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lunes, 12 de agosto de 2019

LI PO TAI

Pedro Conde Sturla
8 de agosto 2006


A Li Po Tai lo conocí en la voz de Luis Camarena, amigo de Juan Monclús y amigos casi de infancia de un hermano médico que vive en Alemania -uña y carne desde una época remota en los predios de la Ciudad Colonial. Camarena tenía una vena de poeta o por lo menos de declamador y yo lo escuchaba extasiado diciendo unos versos chinos que se podían pintar en virtud de la gracia, la precisión de la imagen. Eran versos clásicos, epicúreos, que no he logrado encontrar y que a lo mejor sólo existen en el desliz y el deslave de la memoria traicionera, pero que son de alguna manera de Li Po, a pesar de posibles infidelidades:

Cuando voy al río nunca estoy solo
Me acompaña mi sombra y la botella
Cuando regreso, la sombra se me enreda entre los pies.

jueves, 25 de julio de 2019

IL FORTUNATO MORRISON

Pedro Conde Sturla
Mateo Morrison promovido a La academia de ciencias por sus valiosos aportes a la teoría de la oportunidad

Junto a Tony Raful ocupa un sitial  de honor el mítico Mateo Morrison (1947), otro gigante de las letras (y de las artes), el único en verdad que le hace sombra a Raful en materia de nombradía. No es para menos: el señor Mateo Morrison Fortunato (más bien fortunatissimo) es figura señera, señerísima, quizás el más típico representante de los poetas de choque. Sin duda es el que más se ajusta a su definición, el modelo por excelencia. Todo un personaje de antología en los hechos, no así en cuanto a su obra literaria. 

miércoles, 17 de julio de 2019

Francisco de Asís: Cántico de las criaturas


Pedro Conde Sturla
4 de octubre de 2012
Giotto: Sermón a los pájaros de Francisco de Asís

[El “Cántico de las criaturas” de Francisco o San Francisco de Asís es una de las grandes creaciones del espíritu humano. Conmueve, por su exquisita factura, tanto a creyentes como a no creyentes. Seduce por lo que parecería ser una visión panteísta, sin duda naturalista, de la divinidad, por la aparentemente sencilla y casi milagrosa articulación de las ideas y su plena, feliz realización en pura poesía. “Pura, encendida rosa / émula de la llama”, para decirlo con palabras de Francisco de Rioja.

sábado, 15 de junio de 2019

YELIDÀ 1-2)


Yelidá (1 de 2)

En la década de 1940 empezó a manifestarse en Santo Domingo una curiosa tendencia literaria de intención épico-lírica que produciría una fuerte sacudida en el mundo o mundillo literario del país. Provocaría en breve tiempo un cambio de rumbo en la orientación de las letras dominicanas.

Ese rico filón épico-lírico, cuyo estudio merece un capítulo aparte en la historia literaria, dio origen a algunas de las obras poéticas más importantes del terruño, obras notables que se cuentan entre las cosas más valiosas del patrimonio nacional intangible.

Sus autores, un grupo de poetas independientes (los llamados Independientes del cuarenta, que no formaban parte de agrupaciones literarias), habrían de convertirse con el correr de los años en figuras cimeras de las letras nacionales.

El grupo está compuesto por Tomás Hernández Franco y Manuel del Cabral (que fueron los pioneros), Héctor Incháustegui Cabral y Pedro Mir.

La importancia histórica de la obra de Tomás Hernández Franco es en extremo interesante. Hernández Franco es el deleznable autor de “La revolución más bella de América” (la de Trujillo), y es también autor del inspirado y extraño y magnífico poema “Yelidá”, publicado en 1942.

Yelidá es un poema deslumbrante o mejor dicho un poema paisaje, quizás un poema espejismo en el que la geografía del ambiente poético se construye como por encanto ante la mirada del lector sensible: poema de arquitectura barroca que persiste en la memoria y en la retina. Uno de los elementos formales de esta construcción es precisamente el flujo ininterrumpido de imágenes, la forma en que se articulan las palabras para producir un sentido innovador, fuera de serie:

“Buscaron a Badagris dictador de la puñalada y del veneno / espíritu suelto de los cañaverales / donde el tafiá es primero flor y luego miel / el padre del rencor y de la ira / el que enciende la choza al leve contacto de su mano negra / y viola a todas las niñas en el vientre de las madres dormidas. /Buscaron a Agoué dios ventrudo del agua / mitad evaporado de sol y de brasa / y mitad prisionero del pantano /aburrido de moscas y de olas / en su casa de vientos y de esponjas”.

