Pedro Conde Sturla
16 de Agosto de 2006
El
pueblo hebreo –un pueblo excepcional que ha dado a la humanidad algunos de sus
genios más ilustres-, ha cultivado a través de su historia el arte peculiar de
hacerse odiar. Donde quiera que asienta sus reales, precedido de la leyenda
negra –la entrega de Cristo al suplicio- se organiza en núcleos exclusivos y
excluyentes, crea una sociedad dentro de la sociedad que lo recibe, crea un
estado dentro del estado cuando no intenta apropiarse o se apropia del estado,
incluso de un imperio por vía del lobbysmo: los grupos de presión que dictan su
política a parlamentarios y mandatarios.
A la
corta y a la larga se hacen acreedores del rechazo social y nacional, los
acosan, los martirizan y en el mejor de los casos los expulsan. El denominador
común de tanto odio podría ser la intolerancia mundial contra minorías
preteridas, pero tanta intolerancia mundial y tanto odio, tanta aversión a los
judíos, al pueblo hebreo, quizás no están mal fundadas y quizás el pueblo
hebreo sea el común denominador que genera, provoca, funda la intolerancia de
la cual se hace víctima. Los odiaban en Rusia, en Alemania, en Polonia, en
Francia y en España. En Argentina el antisemitismo es el pan nuestro de cada
día y paro de contar.
Durante
la segunda guerra mundial ocurrió el holocausto, perecieron 60 millones de
personas, 20 millones de rusos entre ellas y 6 millones de judíos. La industria
cinematográfica norteamericana en manos de judíos produjo multitud de películas
en las que el holocausto es solamente el holocausto de los judíos, prescindiendo
de la muerte de 55 millones de seres humanos que por no ser judíos no eran
gente. Es el efecto sinécdoque, figura de dicción en que la parte está por el
todo.
Sólo Alemania
había borrado de la faz de la tierra a millones de judíos en campos de trabajo
forzado y hornos crematorios. Pero no le cabe toda la culpa. En la destrucción
del gueto de Varsovia y el aplastamiento de Polonia hubo responsabilidades, complicidades
repartidas entre la Rusia stalinista y las democracias occidentales. La Francia
colaboracionista entregó el 80 por ciento de sus judíos a los nazis, el pueblo
italiano en cambio los protegió, no sin que perdiera un 20 por ciento. Un general
alemán al mando de la guarnición de Asís, no un nazi, salvó la vida de
centenares de judíos y se negó a dinamitar la ciudad cuando se lo exigió el
alto mando hitleriano, declarando ciudad abierta o ciudad hospital a la patria
de san Francisco, el dulce autor del poema “Cántico de las criaturas”. El
término ciudad abierta que se aplicó también a Roma e inspiró al cineasta
Rossellini una de las joyas de la cinematografía mundial, equivale un poco a
ciudad no beligerante cedida al enemigo sin combate para evitar bombardeos. Cinco
años después de la segunda guerra, el general alemán de Asís, cuyo nombre no
recuerdo y debería recordar, fue recibido como un héroe en olor de multitudes.
A los dos generales alemanes que se negaron a dinamitar París por orden del
mismo Hitler no les fue tan bien. Se escribió un libro que los hizo famosos, ¿Arde París?, pero nunca fueron reincorporados
al ejército y hasta fueron tachados prácticamente de traidores. Cosas veredes,
Sancho.
Finiquitada
la segunda guerra mundial todos tenían a los judíos colgados del alma, pero
nadie sabía que hacer con ellos. Se habría podido crear un estado judío en la
riviera francesa o en la Baviera alemana, algo que tanto se merecían franceses
y alemanes como castigo por sus crímenes, pero las cosas no ocurrieron de esa
manera. Allí, en oriente, estaba la tierra prometida que los judíos habían supuestamente arrebatado a los cananeos tres mil años antes y que ahora arrebatarían a los
palestinos con el concurso de las grandes potencias y la bendición de las Naciones
Unidas, que es un poco la misma cosa.
