martes, 31 de octubre de 2017

El postumismo


Pedro Conde Sturla
(en proceso de corrección)



El autor agradece a Francisco Antonio Avelino
y Manolito Mora -el Serrano- por las valiosas orientaciones 
y documentos que han hecho posible
la realización de este trabajo


El postumismo es hijo de la fe, de la razón y el deslumbramiento. Hijo es de circunstancias excepcionales –circunstancias de luto- y es por excelencia excepcional… Excepcional y luctuoso.
En circunstancias de luto, durante la primera intervención armada norteamericana, tuvo lugar su nacimiento, y en circunstancias de luto, durante la tiranía de Trujillo, ejerció su dramática influencia.
El mérito y la paternidad del movimiento corresponden a Rafael Augusto Zorrilla, Domingo Moreno Jimenes y Andrés Avelino, un trío de concienzudos agitadores.
En medio del derrumbe de la patria, ellos volvieron los ojos hacia el paisaje y el ser nativos, asumieron, de hecho, una actitud que nada o poco tenía de inocente, fortuita o contemplativa.
En el trámite desempolvaron y reformularon ideales que eran comunes o extensivos al resto del continente. Bastó una simple mirada retrospectiva –mirada de reafirmación y desagravio- para incorporar a la poesía criolla el mosaico de razas y sinsabores del terruño.    
El postumismo representa nuestro segundo descubrimiento, o más bien el primero: el descubrimiento de la realidad nacional. Ningún otro movimiento tiene raíces tan hondas en la historia, la sociedad y la cultura dominicanas.
Domingo Moreno Jimenes aportó la mayor cuota de fe, no cabe duda, su irreductible fe mesiánica en la “religión universal del arte”, la “religión de la poesía”, como solía decir.
Nadie como él perseveró en la gracia de la palabra humilde, en el culto y la gracia de la poesía desnuda. Nadie como él se aproximó a esa religión, a la santidad de la poesía, que era su gran ideal. Por eso fue Domingo, el Domingo dos veces de la isla. No lunes, no martes, ni siquiera sábado. Domingo Moreno Jimenes.
Moreno Jimenes aportó elementos teóricos aislados, ocasionales, sin verdadero cuerpo doctrinario, pero contribuyó con Rafael Augusto Zorrilla a darle forma y cohesión al nuevo modo del decir poético.
Andrés Avelino fue quien realmente sentó la zapata, la base ideológica del postumismo, Avelino introdujo, en efecto, una visión de conjunto del fenómeno –la única-, recogió los fragmentos dispersos de teoría, organizó las intuiciones críticas y aterrizó, finalmente, en la preceptiva redonda, contradictoria e irreverente del llamado manifiesto postumista. Él fue quien armó el muñeco. Él fue el sumo titular de la razón teórica, así como Domingo Moreno Jimenes fue el sumo titular de la razón poética.
En cambio el deslumbramiento, la locura del deslumbramiento, fue común a los tres y contagió, desde luego, a muchos otros.
En la práctica, la personalidad de Zorrilla, su generosidad y desprendimiento –así como su propia concepción del proyecto-, constituyeron el factor aglutinante. A la casa de Zorrilla en la proclamada Colina Sacra (alturas de Villa Francisca) fue a parar Avelino en calidad de huésped y allí se familiarizó con Moreno Jimenes, quien frecuentaba el lugar asiduamente (a veces como visitante y a veces como refugiado).
Zorrilla conservó de esa época una memoria diáfana,  de la cual dejó, por suerte, un registro pormenorizado en un conocido artículo: “Origen del Postumismo”:
“Por el año 1918, la revista ‘Letras’ nos mostró una labor  poética completamente extraña a nuestra tradición literaria: esta labor, obra de un poeta que bien podemos llamar de estética personal, produjo entre los literatos de más fuste, un ensordecedor escarceo; era natural que una lírica como esta, desprovista de toda traba métrica y desnuda de todo retórico amaneramiento, no encontrara acogida favorable en el primer momento, dado a nuestro especial escepticismo por todo lo que trastorna el pausado discurrir de las cosas.
“Sin embargo, en el ánimo del director de la aludida revista, escritor Horacio Blanco Fombona y en el del esteta Vigil-Díaz se despertó un entusiasmo a todas luces beneficioso para el autor. Estos no paraban mientes en todo momento y siempre que la ocasión lo permitía, en alabar públicamente la nueva esquema espiritual. Moreno Jimenes, quien es el escritor del que he venido haciendo referencia, está dotado de un carácter refractario a las necesidades de la moderna sociedad. Siempre ha vivido dentro de un reducido número de amigos. En aquellos días, para restarse molestias, viose precisado a refugiarse en los más íntimos. En ese escaso número me encontraba yo. Nuestras ansias de libertad artística y nuestros ideales estéticos, llegaron a hacerse tan idénticos, que nuestra amistad llegó a los más dilatados dominios de la excelsitud. En los primeros meses del año 1920 llegó a esta ciudad el escritor Andrés Avelino, quien a postrimerías de ese año dio comienzo a hacer pública su labor poética desde las columnas de ‘La Cuna de América’. Esta labor, algo orientada en el campo de la evangelización nueva, tenía alguna afinidad con la de Moreno Jimenes, lo cual como consecuencia natural hizo que en muy breve tiempo, el poeta Andrés Avelino fuese nuestro más cordial camarada y compartiese con nosotros nuestras íntimas veladas, a veces bajo la arboleda empapada de aliento lunar”.
Al calor de las tertulias surgió, pues, en la clandestinidad, o por lo menos en la intimidad, la idea de un movimiento poético que se perfilaba disidente, alternativo, un movimiento que enfrentaría el pasado y daría la cara al presente con ambiciones de futuro.
Postumismo, el nombre con que fue bautizado por Avelino, revela un acierto, denota la lucidez del entramado postumista. Por razones de intolerancia e incomprensión epocales, el movimiento tendría –como el término indica- una validez póstuma o por lo menos a posteriori.  Avelino lo explica, por cierto, con lujo de detalles: 
“La convicción que yo tenía de que ese arte sería de intuición futura, obra de arte póstuma, me impulsó, en una brillante y fría mañana de marzo, a proponer a Moreno Jimenes la bandera de Postumismo para la revolución estética que en la placidez aldeana de Villa Francisca (colina sacra) planeábamos en silencio con Rafael Zorrilla. Nuestro inolvidable Zorrilla, el más racionalista de los tres –era la verbosidad hecha hombre- nos discutió el nombre por espacio de varias horas, pero al fin fue por nosotros convencido”. 