El ritmo y la adjetivación insólita juegan un papel de suma importancia en este poema: son protagonistas de primer orden. Es el ritmo interior lo que convierte a “Yelidá” en un poema tan impetuoso, mágico, luminoso y tembloroso como “un derroche de fuegos artificiales”.

Decía Sergei M. Eisentein, el famoso director de cine soviético, que “el arte de componer bien es el arte de variar bien”. No cabe duda que Tomás Hernández Franco aprendió esta lección en alguna parte:

“Con alma de araña para el macho cómplice del espasmo / Yelidá por el propio camino de su vientre / asesina del viento perdido entre los dientes de la gruta / ahí se estaba vegetal y ardiente / en húmeda humedad de hongo y de liquen / caliente como todo lo caliente / cosa de hoja podrida fermentada en penumbra tiempo y luna / hecha de filtro y de palabra rara /en el agua del charco con su verde y su larva / y su ala a medio nacer y su andar de meteoro / Yelidá deshojada a sí y a no / por éxtasis de blanco y frenesí de negro / profunda hacia la tierra y alta hacia el cielo / en secreto de surcos y en místico de llamas”.

Ahora bien, ¿qué cosa es exactamente Yelidá, qué lugar ocupa en nuestra literatura, que representa en el plano de las opciones estético-ideológicas?

Yelidá es una especie de epopeya trunca, o si se quiere, un fragmento de epopeya (sui generis) cuyo espectáculo narrativo se sitúa aparentemente fuera del presente. El desarrollo de la historia tiene lugar en cinco fases o etapas que llevan por título: “Un antes”, “Otro antes”, “Un paréntesis” y “Un final” que consta de un solo verso.

En la primera parte conocemos a Erick, un simple “muchacho noruego con “ fuerza de remo y sencillez de espuma”. Era “mitad Tritón y mitad ángel”, tan puro e inocente que a los veinte años se mantenía “virgen dentro de sus botas de hule”. Un buen día, estimulado por un tío marinero que le “contaba entre dientes largas historias de islas” , Erick se puso en ruta y fue a parar a Fort Liberté. Allí conoce a Mamuasel Suquiete, una muchacha negra que se enamora de su belleza blanca y le hace perder su “escandinava inocencia”. Erick trata en principio de “ahuyentarla de su cabeza rubia”, pero al final sucumbe sin remedio, víctima de las artes mágicas del vudú, “ y muy pronto los casó el obispo francés”. Erick deja entonces de ser marinero y se convierte en vendedor de arenques. Luego, en un tiempo indeterminado, muere de alguna manera “entre Jesucristo y Damballá Queddó”.
Tomás Hernández Franco lo cuenta mejor en el poema. Lo cuenta en unos versos trepidantes como no se han vuelto a ver en la poesía dominicana. Versos y reversos rebosantes de intuiciones líricas insospechadas, audaces registros verbales, pulsaciones poéticas insospechadas:

“Erick el muchacho noruego que tenía / alma de fiord y corazón de niebla apenas sospechaba en su larga vagancia de horizontes / la boreal estirpe de la sangre que le cantaba caminos en las sienes./ En el más largo mes del año había nacido / en la pesquera choza de brea y redes salpicada casi por las olas /parido estaba entre el milagro del mar y el sol de medianoche / de padre ausente naufragado / nadador ya de algas profundas y arenas sorprendidas / de escamas y de agallas y de aletas. / Era el quinto hijo para el mar nacido / Erick creció en su idioma de anzuelo y de corriente / fuerza de remo y sencillez de espuma / como todos los muchachos de la playa /mitad Tritón y mitad Ángel. / Pero Erick no sabía nada de eso / pulso de viento y terquedad de proa / aprendió los nombres de los peces de las puntas y cabos / la oración del canal y la bahía /a los quince años conocía mil golfos /y sin contar el ya remoto y salobre seno de la madre / ni un solo pensamiento de noruega / le había caminado entre las cejas rubias. /

