
lo señalo como un hecho.
Pero también reconozco
que esos bravos camaradas,
acomodados o ricos,
dejan una buena vida
para luchar por nosotros,
pobres hijos de Machepa.

Y ese noble sacrificio,
cosa es que yo agradezco:
¡Dejar vida regalada,
morir por el bien de otros,
en forma tan espontánea
y ánimo tan generoso!
Se también que en los Comandos
donde hay muchos combatientes,
tanto pobres como ricos
se comparten los regalos,
se protegen mutuamente.

Pero es bueno que se sepa,
hablando entre compañeros,
que aun así, si se compara,
la vida siempre es más dura
para el hijo de Machepa.
Y no me tilden de ingrato
porque lo diga: que es cierto.
Mi lengua no tiene pelos,
ni debo guardar silencio.

***
Al hablar al miliciano,
yo pensé que mis palabras
eran agua de un riachuelo
que arrastraba la simiente
de la flor de la esperanza;
y él, como un fértil suelo
donde no llueve jamás;
que aun siendo tierra abonada
y lista para la siembra,
nunca vio correr el agua
por el cauce de un canal.

Mas, después que él expusiera
su juiciosa observación,
sin ocultar mi sorpresa,
me despedí y cabizbajo
hilvané tantas ideas
a lo largo del sendero,
que llegué a la conclusión
de que el joven combatiente,
a pesar de su miseria
y a pesar de sus andrajos:
era más sabio que yo.

El sabía por qué luchaba
y por qué arriesgaba su vida
no teniendo que perder.
Sabía que tenía razón,
porque sin aquella lucha
la vida del oprimido
seguiría eternamente
con su carga de injusticia,
tal como él la sufrió,
si no se lograba un cambio .
y que un cambio era imposible
sin una revolución.


MACHEPA

Yo conozco dos versiones
que pretenden explicar,
por qué causa, en ocasiones,
dicen al desheredado
(y él a sí mismo se dice)
que es un hijo de Machepa
La versión primera cuenta:
que una noche muy oscura,
en un angosto sendero
que como culebra cruza
el bosque, por la espesura;
una mujer sin amante,
sin familia y sin dinero
y también sin hermosura;
para su bien o su mal
topó con un caminante
en una forma casual.

Su perfil era en la noche,
apenas una silueta
que hacia ella se acercaba
caminando muy despacio,
el rostro vuelto hacia el bosque,
simulando indiferencia.
Mas, cuando ya estuvo cerca
con sus facciones borrosas
de niebla y oscuridad,
asiéndola de una mano,
él la requirió de amores
y le ofreció recompensa.

Con mucha dulzura luego,
mas sin soltarla un momento,
la mano acariciadora
recorrió todo su cuerpo,
con la ilusión del que piensa
que son, tal vez, las caricias
más persuasivas que el ruego.

****
La súbita acometida
de aquel galán imprevisto,
surgido como un fantasma
en la agreste soledad;
a quien nunca ella había visto,
ni en el resto de su vida,
otra vez lo vio jamás:
la dejó en ese momento
inerte como una estatua,
un instante nada más.

Pues reaccionando iracunda,
demostró, con sus palabras,
que ella no era cobarde
(ni mujer bien educada),
ya que le mentó su madre
y con palabras tan duras,
que parece inexplicable
que el hombre las aguantara,
y que no le diera golpes
ni profiriese amenazas,
cuando la brava mujer,
en su brega por soltarse,
hizo intento de morder
la mano que la agarraba
como una férrea tenaza.

***
Sin pensar en otra cosa
que en realizar su conquista,
más con maña que con fuerza,
evitó que lo mordiera;
que para él no hubo ofensa
de palabras ni de hechos;
pero persistió en su intento
renovando sus caricias,
y aumentando sus ofertas
con más empeño otra vez.

Y entonces ella, cediendo
de su caricia al halago
o quizás al interés
de obtener la recompensa,
o por temor, presintiendo
algún percance fatal,
si en lugar tan solitario
se negaba a su exigencia:
Le puso punto final
a su inútil resistencia;
y del bosque, en la espesura,
aquel encuentro casual
le dio vida a una criatura.

***
Así concibió a su hijo,
la mujer pobre y soltera
a quien los hombres rehuían,
no tanto por ser muy pobre,
sino porque era muy fea.