El destape postumista

El destape del movimiento postumista iba a tener lugar en la revista Letras, pero las circunstancias obraron adversamente.Letras era una revista abierta a la crítica y a las ideas innovadoras. Entre sus más asiduos colaboradores se contaban postumistas, anti-intervencionistas y otros de ideas afines. Su director y fundador (Horacio Blanco Fombona), un exiliado, pertenecía a una ilustre familia de escritores venezolanos. Y como buen venezolano había hecho suya la lucha de los dominicanos contra las fuerzas de ocupación y era un opositor irreductible.
Las páginas de Letras, en efecto, ofrecían testimonio y modelo de vergüenza, de integridad intelectual, de patriotismo. Allí, al igual que en otras publicaciones de la época, se expresaba una modalidad de resistencia abierta al invasor. Noticias y comentarios desafiaban, a menudo abiertamente, la censura del imperio. De hecho, no pasaba una semana sin que la revista diera cuenta del rosario de agravio padecido por los dominicanos.
El número 152 del 28 de marzo de 1920 publicó, por ejemplo, fotografías de la Ceiba de Colón, antes y después de ser mutilada por orden del ayuntamiento. En su columna editorial, “En el correr de los días”, Blanco Fombona escribió acerbos comentarios. La mutilación de la ceiba, que era una especie de símbolo patrio, fue interpretada como un acto de barbarie y un insulto, y repercutió negativamente en el país, suscitando un clamoroso episodio de opinión. El mismo inspiró a Moreno uno de sus mejores y más celebrados poemas: “La fiesta del árbol”. En éste habla Moreno del “dolor de la patria” y de los “ultrajes de yanquilandia”. Ultrajes que, por cierto, le había tocado sufrir en carne propia un par de semanas antes de la mutilación de la ceiba. El número 130 de la prestigiosa revista, correspondiente al 14 de marzo de 1920, informa precisamente de un atropello inaudito contra el poeta de marras:
“El martes a las diez de la noche se dirigía de San Carlos a su casa de habitación en Villa Francisca, nuestro distinguido amigo y colaborador el alto poeta Domingo Moreno Jimenes, cuando un grupo de militares americanos le salió al paso agarrándole unos mientras otros le daban golpes y le tapaban la boca para que no gritara, todo lo cual les causaba gran risa a los militares. A duras penas pudo el talentoso poeta deshacerse de sus gratuitos agresores y entrarse en una pulpería buscando amparo, de donde fue sacado por los militares americanos, golpeado nuevamente y tirado sobre un saco de sal. Fuerte mano le apretó por el cuello y arrojó algunas gotas de sangre. Nosotros no protestamos, la protesta surgirá indignada a la lectura de tales hechos del corazón de los dominicanos. Este no es un hecho aislado. Casos de atropello como este se repiten frecuentemente en todos los lugares de la República. Nosotros, repetimos, no protestamos. Ante quién? Para qué? Hace cuatro años que se vienen sucediendo estos hechos ininterrumpidamente sin que tengan correctivo.”
En la misma línea de crítica desembozada, la revista Letras dio cabida en los números 175 y 177 (24 de octubre y 7 de noviembre de 1920) a unos agrios editoriales sobre los designios perversos del Libro Azul: una publicación orientada a mostrar los progresos del país bajo el régimen de ocupación.