La caída del imperio turco, el
Imperio Otomano, a raíz de la primera guerra mundial puso en manos de franceses
e ingleses algunas provincias árabes del cercano oriente a las cuales
dividieron antojadizamente en protectorados como el Mandato francés de Siria, el
Mandato inglés de Iraq y el Mandato inglés de palestina, el “British mandate”
(1922-1948). Este mandato estaba compuesto por los territorios que ocupan la
actual Jordania y la Palestina propiamente dicha, dividida en dos por el Jordán
e integrada hoy por Israel, la franja de Gaza y Cisjordania. De acuerdo con el
primer censo elaborado por los británicos en 1922, la “población de Palestina era de 752.048, de los
cuales 589.177 eran musulmanes, 83.790 judíos, 71.464 cristianos y 7.617 de
otras religiones. Los datos de 1922 se refieren a ambos lados del río Jordán,
al menos para los no judíos. Tras el segundo censo de 1931, la población había
aumentado hasta los 1.036.339 habitantes, de los cuales 761.922 eran
musulmanes, 175.138 judíos, 89.134 cristianos y 10.145 de otras religiones. No
hubo más censos, pero las estadísticas se conservaron registrando los
nacimientos, las defunciones y la inmigración. Algunos datos como la inmigración
ilegal sólo se pueden calcular de forma aproximada. En 1945, el estudio
demográfico mostraba que la población era ya de 1.764.520 habitantes,
comprendiendo 1.061.270 musulmanes, 553.600 judíos, 135.550 cristianos y 14.100
de otras religiones”. Paradójicamente, el “feroz” Imperio Otomano había
protegido durante siglos a sus minorías y las había obligado a vivir en paz.
En cambio durante el mandato
británico se desarticuló la convivencia. Se produjeron entonces grandes revueltas palestinas que los ingleses aplastaron con sus tropas y el empleo liberal de escuadrones de la muerte. Le allanaron el camino a los hebreos. Palestinos y hebreos, organizados en
bandas terroristas, continuaron matándose alegremente unos a otros. Cobró fuerza el zionismo
que aspiraba a la creación de un estado de los judíos dispersos por el mundo en
Palestina y aspiraba y aspira a la dominación mundial. Inglaterra se oponía formalmente a
la inmigración judía a Palestina porque apostaba al petróleo de Arabia saudita
y lo pagó caro. En 1946, el Irgún, una organización al mando de Menachen Begin –futuro
premio Nóbel de la paz- voló el Hotel King David de Jerusalén, el cuartel
general de la administración británica, matando a 92 personas, la flor y nata
de sus oficiales. Los británicos, “viendo que la situación se les iba de las
manos” anunciaron inmediatamente su “deseo” de finalizar el mandato y
procedieron a su retirada en mayo de 1948.
Ante la inminente retirada de las
tropas británicas, las
Naciones Unidas, en su resolución 181 de noviembre de 1947, echaron leña al
fuego proponiendo formalmente la partición del territorio y la creación de dos
estados, uno árabe palestino y otro judío. “Inicialmente se trataba de una
disputa entre dos movimientos nacionalistas por un mismo territorio. Estos dos
movimientos eran muy desiguales. El árabe palestino era un movimiento autóctono
equiparable a los de los países vecinos, que reivindicaba el derecho a la libre
determinación. El otro era un movimiento exógeno, europeo y de inspiración
colonialista; que reivindicaba la reunificación de los judíos dispersos en la
tierra de sus ancestros, y era totalmente ajeno a la realidad del lugar. Los
primeros pasos del conflicto fueron propiciados por el colonialismo europeo que
vio con buenos ojos el proyecto de colonización y modernización sionista.”
(Art. de Isaías Barreñada. Tomado de Nación Árabe, nº 37, otoño 1998).
La partición era tan generosa
que acordaba a menos de un 30 por ciento de la población, la minoría zionista,
el 55 por ciento del territorio Palestino al oeste del Jordán. Ni los árabes ni
Menachen Begin aceptaron el acuerdo. El terrorista y futuro premio Nóbel de la
Paz, Menachen Begín, lo quería todo y los árabes también.
