Pedro Conde Sturla
16 de Octubre de
2008
El domingo pasado,
en horas de la madrugada, al abrir las páginas del diario me sacudió una
noticia, una noticia trágica, de esas que a muchos no sorprenden por la
regularidad con que suceden, por su espantosa cotidianidad.
Se trata,
nuevamente, de un crimen alevoso cometido por un asesino del volante. La
víctima, esta vez, fue Mario Miranda Michel, un repartidor de El Caribe en la
flor de su juventud.
La indignación
crece al conocer los detalles del hecho. A las cinco de la mañana Basilio
Sánchez Portes conducía su “voladora” a velocidad temeraria -como debía ser su
costumbre-, por una calle de Los Alcarrizos, y, al intentar un rebase más
temerario aun, arrolló aparatosamente a Mario Miranda Michel, poniendo fin a su
vida. Poniendo fin, del modo más irresponsable, a la vida de un joven y valioso
trabajador de apenas 27 años, que regresaba en una moto a su hogar después de
cumplir con su labor.
La indignación
sigue creciendo al conocer otros detalles. El guagüero asesino, que no tenía
licencia de conducir, fue sometido a un tribunal de tránsito que le otorgó
graciosamente libertad bajo fianza, fijada en 80 mil pesos.
La indignación se
encarna en las palabras de Johanna Saviñón, la viuda de Mario Miranda Michel, que
no ha cesado desde el primer momento de la tragedia en su reclamo de justicia,
y en las voces de testigos que han descrito el incidente como un vulgar
homicidio intencional. Para peor, Johanna Saviñon denunció que el homicida tuvo la desfachatez
de ofrecerle 30 mil pesos para que desistiera de la acusación y abandonara el
caso. A la infame oferta ella se opuso con una negativa rotunda.
La indignación
crece todavía más a raíz de esta denuncia. Para Basilio Sánchez Portes el
manejo temerario de un vehículo es y seguirá siendo su costumbre, una aberrante
costumbre que pone en evidencia su desprecio por la vida humana. Por una vida
que intenta pagar con dinero a la doliente viuda.
La indignación es
mayor a la luz de la experiencia. Por experiencia sabemos que los asesinos del volante no pagan por las
víctimas de sus tropelías. En el momento en que escribo, quizás el asesino
Basilio Sánchez Portes, en libertad bajo fianza, está al volante de su
“voladora” a la misma velocidad temeraria, buscando o provocando otra tragedia.
En las páginas
siguientes, que publiqué hace algún tiempo en otro medio y que reproduzco con
importantes modificaciones, invito a reflexionar sobre este tema que
desgraciadamente no ha perdido actualidad.
Para los asesinos
del volante, todos somos víctimas potenciales. He aquí, a continuación, el
muestrario de ciertas vicisitudes personales y ajenas que prueban este aserto.
***
Hace un tiempo, en
uno de mis frecuentes viajes a Villas del Mar, conduciendo por el carril del
medio a velocidad reglamentaria, me sobrepasó una patana por la derecha a
velocidad temeraria y me cortó el camino de manera tan imprudente, por no decir
asesina, que tuve que desviarme hacia la izquierda para evitar el golpe de cola
y pocas pulgadas faltaron para provocar una colisión múltiple con los vehículos
que circulaban de ese lado.
El
episodio provocó la indignación de la mayoría de los conductores que
protestaron contra el patanero o patanista a fuerza de bocinazos y frases
impublicables.
Trescientos metros
más adelante la patana se detuvo y el patanero abrió la puerta, desafiante, mostrando
una metralleta, y nos distinguió al pasarle con una mirada displicente, casi
como diciendo que le importaban un carajo las vidas de todos los que hubieran
podido verse envueltos en el accidente.
En otra ocasión,
aleccionado por la experiencia, iba por el carril derecho a la misma velocidad
reglamentaria y de repente otra patana –quizás la misma patana- me pasó por el
lado a una distancia milimétrica y tuve que tirarme al paseo, pero el patanista
siguió presionando y para librarme de la agresión me vi obligado a frenar e
internarme en la zona verde. Pero nada de lo anterior tuvo mayores
consecuencias.
