domingo, 31 de diciembre de 2017

Dino Buzzati: el ingenio sombrío

            Pedro Conde Sturla
        
Un libro de relatos de Dino Buzzati (1906-1972), de cuyo título no logro acordarme, fue el primero o uno de los primeros que leí en italiano, allá por los años setenta. Me lo prestó mi breve amiga Carmela, y leyendo a Buzzati aprendí a leer italiano, buen italiano. A parlotear en esa lengua me enseñó un diccionario de cabellos largos, la hermana de Carmela.
Confieso que la lectura de la obra del singular escritor me estremeció, me entumeció los sentidos, me dejó como quien dice turulato, prácticamente knockout. Pocas veces me había enfrentado (enfrentado, sí) a un narrador tan pesimista, sombrío tétrico, melancólico, angustioso, gobernado por un sentido tan absurdo de la existencia, solitario, desesperanzado, vacío...Un engendro entre Kafka y Poe como sugiere Borges. (Nada extraño que sea uno de los favoritos de nuestro clandestino Fernando Vargas).
El mismo Borges lo celebra, y cómo, en el séptimo prólogo de su exquisita “Biblioteca personal”, con palabras que desbordan entusiasmo:
        “Dino Buzzati
         El Desierto De Los Tártaros
          Podemos conocer a los antiguos, podemos conocer a los clásicos, podemos conocer a los escritores del siglo XIX y a los del principio del nuestro, que ya declina. Harto más arduo es conocer a los contemporáneos. Son demasiados y el tiempo no ha revelado aún su anto-logía. Hay, sin embargo, nombres que las generaciones venideras no se resignarán a olvidar. Uno de ellos es, verosímilmente, el de Dino Buzzati. Buzzati nació en 1906 en la antigua ciudad de Belluno, cerca del Véneto y de la frontera con Austria. Fue periodista y se entregó después a la literatura fantástica. Su primer libro, ‘Bárnabo delle Montagne’, data de 1933; el último, ‘I miracoli di Val Morel’, de 1972, el año de su muerte. Su vasta obra, no pocas veces alegórica, exhala angustia y magia. El influjo de Poe y de la novela gótica ha sido declarado por él. Otros han hablado de Kafka. ¿Por qué no aceptar sin desmedro alguno de Buzzati, ambos ilustres magisterios?
          Este libro [‘El Desierto De Los Tártaros’], que es acaso su obra maestra y que ha inspirado un hermoso film de Valerio Zurlini, está regido por el método de la postergación indefinida y casi infinita, caro a los eleatas y a Kafka. El ámbito de las ficciones de Kafka es deliberadamente gris y mediocre y sabe a burocracia y a tedio. Tal no es el caso de esta obra. Hay una víspera, pero es la de una enorme batalla, temida y esperada. Dino Buzzati, en estas páginas, retrotrae la novela a la epopeya, que fue su manantial. El desierto es real y es simbólico.
         Está vacío y el héroe espera muchedumbres.
         J.L.B.”


         La interminable espera de lo que nunca vendrá, el arraigo-desarraigo, el odio-amor a una tierra, el sinsentido de una situación, “el misterio y la angustia de lo cotidiano o el absurdo e inexplicable destino humano”, todo lo que es patente en “El desierto de los tártaros” me recuerda de alguna manera “La novela de un Spahi” del olvidado y una vez famoso Pierre Loti. Sólo que Pierre Loti es menos amargo, menos apocalíptico.
         En la obra de Buzzati es difícil o imposible atisbar un rayo de esperanza, una nota de humor, ni siquiera humor negro. Predomina el absurdo, siempre o casi siempre el absurdo, como en su quizás más terrible relato, “El colombre”, la historia del hombre que huye de la felicidad pensando que huye de la desgracia:
“Navegar, navegar, ese era su único afán. Apenas ponía pie en cualquier puerto después de largas travesías, en seguida lo espoleaba la impaciencia por partir. Sabía que allá lo esperaba el colombre y que el colombre era sinónimo de perdición. Era inútil. Un impulso indomable lo arrastraba de un océano a otro sin descanso.

*

Hasta que de pronto un día Stefano reparó en que se había hecho viejo, viejísimo; y ninguno de los que lo rodeaban sabía explicarse por qué, siendo rico como era, no dejaba por fin la azarosa vida del mar. Viejo, y amargamente infeliz, porque toda su existencia se había gastado en aquella especie de loca fuga a través de los mares para escapar de su enemigo. Pero para él siempre había sido más fuerte que la dicha de una vida holgada y tranquila la tentación del abismo.

