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viernes, 24 de marzo de 2023

Los argumentos del Chez Checo

Pedro Conde Stirla

24 marzo, 2023

Mukien Adriana Sang Ben ejerció su derecho, su insoslayable deber. Cuestionó el nombramiento de un oscuro personaje en la Academia Dominicana de la Historia. No cualquier oscuro. Un oscuro ilustrado que pretende ser escultor, un oscuro historiador. Un oscuro con una pátina de cultura, cultísimo si se quiere, pero igualmente oscuro. Mukien ni nadie cuestionan su nombramiento por ser escultor-historiador. Lo que se cuestiona es su tenebroso historial. Su condición oscúrica:

sábado, 31 de agosto de 2019

Herminio Almendros : Pueblos y leyendas

Pedro Conde Sturla



Cuando cursaba el sexto nivel de la escuela primaria me obsequiaron un libro maravilloso que con el correr del tiempo perdí de vista, desapareció virtualmente de las librerías hasta el día de hoy (salvo en Cuba), pero lo he mantenido siempre vivo en la memoria.
Su autor es Herminio Almendros (1898-1974) un escritor y maestro español que desarrolló una brillante labor pedagógica durante su exilio en Cuba. Aparte de su obra, dejó como legado para la humanidad al laureado cineasta Néstor Almendros.  
(De él dijo Mario Cremata Ferrán, periodista de Juventud Rebelde : “Hay mortales que no debieran morir nunca, como tampoco aquello que en su tiempo de vida hicieron por el mejoramiento de sus semejantes. Esa idea da vueltas cuando se piensa en hombres como Herminio Almendros”).
El título de la obra es “Pueblos y leyendas”, uno de los libros más editados en Cuba, y contiene un total de 26 relatos pertenecientes a las más variadas culturas de la geografía del planeta, que el autor adaptó, con el concurso de sus alumnos.
El ambicioso proyecto incluye a Japón, China, India, Rusia, países escandinavos, del Rin y de las islas Brítánicas, Francia, Africa, negros de Usamérica.
Almendros escribía libros para niños, pero ya se sabe que los libros para niños también están destinados a los adultos.
“El mundo de la fantasía – afirma Horacio Calle Restrepo- es el recurso más necesario, desde el punto de vista emocional, en la existencia de toda persona ya sea a nivel individual o  como miembro de un grupo social mayor. Los mitos de los  pueblos son productos de esta realidad fantasiosa y por eso se ha dicho con sobrada razón que si el sueño es el mito del individuo, los mitos son el sueño de los pueblos.” 
Entre las leyendas que recoge el libro de Almendros, hay algunas cómicas y otras que te parten el alma, alguna es picaresca, una habla del sueño de libertad y redención de un pintor, otra de los abusos del poder y todas en general de la complejidad de la humana existencia.
Como botón de muestra se ha escogido a la primera, “El viejo guardián”, por lo que tiene, trágicamente, de actual.
PCS



EL LIBRO


Este libro ha sido escrito y se publica con el deseo de
responder al marcado interés que los niños sienten por las
narraciones; sin el propósito de administrar enseñanzas ni de
infundir en el niño, como es costumbre, repertorios de
normas en comprimidas moralejas.
Por eso el libro se ofrece cargado de narraciones recogidas
y adaptadas al margen de la habitual intención docente y
adoctrinadora.
La tarea del autor ha consistido sólo en la búsqueda y
adaptación de leyendas y cuentos. En la selección ha sido
asesorado por niños de escuelas de España. Niños de diez, de
once, de doce, de trece años. Ellos fueron los que, después
de la lectura de seis cuentos y leyendas de cada país, elegidos
entre muchos, decidieron cuáles habían de figurar en la
selección definitiva.
Se ha comprobado así que este haz de lecturas tiene un
singular atractivo para el gusto y las preferencias de la
infancia. También puede afirmarse que en este libro se ha
conseguido reducir la inadaptación a la inteligencia verbal
de los escolares en las edades indicadas.  
Si los niños decidieran con su simpatía el acierto de esta
colección de cuentos y leyendas, procuraríamos completarla
con nuevos trozos antiguos del alma popular, que no han
tenida aquí ocasión ni cabida.

Los Editores.