Para peor, el número 177, el último, traía en la portada un tétrico testimonio de las bondades del mismo régimen de ocupación: la foto de Cayo Báez, calzada por unos comentarios sin desperdicios. La foto, histórica, había sido tomada varias semanas después de un brutal interrogatorio realizado por “Oficiales americanos y soldados de la guardia”. En ella, el cuerpo del infeliz mártir campesino presenta, entre otras cosas, laceraciones de machete al rojo degeneradas en cicatrices del tamaño de un puño. La ironía era fina y atroz. Al parecer por descuido, sólo por descuido, la foto no había sido incluida entre las páginas del Libro Azul.
“Por ese delito –escribe José R. López- Blanco Fombona fue sometido a seis penas:
1º Allanamiento.
2º  Confiscación de la edición de ‘Letras’.
3º  Prisión.
4º  Multa.
5º  Suspensión de la publicación de la revista ‘Letras’.
Esas cinco primeras penas fueron establecidas en la sentencia pronunciada sin que el acusado, que se considera inocente, se defendiera.
Posteriormente, sin que el reo fuera acusado de nueva contravención, delito o crimen, y después de electo por los delegados de los periódicos ‘Presidente del primer congreso de prensa dominicana’, reunido en esta Capital la noche del 20 del corriente, el poder militar le ha notificado una nueva pena:
6º  Expulsión del país debiendo salir de él, a más tardar, el 4 de diciembre próximo.
Como la sentencia no prohíbe la circulación de una nueva revista, e incurre en el olvido de dejar al Sr. Blanco Fombona en el ejercicio del periodismo en el país hasta el 4 de diciembre, y fuera del país hasta cuando le plazca, desde hoy se inicia la publicación de otra revista, la revista ‘L’, la cual tratará de cumplir todos los compromisos que quedaron pendientes por la suspensión de fuente militar.” (José R. López, “Del vía crucis”, L, 14 de noviembre de 1920).
En fin, Blanco Fombona fue declarado persona non-grata, a pesar de ser –como dijo un columnista-  persona gratísima para el pueblo dominicano, y enviado sin contemplaciones al exilio, un doble exilio, del que retornaría a fundar otra revista: Bahoruco.
A partir del segundo número, la dirección de L (o L…..) cayó en manos de Quiterio Berroa, quien la mantuvo en la misma línea oposicionista intransigente, hasta el momento de su desaparición por asfixia al cabo de pocas semanas.
En una de sus últimas publicaciones, Quiterio Berroa anunció, y justificó, por cierto, la inminente “publicación de la ‘Edición Postumista’, la que pudo haber sido y no fue.
“Pronto verá la luz pública la edición ‘L…..’ dedicada al Postumismo, para dar a los revolucionarios de la Colina Sacra, ocasión de exhibir lo mejor de sus huertos i sus jardines, i de exponer su manifiesto.
Cuando anunciamos que habíamos complacido al poeta Domingo Moreno Jimenes –nuestro querido colaborador- cediéndole todas las páginas de una próxima edición de ‘L…..’, algunos amigos de esta revista se alarmaron i nos interrogaron –con perfecto derecho- acerca del motivo oculto de lo que ellos consideraban nuestra ‘peligrosa benevolencia’. A esos amigos respondimos así: ‘No somos partidarios ni enemigos del POSTUMISMO. En materia de arte, somos eclécticos sin dejar de ser sincréticos, porque creemos que toda obra artística es el espejo más o menos límpido, de una emoción, o de una serie de emociones. Comprimir las emociones inofensivas es siempre una impiedad, i a veces puedes ser el inconsulto motivo de la pérdida de futuros tesoros. Suspendamos el juicio y esperemos.'”
La “Edición Postumista” vio la luz, finalmente, en La Cuna de América) segundo número del mes de marzo, 1921, num. 19). A título de homenaje, La Cuna.. incluyó, por supuesto, una foto de Blanco Fombona, “Fundador de la revista LETRAS, en cuyos alvéolos colocó Moreno Jimenes los huevos del ‘Postumismo'”.