En un anual calafateo de lanchas /llamas estopa y brea / Erick tenía veinte años y era virgen dentro de sus botas de hule / y creía que los niños nacen así como los peces / en la noche quieta de los reposos del mar / pero el tío piloto contaba entre dientes largas historis de islas / con puertos bruñidos y azules / donde centenares de mujeres desnudas subían carbón al barco / donde había pájaros verdes hirviendo de palabras obscenas / y donde en la noche florecía el burdel con hondo aliento de tam-tam./ El tío mascullaba una lejana canción de sol y cocoteros / en lengua que no podía ser noruega y que ponía / en el pulso de viento de Erick pequeños remolinos./

A los veintidos años Erick tenía la mirada gris azul / densa de su alma puesta en dique / y una voluntad de timón y de quilla / por llegar a las islas de las montañas de azúcar / donde decía el tío las noches olían a cedro como las barricas de ron / Erick sabía que los marinos noruegos siempre desertaban en las islas / pero cuando estaban bien borrachos los capitanes los metían a patadas / en las bodegas sucias y entonces volvían a Noruega/flacos y callados y tristes./ Con todo y las patadas el marino Erick ya estaba en ruta”.




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https://acento.com.do/2019/opinion/8694909-yelida-2-de-2/

Yelidá (2 de 2)

De la unión de Erick y Mamuasel Suquiete nace la mulata Yelidá. Y el nacimiento es todo un acontecimiento, una epifanía tropical de inusitada raigambre telúrica:
“Y así vino al mundo Yelidá en un vagido de gato tierno / mientras se soltaba la leche blanca de los senos negros de Suquí / alegre de todos sus dientes y de su forma rota / por el regalo del marido rubio / y Yelidá estaba inerme entre los trapos / con su torpeza jugosa de raíz y de sueño / pero empezó a crecer con lentitud de espiga / negra un día sí y un día no / blanca los otros / nombre de vodú y apellido de kaes / lengua de zetas / corazón de ice-berg / vientre de llama hoja de alga flotando en el instinto /nórdico viento preso en el subsuelo de la noche / con fogatas y lejana llamada sorda para el rito”.
Ella sigue creciendo “con lentitud de espiga”, fuerte y lozana, y mientras crece en aquel ambiente va poniendo en peligro la sangre nórdica de su padre. ¿Cuál puede ser el destino de la sangre blanca de Erick en esa tierra de negros?
La acción llega al climax cuando Yelidá se hace adulta y, alarmados, los inocentes dioses nórdicos se trasladan hacia Haití en masa para interceder ante los bárbaros dioses del panteón vudú por la salvación de la sangre blanca que corría por las venas de la muchacha mulata. El enfrentamiento de ambas cofradías religiosas  constituye la parte mas hermosa y vibrante del poema. 