Y en la chocita más vieja
del más viejo de los barrios,
nació y creció en la miseria,
en medio de unos vecinos,
que al escarbar su pasado,
solían decir que aquel niño
había nacido de chepa;
es decir, que vino al mundo 
por pura casualidad.
Y por eso lo llamaban
el hijo de Mamá Chepa
(Machepa para abreviar).

Y hoy, por costumbre, se dice
que son hijos de Machepa,
todos los infelices
que nacen, viven y comen
por pura casualidad.
MACHEPA
II

Según la otra versión,
que comienza como un cuento,
esta vez era una viuda
muy pobre y trabajadora,
a quien dejara el difunto,
tras su breve matrimonio,
un hijito por herencia,
un anafe y una plancha.

Tan malo no era el demonio
que no dejara apellido;
y en efecto, dejó al niño
un apellido sonoro,
un apellido muy lindo;
pero no aplacaba el hambre
si al escasear el trabajo
el dinero se alejaba:
que en la plaza del mercado
no daban por él un plátano.

Se llamaba aquella viuda,
Josefa la planchadora,
a quien apodaban Chepa,
como a todas las Josefas
apodan en ese barrio;
y a pesar de su pobreza
era tenida por todos
como una de las más serias
mujeres del vecindario.

***

Cuando perdió su marido,
Chepa tuvo que fajarse
trabajando sin descanso,
para seguir adelante
en la crianza de su hijo:
el niño que, para ella,
era la luz de sus ojos.

Y planchando hasta agotarse,
plancha, plancha, que te plancha,
con el hijo siempre al lado,
como cosido a sus faldas;
talvez de puro cansancio,
no pudo ir a la Iglesia,
a bautizar al infante;
que los cuidados del niño
y la plancha y el anafe,
le robaban todo el día,
desde la aurora al crepúsculo;
y a veces, toda la noche
del crepúsculo a la aurora.

Y tal vez por eso mismo
—y además por ignorancia—
nunca fue a la oficialía
la desamparada madre,
a que le pusieran nombre
al hijo de sus entrañas.

Pero no fue indispensable
un sagrado sacramento,
complicadas ceremonias,
ni los trámites legales
para hallar unas palabras
que a la inocente criatura
pudieran servir de nombre.

Porque así como es corriente
que los perros y los gatos,
las ovejas y las cabras,
encuentran quien pone un nombre.
quien lo quita y quien lo cambia.

Si basta una voz del amo,
expresada con afecto,
para dar nombre a animales,
sin mediar más ceremonias
quo, quizás algunos mimos
o unos cuantos ademanes:

¡Para darle nombre a un niño,
basta y sobra una palabra
pronunciada con cariño
por los labios de su madre!

Y en la boca de la madre
de aquel pobre huerfanito,
la ternura rebosaba
cuando le decía: ¡Mi hijo!

¡Mi hijo! único nombre,
que en la humildad de su choza,
con inefable dulzura
la madre siempre le dijo.

A su vez, con esa gracia
peculiar de todo niño,
cuando comenzaba a hablar
el hijo, en sus balbuceos
nunca le dijo mamá
ni le dijo nunca Chepa;
para llamar a su madre,
contrayendo ambas palabras,
siempre le dijo “Machepa”.

Y pronto en el vecindario
dejaron de llamar Chepa
a la humilde planchadora:
la llamaron desde entonces
como la nombraba el hijo;
y al hijo nunca pudieron
llamarlo de otra manera,
sino el "hijo de Machepa".
P
Y el niño se hizo un muchacho,
y el muchacho se hizo un joven,
y el joven era nombrado
tan sólo con ese mote.
Y aunque el cura, años más ta;de,
cuando el joven fue a la Iglesia
a contraer matrimonio
lo bautizó poco antes,
con el nombre y apellidos
del padre que lo engendró,
sin omitir en las actas
ni la tilde de una letra:
no por eso los vecinos
le llamaron de otro modo
sino el "hijo de Machepa".
MACHEPA
III

