sábado, 28 de marzo de 2020

CORONACIÓN

Pedro Conde Sturla
28 marzo 2020
Albert Camus

Mario Vargas Llosa puede ser a veces vargaslítico y llosario, aparte de mariosaurio o vargasllosaurio, tal vez jurasicosario. Su gran talento literario y su fina inteligencia no le impiden cometer juicios políticos y literarios que se salen como decimos nosotros fuera del cajón. Recientemente le oímos o leímos decir que el coranivirus no existiría si China no fuera una dictadura. También lo escuchamos lamentarse de que una novela mediocre como "La peste", de Albert Camus, se haya puesto, al parecer, tan  inmerecidamente de moda en estos días. La novela se está imprimiendo, reimprimiendo y vendiendo, de hecho, como pan caliente y Vargas Llosa lo atribuye a méritos ajenos a su valor literario. Quizás a un simple equívoco, como dijo Borges respecto a la fama de la poesía de Federico García Lorca.
El menosprecio de esta obra de Camus, precisamente esta obra, por parte del famoso troglodita ilustrado, es algo que me duele en los timbales del alma, por no decir otra cosa.
"La peste" es una novela que, por su factura minimalista —típica del estilo de un escritor al que embarraron con el sambenito de existencialista—, no tiene desperdicio. Es un libro tan bien escrito, tan bien narrado, tan bien organizado, con tanta densidad de pensamiento, que sobrecoge a cada momento al lector sensible. Lo arrastra al abismo de la narración y lo hace partícipe de lo que en ella ocurre.
Cuenta, a escala local, un poco lo mismo que nos sucede a todos ahora a escala mundial. Despertamos de repente y comenzó la pesadilla. El mundo que conocíamos se derrumbó bajo nuestros pies y el futuro se enturbió, se puso color de hormiga, se  convirtió en incertidumbre. Ahora sólo existimos en presente. En un precario presente.
Como dijo el periodista Guadí Calvo, "fundamentalmente cada uno de nosotros ha pasado del cómodo sillón de espectador a una tensa espera en el patíbulo, en diferentes lugares de mundo".
Muchos lo habían anticipado con tiempo: "El planeta tierra ha activado su sistema inmunitario. Quiere desembarazarse del parásito humano". Sería poética la justicia si un virus transmitido por un animal nos hiciera pagar una mínima parte de la cuota de sufrimiento que hemos infligido en cientos, miles de años a tantas criaturas del aire, acuáticas y terrestres. El virus podría ser igualmente una respuesta al calentamiento global. Pero quizás somos víctima de una bomba maltusiana, un virus de laboratorio contra la población "sobrante, la población inútil". Una bomba que fácilmente podría salirse de control y crear una situación que desborde todos los recursos y provocar un cataclismo de proporciones apocalípticas.
El planeta, desde luego, está de plácemes. El planeta tierra canta de alegría. La atmósfera reverdece, los pájaros florecen, las aguas se esclarecen, los peces regresan a la laguna de Venecia, "los niveles de dióxido de nitrógeno, un gas tóxico que contamina el aire gravemente", se reducen notablemente.
Mientras tanto, el pánico y la peste se apoderan de la humanidad, igual que se apoderan, en la novela de Camus, de la ciudad de Orán.
Quizás, en ninguno de los escritos que he leído últimamente sobre el tema, se resume el drama de la peste con tanta intensidad como en el artículo que dejo a continuación en manos de los lectores. El mismo que aconsejaría leer a Vargas Llosa:

100 Años de… Albert Camus. En el hombre hay más cosas dignas de admiración que de desprecio. 
Alberto di Franco
7 noviembre, 2013

