domingo, 3 de diciembre de 2017

UN SERMÓN AL VIENTO

            Pedro Conde Sturla
24 de diciembre de 2007.

No tengo, con el Señor Jesús, relaciones muy estrechas, a pesar de que admiro sinceramente su rebeldía y valentía y el mensaje de amor y paz que florecía y florece en su labios. Y aunque lo traté personalmente desde chiquito, desde que yo era niño y él un niño Jesús, Jesús bambino, nunca he sido bendecido con el don de la fe y no me cuento entre los amigos que conocen su número de teléfono, juegan con él monopolio, beben vino en su nombre y predican en su nombre desde el templo y viven del templo.

No celebro su natalicio en este mes porque entiendo que nació más o menos en un día indeterminado de primavera u otoño. El 24 de diciembre era una fecha y una fiesta pagana dedicada al Sol Invicto, el dios Apolo, un dios y un culto del Imperio Romano, y fue probablemente un emperador romano, Constantino, quien decidió hacerlo nacer por segunda vez el 24 de diciembre para conveniencia del Imperio y de ladrones, comerciantes y banqueros que son un poco la misma cosa. 

He aquí, sin embargo, mi estimado Señor, que a pesar de inexactitudes e incongruencias, de vez en cuando y sólo de vez en cuando, un acólito se agarra a lo esencial de tu prédica en vez de ejercer de mercachifle en tu nombre, toma en serio tu sacrificio y tus palabras y habla por tu boca y de su boca sale la verdad, la inmensa verdad como a través de la zarza ardiente y es tu voz la que habla y la que dice.
Hace ya 476 luminosos domingos que un curita de mierda, un dominico que vivía en la miseria en una choza, más allá de los muros de la Ciudad Colonial, confabulado con otros hermanos gloriosamente dominicos se apersonó con mala leche a uno de los templos de la casi ciudad de Santo Domingo y castigó de mala manera a los esclavistas de indios. El padre las casas describe el acontecimiento:
 “Llegado el domingo y la hora de predicar, subió al púlpito el susodicho padre fray Antón Montesino, y tomó por tema y fundamento de su sermón, que ya llevaba escrito y firmado por los demás: Ego vox clamantis in deserto. Hecha su introducción y dicho algo de lo que tocaba a la materia del tiempo del Adviento, comenzó a encarecer la esterilidad del desierto de las conciencias de los españoles de esta isla y la ceguera en que vivían; con cuánto peligro andaban de su condenación, no advirtiendo los pecados gravísimos en que con tanta insensibilidad estaban continuamente zambullidos y en ellos morían. Luego torna sobre su tema, diciendo así: ‘Para dároslos a conocer me he subido aquí, yo que soy voz de Cristo en el desierto de esta isla, y por tanto, conviene que con atención, no cualquiera, sino con todo vuestro corazón y con todos vuestros sentidos, la oigáis; la cual voz os será la más nueva que nunca oísteis, la más áspera y dura y más espantable y peligrosa que jamás pensasteis oír’. 
    Esta voz encareció por buen rato con palabras muy punitivas y terribles, que les hacía estremecer las carnes y que les parecía que ya estaban en el divino juicio. La voz, pues, en gran manera, en universal encarecida, les declaró cuál era o qué contenía en sí aquella voz: ‘Esta voz, dijo él, que todos estáis en pecado mortal y en él vivís y morís, por la crueldad y tiranía que usáis con estas inocentes gentes. Decid, ¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre a estos indios? ¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas, donde tan infinitas de ellas, con muertes y estragos nunca oídos, habéis consumido? ¿Cómo los tenéis tan opresos y fatigados, sin darles de comer ni curarlos en sus enfermedades, que de los excesivos trabajos que les dais incurren y se os mueren, y por mejor decir, los matáis, por sacar y adquirir oro cada día? ¿Y qué cuidado tenéis de quien los doctrine, y conozcan a su Dios y creador, sean bautizados, oigan misa, guarden las fiestas y domingos? ¿Estos, no son hombres? ¿No tienen almas racionales? ¿No estáis obligados a amarlos como a vosotros mismos? ¿Esto no entendéis? ¿Esto no sentís? ¿Cómo estáis en tanta profundidad de sueño tan letárgico dormidos? Tened por cierto, que en el estado [en] que estáis no os podéis más salvar que los moros o turcos que carecen y no quieren la fe de Jesucristo’. Finalmente de tal manera se explicó la voz que antes tanto había encarecido, que los dejó atónitos, a muchos como fuera de sentido, a otros más empedernidos y algunos algo compungidos, pero a ninguno, por lo que yo después entendí, convertido. Concluido su sermón, bájase del púlpito con la cabeza no muy baja, porque no era hombre que quisiese mostrar temor, así como no lo tenía, si se daba mucho por desagradar los oyentes, haciendo y diciendo lo que, según Dios, le parecía convenir; con su compañero se va a su casa pajiza, donde, por ventura, no tenían qué comer, sino caldo de berzas sin aceite, como algunas veces les acaecía. Salido él, queda la iglesia llena de murmullo, que, según yo creo, apenas dejaron acabar la misa”.
Muchas cosas no han cambiado desde entonces. La esclavitud del indio exterminado dio paso a la esclavitud de los negros y al sometimiento del pueblo dominicano a la esclavitud de la miseria. Pero la voz que clamaba en el desierto, que era tu voz, sigue pregonando al viento el nacimiento del derecho de gente en esta parte del mundo.
Desde un maravilloso monumento enclavado en el puerto de la ciudad primada de Europa en el nuevo mundo, homenaje y ofrenda del hermano pueblo mejicano a dominicos y dominicanos –símbolo por excelencia de Santo Domingo-, fray Antón de Montesinos clama y sigue clamando desde el desierto por el derecho de gentese enfrenta con tu verbo frente a frente a a fariseos, malandrines, sicofantes, esclavistas e imperialistas.
Che Señor, como diría un argentino, qué cojones.


pcs, 24 de diciembre de 2007.

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