Y sea de las dos cual sea
la verdadera versión,
el mote se volvió apodo
y el apodo se hizo nombre
y el nombre se hizo un concepto
de alcance tan general,
que si se dice de un hombre
que es un hijo de Machepa,
se quiere decir con eso
que es más pobre que una rata;
y están diciendo a la vez,
que su padre y que su madre
son tan pobres como él;
que tuvieron por escuela
la escuela de la miseria,
que carecen de prestigio,
que carecen de influencia;
que si bien tienen un nombre,
como pocos lo conocen,
ese nombre no se mienta,
ni se mienta su apellido ...
En fin, que es uno de aquéllos
para los cuales no existe
justicia en un tribunal;
pero muchísimo menos,
en la lucha por la vida,
frente a los poderosos,
habrá justicia social
mientras no se opere un cambio
en el orden existente,
que reparte el beneficio
que se obtiene del trabajo,
según la ley del más fuerte
y el favor del privilegio,
sin que jamás tome en cuenta
la humana necesidad
ni los valores del mérito.
¡Pero tu día llegará
inicua ley del embudo,
inicua ley del más fuerte,
de los que explotan los hombres
y los recursos del mundo,
sin preocuparles la suerte
que corra la humanidad! .

ODISEA EN LA CAPITAL

Cumpleaños feliz
En aquel remoto campo
donde habitaba Machepa,
el hijo cumplió veinte años
sin que nadie lo supiera.

No obstante ser buen muchacho,
honrado y trabajador,
le pagaban mucho menos
por ser hijo de Machepa.

Y todos lo procuraban
porque rendía mucho más,
además de conformarse
con más exiguo jornal.

Por esa doble ventaja
que le daba al hacendado
—y solamente por eso—,
su nombre fue popular.


Y tanto, que donde quiera,
se hizo costumbre el oír,
que Machepa por aquí,
que Machepa por allá...

Preguntando a todas horas
por el hijo de Machepa,
para ofrecerle un trabajo
mal pagado; nada más.

***

Si a la choza de Machepa
se acercaba un hacendado
y con imperio voceaba:
Machepa dile a tu hijo
que se asome por mi finca
y que repare la cerca:

Iba el muchacho corriendo
a realizar la tarea;
y de regreso a la choza,
con todo su amor ponía
lo poquito que ganaba,
en manos de su mamá.
También solía acontecer
que al cruzarse en el camino,
algún rico le dijera
¡mira el hijo de Machepa!
¿A dónde va ese haragán?
Mejor que vaya al potrero
para que pueda ayudar
a marcar unos becerros.

El tomaba aquel sarcasmo
como si fuera una orden
que era forzoso cumplir;
mas tan pronto terminaba,
con el salario en la mano
se marchaba sin tardanza,
para librarse de burlas,
para evitar el escarnio:

Pues era el hazmerreír
de los otros jornaleros,
al ver que sin una queja
y siempre con mucho ánimo,
él sudaba más que ellos,
y por más que trabajara
(por ser hijo de Machepa)
le pagaban mucho menos.

***

Mientras era sólo un niño,
no le dolían las injurias
ni le quemaba el desprecio.
El se reía de las burlas,
pero según fue creciendo
se hizo tan receptivo
como si fuera una copa
de transparente cristal.

Y como es bien sabido,
toda copa se rebosa
si echan vino por demás;
como también se hace añicos
si alguien la arroja al suelo
con mano torpe o brutal.

Y así fue, como una hermosa
tarde, ya anocheciendo;
cuando más él afanaba
subiendo por una loma,
para evitar que el ganado
del patrón se dispersara:
las bellas hijas del dueño
llegaron cual amazonas
en sus fogosos caballos.

Y al preguntar una de ellas
por el nombre de ese loco,
que así la vida arriesgaba
por unas vacas ajenas;
le respondió el capataz,
riéndose a carcajadas:
—Es el hijo de Machepa.
Un infeliz que no sabe,
sino sólo trabajar
para llevar lo que gana
al ranchito de su madre.

Pero que no se enamora
ni se divierte jamás,
no bebe ron y no baila,
ni asiste a ninguna fiesta,
ni tampoco tiene novia.
Porque, ¿quién se va a casar
con el hijo de Machepa?

***

No fue por curiosidad
que el buen hijo de Machepa
no se perdió una palabra
de la pregunta que hiciera
la deslumbrante amazona,
y la jocosa respuesta
del socarrón capataz.

Como no se habló en voz baja,
mientras iba por la loma
llegó todo a sus oídos.
Que a pesar de la distancia,
la voz del que habla en el valle,
bien se escucha en la montaña
porque siempre a las alturas
llega más claro el sonido.