En mayo de 1948, la comunidad
judía declaró unilateralmente la creación del Estado de Israel y desencadenó la
primera guerra árabe israelí con la intervención militar de varios países
árabes vecinos a favor de los palestinos. Al cabo de quince meses de
resistencia heroica –y con apoyo extranjero, por supuesto- los judíos no sólo
se afianzaron en su territorio sino que se expandieron hasta conquistar casi un
80 por ciento de Palestina. Jordania, por su parte, se anexó la Cisjordania y
Egipto la franja de Gaza. Pero el despojo no terminaba allí. La guerra provocó
la estampida de unos 600 mil árabes Palestinos a los cuales no les fue
permitido regresar a sus hogares. En cambio Israel se benefició del éxodo
también masivo de la población judía que en los países árabes se vio obligada a
escapar a causa del conflicto. Para ellos el exilio era diferente. En Israel
sobraban casas para los recién llegados.
Los palestinos fueron a parar
a campos de refugiados en los países limítrofes donde permanecen en parte
todavía, pero lo peor no había pasado aún. En junio de 1967, durante la guerra
de los seis días, pretextando motivos de seguridad y la necesidad del control de
recursos naturales como el agua, los zionistas se apropiaron de las alturas del
Golan sirio, la península del Sinai egipcio, y los territorios palestinos de
Cisjordania y Gaza. El sueño del Gran Israel acariciado por los halcones
zionistas se había hecho realidad. Otra vez Israel volvía al tamaño del reino
de David y Salomón. En cambio los palestinos se quedaban sin pito y sin flauta,
con una población de 7,000,000 distribuida entre Cisjordania, Gaza, Israel,
Jordania, Líbano, Siria y otras partes del mundo. El cínico Moshé Dayán,
embriagado por la fácil victoria sobre los árabes, declaró en una ocasión que
los judíos no tenían solución para la cuestión palestina. Los palestinos –un pueblo
irreductible- ya se habían fabricado su propia solución: la guerra sin fin.
Nota:“El enclave judío en Palestina era singular también en otro sentido. Desde el principio fue una sociedad de colonos sin país natal: una colonia que nunca provino de una metrópoli. En cambio, tenía tras de sí un imperialismo que le delegaba sus poderes. El poder colonial británico constituía la condición inexcusable de la colonización judía. Sin la sólida fuerza de la policía y del ejército británicos, la mayoría árabe –el 90 por 100 de la población– hubiera parado en seco el avance sionista después de la Primera Guerra Mundial. El sionismo dependía por completo para su crecimiento de la violencia del Estado imperial británico. Cuando la población árabe comprendió al fin el alcance de la penetración judía, se alzó en una enérgica revuelta que se prolongó desde abril de 1936 hasta mayo de 1939 –históricamente, la primera Intifada y la más larga–. Londres desplegó 25.000 soldados y escuadrones de las fuerzas aéreas para aplastar la sublevación: fue la mayor guerra colonial del Imperio británico en todo el período de entreguerras. La campaña contrainsurgente estuvo instigada y apoyada por el yishuv, y los judíos proporcionaron la mayoría de los escuadrones de la muerte de Wingate. Para el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, el imperialismo británico había dejado fuera de combate a la sociedad política palestina, despejando el camino para el triunfo del sionismo tras la guerra". (PERRY ANDERSON, “PRECIPITARSE HACIA BELÉN”.)
PCS, miércoles, 16 de Agosto
de 2006.
LA GUERRA SIN
FIN
Pedro Conde Sturla
23 de Agosto de 2006
Cuando las potencias
coloniales injertaron a la cañona el estado de Israel en la tierra prometida
–la tierra de los palestinos-, las promesas no tardaron en cumplirse y los frutos
de la manzana de la discordia prosperaron de tal modo que en pocos años
convirtieron a la región, a toda la región, en una fuente de conflicto
permanente y en cliente permanente de la industria armamentista de esas mismas
potencias y otras que se añadieron. Todo un negocio redondo, el negocio de la
guerra sin fin, el negocio de la muerte y las ganancias desorbitadas.