Los liliputienses dioses infantiles de la nieve / los viejecillos vestidos de rojo / que sacuden la niebla de sus barbas /
y los que soplan sobre las letras sin rumbo de las veletas / los habitantes del rescoldo /los del viento ululante / los que dibujan las árticas auroras / los dioses de algodón y de manzana / que tienen largo el sur y corto el norte / los que sobre la tímida y verde vida del musgo verde / resbalan y juegan con las flores del hielo / los hiperbóreos duendes del trineo y del reno / supieron la noticia en lengua de disueltos huracanes lejanos./ Sangre varega en la aventura de cosas de hombre / por cosas de mujer se trasplantaba / en islas de caracol y de pimienta”…
A pesar del largo viaje y a pesar de las súplicas, la misión de los dioses  nórdicos termina en fracaso: “aquella noche Yelidá había tenido su primer amante”. La sangre blanca de Erick ya no tenía salvación:
“perdida iba a quedar para su ártico / en el flotante archipiélago encendido / perdida iba a quedar para su mansa / vegetación de pinos ordenada / perdida iba a quedar para su lucha / de olas, aceite y peces / perdida iba a quedar para Noruega / en las islas de fuego condenada. / Viajeros por los hondos caminos del subsuelo adornados de tumbas / donde dialoga el fósil con la raíz podrida / y el hueso suelto espera la trompeta / y se hace oscuro el secreto del agua / que lava las pupilas insomnes del mineral perdido / por la grieta y la gruta y el estrato / los dioses de leche y nube con el sexo de niño / buscaron al otro dios de los mil nombres / al dios negro del atabal y la azagaya / comedor de hombres constelado de muertes / Wangol del cementerio y del trueno /
el dueño del ojo vidriado de zombí y la serpiente/ Buscaron a Ayidá-Oueddó que es la que pone / a arder la lámpara roja del estupro / la que en el hondo vientre de cueva del bongó mantiene /
las cien serpientes locas del dolor y la vida / la que en la noche de Legbá suelta los perros del deseo / la que está partida en dos mitades por sexo infinito / maestra de la danza sagrada para llegar hasta ella misma / domadora del grito y del espasmo./
Implorantes de llantos en sordina /
Casi borrachos ya de olor de isla /
los dioses de Noruega pedían salvar la última gota de la sangre de Erick/
la escandinava inocencia de una gota de sangre”.
En los trepidantes versos y las deslumbrantes imágenes de “Yelidá” se pone de manifiesto la esencia ética y estética de la obra, la definición sustantiva y sustancial del poema: “Yelidá” es, en el mejor de los casos, un lamento (en sordina) por la sangre nórdica que se diluye en el contexto de la negritud. El triunfo de la cofradía afroantillana sobre la nórdica puede expresarse y resumirse con estas palabras: “Se nos dañó el muchacho.” De ninguna manera parece ser una celebración de la mezcla de razas, del mestizaje que define a las Américas.
En “Yelidad” se produce el clásico enfrentamiento entre “Civilización y barbarie”, dando por descontado que los bárbaros son esos pueblos nuestros, cultores de religiones sincréticas como el  vudú, pueblos que desgraciadamente han derrotado a “los dioses de algodón y de manzana”, portadores de civilizadora sangre blanca.
La historia de «Yelidá» es un poco la historia del mestizaje.  El pasado y el presente. La historia de pueblos oprimidos, cuyas calamidades o desgracias han sido atribuidas cómodamente al origen étnico y no a su pesado fardo histórico y social.


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Pedro Conde Sturla
14 junio, 2019



Tomás Hernández Franco. 

De la unión de Erick y Mamuasel Suquiete nace la mulata Yelidá. Y el nacimiento es todo un acontecimiento, una epifanía tropical de inusitada raigambre telúrica:
“Y así vino al mundo Yelidá en un vagido de gato tierno / mientras se soltaba la leche blanca de los senos negros de Suquí / alegre de todos sus dientes y de su forma rota / por el regalo del marido rubio / y Yelidá estaba inerme entre los trapos / con su torpeza jugosa de raíz y de sueño / pero empezó a crecer con lentitud de espiga / negra un día sí y un día no /blanca los otros / nombre de vodú y apellido de kaes / lengua de zetas /corazón de ice-berg / vientre de llama hoja de alga flotando en el instinto /nórdico viento preso en el subsuelo de la noche / con fogatas y lejana llamada sorda para el rito”.

sábado, 8 de junio de 2019

Yelidá (1 de 2)

Yelidá (1 de 2)

Yelidá (1 de 2)