Avelino y el postumismo

Domino Moreno Jimenes reseñó y celebró el surgimiento del postumismo con palabras teñidas de  gratitud y emoción:
“El 21 de marzo de 1921 es proclamado  el Postumismo en ‘La Cuna de América’. La legendaria revista dominicana dedica al movimiento en formación una edición completa”.
Ese mismo año, Andrés Avelino publica el poemario Fantaseos, con enjundioso “Prelimar” del propio Moreno Jimenes  (un artículo  de orfebrería). En las paginas finales (51-56) aparece sin título, y con la firma de Avelino al calce, el llamado manifiesto postumista, donde no figura, por cierto, la palabra “postumista” o “postumismo”
Avelino volverá sobre el tema en otros textos de su interesante bibliografía, como “El Postumismo y la música” (1922), (Panfleto Postumista” (1922), “Pequeña antología postumista” (1922), “Raíz enésima del Postumismo” (1924], “Metafísica categorial” (1940) y  “Hacia una estética metafísica”. (1940).
El Postumismo y la música, que según Baeza Flores “viene  a ser otro manifiesto postumista”, forma parte de un folleto titulado “Del movimiento postumista” (1922]: especie de edición conmemorativa del primer aniversario del movimiento: la primera
y la única. El folleto recoge, además, un importante trabajo de Rafael Augusto Zorrilla: “Apuntes postumistas”, así como poemas, comentarios y cartas de fundadores, simpatizantes e incluso disidentes del postumismo. Lo básico del pensamiento original de esta doctrina se encuentra en estas fuentes tantas veces citadas, incomprendidas a veces, y muchas veces tergiversadas, malversadas. No hay que olvidar, desde luego, las numerosas entregas de “El día estético”, órgano oficial del postumismo, y los innumerables ensayos, opiniones y entrevistas que en torno al movimiento andan aún dispersos por todo el ámbito de la prensa nacional. Difícil, por demás, pero necesario, es rastrear a fondo el hilo de este  filón del pensamiento –y de la polémica del postumismo- para fines de su congregación en “cuerpo único”.
Cuando publicó su manifiesto, Andrés Avelino tenía 21 años, la edad del siglo con el que había nacido. Era, sin duda, un idealista, uno de esos que intentaba tomar el infinito por asalto. Idealista desde siempre. Luego filósofo, matemático, y, aún peor, poeta. En un ensayo de antología, Pedro Delgado Malagón lo califica de “Quijote provinciano, como había de ser, porque no existe el Quijote de la metrópoli”. Habla de “su terco arrebato de poeta”, y se arrebata él mismo cuando dice: “…ese muchacho de ave y de lino que cinceló hasta la delgadez urgente de su nombre…” (“Apoteosis de Andrés Avelino”, Listín Diario, 24 de abril de 1994, sección cultural, pp. 1 y 3).

