Pedro Conde Sturla
En una
ocasión escribí un artículo titulado “La jerga feminista” y me dieron una pela
de lengua de antología, compadre, lo que se llama una pela de lengua. Hasta
barriga verde me llamaron, cuestionaron mi sanidad mental, me acusaron de
machista –machista leninista- misógino y frustrado, y además redujeron el
tamaño de mi hombría a proporciones microscópicas.
Juré en
esa ocasión no volver a tocar el tema y escribir, por ejemplo, sobre Neruda y la
noche está estrellada, y en general sobre otros temas menos espinosos como la
podredumbre del poder o la guerra de oriente. Últimamente, sin embargo, decidí
arriesgarme de nuevo, meterme en honduras británicas, jugarme el pellejo si es
preciso, porque es seguro que muchos(as) querrán despellejarme.
Susi Pola |
Sucede
que en días pasados estaba mirando televisión y de repente me desacontece lo
siguiente: Escucho a una conocida comentarista hablar de seres y seras humanas,
televidentes y televidentas, miembros y miembras de la raza humana, el homo
sapiens y la homa sapiensa. Como yo protestara en alta voz me pareció que la
comentarista se me quedaba mirando raro, con un aire entre hipopótamo y desapercibido,
pero fue sólo un espejismo.
Para ser
coherente, a la hora de convertir un término neutro al género gramatical femenino,
la comentarista debió también convertirlo al género masculino y hablar de televidentas
y televidentos, seras y seros humanos. Siguiendo esa lógica debería hablar de
la nada y el nado, de la periodista y el periodisto, de personas y personos, del
bolígrafo y la bolígrafa y así hasta el infinito(a). A eso conducen la jerga
feminista, la confusión entre género biológico y género gramatical.
La
teoría más socorrida es “que en la expresión oral o escrita, lo que no se
enuncia o se hace explícito directa o indirectamente, no existe. Que lo del
lenguaje es una expresión de la necesidad de hacer visibles no sólo a las
mujeres sino hasta a muchos otros seres humanos a quienes hasta esa posibilidad
se les ha negado.”
Me
pregunto, sin embargo, si la expresión “personal docente” excluye a las docentes,
si la expresión “distinguidos académicos” excluye a las académicas, si la
palabra “persona”, de género gramatical femenino, excluye a los hombres, si la
expresión “clase obrera” excluye a Mauricio Báez.
No niego
que el lenguaje sea sexista –en uno y otro sentido- y que en la práctica incluya
numerosas formas de jerarquización y exclusión social, pero las trampas del
sexismo pueden ser conjuradas con un mínimo de inteligencia e imaginación, sin
recurrir, por ejemplo, a una fórmula como “legisladores/as” en vez de escribir
simplemente “congresistas” o “legisladoras y legisladores”.
Algo de
lo que dije en mi primera entrega sobre la jerga feminista es que la confusión
entre género biológico y género gramatical (sobre la cual Diógenes Céspedes y
Ramón Colombo escribieron artículos memorables), se retroalimenta y reproduce
cada día generando a su vez confusiones cada vez más confusas que ya van de lo
cursi a lo patético y a lo ridículo. El signo de arroba, arcaico y en desuso,
rescatado de su miserable condición y olvido, asume rango de posmodernidad y se
actualiza en el correo electrónico como pieza imprescindible, pero además se
reivindica en términos de gramática bisexual. De la Facultad de Humanidades de
la UASD recibo a veces invitaciones destinadas a “Distinguid@s profesor@s”. Por
arte de magia la arroba resuelve el conflicto de género y nos representa a tod@s,
hasta ahora. Es decir, hasta que un movimiento gay o de liberación nacional no
proponga un símbolo, un ideograma neutro, que no imagino, pero que podrían
imaginar los devotos.
No se si
las feministas y sobre todo los feministos sienten que la invisibilidad, la no
enunciación y la exclusión de lo femenino en el discurso gramatical se resuelve
o se supera reduciendo, relegando precisamente lo femenino a la barra o al
paréntesis. No me imagino cómo la mujer se puede sentir representada en ese
sistema de signos, ese abrir y cerrar paréntesis que vienen a continuación del
género gramatical masculino, identificando de cualquier manera el género
femenino a manera de segundón. La expresión “obreros(as)” me parece denigrante.
Lo que podemos esperar del
ejercicio de la jerga feminista es un caos, un proyecto de reducción al absurdo
de la comunicación. Y sobre todo, para decirlo con una frase cohete, un régimen
de oscuridad mental en cuanto esquema de deformación jeroglífica de lo femenino
en el idioma, un auténtico galimatías.
En fin, cierro
paréntesis. Y a dios que me coja confesado.
PCS, martes, 05 de septiembre de 2006
1 comentario:
Saludos PP muuuy real y logico tu punto de vista. Inclusive fue resuelto por la Academia del Español . En mayoria casos el masculino es gral para todos.
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