21 de agosto de 2009
“El
arte de escribir” es un famoso texto de Andrè Maurois que no tiene
desperdicio. Se trata de un tema que, desde la antigüedad ha ocupado
la mente de grandes escritores y es mucho lo que se ha teorizado al
respecto. En Biblioteca Digital Ciudad Seva hay todo un capítulo
dedicado a “Opiniones y Consejos de los Maestros Sobre el Arte de
Narrar”, que los interesados podrán consultar con provecho. No
aparece entre los maestros, sin embargo, el nombre de Andrè Maurois
y ni siquiera el de Diógenes Céspedes.
Sobre
el arte de narrar he aprendido varias lecciones. Una de ellas es la
de Huidobro en “Arte poética”, la clásica, especialmente en lo
que concierne al uso del adjetivo:
Que
el verso sea como una llave / que abra mil puertas. / Una hoja cae;
algo pasa volando; / cuanto miren los ojos creados sea / y el alma
del oyente quede temblando. / Inventa mundos nuevos y cuida tu
palabra; / el adjetivo, cuando no da vida, mata. / Estamos en el
ciclo de los nervios. / El músculo cuelga. / como recuerdo, en los
museos; / mas no por eso tenemos menos fuerza: / el vigor verdadero /
reside en la cabeza. / Por que cantáis la rosa, !Oh poetas¡ /
hacedla florecer en el poema. / Solo para nosotros / viven todas las
cosas bajo el sol. / El poeta es un pequeño dios.
Otra
lección muy importante es la de Paul Valèry, citada por Andrè
Maurois. Valèry aboga por la sencillez, al igual que Borges, y
aconseja el uso de palabras “menores” en lugar de palabras
“mayores”, palabras rimbombantes.
Maurois
aconseja por su parte el uso de “la palabra concreta que designa
los objetos, los seres, a la palabra abstracta.” Aconseja el uso de
la frase corta, aconseja evitar el rebuscamiento y la pedantería,
aconseja el estudio de los clásicos y el rigor de la disciplina
constante: “sentarse cada día a su escritorio, no para soñar,
sino para trabajar”…“La inspiración nace del trabajo.”
Son
muchos y valiosos, como se verá, los consejos de Maurois sobre el
arte de escribir, aunque le faltó mencionar los peligros del uso del
gerundio y cómo evitarlos.
Ahora
bien, la más grande lección que he aprendido sobre el tema, quizás
la mejor de todas, es que ninguna lección puede enseñarte a
escribir. Algunos nacen sabiendo, son escritores natos, así como
Mozart era un músico nato. Él nació con la música por dentro.
Otros
aprenden con el tiempo, el esfuerzo, la práctica. Otros no aprenden
nunca. En realidad nunca se termina de aprender a escribir, pero la
perseverancia ayuda. Por algo dicen que “el genio no es más que
paciencia infinita”.
ANDRE MAUROIS, EL ARTE DE
ESCRIBIR
Usted desea aprender a escribir.
Tiene razón. De nada sirve tener las ideas justas si uno no sabe
expresarlas debidamente. Ni las palabras, ni la elocuencia misma, son
suficientes, porque las palabras se desvanecen. Un escrito perdura:
aquellos a quienes va dirigido pueden volver a leerlo, meditarlo.
Queda para ellos como una imagen del autor. Una relación bien
readaptada, bien escrita, está en la base de más de una gran
carrera.
Para escribir bien hay que poseer
cultura. No es necesario estar al corriente de la literatura más
moderna. Es mejor el conocimiento de los grandes clásicos, que
suministra citas y ejemplos, introduce a una asociación secreta y
poderosa, esta misteriosa francmasonería de los hombres cultivados
que uno encuentra tan frecuentemente entre los médicos, los
ingenieros y los escritores. Sobre todo, la cultura nos da
vocabulario. Uno no escribe con los sentimientos, sino con las
palabras. Usted debe conocer suficientes de ellas y haber penetrado
su sentido exacto. De lo contrario las empleará inadecuadamente, el
lector no le comprenderá.
La Academia Francesa pasa una
sesión entera definiendo tres o cuatro palabras. Esto no es jamás
tiempo perdido. Por falta de un lenguaje preciso, todo un pueblo
puede ser lanzado en prosecución de objetivos vagos que no merecen
ser perseguidos. Por lo tanto, busque en los diccionarios –y sobre
todo en el Littré– que darán ejemplos preciosos. Cada vez que
usted ignore el sentido de una palabra, búsquelo. Lea los grandes
autores. Vea cómo, con las palabras que usa todo el mundo, él sabe
crear un estilo. ¿Cuáles autores? Moliere, el cardenal de Retz,
Saint Simón, Voltaire, Diderot, Chateaubriand, Hogu. Ensaye a
descubrir el secreto de cada uno de ellos y las fuentes de su
maestría.