JAPÓN


En el mapa aparecen las islas japonesas, recortándose
como una guirnalda sobre el limpio azul del Océano
Pacífico.
Sobre ellas reina un cielo puro de finas nubes plateadas.
La tierra está salpicada de jardines y frondosos árboles
por entre los que asoman las casitas de madera con graciosas
cubiertas rizadas.
El suelo se extiende en suaves colinas y anchos valles y
picos volcánicos que se reflejan en los lagos tranquilos.
Pocos países del mundo tienen tan bellos paisajes.
En pocos lugares del mundo el hombre ama a la
naturaleza como aquí, y la cuida y dispone como un
escenario maravilloso.
Pueblo de hombres pequeños de estatura, pulidos y
corteses, nerviosos y enérgicos, patriotas y guerreros.
Mujeres graciosas y afables, de color de marfil.
Hermoso país de las flores y de las sedas, del té y de los
extensos arrozales, de las porcelanas finísimas, de los
pintados vestidos, de las ciudades adornadas con papeles y
sedas y luces amarillas, verdes, rojas... 
Las costas del Japón han sufrido siempre los terribles efectos de sacudidas sísmicas o de
erupciones volcánicas submarinas. Olas gigantescas han barrido las costas japonesas produciendo
tremendas catástrofes que arrasan regiones enteras, destruyendo muchos pueblos y ciudades.
La leyenda del viejo guardián es la tradición de una de estas catástrofes ocurridas en tiempo inmemorial.


EL VIEJO GUARDIAN


tradición oral japonesa


¡Qué gusto daba mirar desde lo alto los barcos que resbalaban sobre el mar como en un espejo! El pequeño Yon se sentía feliz en la cima de aquel monte. Sin padre, había ido a vivir con su abuelo en aquella casita de la montaña, en medio de los campos de arroz, dorados como el oro. Gozaba allí de aire puro y sol y libertad como los pájaros. Podía correr y jugar alegremente. ¡Qué bien se vivía en aquella paz campesina!
El pueblecito estaba allá abajo, a lo largo de la costa, frente al mar incendiado de sol. Yon veía las casas, pequeñitas, blancas, limpias; todo el pueblo como un lindo juguete. Y a los hombres y a los niños los veía como hormigas grandes y hormigas pequeñas. Entre el monte y el mar solo había una estrecha faja de tierra, donde los hombres construyeron sus casas.
Los campos cultivados estaban en aquella planicie de la montaña, húmeda y fértil, donde vivía Yon. El abuelo era el guardián de los extensos arrozales del pueblo. El niño amaba los grandes campos de arroz. Siempre estaba dispuesto a ayudar en el trabajo de abrir las acequias de riego, y nadie como él ahuyentaba los pájaros en la época de la siega.
Yon se sentía feliz. Su abuelo lo quería mucho. Vivían los dos en la casita menuda y limpia, y estaba seguro de que los otros niños le tendrían envidia. Aquel viejo fuerte y serio era el mejor de todos los hombres.
Un día en que las espigas amarillas brillaban al sol, el viejo guardián miraba a lo lejos, al horizonte del mar. Su mirada era fija y llena de sorpresa. Una especie de nube grande se elevaba en el confín como si el agua se revolviera contra el cielo. El viejo seguía mirando fijamente. De pronto, se volvió hacia la casa y gritó:
-¡Yon!, ¡Yon!, trae del fuego una rama encendida.
El pequeño Yon no comprendía el deseo de su abuelo, pero obedeció al momento y salió corriendo con una tea en la mano. El viejo había cogido otra y corría hacia el arrozal más próximo. Yon lo seguía sorprendido. ¿Sería posible? Y al ver horrorizado que tiraba la tea hecha llamas en el campo de arroz, gritó:
-¡Qué haces, abuelo! ¡Qué quieres hacer!
-¡De prisa, de prisa, Yon, prende fuego a los campos! Yon quedó inmóvil. Pensó que su abuelo había perdido la razón, y todo su cuerpo se llenó de espanto. Pero un niño japonés obedece siempre, y Yon tiró la antorcha entre las espigas.
Primero fue una lumbre débil donde se retorcían los tallos resecados; después se extendió el fuego en llamaradas rojas, y bien pronto fueron los arrozales una inmensa hoguera. La montaña se elevaba hasta el cielo en una columna de humo.
Desde allá abajo, los habitantes del pueblecito vieron sus campos incendiados y, dando gritos de rabia, corrieron desesperados, trepando por los senderos tortuosos del monte; subiendo, subiendo hasta agotar las fuerzas. Nadie quedaba atrás. También las mujeres subían con los niños a la espalda.
Al llegar al llano y ver los extensos arrozales desvastados, la indignación se oyó en un grito de furia: -¿Quién ha sido? ¿Quién es el incendiario?
El viejo guardián se adelantó a los hombres y dijo con serenidad:
-¡Yo he sido!
Yon sollozaba. Un grupo los rodeó en actitud amenazadora, gritando:
-¿Por qué lo has hecho? ¿Por qué?
El viejo se volvió severo y extendió la mano señalando al horizonte.
-Mirad allá –dijo.
Al fondo, donde unas horas antes la gran superficie del mar era plana como un espejo, se levantaba ahora hasta el cielo una espantosa muralla de agua. Una ola oscura y gigantesca avanzaba desde el confín. Hubo un momento de horror.
Ni un grito… Los corazones latían con fuerza. La muralla de agua avanzó hasta la tierra con un ronco bramido, se volcó y fue a romperse, en un trueno, invadiéndolo todo, y fue a romperse en un trueno desgarrado y furioso, contra la montaña… Una ola más. Después otra más débil… Luego, el mar se fue retirando con un rugido sordo.
La tierra apareció revuelta y socavada. El pueblecito había desaparecido, desecho y arrastrado por aquella ola inmensa.
El viejo guardián miró satisfecho a todos los habitantes bien seguros en la cima del monte. Su presencia de ánimo los había salvado de la invasión del mar.

