sábado, 18 de noviembre de 2017

RIGOBERTO LÓPEZ PÉREZ

           Pedro Conde Sturla

 

 RIGOBERTO LÓPEZ PÉREZ
El justiciero

         

    El atentado contra Anastasio Somoza García, que Rigoberto López Pérez llevó felizmente a cabo a ritmo de mambo (y a costa de su vida), causó indignación y alarma en las más altas esferas del imperio y entre todos los tiranos y tiranuelos del continente.

     Sergio Ramírez -en un apéndice de la novela que comenté en la pasada entrega- describe con detalles la solidaridad y buenos oficios que le prodigó a su favorito, a su ángel caído, a aquella criatura monstruosa la gran democracia del norte. (Por las numerosas víctimas de la represión no hubo un responso):

“Al amanecer del 22 de septiembre, Somoza fue trasladado al Hospital Militar de Managua en un helicóptero Sikorski. Al día siguiente, el Presidente Dwight D. Eisenhower envió un equipo de cirujanos del Walter Reed Army Hospital, encabezado por el Mayor General Leonard D. Heaton, en un avión Constellation de la U.S. Air Force. Su primera provisión fue llevarse al paciente, en el mismo avión, a la Zona del Canal de Panamá, donde fue internado en el Gorgas Hospital. Operado por segunda vez, sufrió un shock del cual ya no se recuperó. Falleció el 28 de septiembre a las cinco de la mañana. Fue despedido en la Albrook Air Base con veintiún cañonazos. Volvió a Managua en un C-54 de transporte militar.

Anastasio Somoza, minutos antes del atentado

”Eisenhower, tras haber participado junto con su esposa Mammi en un desayuno ofrecido a veteranos inválidos de la guerra de Corea, compareció en el jardín este de la Casa Blanca para declarar que Estados Unidos había perdido a un amigo leal, víctima de las balas de un fanático comunista, a loyal friend of the United States of America victim of the bastardly attack made upon him by a communist fanatic, según transmitió por el teletipo la United Press (UP).

”Los funerales de Estado, que duraron una semana, se celebraron bajo férreo estado de sitio. Somoza recibió honores de Príncipe de la Iglesia acordados por el arzobispo de Managua, Monseñor González y Robleto, y el Generalísimo Trujillo envió una lujosa banda militar ataviada en uniformes oro y negro para tocar en el entierro.”

En opinión de un cronista, “Si quienes conocieron a Somoza García daban fe de que el hombre era capaz de cualquier cosa con tal de mantener el poder, quienes conocieron a Rigoberto López Pérez decían lo contrario: que el joven no parecía capaz de hacer algo indebido, mucho menos matar a nadie a sangre fría.”
Roger Morales, un cantante de la orquesta que amenizaba la fiesta la noche de la ejecución de Somoza, escribió este interesante testimonio sobre los movimientos de Rigoberto López Pérez:
  “Estábamos pues tocando la orquesta Occidental Jazz, yo era vocalista. A la hora del caso, estamos tocando Hotel Santa Bárbara, una pieza movida de jazz. Yo lo perdí de vista un rato y luego lo vi bailando con una muchacha que no sé quién era.” Más adelante afirma: “Era tanto el miedo por lo que había ocurrido, como la sorpresa por quien lo había hecho”.
Otro testigo de los acontecimientos afirma que “La orquesta de la guardia interpretaba ‘Caballo negro’, eran casi la 11 PM del 21 de septiembre de 1956. Rigoberto se colocó en posición de tiro y disparó cinco proyectiles del revólver .38 Smith & Wesson… ‘!Bruto animal!’, se quejó Somoza García al recibir los impactos, ‘Ay Dios”
Para conocer mejor al personaje, no hay nada como el escrito que le dedicó Mario Benedetti.