En uno de sus famosos documentales
Michael Moore cita una frase de Orwell en el sentido de que la guerra no se hizo
para ganarla sino para eternizarla. La guerra produce y reproduce los valores y
miserias del sistema y contribuye en general a perpetuar el estado de cosas, el
estado de opresión de los pobres que libran las guerras en nombre de la patria para
enriquecer aún más a los ricos. No importa quien gane o pierda, la ganancia es
la guerra en sí, sobre todo si se libra fuera de los territorios de los
productores de armas, de los mercaderes de la muerte.
La determinación de librar una
guerra sin fin en el territorio palestino no es, sin embargo, resultado unilateral
de los intereses del colonialismo y de la libertad de mercado armamentista,
sino el proyecto de la voluntad de un pueblo irreductible que lo ha perdido
todo menos su dignidad.
Wole Soyinka, novelista
nigeriano y premio Nobel de Literatura en 1986, declaró una vez en una
entrevista, que a pesar de que ha habido conflictos más violentos, más
sanguinarios que el de la tierra santa, la naturaleza del mismo y las
condiciones de vida de los palestinos le parecían más terribles por varias razones:
“Primero, la arrogancia del
robo. La tierra no es un artículo de lujo. Existe un vínculo emocional entre la
gente y su tierra. Cuando a uno se la arrebatan, los sentimientos que provoca
no se pueden comparar a los de la persona que ha perdido el coche. La tierra
fue, por ejemplo, la clave del conflicto anticolonialista en Kenia. Fue lo que
dio lugar al movimiento Mau Mau. No fue sólo lucha anticolonialismo; existía
ese factor adicional que hizo que esa lucha fuese más violenta en Kenia que en
África occidental. Ese tipo de colonialismo, en el que la potencia extranjera
ha ocupado la tierra, siempre se ha combatido con amargura extraordinaria.”
Wole Soyinka afirma que “Lo
que los palestinos han tenido que soportar aquí es ver cómo se comían su tierra.
Sólo que en este caso los responsables, los que bombardean las casas, empujando
a los palestinos de manera sistemática y año tras año, son seres humanos. Es
como si a uno le amputaran una parte de su cuerpo.”
Otro
elemento que tipifica el drama palestino, a juicio del novelista, “es la humillación. Esa
sensación del que ocupa un estatus de inferioridad en su propia tierra, en la
tierra que uno cree que le pertenece. Observemos, por ejemplo, los retenes
militares israelíes, los que controlan el movimiento de la gente y convierten
los lugares donde residen los palestinos en verdaderas cárceles... Creo que el
móvil de esos retenes no es tanto la seguridad; lo están haciendo para
humillar.”
Un viejo artículo de James
Petras sobre el acoso a Ramallah y la autoridad palestina en época de Arafat
parecería cosa de hoy y no deja de ser de hoy porque la tragedia es recurrente:
“Las imágenes de la fuerza militar de Israel han
sido transmitidas al mundo entero. Soldados disparando en la cabeza a los heridos. Tanques derribando paredes de casas, oficinas, el complejo de Arafat. Cientos de niños y hombres, con las cabezas encapuchadas, siendo llevados a culatazos a los campos de concentración; helicópteros artillados destruyendo mercados; tanques destruyendo olivos, naranjos y limoneros. Las calles de Ramallah devastadas. Mezquitas y escuelas acribilladas a balazos, dibujos de niños hechos pedazos, crucifijos hechos añicos, paredes autografiadas por los merodeadores del ejército. Millones de palestinos rodeados por tanques: con la electricidad cortada, el agua, los teléfonos, sin alimentos. Las tropas de asalto rompen las puertas y los muebles y los utensilios de cocina, lo que sea que haga posible la vida. ¿Es que acaso alguien puede decir hoy en día que no sabía que los israelíes estaban cometiendo un genocidio contra todo un pueblo, apretujado en los sótanos, bajo las ruinas de sus hogares? A los sobrevivientes entre los heridos, a los agonizantes, se les niega deliberadamente la atención médica gracias a las decisiones sistemáticas y
metódicas del Alto Mando israelí de bloquear todas las ambulancias, de arrestar y hasta disparar contra los conductores y el personal de emergencias médicas.
