viernes, 3 de febrero de 2017

EL OTRO DUARTE


         Pedro Conde Sturla

Este artículo, que aquí se reproduce con leves retoques, fue publicado originalmente en el número de mayo de 1976 de la revista Impacto Socialista, durante la celebración del Año de Duarte en el fatídico régimen de los 12 años. Lo he reproducido luego en varios medios y vuelvo a reproducirlo por la admiración que me produce el ilustre personaje y porque muchas cosas –sobre todo la retórica patriotera de los fariseos del gobierno- no han cambiado desde entonces.

La única foto que se conserva de Juan Pablo Duarte, padre de la patria de cuyo nacimiento se conmemoran este 26 de enero 205 años, muestra al prócer ya anciano.La imagen fue tomada en Venezuela en 1873. Duarte, que tenía 60 años de edad al momento de la captura, posó para el fotógrafo Próspero Rey con un bastón y con la mano derecha en el bolsillo del pantalón.El retrato ha servido de modelo a muchas pinturas y esculturas del fundador de la República. Fuente: Listín Diario
      En el año 1099, después de un asedio de varias semanas, los Cruzados tomaron por asalto la ciudad de Jerusalén y derramaron “torrentes de sangre en nombre del Dios del amor y de la paz, del cual se estaba conquistando la tumba.”, como dice Henry Perenne en su “Historia de Europa. Algo parecido ocurre hoy día en Santo Domingo, donde el llamado Año de Duarte está siendo celebrado a ritmo de despilfarro, mientras el entreguismo campea por sus fueros. El hecho es contraproducente porque Duarte ha sido la figura más desinteresada y honesta de nuestra historia, y mal podría glorificársele enajenando la patria y malgastando millones de pesos en obras no productivas, sobre todo cuando la economía atraviesa por una de las peores crisis de que se tenga memoria.
         En ambos casos resulta evidente el contraste entre los motivos ideales del proyecto y los medios que se ponen en práctica para llevarlo a cabo. En ambos casos se trata de un contrasentido. Pero sólo de un contrasentido aparente, porque si observamos los hechos desde otra óptica, dejando aparte sus motivos ideales, descubriremos enseguida las verdaderas intenciones que se ocultan detrás de la retórica y el palabrerío oficiales. En el primer caso se trataba de conquistar un mercado (no simplemente de “rescatar la Tierra Santa de manos infieles”, sino de ocuparla militarmente, conquistarla, sojuzgarla). En el segundo caso se trata de exilar a Duarte de todo contexto humano, social e histórico, encerrándolo, acorralándolo en una especie de zona sagrada, inaccesible a limpiabotas y paleteros y otros seres inferiores.

         En efecto, colocar la estatua y los restos de Duarte en aquel horrible mausoleo del mutilado Parque Independencia (en el mismo lugar ocupado anteriormente por la graciosa y espigada glorieta, importada de Europa), significa proponerlo desde arriba como figura sacra a la atención del pueblo. Es decir, como figura venerable pero a la vez inalcanzable, que no puede y no debe ser imitada so pena de sacrilegio. En definitiva, se lo propone como ídolo alienante y no como modelo a seguir (pura idolatría), porque de lo contrario podría resultar peligroso.
         En realidad sucede un fenómeno interesante en el sentido de que el pensamiento duartiano –a pesar de toda la patriotería de moda- sólo puede ser asimilado superficialmente por el sistema. A causa de ello, la imagen de Duarte que propone el gobierno y, en general, la clase dirigente, es una imagen tendencial y tendenciosamente cultual. Es decir, objeto de culto, no de reflexión, de manera que no ofrezca posibilidad de aprendizaje histórico, revolucionario. En estas circunstancias no resulta extraño que hasta la Gulf and Western y la Falconbridge, dos compañías multinacionales, se hayan “patrióticamente” asociado a las festividades del año en curso.
         Aislando a Duarte de ese modo, encumbrándolo en pedestales millonarios, su pensamiento se deposita muerto (al menos esa es la intención) y difícilmente constituye motivo de inspiración revolucionaria para las masas. El modelo de Duarte que sirve a la clase dirigente es de ese tipo. Un Duarte de inalcanzable e inimitable estatura heroica, fenómeno irrepetible, único, ante al cual sólo cabe una actitud acrítica y ahistórica de humilde reverencia (arrodillados si es posible). No es casual que toda la propaganda oficial tienda implícitamente y mañosamente a acentuar la diferencia entre Él y los comunes mortales.

         Neutralizar el pensamiento político de Duarte o por lo menos la parte más subversiva de su mensaje (principalmente aquella relativa a traidores y vendepatrias) es el único modo de asimilarlo sin correr riesgos. De otro manera alguien podría darse cuenta de que cualquier semejanza o parecido con un Manolo  y un Caamaño no es pura coincidencia. Es claro que no se trata únicamente de los monumentos que se erigen a la memoria del ilustre patricio y combatiente, sino de la idea particular que se nos quiere inculcar al respecto (veánse las obras de Balaguer y Troncoso, por ejemplo). Por lo demás, sería ingenuo esperar que las cosas sucedieran de otra manera. El culto de Martí, en Cuba, cobra vigor en el seno de un proceso revolucionario en el cual se aspiraba a realizar sus sueños, y que fue inspirado en gran parte en su mismo legado histórico. En Santo Domingo, por el contrario, el culto de Duarte prospera  en un período en el que la clase dirigente se encuentra más alejada que nunca de sus ideales.
         Para rescatar a Duarte del destierro a que lo ha condenado la clase dirigente –en todas las épocas- es necesario estudiar y dar a conocer su pensamiento vivo a partir de las fuentes originales: su propia obra. Lo importante es subvertir la idea que se nos quiere imponer del Padre de la Patria en los discursos oficiales. Es necesario cancelar la imagen estática y anémica del Duarte oficial: un Duarte que aparentemente no tiene contradicciones con los explotadores ni con las compañías extranjeras que saquean nuestras riquezas, ni con los grupos criollos de poder que han entregado el país y mantienen sumergido al pueblo en la miseria y en la ignorancia. El Duarte de carne y hueso –el creador de nuestra nacionalidad- fue un hombre de pluma y espada, hombre de valor, de intransigente e inquebrantable moral revolucionaria. Y fue, sin lugar a dudas, una personalidad extraordinaria, más no por eso única e irrepetible. Su espíritu no vive en las casas de los ricos ni en la de los funcionarios del gobierno, pero ha vivido siempre en las luchas de nuestros mejores combatientes por la independencia y la soberanía. Seguramente estuvo presente en las luchas del 1916-1924 contra los yanquis. Seguramente vivió y convivió con los combatientes de abril de 1965, durante todo el proceso insurreccional y aún después.
         No se engañe nadie: ése es el verdadero Duarte, hombre de carne y hueso. En cambio, el Duarte místico, insustancial, apagado (tal como, por ejemplo, lo ha representado en teatro el inefable Iván García) ha sido construido y diseñado para consumo de turistas y patriotas de salón. Este Duarte divino, inmaterial y casto (casi una especie de Espíritu Santo) es un producto de biografías edulcorantes y vive sólo en la imaginación pobrísima de nuestra clase dirigente. El Duarte verdadero, el otro Duarte, cumple diariamente, heroicamente y anónimamente su itinerario histórico en el corazón del pueblo.

pcs, mayo de 1976