“Rigoberto López Pérez integra esa legión de jóvenes heroicos que en nuestra sufrida, esplendorosa América han pagado con la vida sus convicciones revolucionarias. Si fuera estrictamente eso y nada más, ya merecería la gratitud y el homenaje no sólo de su pueblo sino de todos los pueblos latinoamericanos. Pero Rigoberto es históricamente algo más, porque su indeleble acción del 21 de septiembre de 1956 demostró cómo un tirano, así ejerza el poder más absoluto y más cruel, así sea protegido por el imperialismo como uno de sus hijos putativos pero dilectos, aún así no es inexpugnable. Bastaron la voluntad y el coraje, la conciencia revolucionaria y la presencia de ánimo de un solo muchacho (apuntalado por otros tres) que ni siquiera tenía detrás un partido o una organización para convertir al tirano en expug-nable…Es claro que Rigoberto, Edwin, Cornelio y Ausberto eran los primeros en saber que un tiranicidio no es una revolución, y el propio Rigoberto tácitamente lo admite en la célebre carta a Soledad López, su madre. Sin embargo, el mero hecho de haber demostrado que los sádicos, los torturadores, los déspotas, también son vulnerables a las balas, genera una nueva dimensión en las luchas de Nicaragua. Uno de los rasgos más destacables del excelente trabajo de José Benito Escobar me parece su fundamentada afirmación de que Rigoberto ‘no era un suicida’. Todo el cuidado puesto por él y sus tres compañeros en la planificación del ajusticiamiento desmienten la irresponsable acusación de suicida. Pero también conviene destacar la formidable presencia de ánimo de Rigoberto, cuando Somoza anuncia que se retirará de la fiesta antes de lo previsto y el joven decide llevar a cabo, de todas maneras, el ajusticiamiento sabiendo, entonces sí, que el precio de su acción será su propia vida. Pero esa rápida, espontánea decisión, nunca podrá ser verosímilmente considerada un propósito suicida, sino un acto de una conmovedora humildad revolucionaria como sólo los héroes son capaces de cumplir…

”En su carta a la madre, Rigoberto, con pasmosa y serena lucidez, contabiliza sus riesgos y los asume, pero ése no es cómputo de suicida sino previsión de combatiente: con la muerte no se juega y él lo sabe. Por eso enfrenta el peligro que ha elegido, no sólo con coraje sino con realismo y objetividad. Esta es la otra lección de Rigoberto, la dedicación y el cuidado que pone en su preparación para la misión que así mismo se ha impuesto. Y si bien por la intervención de un azar desfavorable pone en su preparación el altísimo precio de su vida, la acción es sin embargo de una eficacia singular en cuanto a su objetivo primordial (la eliminación física del dictador) y esa eficacia se debe fundamentalmente a la conciencia que puso en su entrenamiento, realizado en tierra salvadoreña. Como revolucionario planificó hasta el último detalle; pero también como revolucionario no vaciló en recurrir a la improvisación para cumplir cabalmente su faena. Es claro que, en política, improvisaciones tan heroicas y decisivas no nacen como milagros sino como resultado de un proceso ideológico. Y ese proceso Rigoberto lo había transitado, opción por opción, riesgo por riesgo.

”Al igual que Sandino en su momento, cada uno en su dimensión y en su circunstancia, Rigoberto además de un Héroe es una síntesis, una Lección de Historia”.

La última tarde de su vida, Rigoberto López Pérez la pasaría en casa de su madre, la madre para la que tendría palabras después de su muerte en la carta que le escribió con la vana esperanza de mitigar el desgarramiento, el dolor infinito de la única persona que nunca aceptaría las razones de su sacrificio. La madre que nunca se resignaría.

         He aquí el conmovedor documento:
Carta de despedida de Rigoberto López Pérez a su madre poco antes de ajusticiar al dictador Anastasio Somoza García el 21 de septiembre de 1956.
Mí querida madre:
Aunque usted nunca lo ha sabido, yo siempre he andado tomando parte en todo lo que se refiere a atacar al régimen funesto de nuestra patria y en vista de que todos los esfuerzos han sido inútiles para tratar de lograr que Nicaragua vuelva a ser (o sea por primera vez) una patria libre, sin afrenta y sin mancha, he decidido, aunque mis compañeros no querían aceptarlo, el tratar de ser yo el que inicie el principio del fin de esa tiranía...
Espero que tomará estas cosas con calma y que debe pensar que lo que yo he hecho es un deber que cualquier nicaragüense que de veras quiera a su patria debía haber llevado a cabo hace mucho tiempo.
Lo mío no ha sido un sacrificio sino un deber que espero haber cumplido.
Si usted toma las cosas como yo deseo, le digo que me sentiré feliz. Así que nada de tristeza, que el deber que se cumple con la patria es la mayor satisfacción que debe llevarse un hombre de bien como yo he tratado de serlo...
Si toma las cosas con seriedad y con la idea absoluta de que he cumplido con mi más alto deber de nicaragüense, le estaré muy agradecido.
Su hijo que siempre la quiso mucho,
Rigoberto.


pcs,miércoles, 23 de diciembre de 2009

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