Lo cierto es que un día después,
aquellos terratenientes
que lo solían explotar,
sin lograr una respuesta,
preguntaban impacientes:
—¿Y el Machepa? ¿Dónde está
ese hijo de Machepa
que no viene a trabajar?

Nadie lo supo. Pero él,
cansado de oírse llamar
"ese hijo de Machepa",
en la noche, muy callado,
sin despertar a su vieja,
en la frente le dio un beso
por si no la viera más.

Y escapando de su rancho,
tras caminar varias horas,
descubrió una carretera;
viendo un camión que parqueaba
con dos lucecitas rojas
y dos peones dormidos,
enfrente de una bodega.

El, sin decir nada a nadie,
aprovechó la ocasión,
y oyendo al chofer' roncar,
logró ocultarse debajo
de la lona que cubría
la carga de aquel camión,
que poco después partía
con rumbo a la Capital.
II
GUATEPEOR

Y a la Capital llegó
Machepa sin un centavo,
sin tener un solo amigo
a quien pedir un favor;
y como había llegado
con un hambre muy feroz,
tuvo que hacer, obligado,
lo mismo que hacía en el campo;
vender baratos sus brazos
y dar de ñapa el sudor.

Lavó carros,
lustró botas,
limpió patios,
barrió pisos
y todo eso
por un plato
de comida,
nada más.

(de las sobras
(de la mesa
(de los ricos,
(compartida
(con los perros
(y los gatos.)

Y si alguno que otro día
se ocupaba en un trabajo
que pagaban con dinero,
no le daban la comida.

Y fue peón:
cargó arena,
cargó bloques,
cargó piedras,
vació mezcla
de concreto.

Y ayudando a construir
los palacios de los ricos,
trabajaba noche y día
por tan mísero salario,
que acabándose el trabajo,
se acababa la comida.


Por creer que siendo un pobre
no era amigo del gobierno

Estuvo preso
muchas veces
y en su celda
estuvo enfermo
muchas veces.
Brutalmente
lo insultaron
muchas veces.
Ferozmente
lo golpetaron
¡tantas veces!

***

Pero de todas las pruebas
por que tuvo que pasar;
miseria y enfermedades,
la prisión y las injurias,
y hasta el golpeo brutal:
lo que más dolió a su alma,
fue haber sido descubierto
por antiguos conocidos
de los campos del Cibao;
que pasando por delante
de un palacio en construcción,
se quedaron boquiabiertos
al fijarse en un obrero,

tan débil como esforzado,
que casi se derrengaba
por subir hasta un andamio
con dos cubos de concreto,
tan llenos, que por el suelo
la mezcla desparramaban.

Y entre chistes y entre risas,
reconociendo quién era,
a gritos lo saludaron
con el nombre de su madre
y con el mismo desprecio
y las mismas carcajadas.

Y cuando el pobre muchacho,
ya con la espalda encorvada,
llegaba penosamente
a lo alto del andamio,
con un cubo de concreto
rebosando en cada mano,
le voceó un terrateniente,
con más rencor que desprecio:

—¡Mira el hijo de Machepa!
Si está aquí, en la Capital,
matándose como siempre,
pero "pa no ganai na".

  • —¡Y a ti que te parta un rayo!,
grito con ira el Machepa,
casi a punto de lanzar
el cubo desde el andamio,
como si pretendiera
en un rapto de locura,
hacerle tragar la lengua;
mas conteniéndose apenas,
sintió ganas de llorar.

Pensó que a pesar de todo,
era el nombre de su madre
¡la madre que él adoraba! ;
pero él lo quería borrar,
no porque se avergonzara
de ser hijo de Machepa,
ya que no sentía vergüenza,
sino orgullo, de su madre.

Mas, la gente era tan cruel
que siempre lo pronunciaba
con tan marcado desprecio
que ese nombre, para él,
era una ruin bofetada.

***

Y aunque era una bofetada
ese nombre para él,
también allí, desde entonces,
se hizo muy popular;

y a partir del incidente,
como ocurriera en el campo,
así ocurrió en la ciudad:
era frecuente el oír
que Machepa por aquí,
que Machepa por allá.

- ¿Dónde está ese condenado,
ese hijo de Machepa,
dónde está?

Así dice el millonario
en su lujoso chalet,
cuando el Machepa no llega
temprano a lavar el carro.
(Es domingo, muy temprano;
y ese día en su catrecito,
cuarenta grados de fiebre,
suda el Machepa temblando.)