Isogai, el humilde

30 agosto, 2019
Diego Rivera, El picapedrero
Hace algunos años escribí algo sobre Herminio Almendros, un escritor y maestro español que vivió muchos años exilado en Cuba. Almendros es el autor de una obra que venero, una obra de culto titulada “Pueblos y leyendas”. Es una obra de recopilación y adaptación de relatos en la que tomaron parte los alumnos de Almendros. Veintiséis relatos de la más variada procedencia geográfica y cultural. Relatos y mitos que confirman “que si el sueño es el mito del individuo, los mitos son el sueño de los pueblos”. En todos ellos se habla en general de la complejidad de la humana existencia, del lado trágico, cómico o tragicómico de la vida, el hambre del poder, el insaciable deseo de libertad o de superación personal, la abnegación, el sacrificio, todas las cosas que insuflan ánimo y sentido al barro que nos moldea.
Uno de los relatos de “Pueblos y leyendas” trata de un individuo llamado Isogai, “Isogai, el humilde”, alguien que se lamenta por la suerte que le ha tocado. Isogai realiza un trabajo durísimo en una cantera de granito y es pobre de solemnidad. Desea ser rico y se hace rico en un “sueño maravilloso” y empieza a disfrutar de la riqueza, pero cuando conoce al emperador se desencanta de ser rico, ya no le basta. Ahora quiere ser emperador y se convierte en emperador y empieza a disfrutar de su condición imperial hasta que el sol comienza a humillarlo. Ahora quiere ser sol y se convierte en sol hasta que una simple nube ataja sus rayos y opaca su brillantez. Ahora quiere ser nube y se convierte en nube, derrama agua raudales sobre la tierra y empieza a disfrutar de su poder, hasta que una roca lo desafía impunemente. Entonces se convirtió en roca y pensaba que nada se igualaba en el mundo a su condición, hasta que un día vino un picador de piedra y empezó a arrancarle pedazos. Isogai comprendió que era mejor ser obrero, un picador de piedra como lo que era y colorín colorado.
El cuento de Isogai habla quizás de la incapacidad de mucha gente de conformarse con lo que tiene y de la ambición que echa a perder tantas cosas, quizás quiere decir que toda cosa en el mundo tiene su pro y su contra, quizás quiere decir que todos deben resignarse a su suerte, quizás predica el conformismo o habla del poder de la clase obrera. Quizás quiere decir que ningún relato es inocente por más que lo parezca y que la lectura no está exenta de trampas y riesgos. Ninguna lectura es inocente. Los relatos, los cuentos, las narraciones, los mitos, leyendas funcionan como reguladores del comportamiento social y el significado a veces puede ser perverso. Por eso hay que aprender a leer entre líneas, a explorar el sentido recóndito de las cosas.
El final de “Isogai, el humilde” me parece sospechoso. Isogai se siente contento de volver a ser pobre, da una cátedra sobre la importancia de ser pobre. Ahí está la trampa. A veces el elogio de la pobreza, de la humildad y del trabajo duro solo se hace en perjuicio de los pobres, de los humildes, de los que trabajan duro y no tienen en qué caerse muertos.
En fin, saque cada quien su conclusión.
Isogai, el humilde
Vivía una vez en el Japón un pobre hombre llamado Isogai, que trabajaba de simple obrero en unas canteras de granito. Su salario era tan escaso que no le permitía mejorar su miserable modo de vivir.
Un día volvió a su casa rendido de fatiga. El pobre hombre se lamentaba de su suerte y envidiaba a los poderosos para los que la vida es cómoda y amable en los hermosos palacios.