Les quiero hoy regalar una de las moralejas de "La Peste" de Camus: la imposibilidad de creer en un Dios que hace sufrir a los niños quienes son, como todos sabemos, seres inocentes a los que no se puede culpar de pecado alguno.
En un capítulo de "La Peste" hay un momento que para mí es la cima de esta novela. Se describe la muerte del hijo del juez de Orán, víctima de la peste bubónica. Nuestro protagonista, el ateo Doctor Rieux, opina que: "el dolor inflingido a esos inocentes nunca ha dejado de parecerme lo que en verdad es, un escándalo". Ante el agónico sufrimiento del niño, alguien ruega: "Dios mío, salva a este niño". Sin embargo, el niño muere horriblemente. Paneloux, el sacerdote, comenta a Rieux"Pero acaso debamos amar lo que no podemos comprender". Rieux le responde: "No, padre. Yo tengo otra idea del amor. Y rehusaré hasta la muerte amar esta creación donde los niños son torturados". Luego el cura le dice noséqué de la salvación del Hombre, a lo que Rieux replica:
"La salvación del hombre es una frase demasiado grande para mí. Y no voy tan lejos, es su salud lo que me interesa, ante todo"
Otro gran momento de nuestro héroe, que nunca se rinde en su lucha contra la peste que asola la ciudad de Orán, es cuando dice:
“ ... que si él creyese en un Dios Todopoderoso no se ocuparía de cuidar a los hombres y le dejaría a Dios ese cuidado. Pero que nadie en el mundo, ni siquiera Paneloux (el cura) que creía y cree, nadie cree en un Dios de este género, puesto que nadie se abandona enteramente, y que en esto por lo menos él, Rieux, creía estar en el camino de la verdad, luchando contra la creación tal como es”.
Está claro que el santo es Rieux, que no pierde nunca la fe, pero la fe en sus semejantes, en la vida, en encontrar un suero que cure la enfermedad y en sí mismo. El mal absoluto es la enfermedad y no un demonio con cuernos. Se combate con medicinas y no con oraciones.
En el otro lado está el padre Paneloux que arremete en sus sermones contra las gentes de Orán, culpándolas de la plaga que está diezmando la ciudad. Sus pecados, su alejamiento de Dios y similares abstractos conceptos, son los responsables del desastre. Lo que sea con tal de que Dios no cargue con el muerto: "Hermanos míos, habéis caído en desgracia; hermanos míos, lo habéis merecido". 
El doctor Rieux defiende al Hombre y el jesuita Paneloux defiende a Dios (que sigue sin hablarnos).
El padre Paneloux, tras ver la agonía de aquel niño de Orán, tenía la decencia de suicidarse tras comprobar que su Dios era totalmente ajeno al sufrimiento de un niño: "Hermanos míos, ha llegado el momento de creerlo todo o negarlo todo". Con su muerte libraba al mundo de una parte de la auténtica plaga de Orán y de muchas partes de nuestro planeta: los sacerdotes y los brujos. Los mismos que todavía hoy, no dejan a la gente morirse en paz.
El título del post no es mío. Es de Albert Camus y es parte de otra genialidad del doctor Rieux en esa obra maestra de la Literatura y el Pensamiento que es "La peste".
"yo quiero testimoniar a favor de los apestados, para dejar por lo menos un recuerdo de la injusticia y la violencia que les ha sido hecha y para decir simplemente algo que se aprende en medio de las plagas: que hay en los hombres más cosas dignas de admiración que de desprecio".

(100 Años de… Albert Camus. En el hombre hay más cosas dignas de admiración que de desprecio. – Blogs de Culturamas

sábado, 21 de marzo de 2020

Memoria y desmemoria de Monterrey (9)

Pedro Conde Sturla
20 marzo, 2020
Estudiantes dominicanos del Tecnológico de Monterrey. De izquierda a derecha, Ramón Campechano, Ramón Bonilla, Otto Cruz Peguero (+), Pedro Mejía, Francisco Villalba, Dinápoles Soto Bello. En cuclillas, Luis Fontana y Gumersindo Estévez.