Tenemos el dudoso privilegio de ver y leer al instante cómo se desarrolla todo este horror por parte de los descendientes del Holocausto, los que con hipocresía y rencor reivindican el monopolio del uso de la palabra que mejor describe el ataque contra todo un pueblo, con la complicidad de la mayoría
de los israelíes - excepto unas pocas almas valientes.”
Tenemos el dudoso privilegio de ver y leer al instante cómo se desarrolla todo este horror por parte de los descendientes del Holocausto, los que con hipocresía y rencor reivindican el monopolio del uso de la palabra que mejor describe el ataque contra todo un pueblo, con la complicidad de la mayoría
de los israelíes - excepto unas pocas almas valientes.”
Aparte de querer borrar del
mapa a bombazos a un país, los israelíes borraron en esa ocasión de varios
pueblos palestinos las actas de nacimiento, los certificados de escolaridad,
los pasaportes que encontraron y las referencias académicas de los graduados en
universidades, médicos, ingenieros, abogados que se quedaron sin títulos por
los que habían estudiado toda una vida y sobre todo sin identidad. Los
convirtieron en apátridas, seres extraños sin documentación posible, ni
siquiera en el país natal.
La opinión y temores del judío
Noan Chomsky apuntan a lo que muchos analistas han comenzado a llamar “La
solución final” del problema Palestino. Recuérdese que “La solución final” fue
el eufemismo que emplearon los nazis para referirse al exterminio total de los judíos.
Los judíos, por supuesto, no utilizan hornos crematorios, pero lanzan bombas
crematorias contra la población civil, sin distinción de mujeres y niños.
“Los EEUU –dijo Noan Chomsky
en una reciente entrevista-consideran a Israel prácticamente como un retoño
militarizado; lo protegen de críticas o acciones, apoyan pasivamente y, de
hecho, abiertamente, su expansión, sus ataques a los palestinos y su progresiva
apropiación de lo que queda del territorio palestino. Actúan como para hacer
realidad un comentario que hizo Moshé Dayán a principios de los años 70 cuando
era el responsable de los Territorios Ocupados. Dijo a su gabinete que deberían
decir a los palestinos que no tienen solución para ellos, que vivirán como
perros, y que quien se haya de ir que se vaya, y ya veremos a dónde nos lleva
eso. Esta es, en resumen, la política a seguir. Supongo que EEUU continuará con
esa política de una manera u otra.”
Añade más adelante el
brillante académico del MIT, que “Lo que está ocurriendo en Gaza, (…) empieza
con la elección de Hamás, a finales de enero. Israel y los EEUU inmediatamente
anunciaron que iban a castigar al pueblo de Palestina por no votar lo correcto
en unas elecciones libres. Y el castigo ha sido duro.
Al mismo tiempo, es
parcialmente en Gaza, y en cierto sentido, -como escondido pero aún más
extremo- en Cisjordania, donde Olmert anunció su programa de anexión,
eufemísticamente llamada “convergencia” y aquí a menudo descrita como
“retirada”, pero que de hecho consiste en una formalización del programa de
anexión de tierras valiosas y de la mayoría de los recursos, incluida el agua,
de Cisjordania, así como en una parcelación del resto, ya que Olmert también
anunció que Israel ocuparía el Valle del Jordán. Bueno, pues eso se lleva a
cabo sin violencia extrema y sin que se hable mucho de ello.”
En está reciente fase del
conflicto los intereses del colonialismo van alcanzando una definición precisa:
la solución final en palestina y el dominio militar en el cercano oriente y parte
del medio oriente, hasta la frontera con la india. El detonante o los
detonantes de esta guerra etnicida y genocida fueron “la represión intensa y
constante –dice Chomsky-; abundantes secuestros; numerosas atrocidades en Gaza;
la continua toma de poder en Cisjordania -que de hecho, si continúa, supondrá simplemente
el asesinato de una nación, el fin de Palestina.”
PCS, miércoles, 23 de Agosto
de 2006
EL MERCADO
DE LA MUERTE
Pedro Conde Sturla
30 de agosto de 2006.
