lunes, 6 de noviembre de 2017

UN MENSAJE A RODRÍGUEZ


Pedro Conde Sturla

     Durante la guerra de Estados Unidos contra España en Cuba, que tuvo como pretexto inicial la voladura del Maine junto a la tripulación negra en la Habana, un soldado norteamericano recibió la orden de llevar a la isla un mensaje a García. El soldado no se inmutó, no pestañó, no inquirió, no se turbó frente al  hecho de que en Cuba los García debían ser abundantes y la tarea improba. Simplemente se cuadró y obedeció y fue a Cuba y de alguna manera entregó el mensaje a García. Un mensaje a García (“La carta-milagro de Elbert Hubbard para forjar en el compromiso responsable”) es un texto fundamental de la ideología norteamericana y castrense. Representa la obediencia a ciegas. La del soldado que no  pregunta ni cuestiona, cumple con la misión y entrega el mensaje o simplemente bombardea, con napalm, las aldeas y diques de arrozales en Viet Nam por órdenes de Kissinger, Premio Nóbel de la Paz y criminal de guerra al mismo tiempo.
     Mi admirado Stefan Zweig, el judío austriaco que se suicidó en Brasil junto a su esposa  (lecturas de infancia y de mi edad madura), escribió sobre la falacia de la obediencia ciega en Momentos estelares de la humanidad. Napoleón derrota al ejército prusiano, que se repliega hacia Bruselas donde lo espera Wellington, y manda al Mariscal Grouchy en seguimiento de las tropas “vencidas pero no aniquiladas” para que no se juntaran con las de Wellington, como en efecto se juntaron. Grouchy persigue sin éxito a los prusianos, que se repliegan a marcha forzada. El estado mayor de Grouchy se rebela. Le dicen que hay que dejar la inútil persecución y acudir en defensa del Emperador en Waterloo, donde ya se escuchan los cañones. Pero Grouchy impone su autoridad. Dice que recibió órdenes del Emperador de perseguir a los prusianos y no tiene contraórdenes e insiste. De modo que los prusianos llegaron primero a Waterloo y Napoleón perdió la batalla, su última batalla, gracias a la obediencia servil y a la falta de iniciativa personal de Grouchy. El Mariscal obediente a ciegas perdió a su Emperador.
     En un libro de mi mayor devoción, La condición humana, de Andrés Malraux, un personaje dice: “Solamente un bellaco mata o se deja matar por obediencia”.

     Durante la intentona golpista contra Hugo Chávez Frías, dos veces presidente electo de Venezuela, ocurrió un hecho extraordinario que conmocionaría al mundo. El Capitán Rodríguez, desobedeciendo órdenes superiores,  le preguntó en secreto al mandatario cautivo si era cierto que había renunciado a su cargo, y como la respuesta fuera negativa, el capitán Rodríguez tuvo los cojones de cuadrarse y decirle que él seguía siendo leal a su Presidente y Comandante en Jefe, y le pidió dejar un mensaje que envió  a media humanidad y cambió el curso de los acontecimientos. El capitán desobediente, incumplidor de órdenes superiores, salvó a su presidente y a la democracia venezolana, y de paso a la dignidad latinoamericana. Por eso Chávez volvió a ser Presidente de Venezuela. Un guardia que no cumplió órdenes arbitrarias es el responsable del regreso de Chávez. Quizás todavía no sabe lo que hizo, el alcance de su hazaña. Por los siglos venideros se hablará del capitán Rodríguez que no cumplió órdenes fatídicas, y desobedeciendo a sus superiores fue leal a una causa justa. A él lo saludo y lo celebro con las palabras que Whitman dedicó a Lincoln en un poema memorable: “Oh capitán, mi capitán...”

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