viernes, 20 de marzo de 2020

Giovanni Boccaccio: El decamerón

Pedro Conde Sturla
24 octubre, 2015

“El Satiricón” de Petronio ha sido considerado como la obra más original de la antigüedad clásica (el período greco-romano), de la misma manera que “El decamerón” de Boccaccio (1313-1375) ha sido calificado como el libro más vivo de la literatura italiana. Ambas joyas fueron alguna vez menospreciadas o simplemente despreciadas, prohibidas o segregadas por la naturaleza de su contenido escandaloso, explícitamente sexual, explícitamente inmoral en apariencia. No son historias aptas, desde luego, para consumo de sicorrígidos y moralistas, para todos aquellos que no sean capaces de ver, bajo la superficie, el drama social que muchas veces ocultan las narraciones más picantes, la tragedia epocal que se disimula en episodios aparentemente banales.
“El satiricón” recrea en parte, con una mirada de burla y desprecio la atmósfera cortesana de la época de Nerón (aquel nefasto personaje que, sin embargo, no tocaba la lira ni la cítara ni estaba en Roma durante el incendio de Roma, sino en su pueblo natal, el mismo Nerón que socorrió generosamente a los damnificados, según Tácito).
“El Decamerón”, escrito entre 1350 y 1375, se inscribe en el escenario de uno de los más negros capítulos de la historia de la humanidad, el de la peste negra o bubónica que castigó a Florencia en 1348.
“La peste negra, peste bubónica o muerte negra fue la pandemia de peste más devastadora en la historia de la humanidad, afectó a Europa en el siglo XIV y alcanzó un punto máximo entre 1346 y 1361, matando a un tercio de la población continental; Diane Zahler va más allá y estima que la mortandad superó la mitad, quizás el 60% de los europeos o lo que es lo mismo, habrían muerto 50 de los 80 millones de habitantes europeos. Se estima que la misma fue causa de muerte de aproximadamente 50 a 75 millones de personas entre los primeros casos en Mongolia (1328) y los últimos en la Rusia Europea (1353). Afectó devastadoramente Europa, China, India, Medio Oriente y el Norte de África. No afectó el África subsahariana ni al continente Americano”.
Boccaccio no describe el fenómeno en términos estadísticos, lo hace con palabras que se desangran como las propias víctimas del contagio, que se pudren como las víctimas hasta convertirse en una masa pustulente, dolorosa, pestilente. Palabras que denotan el habitual sentido judeocristiano del pecado y del castigo divino:
“Digo, pues, que ya habían los años de la fructífera Encarnación del Hijo de Dios llegado al número de mil trescientos cuarenta y ocho cuando a la egregia ciudad de Florencia, nobilísima entre todas las otras ciudades de Italia, llegó la mortífera peste que o por obra de los cuerpos superiores o por nuestras acciones inicuas fue enviada sobre los mortales por la justa ira de Dios para nuestra corrección que había comenzado algunos años antes en las partes orientales privándolas de gran cantidad de vivientes, y, continuándose sin descanso de un lugar en otro, se había extendido miserablemente a Occidente. Y no valiendo contra ella ningún saber ni providencia humana (como la limpieza de la ciudad de muchas inmundicias ordenada por los encargados de ello y la prohibición de entrar en ella a todos los enfermos y los muchos consejos dados para conservar la salubridad) ni valiendo tampoco las humildes súplicas dirigidas a Dios por las personas devotas no una vez sino muchas ordenadas en procesiones o de otras maneras, casi al principio de la primavera del año antes dicho empezó horriblemente y en asombrosa manera a mostrar sus dolorosos efectos. Y no era como en Oriente, donde a quien salía sangre de la nariz le era manifiesto signo de muerte inevitable, sino que en su comienzo nacían a los varones y a las hembras semejantemente en las ingles o bajo las axilas, ciertas hinchazones que algunas crecían hasta el tamaño de una manzana y otras de un huevo, y algunas más y algunas menos, que eran llamadas bubas por el pueblo. Y de las dos dichas partes del cuerpo, en poco espacio de tiempo empezó la pestífera buba a extenderse a cualquiera de sus partes indiferentemente, e inmediatamente comenzó la calidad de la dicha enfermedad a cambiarse en manchas negras o lívidas que aparecían a muchos en los brazos y por los muslos y en cualquier parte del cuerpo, a unos grandes y raras y a otros menudas y abundantes”.