El último episodio de la guerra sin fin empezó de nuevo en
la franja de Gaza y en el Líbano y tuvo como pretexto el secuestro de unos
soldados de Israel por parte de milicianos de Hezbolá. El hecho, real o falso, desató
la ira siempre desproporcionada del estado zionista y provocó un efecto
boomerang que sorprendió al pueblo judío. Una lluvia de cohetes causó por
primera vez destrozos importantes en varias ciudades y numerosas víctimas
inocentes.
Israel
ya había barrido con la franja de Gaza, si acaso había algo que barrer, y
demolió nuevamente una parte del Líbano, que apenas resurgía de sus cenizas y
apuntaba a convertirse otra vez en la Suiza de Oriente. El desastre sumergió de
nuevo ese país en el corazón de las tinieblas, para decirlo así, con palabras
de Joseph Conrad, un escritor de culto.
En el enésimo capítulo de la guerra sin fin Israel perseveró en la
táctica que acompaña cada fase de sus brutales escaladas represivas. Piedra que
venga o cohete que caiga en territorio judío, provocará contra el país de
origen una retaliación automática contra la población civil fundamentalmente,
incluso contra refugios repletos de niños u observadores neutrales como los
soldados de la ONU.
El otro ingrediente que se sumó al conflicto fue un elemento sorpresa
que todavía mantiene desconcertados a los analistas. Israel desató todo el
infierno de su artillería, bombardeó, lanzó misiles y atacó varias veces con
25,000 soldados de infantería y tanques las posiciones de Hezbolá en el sur del
Líbano y todas estas veces tuvo que batirse en retirada y puso fin a un mito:
el de la invencibilidad de sus tropas. Ahora el enemigo no son pilotos ineptos,
artillería obsoleta e infantería desmoralizada como en la guerra de los seis
días o en la del Yon Kippur. Ahora son guerrilleros que combinan la más
sofisticada tecnología con el modelo de combate vietnamita. A los bombardeos de
Israel sobre el Líbano respondieron con misiles que penetraron sus defensas y causaron
estragos que no se dieron a conocer de inmediato a la prensa.
Israel había anunciado y llevado a cabo en época de Ariel Sharón la
retirada “unilateral” de la franja de Gaza, pero no era de hecho una retirada,
sino una derrota. Para proteger a unos cientos de colonos los judíos tenían
desplegados en esa zona varios miles de soldados y se pagaba un precio altísimo
en dólares y vidas humanas. Pongo el capital primero, porque en la guerra los
soldados son spendables, material gastable como la utilería de las
oficinas, lápices, borras, papel, orquídeas y violetas. Los guerrilleros de
Hamás construían túneles bajo sus instalaciones militares y los hacían volar,
cosa que no sale frecuentemente en la prensa libre, aunque sí en documentales
comunistas de HBO, la extrema izquierda norteamericana infiltrada en el
pentágono que llega a nuestros hogares. Según HBO los soldados zionistas respondían
a los atentados de Hamás matando por equivocación con metralla y misiles a
niños que jugaban baloncesto. La tercera parte de las víctimas de la intifada
son infantes, de los cuales muchos peleaban con piedras contra el invasor.
Matar niños o niñas por equivocación, practicar con ellos el tiro al blanco, es
el deporte favorito de los soldados zionistas.
En reciprocidad, los palestinos matan niños y adultos de Israel haciendo
reventar autobuses, cafeterías, sitios públicos. Al estar desprovistos de medios
sofisticados como helicópteros y aviones, en general tienen que inmolarse,
suicidarse, cosa que es contraria al Corán y sólo se legitima por ignorancia o
fanatismo.
La entrega televisiva de HBO sobre Hamás describe el episodio de un
comandante que quería tanto a su hermano menor que le encargó una misión
suicida para que fuera con anticipación al paraíso de Mahoma. La madre lo
despide con dolor y orgullo y se resigna.
En otro extremo de la irracionalidad fanática, una maestra judía lleva a
sus alumnas a poner sus firmas y dedicatorias en los obuses destinados al
Líbano.
