MEMORIA Y DESMEMORIA
DEL ALMIRANTE
Pedro Conde Sturla.
En aquellos días fatídicos en que
un cieguito aciago construía en hormigón
armado un monumento a la memoria del Almirante, y a la suya propia de paso, Augusto
Roa Bastos –el muy augusto y vasto escritor paraguayo- erigía con palabras
trascendentales otro monumento aun más monumental a su desmemoria, a la ingloriosa
fama de su gloria, malamente ganada por simple error de cálculo.
En el país de los ciegos el
tuerto es rey, pero en el país de los dominicanos la ceguera siempre ha estado
en el poder hasta más no poder, junto a la locura y la infamia. Así, mientras
se vertían aquí paladas y paladas de cemento en homenaje a la hazaña que, al
parecer del cieguito, la historia ya no podía negarle, mientras el
infausto gobernante rendía tributo en hormigón a los faustos del Descubridor y
Encubridor, Roa Bastos reflexionaba sobre el tenebroso personaje, sobre “el
puñado de sombra vagamente humana que quedó del Almirante”, sombra nada más.
La empresa literaria de Roa
Bastos, “Vigilia del Almirante”, describe y descubre al descubridor bajo una
luz inédita. El mismo Augusto Roa Bastos es un poco una sombra, un escritor de
bajo perfil, relativamente. La calidad de la obra de este coloso de las letras ha
estado opacada por la desmedida fama de plumíferos que no le dan por el tobillo
y nunca ha alcanzado la difusión que se merece. Es obra de introspección
intensa y profunda con trazos casi siempre magistrales, dominada por un extraño
sentido del humor, un sentimiento lúdico y travieso del lenguaje que se manifiesta
en el continuo juego de palabras, en la inteligencia que pone en cada palabra
con la precisión de un artífice:
“Quiere este texto recuperar la
carnadura del hombre común, oscuramente genial, que produjo sin saberlo, sin
proponérselo, sin presentirlo siquiera, el mayor acontecimiento cosmográfico y
cultural registrado en dos milenios de historia de la humanidad. Este hombre
enigmático, tozudo, desmemoriado para todo lo que no fuera su obsesión, nos dejó
su ausencia, su olvido. La historia le robó su nombre. Necesitó quinientos años
para nacer como mito.”
El propósito de Roa Bastos no es despejar
sino más bien recrear la incógnita del Almirante, “este enigma, sobre este
hombre interminable del que todos hablan sin saber quién es…” y al que algunos
llaman “judío catalán de oscura prosapia”, “marinero apestoso a salmuera”, “indocto
autodidacta” que en alguna época de su vida fue, quizás, “navegante
predatorio”, o mejor dicho pirata.
Prácticamente, en lo que
concierne a su origen y su vida, no hay nada que no sea misterioso, incierto,
oscuro, incluyendo su efigie, la representación pictórica de su almirante
efigie:
“Su aspecto es autoritario y a la
vez sumiso y aquiescente del que sabe mandar y obedecer. Así nos lo muestra de
medio perfil el pintor florentino Domenico Bigordi, llamado Rodolfo
Ghirlandaio, en un retrato tomado del natural un año después de su primer
viaje.
El genovés aparece revestido con
su traje de almirante. Y tocado por un extraño bonete negro que no corresponde
a la investidura naval sino a la de prior del convento de los Hermanos
Menesterosos de Florencia. Hay dudas sobre este retrato. Todo en la vida del
Almirante es sujeto y objeto de dudas e incertidumbres. Algunos eruditos
sostienen que es el retrato de Martín Alonso Pinzón, tomado por el pintor como
el verdadero jefe de la empresa descubridora. Otros, que el Almirante nunca fue
retratado en vida por ningún pintor, sin contar que el mayor de los Pinzones
murió en Bolonia al regreso del primer viaje acabado por la enfermedad de las
bubas, según algunos, y según otros por el sufrimiento que le produjo no haber
obtenido audiencia de los reyes católicos en su carácter de autor y actor
principal del descubrimiento. De todos modos, el retrato de Ghirlandaio,
conservado o más bien se diría oculto en el Museo Naval de Génova, contribuye a
espesar, en genio y figura, el enigma del Almirante.”
No sale muy bien parada
históricamente en la obra de Roa Bastos la figura de este aventurero tenaz que la
propaganda, la iconografía oficial se ha empeñado en presentar en veste de
humanista, proponiéndolo como figura de
culto que oculta su lado oscuro, casi en olor de santidad. El descubrimiento de
América trae aparejado el encubrimiento del descubridor.
“La grandiosa hazaña del
genovés”, dice un alter ego del narrador, se resume en “La descomunal
ignorancia que con respecto a ella tenía quien la ejecutó, gracias al azar, a
su ineptitud cosmológica, a la devoción a sus errores, a su frenética ambición
de riquezas, disfrazada de hipócrita misticismo. Protonautas predescubridores
desconocidos hubo a montones antes de tu Almirante, miles de años antes que
él.”
PENURIAS DEL ALMIRANTE
DE LA MAR OCÉANA
En el inicio de la reflexión de
Roa Bastos -que es el inicio de la narración sobre el Gran Almirante de la
Mar Océana-, “tres cascarones desvelados”, La Pinta , La Niña y la Santa María navegan o mejor no
navegan en el mar de los Sargazos, atrapados por la calma chicha y la capa
vegetal.