En la década de 1940 empezó a manifestarse en Santo Domingo una curiosa tendencia literaria de intención épico-lírica que produciría una fuerte sacudida en el mundo o mundillo literario del país. Provocaría en breve tiempo un cambio de rumbo en la orientación de las letras dominicanas.
Ese rico filón épico-lírico, cuyo estudio merece un capítulo  aparte en la historia literaria, dio origen a algunas de las obras poéticas más importantes del terruño, obras notables que se cuentan entre las cosas más valiosas del patrimonio nacional intangible.
Sus autores, un grupo de poetas independientes (los llamados Independientes del cuarenta, que no formaban parte de agrupaciones literarias), habrían de convertirse con el correr de los años en figuras cimeras de las letras nacionales.
El grupo está compuesto por Tomás Hernández Franco y Manuel del Cabral (que  fueron los pioneros), Héctor Incháustegui Cabral y Pedro Mir.
La importancia histórica de la obra del primero de ellos es notable en más de un sentido. Tomás Hernández Franco es el deleznable autor de “La revolución más bella de América” (la de Trujillo), y es también  autor del inspirado y extraño y magnífico poema “Yelidá”, publicado en 1942.
Yelidá es un poema deslumbrante o mejor dicho un poema paisaje, quizás un poema espejismo  en el que la geografía del ambiente poético se construye como por encanto ante la mirada del lector sensible: poema de arquitectura barroca que persiste en la memoria y en la retina. Uno de los elementos formales de esta construcción es precisamente el flujo ininterrumpido de imágenes, la forma en que se articulan las palabras para producir un sentido innovador, fuera de serie:
“Buscaron a Badagris dictador de la puñalada y del veneno / espíritu suelto de los cañaverales / donde el tafiá es primero flor y luego miel / el padre del rencor y de la ira / el que enciende la choza al leve contacto de su mano negra / y viola a todas las niñas en el vientre de las madres dormidas. /Buscaron a Agoué dios ventrudo del agua / mitad evaporado de sol y de brasa / y mitad prisionero del pantano /aburrido de moscas y de olas / en su casa de vientos y de esponjas”.
El ritmo y la adjetivación insólita  juegan un papel de suma importancia en este poema: son protagonistas de primer orden. Es el ritmo interior lo que convierte a “Yelidá” en un poema tan impetuoso, mágico, luminoso y tembloroso como “un derroche de fuegos artificiales”.
Decía Sergei M. Eisentein, el famoso director de cine soviético, que “el arte de componer bien es el arte de variar bien”. No cabe duda que Tomás Hernández Franco aprendió esta lección en alguna parte:
“Con alma de araña para el macho cómplice del espasmo / Yelidá por el propio camino de su vientre / asesina del viento perdido entre los dientes de la gruta / ahí se estaba vegetal y ardiente / en húmeda humedad de hongo y de liquen / caliente como todo lo caliente / cosa de hoja podrida fermentada en penumbra tiempo y luna / hecha de filtro y de palabra rara /
en el agua del charco con su verde y su larva / y su ala a medio nacer y su andar de meteoro / Yelidá deshojada a sí y a no / por éxtasis de blanco y frenesí de negro / profunda hacia la tierra y alta hacia el cielo / en secreto de surcos y en místico de llamas”.
Ahora bien, ¿qué cosa es exactamente Yelidá, qué lugar ocupa en la literatura dominicana, qué representa en el plano de las opciones estético-ideológicas?
Yelidá es una especie de epopeya trunca, o si se quiere, un fragmento de epopeya (sui generis) cuyo espectáculo narrativo se sitúa aparentemente fuera del presente. El desarrollo  de la historia tiene lugar en cinco fases o etapas que llevan por título: “Un antes”, “Otro antes”, “Un paréntesis” y “Un final” que consta de un solo verso.
En la primera parte conocemos a Erick, un simple “muchacho noruego con “ fuerza de remo y sencillez de espuma”. Era “mitad Tritón y mitad ángel”, tan puro e inocente que a los veinte años se mantenía “virgen dentro de sus botas de hule”. Un buen día, estimulado por un tío marinero que le “contaba entre dientes largas historias de islas” , Erick se puso en ruta y fue a parar a Fort Liberté. Allí conoce a Mamuasel Suquiete, una muchacha negra que se enamora de su belleza blanca y le hace perder su “escandinava inocencia”. Erick trata en principio de “ahuyentarla de su cabeza rubia”, pero al final sucumbe sin remedio, víctima de las artes mágicas del vudú, “ y muy pronto los casó el obispo francés”. Erick deja entonces de ser marinero y se convierte en vendedor de arenques. Luego, en un tiempo indeterminado, muere de alguna manera “entre Jesucristo y Damballá Queddó”.
Tomás Hernández Franco lo cuenta mejor en el poema. Lo cuenta en unos versos trepidantes como no se han vuelto a ver en la poesía dominicana. Versos y reversos rebosantes de intuiciones líricas insospechadas, audaces registros verbales, pulsaciones poéticas insospechadas:
“Erick el muchacho noruego que tenía /
alma de fiord y corazón de niebla apenas sospechaba en su larga vagancia de horizontes / la boreal estirpe de la sangre que le cantaba caminos en las sienes./ En el más largo mes del año había nacido / en la pesquera choza de brea y redes salpicada casi por las olas /
parido estaba entre el milagro del mar y el sol de medianoche / de padre ausente naufragado / nadador ya de algas profundas y arenas sorprendidas / de escamas y de agallas y de aletas. / Era el quinto hijo para el mar nacido / Erick creció en su idioma de anzuelo y de corriente / fuerza de remo y sencillez de espuma / como todos los muchachos de la playa /
mitad Tritón y mitad Ángel. / Pero Erick no sabía nada de eso / pulso de viento y terquedad de proa / aprendió los nombres de los peces de las puntas y cabos / la oración del canal y la bahía /
a los quince años conocía mil golfos /
y sin contar el ya remoto y salobre seno de la madre / ni un solo pensamiento de noruega / le había caminado entre las cejas rubias. /
En un anual calafateo de lanchas /
llamas estopa y brea / Erick tenía veinte años y era virgen dentro de sus botas de hule / y creía que los niños nacen así como los peces / en la noche quieta de los reposos del mar / pero el tío piloto contaba entre dientes largas historis de islas / con puertos bruñidos y azules / donde centenares de mujeres desnudas subían carbón al barco / donde había pájaros verdes hirviendo de palabras obscenas / y donde en la noche florecía el burdel con hondo aliento de tam-tam./ El tío mascullaba una lejana canción de sol y cocoteros / en lengua que no podía ser noruega y que ponía / en el pulso de viento de Erick pequeños remolinos./
A los veintidos años Erick tenía la mirada gris azul / densa de su alma puesta en dique / y una voluntad de timón y de quilla / por llegar a las islas de las montañas de azúcar / donde decía el tío las noches olían a cedro como las barricas de ron / Erick sabía que los marinos noruegos siempre desertaban en las islas / pero cuando estaban bien borrachos los capitanes los metían a patadas / en las bodegas sucias y entonces volvían a Noruega/ flacos y callados y tristes./ Con todo y las patadas el marino Erick ya estaba en ruta”.


