Pedro Conde Sturla
Cuenta la gente que en un campo del país nació un muchacho sin cabeza y le pusieron un ñame. En cuanto ñame al fin –y por tubérculo- el muchacho se dio bruto y se dio malo y mañoso. Apenas aprendió a escribir, a balbucear, a preparlar, a decir frases incoherentes y chistes de mala leche. Apenas balbuceante fue a la escuela y egresó balbuceante, con título agropecuario, y se enganchó a la política. Expresándose en un lenguaje cantinflesco en el que las palabras no tienen un valor real sino hipotético, el ñame ganó el favor del público y con el tiempo llegó a ser presidente, presidente de la República, y en sólo cuatro años dejó el país en ruinas, como Atila, con ayuda de un especialista en econo-mía que literalmente sólo entiende de econo-suya y tiene barba.
La historia podría ser extraordinaria si no fuera ordinaria, ordinarísima. En el país podrido, para ser presidente o diputado o senador o ministro no hace falta ser profesional ni saber hablar ni leer ni escribir. Lo que cuenta es la carrera de sinvergüenza, maleante o criminal al servicio (o viceversa) de la res pública, como le llamaban con propiedad los romanos. De hecho, el descrédito, en general, es el mejor aval para ocupar un cargo público, un cargo diplomático. Si usted, por ejemplo, ha sido Secretario de Estado y ha desfalcado al CEA en un gobierno reformista, entonces califica para dirigir la Lotería Nacional y desfalcarla en un gobierno peledeista. Si usted se llevó trece millones al frente de GEPLACEA durante los diez años de Balaguer, califica automáticamente para llevarse doscientos como ministro de Industria y Comercio en el gobierno de Hipólito. Si un balaguerista mata a una mujer con premeditación, acechanza y alevosía, califica para ser Embajador ante la Santa Sede en un mandato del PRD. Si dirigió usted una banda de asesinos durante los doces años de Balaguer, califica para jefe de la Policía Nacional o Embajador en los Países Bajos. Si usted fue un alto oficial o Secretario de Estado de las Fuerzas Armadas y lucró y se involucró en el asesinato de Orlando Martínez, entonces podría llegar a ser Canciller de la República, ocupar un cargo privilegiado en la dirección de los Juegos Panamericanos o en la dirección del Plan Re-robe. Si es usted un general golpista y genocida retirado -verdugo de las masas perredeistas- algún día ocupará un cargo en el Palacio Nacional, compartiendo con el presidente elegido por las masas perredeistas. Si pertenece usted al Salón de la Fama y decide sacrificarse al frente de la Secretaría de Deportes, agregará sin duda un nuevo título a su fama y se sentirá gratificado por millones de buenas razones. Si usted (o ustedes) fue síndico del Distrito Nacional y se llevó entre las uñas una fortuna de cincuenta o cien millones de pesos, califica seguramente para Secretario de Turismo, para candidato a la vicepresidencia de la República, califica para Secretario de la Presidencia, para Secretario de Interior y Policía, e incluso para homenajes por los tantos años de su carrera artística. Si usted malversa fondos de una tarjeta de crédito por valor de medio millón de dólares, y compra aviones, helicópteros y yates, será puesto decorosamente en retiro con rango de general y además será recompensado por el gobierno del PLD con una beca para estudiar en España.
Pero, ¡atención! Si usted no pertenece a ninguna de esas tres grandes asociaciones de malhechores llamadas partidos políticos, si usted, por ejemplo, se llama Juan de los Palotes y se roba aunque sea una base, irá derechito a La Victoria, ni siquiera a Najayo. De lo contrario, podrá robarse impunemente el estadio.
jueves, 2 de noviembre de 2017
LA CARRERA DE SINVERGÜENZA
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1 comentario:
Cuántas verdades.
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