En el marco de esta horrible pandemia transcurren los relatos de “El decamerón” (literalmente “diez días”), una obra a la que adornan desde el Proemio las más nobles reflexiones y sentimientos de piedad y vocación de servicio:
“Humana cosa es tener compasión de los afligidos, y aunque a todos conviene sentirla, más propio es que la sientan aquellos que ya han tenido menester de consuelo y lo han encontrado en otros”.
La fina sensibilidad de Boccaccio se adelanta a su época al manifestar y otorgar abiertamente esa “compasión de los afligidos” a las mujeres, y a ellas también dedica el “útil consejo” de sus novelas o relatos. Boccaccio comprende perfectamente el drama de esos seres sometidos al doble yugo de la dictadura social y familiar, esos “viles e impuros” seres religiosamente despreciados por mandato bíblico:
“¿Y quién podrá negar que, por pequeño que sea, no convenga darlo mucho más a las amables mujeres que a los hombres? Ellas, dentro de los delicados pechos, temiendo y avergonzándose, tienen ocultas las amorosas llamas (que cuán mayor fuerza tienen que las manifiestas saben quienes lo han probado y lo prueban); y además, obligadas por los deseos, los gustos, los mandatos de los padres, de las madres, los hermanos y los maridos, pasan la mayor parte del tiempo confinadas en el pequeño circuito de sus alcobas, sentadas y ociosas, y queriendo y no queriendo en un punto, revuelven en sus cabezas diversos pensamientos que no es posible que todos sean alegres. Y si a causa de ellos, traída por algún fogoso deseo, les invade alguna tristeza, les es fuerza detenerse en ella con grave dolor si nuevas razones no la remueven, sin contar con que las mujeres son mucho menos fuertes que los hombres; lo que no sucede a los hombres enamorados, tal como podemos ver abiertamente nosotros.
Ellos, si les aflige alguna tristeza o pensamiento grave, tienen muchos medios de aliviarse o de olvidarlo porque, si lo quieren, nada les impide pasear, oír y ver muchas cosas, darse a la cetrería, cazar o pescar, jugar y mercadear, por los cuales modos todos encuentran la fuerza de recobrar el ánimo, o en parte o en todo, y removerlo del doloroso pensamiento al menos por algún espacio de tiempo; después del cual, de un modo o de otro, o sobreviene el consuelo o el dolor disminuye. Por consiguiente, para que al menos por mi parte se enmiende el pecado de la fortuna que, donde menos obligado era, tal como vemos en las delicadas mujeres, fue más avara de ayuda, en socorro y refugio de las que aman (porque a las otras les es bastante la aguja, el huso y la devanadera) entiendo contar cien novelas, o fábulas o parábolas o historias, como las queramos llamar, narradas en diez días, como manifiestamente aparecerá, por una honrada compañía de siete mujeres y tres jóvenes, en los pestilentes tiempos de la pasada mortandad, y algunas canciones cantadas a su gusto por las dichas señoras. En las cuales novelas se verán casos de amor placenteros y ásperos, así como otros azarosos acontecimientos sucedidos tanto en los modernos tiempos como en los antiguos; de los cuales, las ya dichas mujeres que los lean, a la par podrán tomar solaz en las cosas deleitosas mostradas y útil consejo, por lo que podrán conocer qué ha de ser huido e igualmente qué ha de ser seguido: cosas que sin que se les pase el dolor no creo que puedan suceder. Y si ello sucede, que quiera Dios que así sea, den gracias a Amor que, librándome de sus ligaduras, me ha concedido poder atender a sus placeres”.


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sábado, 14 de marzo de 2020

¡PREMIO NACIONAL DE LITERATURA!

Ese premio no le habría significado ningún reconocimiento a la obra de Alexis Gómez Rosa. Es un premio desacreditado
que se reparte como dádiva a poetas y escritores del montón. Más que un premio es una vergüenza nacional. Un premio que tocó el fondo de la desvergüenza cuando fue otorgado al llamado poeta Mafeo Robinson. No es que Alexis no se mereciera el premio, es que el premio no se merecía a Alexis Gómez Rosa.

Memoria y desmemoria de Monterrey (8)

Pedro Conde Sturla
13 marzo, 2020


Caonabo Estrella, al centro, en compañía de estudiantes dominicanos del Tecnológico de Monterrey. Foto de 1965. 

Caonabito dominaba en grado superlativo el arte de dar cuerda o más bien de mofarse graciosamente de los demás, pero sin ofender ni herir los sentimientos. Sus burlas hacían reír muchas veces incluso a la personas de las cuales se  burlaba y provocaban risotadas cargadas de buena salud,  buenos auspicios. Era algo que hacía casi sin darse cuenta,  con una técnica impecable y un riguroso orden circular, en   
principio. Sus horas favoritas para dar inicio a una sesión de  cuerda colectiva eran las de la comida o de la cena.

sábado, 7 de marzo de 2020

Memoria y desmemoria de Monterrey (7)

Pedro Conde Sturla
6 marzo, 2020

Directorio de la revista Quisqueya fundada en Monterrey por Dinápoles Soto Bello. 
Era difícil encontrar entre los dominicanos de Monterrey alguien parecido a Juanín, un estudiante de economía que en realidad era estudiante de todo lo que estuviera a su alcance, un tipo especial, con una curiosidad y un afán de conocimiento insaciables, un enamorado de las ciencias políticas. Juanín era como una esponja, era una esponja, absorbía los conocimientos del medio que lo rodeaba como por contacto. Dicen que todo se lo aprendía sin darse cuenta, desde los nombres de las calles hasta los números de las casas. Pero esto puede ser una exageración.

jueves, 5 de marzo de 2020

ABRIL

Alfredo Conde Pausas


ABRIL 
PARA QUE NADIE LO OLVIDE

I

No importa que el infortunio
le arrebate la victoria:
¡Qué noble y grande es la vida
del que se enfrenta a la muerte
para conquistar la gloria!
No importa que viva o muera,
que esté libre o que esté preso,
o que en el destierro viva
por azares de la suerte:
que aunque trueque el hado adverso
en derrota, la victoria:
¡Es noble y grande la vida
del que se enfrenta a la muerte
para conquistar la gloria!

lunes, 2 de marzo de 2020

EL BARRIL DE AMONTILLADO

Pedro Conde Sturla




































 [Hay pocos relatos tan intensamente crueles, tan despiadadamente morbosos, tan atraídos obsesivamente por el afán de venganza como “El barril de amontillado” de Edgar Allan Poe (1809-1849), uno de los grandes genios de la literatura.
Es el fruto de aquella inteligencia y fantasía analíticas que dieron justa fama a Poe. Inteligencia y fantasía analíticas que éste poseía en grado ciertamente excepcional, hasta el punto de que cuando era redactor del Graham’s Magazine desafió “al mundo entero” a mandarle un criptograma (documento escrito en clave) que él no pudiera descifrar.
Además, en una ocasión intuyó y reveló al público el final sorpresivo de una novela de Charles Dickens que se estaba publicando por entregas y arruinó, por supuesto el suspenso, el aura de misterio. Desde Inglaterra Dickens se lamentó diciendo: “Este hombre debe ser un demonio”.

domingo, 1 de marzo de 2020

PEPE RODRÍGUEZ Y EL CÓDIGO DA VINCI

Pedro Conde Sturla
11 de julio 2006


Pepe Rodríguez es un erudito español con nombre de bodeguero. Tiene un sitio Web que parece una trinchera y en cierto modo lo es, porque Rodríguez vive atrincherado, un poco a la defensiva pero sobre todo a la ofensiva, en permanente lucha contra la intolerancia religiosa. La Web de Pepe Rodríguez ha recibido hasta la fecha casi tres millones y medio de visitas. Hay una dirección a la que se le puede escribir y a veces responde.
De acuerdo con la información disponible, “Pepe Rodríguez está considerado como uno de los mejores expertos en problemática sectaria y sus libros y artículos sobre sectas, adicciones, crítica de la religión o desarrollo de los mitos, entre otros, son una referencia obligada para todos los interesados en estas cuestiones.”
Su bibliografía incluye títulos como Adicción a sectas y Pederastia en la Iglesia católica (“¡¡¡Un libro que la Iglesia ordenó silenciar en los medios de comunicación!!!”).