jueves, 2 de mayo de 2019

UNO DE ESOS DÍAS DE ABRIL

Un relato de 
UNO DE ESOS DÍAS DE ABRIL
Pedro Conde Sturla



Uno de esos días de abril, el mismo fatídico y a la vez glorioso 30 de abril, los acontecimientos tomaron un rumbo inesperado y al finalizar la jornada, al cabo de unas cruentas horas de lucha y luminoso triunfalismo, el panorama volvió de nuevo a ponerse color de hormiga.
Mientras culminaba el asedio de la fortaleza de Ozama, militares y civiles continuábamos atacando los cuarteles policiales que quedaban a nuestro alcance, que no eran  muchos.
La unidad de transportación del ejército, situada en la parte norte de la ciudad, también se convirtió en objetivo de un tenaz hostigamiento, –con pronósticos muy claramente definidos a favor de los constitucionalistas–, y en la mente de algunos estrategas ya se cocinaban planes para un ataque a San Isidro. Se combatía también en la defensa de Radio Santo Domingo donde un grupo de locutores mantenía viva nuestra única voz, mientras un grupo de soldados y oficiales defendían la plaza.
Pero al final las cosas iban a suceder de otra manera. Los dioses de la guerra, los amos del mundo, nos reservaban una sorpresa, una ingrata sorpresa.
Ante el inminente derrumbe de la reacción y el avance de los constitucionalistas sobre las tropas en fuga –o acorraladas– de la policía y la guardia, cuando todo el aparato represivo que el imperio había creado durante la primera intervención estaba a punto de colapsar, unos cuantos centenares de marines empezaron a desembarcar en el puerto de Haina en horas de la tarde el 28 de abril.
Un segundo desembarco de comandos de élite de la más prepotente y ágil fuerza de intervención norteamericana –la 82d Airbone Division–, se produjo en la base de San Isidro y con el correr de los días, pocos días, el número de integrantes de la fuerza de ocupación se contaba por miles, más de cuarenta mil soldados en misión humanitaria, como anunciaban descaradamente los portavoces de la operación.
Más tarde se produciría el desembarco de quien era catalogado entonces como el mejor general del Pentágono, el Teniente General Bruce Palmert, comandante en jefe de todas las fuerzas de intervención de aire, mar y tierra. Una figura casi mitológica.
Con el noble propósito de salvar vidas y cercar al movi- miento constitucionalista, sustituyeron a las acobardadas milicias criollas en el campamento 27 de febrero y en la cabecera oeste del puente Duarte, y de paso tomaron el estratégico edificio de Molinos Dominicanos, desde el cual
 se dominaba y se domina toda la Ciudad Colonial y sus alrededores.
Al mismo tiempo empezaron a crear un corredor para dividir la ciudad y nuestras fuerzas y establecieron una llamada Zona Internacional para proteger la siniestra embajada norteamericana, se asentaron en los predios acogedores del flamante hotel Embajador y otras partes de la ciudad, y de repente, casi de repente, el paisaje marítimo se pobló de ominosas siluetas funerarias del gris trascendental de acorazados intrépidos.
El control de los medios de prensa, la censura periodística o la eliminación pura y simple de la disidencia y la poderosa arma de la mentira, formarían por igual parte del cerco por aire, mar y tierra al que nos veríamos sometidos en lo sucesivo.
Así, milagrosamente (salvo Radio Santo Domingo y una emisora local de la Ciudad Colonial), todas las emisoras de radio y televisión del país, se convertirían en una sola emisora, en la voz de la ocupación al servicio del imperio y de las más groseras desinformaciones.
La presencia de soldados del imperio no contuvo, sin embargo, el ímpetu de los ataques de los constitucionalistas. Los cuarteles policiales que quedaban en nuestra zona de influencia cayeron uno por uno y la fortaleza de Ozama fue tomada por la armas dos días después del primer des- embarco. La defensa de Radio Santo Domingo y el asedio a la unidad de transportación y la lucha en la parte norte de la ciudad continuarían todavía por dos semanas.
 A las pocas horas del resonante triunfo sobre la Fortaleza Ozama, algunos compañeros trajeron informaciones de los primeros enfrentamientos de los combatientes constitucionalistas contra un ejército que no podíamos vencer.

De repente estábamos combatiendo contra la primera potencia del mundo. La insurrección constitucionalista se había convertido en guerra patria. En adelante no pelearíamos por la victoria militar. Pelearíamos por dignidad, por la más cierta y honrosa de todas batallas.

No hay comentarios.: