martes, 7 de noviembre de 2017

LA DICTADURA REPRESENTATIVA

Pedro Conde Sturla

Alguien dijo que la dictadura es aquel sistema de gobierno en el cual todo lo que no está prohibido es obligatorio. Esta definición impecable, al parecer, traza una línea perfectamente divisoria entre un régimen de intolerancia y la democracia representativa, inspirada vagamente, etimológicamente en los griegos y basada sobre todo en las ideas de Montesquieu y Rousseau: Separación de poderes del estado, soberanía popular, sufragio universal, etc.

Como toda definición, sin embargo, es muy bonita para ser cierta y en la supuesta línea perfectamente divisoria de uno y otro sistema conviven elementos comunes, en especial la intolerancia y el ejercicio de la fuerza bruta o inteligente para hacernos pagar los platos rotos. Hay muchas cosas que no están prohibidas en nuestra llamada democracia representativa y no son obligatorias, pero estamos obligados o condenados a un régimen impositivo para financiar a organizaciones de malhechores llamados partidos políticos y la mitad del presupuesto nacional corresponde a una deuda eterna, préstamos infinitos que los banqueros del primer mundo han otorgado a esas pandillas para que los pandilleros los distraigan graciosamente, poniendo como garantía la más preciosa prenda: el pueblo y el país de los dominicanos.
El negocio es redondo para ambos bandos de pandilleros. El dinero robado por las pandillas políticas locales regresa casi de inmediato a las arcas de las pandillas de banqueros internacionales y el pago de los intereses se realiza exprimiendo a la población,  obligando onerosamente a la mayoría a honrar una deuda que nunca ha contraído, mediante un sistema de ajuste tras ajuste que impone un policía internacional llamado, eufemísticamente, FMI.
Todo dominicano, todo latinoamericano, como dice Eduardo Galeano, por pobre que sea nace con una deuda millonaria que deberá pagar durante generaciones. La línea de demarcación entre dictadura y democracia, y sobre todo entre democracia y cleptocracia -gobierno de ladrones-, no es, pues, tan perfecta.          
Alguien tiene que pagar los millones de dólares de lo de la Hidro Québec durante el gobierno de Balaguer, lo de los mil millones de bonos soberanos durante el gobierno de Hipólito Dauhajre y lo de los ciento sesenta millones de la Sun Land durante el gobierno de Leonel, alguien tiene que pagar por los sueldos de lujos y las jeepetas de los funcionarios, alguien tiene que pagar por la generosidad del despacho de la primera dama, alguien tiene que pagar el inmenso derroche durante la campaña reelectoral. Ese alguien somos nosotros, la mayoría que vive al margen del poder. Los otros son los beneficiaros. “El infierno –como decía Sartre- son los otros”. Todos los que viven en el paraíso robado.

pcs, martes, 27 de mayo de 2008




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