El sabio Delgado Malagón hace notar la desmesura de la empresa postumista en relación a la época y en un país intervenido por tropas yanquis. A su juicio, el manifiesto representa una revolución que va más allá de la propuesta ética y estética, rebasa el ámbito artículo y termina siendo, “más que poesía, ideológía”. Dicho con sus propias palabras:
“El ‘Manifiesto Postumista de Andrés Avelino, lanzado ‘hacia el horizonte de los siglos’, por un joven de 21 años, desde el claustro plomizo de una agraviada nación caribeña, aherrojada y mustia, constituye, ni más ni menos, una revolución. ¿Insurrección bisoña, aldeana, ingenua?: probablemente sí. Sublevación tan sólo contra el ritmo, el tema, el color o los estilos de hacer poesía?: decididamente no. Puesto que la arenga postumista de 1921 contiene acentos e intenciones que rebasan los confines equitativos de una poética, las fronteras razonables de una proposición artística, Avelino hace más que poesía, ideología” (art. cit.).
En prosa impecable, apasionada, exenta de ripios y desperdicios, el ingeniero Deldado Malagón elabora un concepto fino, conciso, que arroja una luz inédita sobre la proclama de Avelino:
“Ahora está claro, el discurso postumista va más allá de la poesía y los poetas. En ese Manifiesto –tiznado de libertad y de emoción, emblema de un romanticismo que el propio documento niega- en la declaración sediciosa e impúdica redactada por Avelino se formula, con toda claridad, el esbozo de un evangelio nacionalista, iconoclasta, terrenal, doméstico, mestizo, americanista. Como decir una templada adoración de lo espontáneo, de lo simple, del frustrado heroísmo de lo humilde; lejos, eso sí, con toda intención, del asunto o la materia que deslumbra y estremece” (art. Cit.). 