Recuerdo, sin
embargo, que el distinguido galeno y humanista, Teófilo Gautier –director del
hospital Robert Read Cabral- junto a otros médicos que daban servicios gratuitos
en Las Salinas de Baní fueron arrollados por una patana hace ya muchos años y
no pasó nada, absolutamente nada desde el punto de vista de la responsabilidad
penal y civil.
Recuerdo que poco tiempo
atrás un patanero mató a unas catorce personas en un pueblo del sur, en su
mayoría niños, y aparte de la tragedia que conmovió a la sociedad no pasó nada,
no hubo aparentemente sanciones de algún tipo contra el patanero asesino ni
contra la compañía para la cual trabajaba o trabaja.
Recuerdo que
durante el desgobierno de Hipólito Dauhajre un patanista hirió a tiros a un miembro de la escolta que
desde una motocicleta lo conminaba a echarse a un lado, y en ese caso por lo
menos estuvo a punto de pasarle algo grave al patanista.
Recuerdo que un
policía de tráfico me hizo una vez una historia espeluznante y espeleznuda. El
policía estaba de servicio en la parte norte de la capital cuando vio que un
patanista atropellaba a un motorista y se detenía bruscamente para enfrentarse,
al parecer, a la responsabilidad del hecho y asumir las consecuencias.
Sin embargo,
cuando el policía se acercaba al vehículo vio que el patanista comenzaba a dar
marcha atrás en dirección al herido con la intención de ultimarlo porque los
muertos, como todos saben, dan menos problemas que los vivos en este paisaje.
El policía logró
evitar la tragedia a punta de pistola y arrestar al frustrado homicida, pero
las cosas tampoco pasaron de ahí.
Recuerdo que, recientemente,
un patanista reventó en los predios del Cibao a seis personas que prestaban
servicios a un grupo de accidentados, y mucho me temo que el patanista ya debe
andar en libertad y no pagará de ninguna manera las consecuencias del hecho
criminal.
Para colmo y
remate, hace apenas tres días escuché en un programa de noticias que un
camionero había aplastado en el vertedero de Rafey a un niño de trece años,
pero la noticia no terminaba ahí. El mismo conductor del mismo vehículo de la
misma compañía había provocado anteriormente otros dos accidentes que habían
costado las vidas a otro menor y a una mujer y todavía seguía al frente de un
volante.
Y desde luego es
seguro que el patán que segó la vida de Teófilo Gautier y otros médicos sigue
impunemente al frente de un volante, y que el patán que masacró a catorce
personas en el sur sigue irresponsablemente al frente de un volante, y que el
patán que mató a los socorristas en el Cibao sigue criminalmente al frente de
un volante, etc., etc., etc.
¡He aquí un tema
digno de una investigación periodística!
Respecto a la
gravedad del problema, téngase presente que una vez un congresista se atrevió a
proponer el endurecimiento de las penas para frenar los desmanes de estas
bestias y amenazaron con paralizar el país.
De manera que un
patanero o patanista sigue siendo generalmente un asesino con patente de corso
y permiso para matar. Mata y pasa unos
días en prisión de lujo, sale suelto bajo fianza y vuelve a manejar patana y vuelve
a matar. La mayoría de las patanas pertenecen a generales de los doce años de
Balaguer y a familiares del Padre de la Corrupción y son como quien dice intocables. De
hecho, prácticamente, en este territorio salvaje no se castiga a nadie por
matar a alguien en un accidente de tráfico. Robarse un pollo es más grave y acarrea
una más larga pena de prisión. Matar a cualquiera en un accidente de tráfico es
un crimen perfecto en este “fluvial país”. Este fluvialísimo país de cuyos
males un columnista -un connotado cortesano de pantalones e ideas cortas-, no
quiere que los intelectuales hablen o se quejen.
Muchas cosas son
fruto de nuestra indiferencia, de nuestra incapacidad de indignarnos y actuar
en consecuencia, de la fea costumbre de acostumbrarse al horror, a las cosas
que pasan a los otros hasta que nos pasan a nosotros. Mayor es la culpa de los
encargados de legislar y aplicar las leyes que en nuestro país son letra muerta.
Es tiempo ya de
que los medios de prensa responsables respondan a la ignominia, emprendiendo
una campaña en pro de criminalizar los desmanes de los asesinos del volante,
sean estos pataneros, patanes o guagüeros o simplemente choferes despreciadores del valor de la vida.
pcs,
jueves, 16 de Octubre de 2008
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