domingo, 19 de noviembre de 2017

El ESTILO ALEJANDRINO Y OTRAS MODALIDADES DE LA ARQUITECTURA DOMINICANA

            Pedro Conde Sturla
27 de julio de 2008 

Recientemente, casi como por arte de magia,  han surgido en la Cordillera Central o sierra madre ciertas edificaciones monumentales de inusual estilo arquitectónico, como el estilo alejandrino, por ejemplo, junto al estilo guaraguao o castrense, y el estilo hipolitense, que es jaula de acero y vidrio, característico de un propietario que al parecer no tiene nada que ocultar o es descarado.

Estos estilos arquitectónicos son propios de gente que ama las alturas, con vista muy afilada y muchas garras, igual que las aves de presa, de rapiña, que entre las uñas se han llevado “montañas y valles por el río” como diría y dijo el muy querido y siempre cercano Pedro Mir Valentín.
La muestra, el modelo de arquitectura alejandrina, por ser obra de una humilde, tesonera maestra, que atesoró peso a peso el dinero para construir una mansión de cinco niveles, llama mayormente la atención. El primer nivel, por lo que vemos en la fotografía facilitada por Nuria Fiera y compartes, accede a un río y una piscina donde los invitados se purgan de sus culpas, mean metafóricamente todas sus culpas.
Respecto al interior todo queda sujeto al ejercicio de la imaginación y hay que imaginar que  suben posiblemente en inútil ascensor al segundo nivel donde los espera imaginariamente un banquete pantagruélico preparado por los más virtuosos  chefs de cocina dominicanos.
En el tercer nivel, para hacer la digestión, imaginamos que  brindan  vino Petrus, a dos mil quinientos dólares la botella el más barato y Don Perignon, el champagne de James Bond.
En el cuarto nivel, hay que imaginar que están las numerosas habitaciones de huéspedes con aire acondicionado central, innecesario a esas alturas, pero indispensables para mantener el estatus de los invitados, acostumbrados  a esos niveles de confort, después de haber cambiado las chancletas por jeepetas.
En el quinto  nivel, presumiblemente, está la sala magna, el aula magna, en homenaje a Juan Bosch y a la honestidad de Juan Bosch, por la cual juran y firman todos sus acólitos. Ninguno cumple, desde luego, con su juramento de honestidad, pero lo exhiben como deidad, la deidad vegana como lo llamó una vez en la revista “Impacto socialista” un comunista del PCD. Es para ellos el símbolo de la bienaventuranza, el símbolo del cuerno de la abundancia.
Un retrato de Bosch, de cuerpo entero, aparece en la sala lleno de agujeros.
Allí la foto de Bosch sirve para practicar al tiro al blanco.
En la mansión hipolitense la foto de Peña Gómez sirve para practicar el tiro al negro.
El culto a estas grandes figuras, como el culto a Duarte que ejercía Joaquín Amparo Balaguer Ricardo disimula y no disimula la mayor hipocresía, pero nunca el monto de las grandes fortunas habidas y mal habidas a la sombra, al amparo del culto a la honestidad.

pcs. domingo, 27 de julio de 2008

         

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