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pedro Conde Sturla
7 junio, 2019
En la década de 1940 empezó a manifestarse en Santo Domingo una curiosa tendencia literaria de intención épico-lírica que produciría una fuerte sacudida en el mundo o mundillo literario del país. Provocaría en breve tiempo un cambio de rumbo en la orientación de las letras dominicanas.
Ese rico filón épico-lírico, cuyo estudio merece un capítulo aparte en la historia literaria, dio origen a algunas de las obras poéticas más importantes del terruño, obras notables que se cuentan entre las cosas más valiosas del patrimonio nacional intangible.

miércoles, 21 de noviembre de 2018

CAQUITO

Pedro Conde Sturla
31 de julio de 2009

Caquito visto por Cestero
Hoy me vino a la mente algo así como un soplo, el viento de un recuerdo y la nostalgia que siempre trae aparejada. Es el recuerdo y la nostalgia de gratas conversaciones en el Palacio de la Esquizofrenia (Restaurante Cafetería El Conde) con el poeta Ernesto Hernández, Caquito. Cariñosamente Caquito.
Corrían los años noventa, el siglo apuntaba a su fin. Caquito vivía también sus últimos años y en El Palacio de la Esquizofrenia todo era viejo y nuevo como sigue siendo ahora. Nuevo y viejo y actual.