En ambos casos es la aberración de las aberraciones. Lo que se libra en
el cercano oriente es la guerra del terror, sobre todo cuando Israel arroja
toneladas de bombas sobre la población civil del Líbano o cuando palestinos o
musulmanes de cualquier etnia atentan contra aviones cargados de inocentes y
convierten su guerra en una guerra contra la humanidad.
Es el contra terrorismo contra el terrorismo. Terrorismo del estado
zionista nazi fascista capaz de reducir a cenizas a un país y el contra
terrorismo de un pueblo llevado al límite de la humillación y desesperación y
rebajado a una vida de perros, como decretó Moshé Dayán.
Israel tiene el potencial atómico para reducir a polvo países enteros,
provocar una conflagración nuclear, un cataclismo que se llevaría de paso una
enorme porción de oriente y pondría en jaque, en jaque mate a las naciones
vecinas de occidente, e incluso a Israel. Esa posiblemente es la forma más
expedita en que Israel podría desaparecer del mapa.
Ahora bien, después de tantos años de guerra, después de tanto horror y
tanta muerte, Israel no ha logrado vencer y ni siquiera reducir la resistencia
del pueblo palestino, un pueblo que no se rinde, que no da muestras de
cansancio y no renuncia ni va a renunciar jamás a sus reclamos, a sus derechos
como pueblo. La paz es posiblemente el único camino, pero la paz es un camino
tan espinoso como el de la guerra y tiene como enemigos a los dueños del
mercado de la muerte que de seguro no están dispuestos a dejarse arrebatar un
negocio tan redondo y tan jugoso.
Como dice Chomsky, “Hay que buscar la paz. Rabin y Barak lo intentaron
con grandes esfuerzos. Rabin fue asesinado por un israelí y Barak perdió el
cargo. Sharon, guerrero desde sus años jóvenes, tuvo que ceder y ordenar la
retirada de Gaza antes de caer víctima de una grave enfermedad de la que no se
repondrá.” De hecho, al parecer Sharón se enfermó de un coma inducido.
Los zionistas son alérgicos a las críticas y quienes los critican se
convierten en antisemitas y en blanco de la ira divina. Pero si criticar a
Israel me convierte en antisemita –una palabra mágica-, supongo que condenar el
holocausto me convierte en antigérmanico, de la misma manera que criticar a
Trujillo convertía a cualquiera en comunista.
Criticar los horrores de la guerra e incluso los excesos de ambas
partes, no convierte a nadie, sin embargo, en enemigo del pueblo de Israel ni
en fanático ciego de la causa palestina. Israel tiene derecho a existir como
estado y como nación, pero no a expensas del pueblo palestino porque
ese mismo derecho le asiste al pueblo palestino. Ese pueblo que desciende
de una mezcla de árabes y judíos, el pueblo que ha sido y está siendo despojado
y desalojado por millones de judíos europeos de las tierras que ha ocupado
desde tiempos ancestrales.
En este empeño, el estado zionista de Israel no sólo ha sacrificado a
los palestinos sino también, aunque en menor medida, a su propio pueblo,
condenándolo al pavoroso régimen de la incertidumbre permanente, creando un
clima de asedio que rebota contra sus creadores, inmolando a su juventud
durante varias generaciones. El gatillo que apunta a la cabeza de los
palestinos es en parte el mismo gatillo que apunta a la cabeza de los
israelíes.
Postergar la negociación de la paz y el entendimiento entre palestinos y
judíos, persistir en la empresa de conquista, despojo y desalojo sólo sumará
horror al horror. Ojalá que algún día se realice el augurio de la poesía de
Salomón. Ojalá que algún día pueda pastar el lobo con la oveja. Quizás cuando
los palestinos dejen de negar con palabras a Israel su derecho a existir.
Quizás cuando Israel deje de negar con hechos ese mismo derecho a palestinos
que descienden de una mezcla de árabes y judíos, ese pueblo que ha sido y
está siendo despojado y desalojado por millones de judíos europeos de las
tierras que ha ocupado desde tiempos ancestrales.
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pcs, miércoles, 30 de agosto de 2006
18/12/17
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