Pedro
Conde Sturla.
23 de junio de 2006
Policías y estudiantes danzan lúgubremente en una
escena de la película “El topo”, de Jodorowski. Policías antimotines con
máscaras antigás y estudiantes revoltosos se trenzan en lúbrico abrazo, danzan
pegados y lentos y sinuosos: cuerpo con cuerpo, cara con cara (o mejor cara con
máscara). Las caras de los estudiantes universitarios revoltosos buscan el
contacto de las máscaras policiales. Las bocas de los estudiantes buscan las
orejas de las máscaras, posiblemente susurran, suspiran, secretean o hacen
cosas peores con la lengua.
La parodia de Jodorowski, que alguna vez fue considerada repulsiva y denigrante, se inserta perfectamente en el ámbito de la política surrealista de estos trópicos, donde las pesadillas no terminan al despertar. El aura tremendista palidece, sin embargo, de cara al acontecer de los años. Pocas veces, en efecto, nos vemos obligados a presenciar un espectáculo tan crudo como el que propone Jodorowski, salvo en la vida real.
Al ámbito de Jodorowski pertenece, por ejemplo, el
montaje (cinematográficamente impecable) de una función política circense que
se montó en el 1996, en vísperas de las elecciones presidenciales. Una función
que culminó, como tenía que culminar, arrojando las ovejas a los lobos.
Del ámbito de Jodorowski es el discurso de la hermana
del héroe. ¡La hermana del héroe fusilado y escarnecido discurseando alegremente
en presencia de compromisarios de su fusilamiento¡
En aquel extraño circo donde el público se mezclaba
con las fieras, se vio la unión de víctimas y victimarios. Viudas respaldando,
agradeciendo quizás al enviudador. Baladistas balando en presencia del lobo,
palomas disparándoles a las escopetas. Y, en fin, descendientes de héroes y
heroínas –descendientes de mártires de la tiranía trujillista- confraternizando
políticamente con los herederos de la tiranía, clamando por olvido cuando aún
debían clamar por justicia, castigando sin pudor la memoria de sus ancestros,
erosionando sin derecho el patrimonio moral del pueblo dominicano.
La parte de un político leonino, que no era el rey de
esa selva, fue un poco menos traumática, pero no menos indigna. Él no arriesgaba
el pasado. De hecho no arriesgaba nada, excepto una indigestión porque antes de
subir al podio se había tragado un libro de principios. Lucía nervioso, eso sí,
en presencia de tantos sinvergüenzas de alcurnia, pero también lucía ligero por
haberse desembarazado del fardo de los ideales contenidos en el libro de
principios y ahora podía ir saltando por ahí en busca de las mejores
oportunidades.
En el clímax del acto, al levantar las manos de los
octogenarios (Juan Bosch de cuerpo presente y mente ausente, Balaguer de cuerpo
decadente y mente brillante), vislumbró la victoria cercana. Bosch se jugaba
una moral, una vida de rectitud combatiendo hampones con los que ahora se
aliaba o lo aliaban. El Che, en su grito de guerra, se jugaba la vida. El
invidente se jugaba una cuota de poder y la garantía de impunidad tras diez
años de raterías reformistas. El político leonino sólo se jugaba los
principios: abandonó los principios por los finales. En la práctica, los hechos
convirtieron una victoria política en una derrota moral, convirtieron por lo
menos en una victoria pírrica lo que antes del conciliábulo se perfilaba como
un triunfo de la dignidad. El conciliábulo fue, no sólo éticamente reprochable
sino políticamente innecesario, indigno, y abrió las puertas para otras
indignidades y mayores complicidades. Pero el político leonino no lo veía. Sólo
el invidente veía todo. El movía los hilos, todos los hilos. El organizaba las
tramas, todas las tramas. Era el gran tramaturgo…y el político leonino no lo
sabía o no le interesaba saberlo, su único interés era la victoria, la victoria
siempre, a cualquier precio.
Lizzle Sánchez de Roques, hija de un mártir de la
tiranía, una ex alumna de las hermanas Roques (de las cuales también fui
alumno, a título de orgullo y mucho orgullo), publicó en el periódico HOY de fecha jueves 13 de junio de 1996,
un espacio pagado titulado “A Liliana” en el que acusa una percepción casi
trágica de aquellos acontecimientos. Ella, con todas las energías e idealismo
de su juventud, llora el suceso con lágrimas de rabia e indignación y rescata al
mismo tiempo el sentido del decoro y el patriotismo, conforta y conmueve las
fibras de todo ser humano con un mínimo de integridad:
“Lloré y he seguido llorando porque no entiendo nada;
tengo una gran confusión. Por primera vez reflexiono sobre si las muertes y
exilios que hemos vivido durante los últimos 60 años han sido inútiles. Todos
los días, desde el pasado domingo, tengo que pensar y recordar tantas cosas, y
no puedo dejar de hacerlo.
“Pienso en los que dieron el golpe de estado al
profesor Juan Bosch, y lloro cuando los veo con sonrisa de triunfo agarrados de
la mano junto a él, pretendiendo hacer causa común.
“Pienso en Otto Morales, Amín Abel, Orlando Martínez…y
lloro recordando la ‘página en blanco” y el que tuviéramos que escuchar, hace
pocos días, el calificativo de delincuentes para con ellos; y lloro viendo cómo
ese domingo un grupo de personas trataban de lavar los muertos de la patria,
como si se tratara de dinero sucio”.
23/06/2006
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