Y otro domingo, en una
ostentosa residencia,
ruge el contrabandista:p
Por qué se dilata tanto
en desyerbar mi jardín
ese hijo ... de Machepa.
Quiero que pode, que barra
y recoja la basura.

El maldito no se apura,
y tengo que ir a la playa
con mis hijos. Mas no quiero
que se quede aquí el canalla,
por lo que pueda robar
si lo dejáramos solo.

(Y el Machepa trabajando
ex tenuado y muerto de hambre,
aún sin desayunar!)
III
TINIEBLAS

Pero un día, cayó enfermo.
No se podía levantar
el buen hijo de Machepa.
Nadie supo que tenía,
cuál era su enfermedad.

Talvez estaba cansado,
o no se sentía con ánimo
de seguir en la ciudad.
Y en regresar, derrotado,
al campo de sus amores,
no había ni que pensar.

Atribuyendo al encuentro
con antiguos conocidos,
el origen de su mal:
estaba tan confundido
que ya no sabía qué hacer,
maldiciendo a todas horas
aquel encuentro fatal.

Que antes de ser descubierto,
él vivía refugiado
en humilde anonimato;
liberado de las burlas,
las injurias y el escarnio,
con que amargaron su vida
las gentes de su lugar.

Y aunque explotado en el pueblo,
tal como antes, en el campo,
siempre aceptaba las duras
condiciones del trabajo,
las exigencias del dueño,
la avidez del capataz.
También la mala comida,
como el escaso jornal.

No feliz, mas resignado,
todo lo había soportado
sin un gesto de protesta
ni asomo de rebeldía,
porque sólo pretendía:
no escuchar ya más palabras
que hirieran su dignidad.

***
Mas, vejado en la ciudad,
como lo fuera en el campo
cuando vivía con su madre:
el infeliz campesino,
víctima de la injusticia,
(como tantos, por desgracia),
después de perder su incógnito
fue perdiendo sus cabales,
cada vez más deprimido.

Ser de nuevo conocido
como el hijo de Machepa;
oír de nuevo las burlas,
sufrir de nuevo el escarnio;
lo desesperaban tanto,
que podían empujarlo
cualquier momento al suicidio.

Y mientras guardaba cama,
le dominó la obsesión
de que el vivir clandestino,
que el exilio prometía,
en los populosos barrios,
era sólo un espejismo,
solamente una ilusión
de su torpe fantasía.

Luego en vano había emigrado
de su campo a la ciudad,
desamparando a su madre;
aquel ángel de virtud
a quien dejó condenado
a una triste soledad,
no obstante su senectud.

Y como el remordimiento
le taladra la conciencia
al que se siente culpable,
anidó en su pensamiento
el creerse castigado
por tan negra ingratitud.


IV
CLARIDAD

Presa de amargos recuerdos
que le roían el alma,
vivía él como hechizado,
probando apenas comida;
pero inevitablemente
sigue su curso la vida.
Y el retorno de la calma
a su perturbada mente,
deshaciendo aquel hechizo,
le trajo un rayo de luz.

Comprendió que no lo hizo
por espontánea actitud,
porque él amaba su campo
e idolatraba a su madre.
¡No era él, eran los amos!
los verdaderos culpables,
ya que ellos fueron, sin duda,
los que el sudor le robaron
y de su campo lo echaron,
al exponerlo a las burlas
de los otros jornaleros.

Pudo a la vez comprender
que sus pobres compañeros,
cuando se mofaban d'él,
no lo hacían por maldad,
sino en su justa defensa.
Que apelaban a las burlas
para que se diera cuenta
de que él era en realidad,
un zombí que utilizaban
como medio de extorsión,
astutamente los amos.

Un instrumento en sus manos
para exigir rendimiento
pagando menor jornal
a todos los jornaleros;
y poderlos transformar
en otros tantos zombies
como el hijo de Machepa
para servirles de ejemplo.

Y aquel ser inofensivo,
que en su niñez ni nunca
tuviera una discusión;
que no se peleara nunca,
que nunca pensó en pelear;
aquel ser bueno y sencillo,
que solamente aspiraba
a vivir con dignidad:
recordando su pasado,
sintió ganas de vengarse,
se ofreciera la ocasión.