Y una tarde, mientras su magnífica nave se hallaba fondeada frente al puerto donde había nacido, se sintió próximo a morir. Entonces llamó a su segundo oficial, en quien tenía mucha confianza, y le instó a que no se opusiera a lo que pensaba hacer. El otro se lo prometió por su honor.

Una vez seguro de esto, Stefano reveló al segundo oficial, que lo escuchaba turbado, la historia del colombre que durante casi cincuenta años lo había seguido sin cesar inútilmente.

-Me ha seguido de un confín a otro del mundo -dijo- con una fidelidad que ni el amigo más noble habría podido mostrar. Ahora me voy a morir. También él, ahora, estará terriblemente viejo y cansado. No puedo traicionarlo.

Dicho esto, se despidió, hizo arriar un bote y, después de hacer que le dieran un arpón, partió.

-Ahora voy a su encuentro -anunció-. Es justo que no lo defraude. Pero lucharé con las fuerzas que me quedan.

Con débiles golpes de remo se alejó del barco. Oficiales y marineros lo vieron desaparecer a lo lejos, sobre el plácido mar, envuelto en las sombras de la noche. En el cielo, como una hoz, lucía la luna.

No tuvo que esforzarse mucho. Súbitamente, el horrible hocico del colombre emergió al lado de la barca.

-Aquí me tienes por fin -dijo Stefano-. ¡Ahora es cosa nuestra!

Y, reuniendo sus últimas energías, levantó el arpón para lanzarlo.

-Ah -se quejó con voz suplicante el colombre-, qué largo camino hasta encontrarte. También yo estoy destrozado por la fatiga. Cuánto me has hecho nadar. Y tú huías, huías. Y nunca has comprendido nada.

-¿Por qué? -dijo Stefano picado en su orgullo. 

-Porque no te he seguido por todo el mundo para devorarte, como tú pensabas. El único encargo que me dio el rey del mar fue entregarte esto.

Y el escualo sacó la lengua, tendiendo al viejo capitán una esfera fosforescente.

Stefano la cogió entre los dedos y miró. Era una perla de tamaño desmesurado. Reconoció en ella la famosa Perla del Mar que procura a quien la posee fortuna, poder, amor y paz de espíritu. Pero ahora era ya demasiado tarde.

-Ay de mí -dijo meneando tristemente la cabeza-. Qué horrible malentendido. Lo único que he conseguido es desperdiciar mi existencia; y he arruinado la tuya.

-Adiós, hombre infeliz -respondió el colombre. Y se sumergió en las aguas negras para siempre.

*

Dos meses más tarde, empujado por la resaca, un bote arribó a una áspera escollera. Fue avistado por algunos pescadores que, movidos por la curiosidad, se acercaron. En el bote, todavía sentado, había un blanco esqueleto; y, entre sus dedos descarnados, sujetaba un pequeño guijarro redondo.

El colombre es un pez de grandes dimensiones, espantoso a la vista, sumamente raro. Dependiendo de los mares y de los pueblos que habitan las orillas, recibe también el nombre de kolomber, kahloubrha, kalonga, kalu-balu, chalung-gra. Curiosamente, los naturalistas desconocen su existencia. Hay quien sostiene que no existe.
Fin”
          Prácticamente al azar pueden escogerse los textos de Buzzati que responden a su sombría y tal vez justificada visión del mundo (“Algo había sucedido”, “Extraños nuevos amigos”, “La mujer con alas”, “Los siete mensajeros”, “¿Y si?”). Uno de los más ejemplares en este sentido es “Siete pisos” o “Siete plantas”,  la narración de un descenso surrealista a la nada.
          Pero incluso “Una muchacha que cae”, tan aparentemente inocente, no escapa al tétrico destino de los personajes de Buzzati:
      “Con despecho comprendió que una treintena de metros más abajo otra muchacha caía. Era sin dudas más bella que ella y llevaba un vestido de media tarde con mucha clase. Quién  sabe por qué, la otra descendía a una velocidad  muy  superior a la suya, hasta el punto que en pocos instantes la distanció y desapareció allá abajo, a pesar de los llamados de Marta. Sin duda iba a llegar a la fiesta antes que ella; tal vez era un  plan calculado de antemano para suplantarla.
 Luego Marta se dio cuenta de que ellas dos no eran las únicas que caían. A todo el largo de los flancos del rascacielos, otras mujeres jóvenes se deslizaban  en  el vacío, las caras tensas por la excitación del vuelo, agitando festivamente las manos como para decir: aquí estamos, aquí venimos, es nuestra hora, festéjennos, ¿no  es verdad  que el mundo es nuestro?
FIN

pcs, viernes, 24 de abril de 2015



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