—Si yo llegara algún día a ser muy rico — pensaba Isogai,— sería un hombre respetable, querido y admirado de todo el mundo. Ahora soy un pobre desdichado. No valgo para nada y jamás podré salir de esta vida triste y miserable. ¡Si yo tuviera muchas riquezas… !
El pobre trabajador se durmió con este pensamiento y tuvo un sueño maravilloso:
Isogai, el buen, Isogai, se encontró de pronto convertido en un hombre riquísimo. Tenía un hermoso palacio de mármol y descansaba en una habitación cubierta de sedas.
Tras los amplios ventanales veía pasar a todas las gentes atareadas de la ciudad.
Cierto día acertó a pasar el Emperador montado en una soberbia carroza de oro, y seguido de magníficos caballeros y criados que sostenían sobre su cabeza un parasol resplandeciente de dorados y pedrería.
Isogai sintió envidia y pensó:
— ¿De qué me sirve ser rico si no me es permitido salir como el Emperador con una brillante escolta y con criados que me protejan con un parasol de oro? Mi ilusión — dijo — es llegar a ser emperador.
No bien hubo dicho esto, el desgraciado Isogai se vio convertido en un soberbio emperador. Y por las calles era seguido de una escolta de caballeros y de criados que lo cubrían con un parasol magnífico.
Pero el calor era bochornoso. El Sol brillaba ardiente y cegador de luz.
— Nunca hay dicha completa — pensó Isogai —He aquí a un pobre emperador que tiene que sufrir este terrible calor del sol. Si yo fuera el Sol me consideraría el ser más poderoso del mundo.
Isogai quedó convertido inmediatamente en el Sol que alumbra todas las cosas. Un sol que llegaba a todos los lugares de la Tierra y lo caldeaba y tostaba todo: las mieses y los hombres, las fieras y los príncipes. A todo alcanzaba su poder.
Pero, de pronto, una nube vino a colocarse descaradamente entre el Sol y la Tierra. La nube formaba una pantalla que los rayos de luz no podían atravesar. El Sol estaba, furioso.
— Conque sí — exclamó — ¿conque una nube es capaz de oponerse a mi fuerza deteniendo mis rayos? Entonces más valdría ser nube.
Isogai pasó en el acto a ser una nube. En seguida, para probar su poder, se puso delante del Sol de manera que lo venció y dejó en sombra a la Tierra. Después dejó caer una lluvia tan fuerte, que los arroyos y los torrentes se desbordaron y los ríos inundaron los campos arrasándolo todo.
Isogai, desde lo alto, se complacía en admirar el poder de su fuerza. Ahora sí que no había nada que le resistiera.
Estaba satisfecho. Miró un poco más fijamente y se quedó sorprendido. Allá abajo divisaba una roca que no se movía.
Nada podía el empuje de la corriente de agua que rugía y se rompía contra ella sin conmoverla.
Entonces la nube pensó:
— Si no tengo poder para imponerme a una roca, me valdría más ser como ella.
Y he aquí que Isogai quedó transformado en una roca que resistía los ardores del sol y la furia de la tormenta y el embate de los torrentes desbordados.
Pero allí, al pie de la piedra dura, vino a trabajar un hombre de apariencia miserable. El hombre tenía unos picos de hierro y un gran martillo. Y, poco a poco, golpe a golpe, fue quitando grandes pedazos a la piedra y los fue labrando en formas diversas.
— ¿Cómo es esto? — exclamó la roca —. ¿Puede un hombre vencerme tan calladamente y arrancarme trozos y moldearme con tanta facilidad? Entonces es preciso que vuelva a ser hombre.
Y, en un último esfuerzo para alcanzar el poder sin límites, Isogai despertó de su sueño y se sintió satisfecho de ser hombre; orgulloso de ser obrero vencedor de la roca viva a la que seguiría diariamente arañando en las canteras de granito.


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