Notas postumistas


El manifiesto de Avelino es -como tenia que ser-  provocador, desacralizador, y peca, sin la menor duda, de soberbia. Avelino reniega de “la aristocracia in teleetua1”, de  “Los mármoles y de Paros y de Corinto (que) no se han hecho para nuestras estatuas”, reniega de Verlaine, de Mallarmé, de Tristan, de Laforgue, reniega de “1a majestad de la Gioconda”, del impresionismo y del misticismo. Se opone a la vez al “romanticismo de Hugo” y al “realismo de Ba1zac”, a “La bella mentira de Oscar Wilde”, a Virgilio, Goethe, Shakespeare. Reacciona “también contra los ultraístas, futuristas y creacionistas", amen de vedrinistas. Avelino reacciona, en síntesis, contra los clásicos, la vanguardia y la retaguardia. El colmo de las paradojas es que al inicio del manifiesto cita, a manera de consigna o estandarte, unos versos de Dario (“Juventud, divino tesoro”) y en la segunda página declara tranquilamente: “nada de malabarismos estéticos ni musicales. Rubén Darío ha muerto”.
Si no se entiende como paradoja, el manifiesto postumista no se entiende. Avelino no sufre sus contradicciones porque se contradice adrede. Como buen agitador, apunta a la provocación y gana la apuesta. Para ello nada mejor que degollar metafóricamente -como en efecto hizo- unas cuantas vacas sagradas, a las cuales se niega a convertir en objetos de culto, es decir, en fetiches. Lo que en sustancia rechaza Avelino es eso: el fetichismo cultural, el elitismo, el colonialismo intelectual, la rigidez de los moldes clásicos, el criterio de autoridad establecido de una vez y para siempre, así como el oropel, la pedrería preciosa y la cursilería de románticos y modernistas rezagados (en cuyas filas había militado, junto a Zorrilla y Moreno Jimenes).
Al margen de lo que tiene de caótico, iconoclasta, provocador, al margen de lo que niega o  rechaza, al margen de la desmesura y de las contradicciones  que tantos críticos han hecho  notar, el manifiesto postumista es depositario de todo un programa de cultura democrática: un programa especifico de democratización del quehacer artístico y literario. El valor de este programa consiste, naturalmente, en el hecho de que se  expresa y se sustenta en términos de ideología estética, en términos de poética, en conceptos  avanzados, muy por delante de  su época. En síntesis, lo que el  manifiesto niega no es tan importante como lo que afirma. 
Avelino aboga, en el manifiesto, por un “arte autóctono, para abrir la talanquera que nos ha separado del infinito.” Avelino reclama para todos “el mismo derecho de vivir su momento artístico, lo mismo la dama de la quinta florida, que el galán con chamarra, el labrador, el jornalero”. Avelino proclama que “Los poetas no seguirán siendo seres privilegiados y desconocidos de la multitud, camino del ensueño, sino seres videntes, camino de la verdad, pensadores y fi1ósofos”. En el mismo orden de ideas, Avelino afirma: “No reconoceremos vocablos poéticos. Toda palabra es bella cuando está bien escrita; todos los actos de la vida basta que sean reales para ser artísticos; gran artista es aquel que mas fiel interpretación nos brinda de esos actos”. La especificidad de la estética postumista radica en la idea de que “Cada acto debe ser una palabra escrita y la belleza emocional  de ese acto”. Radica en la cuestión del “acento emocional” que es lo mismo. Otro concepto que se desprende de los anteriores planteamientos, cae por su propio peso, a manera de corolario: “Forma y fondo y fondo y forma: serán una misma cosa ya que nuestro acento emocional permite una mezcla igual de idea y de emoción”.
El ingeniero Delgado Malagón, que además es músico, (poseedor de una erudición tan pasmosa como la de mi dilecto amigo Armando Almánzar Botello) interpreta el fenómeno casi en la misma clave y da con una síntesis exacta, apretada, precisa (propia de su formación de economista neoliberal, tan útil para la literatura):
            “Ennoblecer lo trivial, constituir los íconos de un firmamento minúsculo y prolijo, en el que forma y fondo y fondo y forma serán la misma cosa: eh ahí el lema radical de la nueva doctrina. La inspiración revelada en el ‘acento emocional’, en la materia poetizada, en esa mezcla igual de idea y emoción.”
            Eso es lo esencial del manifiesto postumista. El resto, casi todo el resto es trivial, es superficial, es irrelevante. (Versión revisada y corregida de la original publicada en 1995??).


EL POSTUMISMO Y LA MÚSICA
(en edición)


APUNTES POSTUMISTAS
(en edición)


DE MANUEL DEL CABRAL:
UNA CARTA A MORENO JIMENES      

En este poema, el huracán Manuel del Cabral y el “franciscano del canto”, Domingo Moreno Jimenes, se hermanan en sus diferencias, que es casi lo único que tienen en común, y de esta manera se produce la empatía, la comunión de dos grandes poetas dominicanos. Manuel del Cabral se pone el traje, la vestimenta de Moreno Jimenes y lo recrea maravillosamente. Y se produce, entonces, sobre todo, uno de los momentos más altos de la literatura dominicana en la voz del más festivo, desenfadado y alegre poeta de esta tierra:
            “Hay algo más que canta sin cantar en tu canto / Es algo más que es tuyo, pero tan transparente / que se mancha si a veces se acerca mucho al hombre. / Sueles decir sin canto, porque cantar no puedes, / algo que se te va de la palabra…/  Un poco de tus cosas, viajero sin horario / sin estación, sin guardia, sin boleto. / equipado tan sólo con el viento del alba. / Tú, viajero sin ropa / pero con la maleta siempre llena / del equipaje ronco de Dios que hay en tu pecho. / Por tu flecha hacia ti. Por el tres que eres tú, / por ser tú la mochila, el camino y el viaje, / desnuda como  el agua esta carta te escribe / mi ventana que ahora se me llena de pájaros.”


No hay comentarios.: