Pedro Conde Sturla
27 de julio de 2008
Recientemente, casi como por arte
de magia, han surgido en la Cordillera Central
o sierra madre ciertas edificaciones monumentales de inusual estilo
arquitectónico, como el estilo alejandrino, por ejemplo, junto al estilo
guaraguao o castrense, y el estilo hipolitense, que es jaula de acero y vidrio,
característico de un propietario que al parecer no tiene nada que ocultar o es
descarado.
Estos estilos arquitectónicos son
propios de gente que ama las alturas, con vista muy afilada y muchas garras,
igual que las aves de presa, de rapiña, que entre las uñas se han llevado “montañas
y valles por el río” como diría y dijo el muy querido y siempre cercano Pedro
Mir Valentín.
La muestra, el modelo de arquitectura
alejandrina, por ser obra de una humilde, tesonera maestra, que atesoró peso a
peso el dinero para construir una mansión de cinco niveles, llama mayormente la
atención. El primer nivel, por lo que vemos en la fotografía facilitada por
Nuria Fiera y compartes, accede a un río y una piscina donde los invitados se
purgan de sus culpas, mean metafóricamente todas sus culpas.
Respecto al interior todo queda
sujeto al ejercicio de la imaginación y hay que imaginar que suben posiblemente en inútil ascensor al
segundo nivel donde los espera imaginariamente un banquete pantagruélico
preparado por los más virtuosos chefs de
cocina dominicanos.
En el tercer nivel, para hacer la
digestión, imaginamos que brindan vino Petrus, a dos mil quinientos dólares la
botella el más barato y Don Perignon, el champagne de James Bond.
En el cuarto nivel, hay que
imaginar que están las numerosas habitaciones de huéspedes con aire
acondicionado central, innecesario a esas alturas, pero indispensables para
mantener el estatus de los invitados, acostumbrados a esos niveles de confort, después de haber
cambiado las chancletas por jeepetas.
En el quinto nivel, presumiblemente, está la sala magna,
el aula magna, en homenaje a Juan Bosch y a la honestidad de Juan Bosch, por la
cual juran y firman todos sus acólitos. Ninguno cumple, desde luego, con su
juramento de honestidad, pero lo exhiben como deidad, la deidad vegana como lo
llamó una vez en la revista “Impacto socialista” un comunista del PCD. Es para
ellos el símbolo de la bienaventuranza, el símbolo del cuerno de la abundancia.
Un retrato de Bosch, de cuerpo
entero, aparece en la sala lleno de agujeros.
Allí la foto de Bosch sirve para
practicar al tiro al blanco.
En la mansión hipolitense la foto
de Peña Gómez sirve para practicar el tiro al negro.
El culto a estas grandes figuras,
como el culto a Duarte que ejercía Joaquín Amparo Balaguer Ricardo disimula y
no disimula la mayor hipocresía, pero nunca el monto de las grandes fortunas
habidas y mal habidas a la sombra, al amparo del culto a la honestidad.
pcs. domingo, 27 de julio
de 2008
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