No ensaye tener usted mismo un
estilo. Ya vendrá solo si usted se forma a la vez un rico
vocabulario y fuertes pensamientos. Aquello que uno concibe bien se
enuncia claramente.
Guárdese de lo
rebuscado y pedante. Nada echa a perder más un estilo que la
vanidad. Diga simplemente lo que tenga que decir.
Valèry ha dado este consejo: «De dos palabras, hay que escoger la menor». Es decir, la menos ambiciosa, la menos ruidosa, la más modesta. Prefiera siempre la palabra concreta que designa los objetos, los seres, a la palabra abstracta. «Los hombres», viene mejor que «la humanidad, «tal hombre«, es mejor que «los hombres». Las palabras abstractas son útiles, aun necesarias, pero pronto hacen que el lector vuelva a lo concreto. Con las palabras abstractas uno puede probarlo todo, pero no realizar nada.
Valèry ha dado este consejo: «De dos palabras, hay que escoger la menor». Es decir, la menos ambiciosa, la menos ruidosa, la más modesta. Prefiera siempre la palabra concreta que designa los objetos, los seres, a la palabra abstracta. «Los hombres», viene mejor que «la humanidad, «tal hombre«, es mejor que «los hombres». Las palabras abstractas son útiles, aun necesarias, pero pronto hacen que el lector vuelva a lo concreto. Con las palabras abstractas uno puede probarlo todo, pero no realizar nada.
Prefiera siempre el sustantivo y
el verbo al adjetivo. Más tarde aprenderá a manejar éste como lo
han hecho Chateaubriad y Proust, pero es difícil.
El filósofo Alain, que fue un
gran profesor, dio este consejo: «Reducir los preparativos al
mínimo. Es decir, no os preguntéis por largas horas ¿Como
comenzar?, sino comenzad. La primera frase sugerirá la siguiente.
Los pensamientos se desarrollarán uno tras otro. Si queréis una
trama, no avanzaréis jamás. Si esperáis inspiración, esperaréis
en vano. La inspiración nace del trabajo».
Stendhal decía que él tenía que
escribir cada mañana, «genio o no genio» y el antiguo autor Plinio
expresó «Nulla dies sine linea» (Ni un día sin líneas).
Si uno no se propone sentarse cada día a su escritorio, no para soñar, sino para trabajar, si uno se permite pensar: «esta mañana no me siento bien, estoy indispuesto, en la mañana los trabajos son difíciles», entonces está perdido. Al día siguiente hallará una nueva excusa y la vida pasará entre la haraganería y el fracaso.
Si uno no se propone sentarse cada día a su escritorio, no para soñar, sino para trabajar, si uno se permite pensar: «esta mañana no me siento bien, estoy indispuesto, en la mañana los trabajos son difíciles», entonces está perdido. Al día siguiente hallará una nueva excusa y la vida pasará entre la haraganería y el fracaso.
¿Podremos dominar las
dificultades de lenguaje y estilo, descubrir la frase por una palabra
familiar? Sí, porque se habrán adquirido a la vez el gusto y la
autoridad necesarios.
Los grandes escritores tienen
sus vulgaridades intencionales, los grandes embajadores escriben sus
informes humorísticamente y brutalmente concretos. Hay que tratar de
imitarlos, de obtener su experiencia y su talento.
No hay que atraer la atención, sino por la precisión vigorosa de las fórmulas, por el ajuste perfecto de las frases a las ideas, por una brevedad compacta y plena. En fin, hay que guardarse, mientras no se sea un maestro, de las frases largas.
Bossuet las usa, pero él era Bossuet. Cuando el señor Caillaux era presidente del Consejo, le dijo a su jefe de gabinete, cuyo estilo le parecía ampuloso: «Escúcheme, una frase francesa se compone de un sujeto, un verbo y un complemente directo, eso es todo. Y cuando necesite un complemento indirecto, venga a buscarme».
No hay que atraer la atención, sino por la precisión vigorosa de las fórmulas, por el ajuste perfecto de las frases a las ideas, por una brevedad compacta y plena. En fin, hay que guardarse, mientras no se sea un maestro, de las frases largas.
Bossuet las usa, pero él era Bossuet. Cuando el señor Caillaux era presidente del Consejo, le dijo a su jefe de gabinete, cuyo estilo le parecía ampuloso: «Escúcheme, una frase francesa se compone de un sujeto, un verbo y un complemente directo, eso es todo. Y cuando necesite un complemento indirecto, venga a buscarme».
Usó así una exageración
graciosa y oportuna. Pero, en el fondo, era verdad.
(El
Arte de escribir de Andre Maurois, de la Academia Francesa, publicado
en el diario Clarín el 21.05.64. Página de la Profesora
Correctora Hilda Elina Lucci).
pcs,
viernes, 21 de agosto de 2009
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