“Nadie puede calcular la
extensión, la densidad, la profundidad de esta inmensa capa fósil de materia
viviente. La fatalidad ha levantado este segundo mar encima del otro para
cortarnos dos veces el camino.”
Los hombres de la tripulación de
la nave capitana, “carne de presidio, frutos de horca” dan muestra de
desesperación, el pánico se apodera de ellos y se traduce en rabia contra el
Almirante que trata de “engañarlos para su bien con la leche del buen juicio.
Infelices don nadies que se han lanzado contra su voluntad a descubrir un mundo
que no saben si existe”.
Uno de ellos, “un cántabro de
descomunal estatura”, le meterá “un plasto de gargajo en el ojo sano” y el
Almirante salvará de milagro la vida.
El nombre del Almirante no se
nombra o se menciona poco, de soslayo, quizás por aquello del fucú, la yetatura
o mala suerte que lo acompañó toda su vida. Aquí, entre nosotros, la supuesta
contagiosa mala suerte que deriva de la simple mención de su nombre causa
terror entre connotados intelectuales y paladines de la libertad de prensa que
no se atreven a pronunciarlo y que además se horrorizan, se hacen cruces, si
algún imprudente lo pronuncia en su presencia. (Ninguno entre la partida de
supersticiosos y cobardes recuerda que la superstición trae mala suerte como
dicen que decía el gran cineasta Buñuel, el mismo paradójico Buñuel que juraba que
gracias a Dios era ateo).
El viaje de Almirante había
comenzado, como la mayoría de sus proyectos, con malos augurios. Una sentencia
real había obligado a la gente del puerto de Palos y otras localidades a
contribuir con una pesada carga al equipamiento de los navíos que compondrían
la escuadra del Almirante. Y cuando al Almirante le regalaban flores, venían
con “su pesado tiesto de mármol”, apuntando a la cabeza.
La rechifla de la multitud,
acompañada de insultos, huevos, hortalizas y piedras lo despidió al partir con
su tripulación patibularia el 3 de agosto al viaje del Descubrimiento y
Encubrimiento. Nada de eso aparecía ni aparecerá en los textos de historia que
nutrieron nuestra infancia.
“Debo a los hermanos Pinzón, a
los Niño, a Juan de la Cosa ,
que la armada haya podido partir. Ellos mismos se encargaron de formar la
tripulación y hasta de la compra de bastimentos y de armas.
“Martín Alonso Pinzón, además de
proveer su propia carabela, aportó un lote de treinta fogueados marineros
paleños que le obedecen como a su patrón absoluto. No bastaban. El Martín
Alonso persuadió al gobernador de Sevilla para liberar a setenta presos, de los
que abarrotaban las cárceles de la provincia. Trajo veinte asesinos condenados
a la horca. Él mismo los eligió entre los más vigorosos y de condenas más
largas. Únicamente no pudo enganchar a los prisioneros de Dios, condenados al
fuego por los tribunales de la inquisición.” Pero sí pudo incluir a “varios
desorejados y desnarigados por penas menores.”
El Almirante se duele por “la
caterva de gente proterva que los Pinzones (…) han metido en los barcos.
Hombres de no fiar ni confiar en un tomín. Los tengo en la alcuza del ojo. Hube
de aceptarlo todo con tal de hacerme a la mar. A falta de otra cosa, por lo
menos tienen buenos brazos, caras patibularias, siniestros corazones. Después
de todo no son más que hombres. Y el hombre es la substancia más maleable y
deleznable que existe. Depende de lo que se haga con ellos en una situación
determinada. Los héroes se diferencian muy poco de los criminales. A veces
éstos son más héroes y los héroes más criminales.”
En mano de esta gente está “el
mayor acontecimiento cosmográfico y cultural registrado en dos milenios de
historia de la humanidad” y está a punto de zozobrar.
Pero el descubridor encubridor no
es mejor que ellos.
“Tu Almirante –dice el alter ego
del autor- debió ser achicharrado en las parrillas del Santo Oficio por sus
repetidos robos con fractura, por el doble y premeditado sacrilegio de una
falsa confesión con la que complicó a los frailes de la Rábida , sus más fieles
benefactores. Y a través de ellos, a la propia Isabel la Católica , quien no podía
dudar de su confesor. Por las orgías bestiales a las que los ‘descubridores’ se
entregaron teniendo como víctimas a las inermes y desnudas mujeres que no eran
para ellos más que las primeras bestias de la creación. Bestias para descargar
la lujuria de los ‘hombres venidos del cielo’. Bestias de carga. Bestias para
producir hijos. Bestias irremediables estos seres desnudos cuya desnudez era,
para los hombres vestidos de hierro, el estigma más evidente de su bestialidad.
Había pues que despellejarlas vivas. ¿No castigaba la Inquisición con el
fuego el comercio carnal entre seres humanos y bestias? El descubrimiento fue
en realidad una orgía bestial en todos los sentidos, que duró siglos. Después
se encargaron de ello los mestizos.”
pcs, 7 y 11 de junio de 2008
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