Pues ya no estaba dispuesto
a aguantarle nada a nadie,
ni a ser sólo conocido
con el nombre de su madre;
ni tampoco a ser tratado
como objeto de irrisión.

Que ya, de aquí en adelante,
tendría que ser mentado
solamente por su nombre;
y juro, que al desgraciado
que se empeñara en llamarle
con el nombre de su madre:
aunque esgrimiera en sus manos
un pavoroso puñal,
le diría "últimamente",
fajándole como un hombre,
sin miedo a perder la vida
en algún lance fatal.
v
VÍSPERAS

Como echando leña al fuego,
la gente le hablaba mucho
sobre algo que iba a pasar;
pero no pasaba nada.
Y él con su poca sangre
hirviendo de indignación,
se impacientaba a menudo,
aunque de sobras sabía,
consciente de su impotencia,
que era forzoso esperar.

Y frenando su impaciencia,
esperaba y esperaba
aquello de que oía hablar.
Mientras tanto, siete días
por semana, se mataba
trabajando como un burro,
(como si fuera un zombi),
porque estaba maniatado,
no se sabe como cuántos,
por la cruel necesidad.

***

Y como no quería robar,
atesoraba esperanzas.
Y soñando y esperando,
se hizo rico en esperanzas:
(esperanzas
(nada más.

Y soñando y esperando,
se hizo pronto millonario;
(mas en sueños
(y esperanzas,
(nada más.
(Pero fuera
(de sus sueños,
(en la mente
(de los ricos
(de verdad:
(era un paria
(el jornalero;
(era un hijo
(de Machepa
(inada más!

(Sólo un hijo
(de Machepa:
(poco menos
(que un cocolo.

Y poco más que el haitiano
que se fuga del ingenio
donde cortaba la caña,
por no volver a su tierra
cuando termina la zafra.


VI
ABRIL

Y sucedió que un domingo
del glorioso mes de abril,
en aquel barrio tan lindo
donde el Machepa afanaba
por complacer a los ricos,
casi todos los domingos;
un doctor, con voz tonante,
clamaba encolerizado:
—¿Y ese hijo de Machepa,
dónde estará? Que ahora,
cuando más se necesita,
no viene a lavar el carro.

—¿Dónde estará ese maldito,
que no limpia mi jardín?
Gritaba un contrabandista
esa mañana de abril.

Y un comerciante extranjero,
que estaba allí, de visita,
tuvo el “valor” de decir:
—A ese hijo de Machepa,
que no quiere trabajar,
y a todos esos ladrones
que han tomado Ciudad Nueva:



Que los arrojen al mar,
para ver si se envenenan
de una vez los tiburones
y se limpia la ciudad!

***

Ese “honesto" comerciante
olvidaba, que en su tierra
él fue un hijo de Machepa,
que previendo que la guerra
habría pronto de estallar,
salió huyendo a este país,
en cuanto pudo evadir
el servicio militar.
Tan pobre cuando llegó,
que usaba para dormir
como cama el mostrador
de la tienda de un paisano
que sin piedad le exprimía
las gotas de su sudor,
a cambio de unos centavos
y una pésima comida.

Cuando en Europa, la guerra
sobrevino años después,
ya era rico el desgraciado
y era dueño de la tienda
sin saber nadie por qué.

Y aunque el bando de su agrado
resultara vencedor,
para colmo de su orgullo;
ese triunfo fue logrado
sin que expusiera su vida,
ni un pelo de su cabeza,
aquel “valiente” señor.

(Huelga decir que su tierra,
ni aun en sueños pisó
mientras duró aquella guerra;
ni que un peso de sus rentas
por su bando se jugó.)

***

El caso es que aquel domingo
de un glorioso mes de abril,
así se quejaban todos
los dueños de aquellos barrios.
Y al no volver al trabajo
ese domingo ni el otro,
hablando como un oráculo
afirmaba el comerciante,
de que hablamos hace poco:
—Ese hijo de Machepa
tiene cara de cobarde.
Seguro que sintió miedo
y habrá regresado al campo
corriendo, para esconderse
tras las faldas de su madre.

Pero en el campo, la vieja,
el regreso de su hijo
negaba con insistencia.
Y aunque nadie se lo dijo,
ella podría asegurar
que el pobre se fue a la guerra,
harto ya de oírse llamar
¡Ese hijo de ... de Machepa!

