Jesús Martín
26/07/2009
26/07/2009
Caricatura de Harold Priego |
Pedro Conde Sturla es un bribón literario que rasga con su prosa la piel de
la existencia. Lo hace contando historias feroces, a veces íntimas, a veces
sociales. Un enamorado correspondido de las letras, que lo adoran por
desvergonzado.
En la
Grecia antigua, los cínicos pertenecían a un movimiento filosófico conocido por
sus excentricidades. Entre otros oficios, componían sátiras contra la
corrupción de las costumbres y los vicios de la sociedad de su tiempo. Unos
irreverentes que repudiaban la estupidez, sobre todo la que se asume como
habitual de la convivencia humana.
Conde tiene
el don de la palabra, pero esto, de por sí, nunca debería considerarse como el
único valor que ensalce una obra literaria. Es más importante la transmisión de
sensaciones vitales, lo que muy pocos son capaces de conseguir mediante un
libro de relatos, como es el caso de Los
cuentos negros.
Alejado
de las ínfulas, Pedro desnuda verdades y mentiras, es un fresco en todos los
sentidos de la palabra. Su literatura es un soplo de lucidez a la intemperie,
habilidad que refleja en el tiempo, el espacio, la realidad y su significado.
En El Ladrón, un hombre asalta una
farmacia, que más bien parece un oscuro prostíbulo brebajes sanatorios, una
metáfora de la cruda realidad que nos ensombrece. Un cuento trágico sobre la
sociedad furibunda, dolorosa de la mordida que dejo inoculada la frustración.
Si la
calavera del príncipe Hamlet hubiese tenido la oportunidad de contestar al
extraviado que la sostenía, de seguro que hubiera transformado el inmortal
lamento shakesperiano por el consiguiente “robar o no robar, esa es la
cuestión”. Así se desprendería del cuento que Sturla dedica a su maestro,
Enriquillo Sánchez Lengüemime, un relato que fue censurado por casi todos los
periódicos y revistas del país a finales de los ochenta, incluyendo el
desaparecido semanario Hablan los
comunistas y “el prestigioso libelo cultural Vetas”. Serás deslenguado, Sturla, como para molestar a
caudillistas y autoritarios. Eso te pasa por no tenerle miedo ni al poder ni a
sus símbolos, cínico, que eres un cínico.
En Yo adivino el parpadeo, uno de los
relatos más humanos del libro, adoro la sentencia que crucifica al
protagonista: “Ese es mi sino: amar lo que se me rechaza”. El tango perfecto.
Podría seguir hablándoles de El
anticristo en palacio, o uno de
los cuentos más apasionantes que he leído en mi vida, Fábula del fabulador. Pero limitaré mi conclusión para invitarlos a
disfrutar de la lectura de Los cuentos
negros, un libro de once relatos que enriquecerá su mente, ahora que nos
han robado casi todo.
FRAGMENTO
DE “FÁBULA DEL FABULADOR”:
PERFIL
DEL AUTOR
Pedro
Conde Sturla, nacido en San Francisco de Macorís en 1945, cursó la carrera de
humanidades en la Universidad de Roma. Ejerció como publicista, es profesor de
historia y literatura de la Universidad Autónoma de Santo Domingo desde 1978.
Ha publicado artículos en periódicos y revistas del ámbito nacional, México,
Venezuela y Cuba. Es autor de textos de crítica e historia literaria, narrativa
del género satírico y poesía: Antología informal (1970), Notas
sobre el Enriquillo (1978), Ruben
Suro o la poesía con una sola intención, estudio preliminar de la
recopilación de Poemas de una sola intención (1978), Problemas de
historia, en colaboración con Felix Calvo
(1982), Oficio de poeta, ensayo de interpretación de la obra de Roque
Dalton en la edición dominicana de Taberna y otros lugares (1983), Los
cocodrilos, relato (1984), El humo de los rostros, poemas, en
colaboración con Ramón Tejera Rosas y Radhamés Reyes Vásquez, (1992), Elogio
y diatriba de Víctor Villegas, estudio preliminar de la antología poética La
luz en el regreso (1993), El chivo de Vargas Llosa, una lectura política
(2000), Memorias del viento frío, poesía de la guerra y la posguerra
(2002), publicación por entrega en la revista Vetas.
Jesús Martín, 26/07/2009
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