Pedro Conde Sturla
24 de diciembre de 2007.
No tengo, con el Señor Jesús, relaciones muy estrechas, a pesar de que admiro sinceramente su rebeldía y valentía y el mensaje de amor y paz que florecía y florece en su labios. Y aunque lo traté personalmente desde chiquito, desde que yo era niño y él un
niño Jesús, Jesús bambino, nunca he sido bendecido con el don de la fe y no me
cuento entre los amigos que conocen su número de teléfono, juegan con él monopolio, beben vino en su nombre y predican en su nombre desde el templo y
viven del templo.
No celebro su natalicio en este
mes porque entiendo que nació más o menos en un día indeterminado de primavera
u otoño. El 24 de diciembre era una fecha y una fiesta pagana dedicada al Sol
Invicto, el dios Apolo, un dios y un culto del Imperio Romano, y fue probablemente
un emperador romano, Constantino, quien decidió hacerlo nacer por segunda vez el
24 de diciembre para conveniencia del Imperio y de ladrones, comerciantes y
banqueros que son un poco la misma cosa.
He aquí, sin embargo, mi estimado
Señor, que a pesar de inexactitudes e incongruencias, de vez en cuando y sólo
de vez en cuando, un acólito se agarra a lo esencial de tu prédica en vez de
ejercer de mercachifle en tu nombre, toma en serio tu sacrificio y tus palabras
y habla por tu boca y de su boca sale la verdad, la inmensa verdad como a
través de la zarza ardiente y es tu voz la que habla y la que dice.
Hace ya 476 luminosos domingos
que un curita de mierda, un dominico que vivía en la miseria en una choza, más
allá de los muros de la Ciudad Colonial ,
confabulado con otros hermanos gloriosamente dominicos se apersonó con mala
leche a uno de los templos de la casi ciudad de Santo Domingo y castigó de mala
manera a los esclavistas de indios. El padre las casas describe el
acontecimiento:
“Llegado el domingo y la hora de predicar,
subió al púlpito el susodicho padre fray Antón Montesino, y tomó por tema y
fundamento de su sermón, que ya llevaba escrito y firmado por los demás: Ego
vox clamantis in deserto. Hecha su introducción y dicho algo de lo que
tocaba a la materia del tiempo del Adviento, comenzó a encarecer la esterilidad
del desierto de las conciencias de los españoles de esta isla y la ceguera en
que vivían; con cuánto peligro andaban de su condenación, no advirtiendo los
pecados gravísimos en que con tanta insensibilidad estaban continuamente
zambullidos y en ellos morían. Luego torna sobre su tema, diciendo así: ‘Para
dároslos a conocer me he subido aquí, yo que soy voz de Cristo en el desierto
de esta isla, y por tanto, conviene que con atención, no cualquiera, sino con
todo vuestro corazón y con todos vuestros sentidos, la oigáis; la cual voz os
será la más nueva que nunca oísteis, la más áspera y dura y más espantable y
peligrosa que jamás pensasteis oír’.
Esta voz
encareció por buen rato con palabras muy punitivas y terribles, que les hacía
estremecer las carnes y que les parecía que ya estaban en el divino juicio. La
voz, pues, en gran manera, en universal encarecida, les declaró cuál era o qué
contenía en sí aquella voz: ‘Esta voz, dijo él, que todos estáis en pecado
mortal y en él vivís y morís, por la crueldad y tiranía que usáis con estas
inocentes gentes. Decid, ¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan
cruel y horrible servidumbre a estos indios? ¿Con qué autoridad habéis hecho
tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y
pacíficas, donde tan infinitas de ellas, con muertes y estragos nunca oídos,
habéis consumido? ¿Cómo los tenéis tan opresos y fatigados, sin darles de comer
ni curarlos en sus enfermedades, que de los excesivos trabajos que les dais
incurren y se os mueren, y por mejor decir, los matáis, por sacar y adquirir
oro cada día? ¿Y qué cuidado tenéis de quien los doctrine, y conozcan a su Dios
y creador, sean bautizados, oigan misa, guarden las fiestas y domingos? ¿Estos,
no son hombres? ¿No tienen almas racionales? ¿No estáis obligados a amarlos
como a vosotros mismos? ¿Esto no entendéis? ¿Esto no sentís? ¿Cómo estáis en
tanta profundidad de sueño tan letárgico dormidos? Tened por cierto, que en el
estado [en] que estáis no os podéis más salvar que los moros o turcos que
carecen y no quieren la fe de Jesucristo’. Finalmente de tal manera se
explicó la voz que antes tanto había encarecido, que los dejó atónitos, a
muchos como fuera de sentido, a otros más empedernidos y algunos algo
compungidos, pero a ninguno, por lo que yo después entendí, convertido.
Concluido su sermón, bájase del púlpito con la cabeza no muy baja, porque no
era hombre que quisiese mostrar temor, así como no lo tenía, si se daba mucho
por desagradar los oyentes, haciendo y diciendo lo que, según Dios, le parecía
convenir; con su compañero se va a su casa pajiza, donde, por ventura, no
tenían qué comer, sino caldo de berzas sin aceite, como algunas veces les
acaecía. Salido él, queda la iglesia llena de murmullo, que, según yo creo,
apenas dejaron acabar la misa”.
Muchas cosas no han cambiado
desde entonces. La esclavitud del indio exterminado dio paso a la esclavitud de
los negros y al sometimiento del pueblo dominicano a la esclavitud de la
miseria. Pero la voz que clamaba en el desierto, que era tu voz, sigue
pregonando al viento el nacimiento del derecho de gente en esta parte del
mundo.
Desde un maravilloso monumento
enclavado en el puerto de la ciudad primada de Europa en el nuevo mundo, homenaje
y ofrenda del hermano pueblo mejicano a dominicos y dominicanos –símbolo por
excelencia de Santo Domingo-, fray Antón de Montesinos clama y sigue clamando desde el desierto por el derecho de gente, se enfrenta con tu verbo
frente a frente a a fariseos, malandrines, sicofantes, esclavistas e
imperialistas.
Che Señor, como diría un
argentino, qué cojones.
pcs, 24 de diciembre de 2007.
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