***

El Machepa se fue a la guerra;
se fue a la guerra a pelear

junto a los hijos
de otras Machepas;
y junto a muchos
que sin ser hijos
de alguna pobre
madre infeliz,
peleaban sólo
para que el pobre
vivir pudiera
con dignidad.

Mas la guerra terminó
hace casi cuatro meses
y aún al hijo de Machepa
nadie lo ha vuelto a ver,
ni se sabe dónde está
ese pobre combatiente,
hijo de madre humilde
y de la casualidad.

Se sabe sí, que en la guerra
combatió como un león
junto con sus compañeros
y, que a su lado murieron
muchos hijos de Machepa
y de otras que no lo son.

Y tanto tiempo ha pasado
sin que se sepa de él,
que está, según mi criterio,
en la cárcel hospedado;

O duerme en un cementerio,
si de otro sitio cualquiera,
en un rincón olvidado,
bajo la tierra no está
sembrado, como semilla
que un día germinará.

EPISTOLA A MACHEPA
Santo Domingo,
28 de abril de 1965.

Machepa

madre legendaria,
madre de todos los pobres
de espíritu o de dinero,
madre de humildes y de parias
y de los hombres sencillos.

Dirección: cualquier bohío
de un pueblo o de un campo
de Santo Domingo:

Machepa:

En este momento
en que tus hijos luchan,
la gloria de tus hijos te hace una dama;

pero después de esto,
tú tendrás que luchar
para seguir siendo dama,
para alcanzar dignidad,

Para que tus hijos no pasen hambre,
tú tendrás que luchar.

Machepa 

abre los ojos,
abre los ojos Machepa.
y mira a tu alrededor.
Y lucha por que tus hijos
no se dejen corromper,

Trata de que tus hijos
crezcan con ojos abiertos
Aconséjalos, acónsejalos
y, sobre todo, no consientas
que, si logran ascender,
se conviertan en verdugos
de otros hijos de Machepa.

Y si acaso lo es ya alguno:
lucha por que se arrepienta;
por que cesen sus maldades
y no se preste a hacer daño. 

Y que no sienta vergüenza
por dejar el mal camino:
que siga el camino recto,
teniendo siempre presente
que el derecho más sagrado
del hombre, os arrepentirse 
de todo mal que haya hecho.

Machepa:

Yo te digo todo esto
porque hay hombres poderosos;
que rellenanı sus bolsillos
con el rabo descarado
del trabajo de tus hijos,

Y en las manos de unos cuantos ignorantes
ponen pesos, pocos pesos
a la vez que ponen armas
muchas armas en sus manos.

Y así logran mantener en la miseria
a la inmensa mayoría
de los hijos de Machepa,
empleando para ello a sus hemanos.

Hasta pronto.

Posdata: En estos momentos
eres toda una dama;
y quiero que lo sigas siendo,
Además, quiero que sepas,
que tus hijos, en su lucha
reivindican el honor
de ser tus hijos,

Machepa.

Y aunque nubes tenebrosas,
que se ciernen
sobre el cielo de la Patria,
hoy lo eclipsan: Ten por cierto
que en un próximo futuro,
desde el sol de la verdad
—que alumbra más que el del cielo—
radiarán haces de luz
sobre el fúlgido cristal
del espejo de la historia,

reflejando en el nombre
de las madres,
las hazañas de sus hijos
y su gloria,

Y tu nombre, ¡pobre mártir!,
ese nombre que hoy en día
se pronuncia con desprecio:
será entonces un gran nombre,
será un nombre aristocrático.

Será un nombre aristocrático
y a la vez tan popular,
que aun en playas extranjeras,
en las tierras que se encuentran
más allá de nuestro mar,

harán gala de tu nombre,
sabe Dios, cuántas mujeres,
bautizadas al nacer
con el nombre de Machepa.

Y podrá decirse a un hombre,
que es un hijo de Machepa,

sin que el dicho implique injuria
ni haya intención de ofender.

***

Mas, para que los alumbre
ese sol de la verdad;
para alcanzar una meta,
desde la cual ellos logren
reivindicar el honor
de ser hijos de Machepa:
es necesario luchar,
iy hay que luchar! Machepa.

¡Hay que luchar!
COLOFÓN 
Esta primera edición de MACHEPA, 
de Alfredo Conde Pausas, 
se terminó de imprimir en 

Editora Taller, C. por A., en 1977, y consta de 1,000 (mil) ejemplares.

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