domingo, 10 de junio de 2018

UN CÍNICO ADMIRABLE

Jesús Martín
26/07/2009

Caricatura de Harold Priego
Pedro Conde Sturla es un bribón literario que rasga con su prosa la piel de la existencia. Lo hace contando historias feroces, a veces íntimas, a veces sociales. Un enamorado correspondido de las letras, que lo adoran por desvergonzado.
En la Grecia antigua, los cínicos pertenecían a un movimiento filosófico conocido por sus excentricidades. Entre otros oficios, componían sátiras contra la corrupción de las costumbres y los vicios de la sociedad de su tiempo. Unos irreverentes que repudiaban la estupidez, sobre todo la que se asume como habitual de la convivencia humana.
Conde tiene el don de la palabra, pero esto, de por sí, nunca debería considerarse como el único valor que ensalce una obra literaria. Es más importante la transmisión de sensaciones vitales, lo que muy pocos son capaces de conseguir mediante un libro de relatos, como es el caso de Los cuentos negros.
Alejado de las ínfulas, Pedro desnuda verdades y mentiras, es un fresco en todos los sentidos de la palabra. Su literatura es un soplo de lucidez a la intemperie, habilidad que refleja en el tiempo, el espacio, la realidad y su significado.
En El Ladrón, un hombre asalta una farmacia, que más bien parece un oscuro prostíbulo brebajes sanatorios, una metáfora de la cruda realidad que nos ensombrece. Un cuento trágico sobre la sociedad furibunda, dolorosa de la mordida que dejo inoculada la frustración.
Si la calavera del príncipe Hamlet hubiese tenido la oportunidad de contestar al extraviado que la sostenía, de seguro que hubiera transformado el inmortal lamento shakesperiano por el consiguiente “robar o no robar, esa es la cuestión”. Así se desprendería del cuento que Sturla dedica a su maestro, Enriquillo Sánchez Lengüemime, un relato que fue censurado por casi todos los periódicos y revistas del país a finales de los ochenta, incluyendo el desaparecido semanario Hablan los comunistas y “el prestigioso libelo cultural Vetas”. Serás deslenguado, Sturla, como para molestar a caudillistas y autoritarios. Eso te pasa por no tenerle miedo ni al poder ni a sus símbolos, cínico, que eres un cínico.
En Yo adivino el parpadeo, uno de los relatos más humanos del libro, adoro la sentencia que crucifica al protagonista: “Ese es mi sino: amar lo que se me rechaza”. El tango perfecto. Podría seguir hablándoles de El anticristo en palacio, o uno de los cuentos más apasionantes que he leído en mi vida, Fábula del fabulador. Pero limitaré mi conclusión para invitarlos a disfrutar de la lectura de Los cuentos negros, un libro de once relatos que enriquecerá su mente, ahora que nos han robado casi todo.

FRAGMENTO DE “FÁBULA DEL FABULADOR”:

“En la clandestinidad había que moverse con la fluidez de una sombra, vestir como una sombra –la capa negra, el rostro embozado, la gorra negra calada hasta las orejas. En la clandestinidad debía desdibujarse, camuflarse, confundirse con el paisaje urbano, caminar –por ejemplo- del lado interior de la acera, pegado a los edificios para proteger un flanco, el izquierdo (como le habían enseñado en Cuba durante el último entrenamiento) y sobre todo hacerse el disimulado y permanecer vigilante, observándolo todo con el rabillo del ojo, la visión periférica.”

PERFIL DEL AUTOR

Pedro Conde Sturla, nacido en San Francisco de Macorís en 1945, cursó la carrera de humanidades en la Universidad de Roma. Ejerció como publicista, es profesor de historia y literatura de la Universidad Autónoma de Santo Domingo desde 1978. Ha publicado artículos en periódicos y revistas del ámbito nacional, México, Venezuela y Cuba. Es autor de textos de crítica e historia literaria, narrativa del género satírico y  poesía: Antología informal (1970), Notas sobre el Enriquillo (1978), Ruben Suro o la poesía con una sola intención, estudio preliminar de la recopilación de Poemas de una sola intención (1978), Problemas de historia, en colaboración con Felix Calvo (1982), Oficio de poeta, ensayo de interpretación de la obra de Roque Dalton en la edición dominicana de Taberna y otros lugares (1983), Los cocodrilos, relato (1984), El humo de los rostros, poemas, en colaboración con Ramón Tejera Rosas y Radhamés Reyes Vásquez, (1992), Elogio y diatriba de Víctor Villegas, estudio preliminar de la antología poética La luz en el regreso (1993), El chivo de Vargas Llosa, una lectura política (2000), Memorias del viento frío, poesía de la guerra y la posguerra (2002), publicación por entrega en la revista Vetas.

Jesús Martín, 26/07/2009





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