martes, 23 de octubre de 2018

EL POEMA DE GILGAMESH


Pedro Conde Sturla
25 de marzo de 2007

La literatura y el arte, la historia, la filosofía y la religión se confunden en la noche de los tiempos y muy frecuentemente no es posible separar una de otras, como en el famoso Poema de Gilgamesh.
El rey Gilgamesh, un personaje histórico, gobernó en Uruk, Mesopotamia -cuna de la civilización-, alrededor de 2500 años aC. En algún lugar de esa tierra se estableció el paraíso terrenal y hoy día es parte del territorio que ocupa Irak.
El poema se escribió muchos siglos después, tomando como base las tradiciones orales de antiguas leyendas de los sumerios (un pueblo y una lengua de orígenes desconocidos) y está considerado como la más antigua narración escrita de la historia. Ahí comenzó todo, dijo Borges.
Como en toda epopeya, la figura de Gilgamesh aparece transfigurada, idealizada, convertida en mito.
Para algunos, el poema contiene la más antigua reflexión filosófica sobre la condición humana y reviste una doble importancia:
“Por un lado, inicia la literatura conocida de la humanidad: las tablillas conservadas son los fragmentos de escritura, escritura cuneiforme, más antiguos del mundo -de momento-. Por otro, es una profunda y sabia, antigua y actual, reflexión sobre qué son y como tienen que vivir los humanos.”
En alguno de los pasajes anticipa, al decir de un agudo comentarista, el carpe diem de Horacio, una frase latina que literalmente significa cosecha, disfruta o realiza el día.

Cuando los dioses crearon a los humanos
destinaron la muerte para ellos,
guardando la vida para sí mismos.
Tú, Gilgamesh, llénate el vientre,
goza de día y de noche.
Celebra cada día una alegre fiesta,
danza y juega día y noche.
Ponte vestidos flamantes
lava tu cabeza y báñate.
Atiende el niño que te toma de la mano y alégrate
Deléitate abrazando a tu esposa.
Pues éste es el destino del hombre

El poema inicia con un prólogo exultante que proclama “las hazañas de Gilgamesh... el hombre al que todas las cosas le eran conocidas... era sabio... conocía cosas secretas, nos trajo una historia de antes de la inundación. Partió en un largo viaje, estaba abatido, cansado de trabajar; al regresar descansó y grabó en una piedra todo el relato.”
Como era en parte humano y en parte divino, Gilgamesh era arrogante y los dioses crearon al guerrero Enkidú, que lo igualaba en fortaleza física, con el propósito de bajarle los humos.
Enkidu y Gilgamesh entablaron combate y luego se hicieron amigos, casi hermanos y marcharon juntos en una aventura para darle muerte al maligno Humbaba.
Durante el viaje de regreso, la diosa Ishtar se prendó de la belleza del héroe y le pidió matrimonio, a lo que Gilgamesh se negó. Entonces, la diosa pidió en venganza a su padre Anu que creara el Toro del cielo para que destruyese la tierra. Pero Enkidú y Gilgamesh lo mataron. Los dioses castigaron entonces la osadía provocando la muerte de Enkidú. Desolado, Gilgamesh emprendió un viaje para entrevistarse con Utnapishtim, el antecesor de todos los humanos y le pregunta por qué todos tienen que morir. Utnapishstim le respondió que la muerte era igual a un sueño que a todos sobreviene algún día y no hay razón para temerla.
Por último, en el camino de regreso y no sin haber escuchado el relato del diluvio de boca de Utnapishstim, que era el único sobreviviente, Gilgamesh, encuentra una planta que tiene el poder de devolver la juventud. Pero un día una serpiente aprovecha una distracción del héroe y se come la planta. Por esa razón las serpientes cambian la piel y se mantienen jóvenes, mientras que los humanos envejecen y mueren.
Utnapishtim vivía en la ciuad de Shurrupak, donde servía al dios Ea. A causa de los interminables conflictos entre los hombres, el ruido no permitía dormir a los dioses y estos decidieron desatar las aguas sobre el mundo para que todos perecieran ahogados, pero Ea le avisó en el sueño a Utnapishtim del cataclismo que se acercaba y le dijo que construyera una nave y que metiera en ella una pareja de cada especie. Durante siete noches hubo una gran tempestad y el mundo se cubrió de agua. La nave tocó tierra en la cima del monte Nisir. Para verificar la extensión del diluvio, Utnapishtim soltó una paloma, luego una golondrina y luego un cuervo. Este último no regresó. Utnapishtim supuso entonces que había encontrado dónde posarse y que las aguas estaban bajando. En agradecimiento, encendió una hoguera e hizo sacrificios a los dioses. Enlil, el dios que había provocado el diluvio, se encolerizó al oler el humo, pero el dulce Ea intercedió por Utnapishtim y Enlil lo convirtió a él y su esposa en inmortales. Ambos son los antecesores de la humanidad…
De esta y otras leyendas, los escribas de la Biblia se surtirían en los siglos posteriores con la cuchara grande.

