lunes, 25 de diciembre de 2017

En el principio era el Verbo

Pedro Conde Sturla

Al Señor que nos coja confesados (Mercader 6:6.6).

Dicen que en el principio era el Verbo, o por lo menos el Verboso, y el Verboso se hizo Miquifriqui, se convirtió en otro Mesías, en redentor amado, amado de si mismo. Verbum incarnatum (Juan 4:40).
 El Libro sagrado lo dibuja, lo define con pulso firme en sus líneas esenciales, castiga la mitología del redentor, ridículo redentor, despojador de la riqueza pública, hechicero degradado de la tribu, marrullero camaleónico (Mateo 25:6-15).
No puede reconocerse en el espejo porque le fallaría el corazón como al enano monstruoso del relato de Oscar Wilde ni puede volver la vista atrás. Si lo hace no se convertiría en estatua de sal, que sería valiosa, no en estatua de piedra que sería útil, no en estatua de excremento que serviría a la agricultura. En estatua de pus se convertiría (¡Oh Pus Dei!), en pestilencia pura. Alguien que sólo se duele y se conduele cuando le agarran el pichirrí del alma (Mejía 19:9.9).
A pesar de sus diferencias, el Verboso y el Miquifriqui no son figuras antitéticas, opuestas, contradictorias. Representan el dogma fundamental peledinástico. Son la misma persona, la santísima dualidad. Leonilo Ferdina (Colombo 3:14.16).
Al Señor que nos coja confesados (Mercader 6:6.6).

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