Fonte: http://es.wikipedia.or
MOSTERÍN. Historia de la Filosofía. Madrid: Alianza, 1983;
Poema de Gilgamesh estudio y traducción de F. LARA, Madrid, Tecnos, 1988
World Literature, Mythology, Gilgamesh mitos y leyendas: El diluvio
pcs, domingo, 25 de marzo de 2007


martes, 28 de agosto de 2018

HOJAS DEL CAMINO

Pedro Conde Sturla
20 y 27 de marzo de 2017

 (1)


Discretamente se han ido desprendiendo las hojas del calendario, hojas del tiempo, las “Hojas del camino”, el poemario inédito de Dinápoles Soto Bello. 
El agraciado es un profesor de la universidad Madre y Maestra, un matemático, un poeta para el cual la poesía es un principio de incertidumbre:

sábado, 25 de agosto de 2018

Palemón el estilita

https://acento.com.do/2018/opinion/8600352-palemon-el-estilista/

“Palemón el estilita” es un poema del colombiano Guillermo Valencia que me persigue desde que tengo memoria. Se trata de un texto irreverente, delicado y cómicamente irreverente, que se escribió en una época (1907) en que la influencia del clero campaba por sus fueros y pudo haber sido objeto de censura si la fama y la influencia del autor no lo hubieran protegido con un manto de relativa impunidad.

viernes, 27 de julio de 2018

DIVERTIMENTO

Pedro Conde Sturla 


"El divertimento es una forma musical que fue muy popular durante el siglo XVIII, compuesta para un reducido número de instrumentos. Los divertimentos solían mostrar un estilo desenfadado y alegre (en italiano, divertimento significa ‘diversión’). En francés se llamaba divertissement, y su plural en italiano era divertimenti."
He aquí un divertimento sin música de Federico Jovine Bermúdez
Luego del absoluto inventario
de tu tengo
escruto mis pasivos
dando nota de crédito a tu verso
“Autorretrato”, una de sus más felices creaciones, recupera plenamente el sentido lúdico connatural, el humor y la efervescencia del mas puro divertimento. Humor de gordo, no de temperamento obeso:
Me lloro y soplo las narices
me encabrito y toco las pisadas
paso y repaso con las manos
este humano envoltorio de raíces
Me pincho y no lo siento
me acongojo dejándome llevar
Yo me cierno en la harina
que otros muelen
Sorpréndenme los tres
-padre y el hijo-
Yo me espíritu tanto y tan tranquilo
que yo me digo amén
cuando me miro.
La foto recoge un momento feliz en compañía de su Gloria, después de su tercer renacimiento. Estuvo en coma varios días por el mucho comer. Hoy está a dieta y sigue en su Gloria, la extraordinaria compañera de su vida.

miércoles, 27 de junio de 2018

POR LOS ALTOS ANDAMIOS DE LAS FLORES

             Pedro Conde Sturla

Monumento a Miguel Hernández
       









El más trágico y breve de los tres grandes cantores españoles de la pérdida es Miguel Hernández, pastor de cabras, poeta, dramaturgo, militante comunista y combatiente en el bando republicano durante la guerra civil. Había nacido en Orihuela, Alicante, en 1910 y murió en las ergástulas franquistas en 1942, “entre dolores acerbos, hemorragias agudas, golpes de tos”, a los treinta y un años de edad.

lunes, 16 de abril de 2018

MANUEL CUANDO YA ES TIEMP0







 (versión corregida y ampliada de la original de 1995)
Pedro Conde Sturla

a luis carvajal, devoto de manuel


Leí en libros añejos / que niños otra vez se hacen los viejos; 
/ más yo diré, si a la verdad me ciño, / 
que al hombre la vejez sorprende aún niño.
 Goethe, Fausto