Pedro Conde Sturla.
8/2/2006
Confieso que no dejan de cautivarme ciertos personajes
de opiniones tan ingenuas y modales tan dulces, tan lánguidos, tan leves, tan sublimes. Un suave cortesano de la Era
Gloriosa escribió recientemente que no sabe si “se ha determinado” que Trujillo
era “un dictador o un tirano”, a pesar de que le sirvió tan diligentemente,
igual que a Balaguer, a Fernández y a Mejía y otra vez a Fernández por breves
días en su larga carrera de servicios a la patria. A lo mejor tampoco sabe, no
imagina el desastre que dejó en El Archivo General de la Nación, la mutilación
de la memoria histórica dominicana, los inmensos legajos de periódicos casi
centenarios que fueron arrojados a la perdición, a la intemperie, y que en el
peor de los casos sirvieron para limpiar traseros incultos de los obreros que
trabajaron en el proceso de remodelación del edificio. A lo mejor no recuerda,
no tiene memoria de sus hábitos de jardinero aplicados a la poda del material
gráfico de revistas y portadas de
revistas de inicio de siglo a tijerazos limpios: El material gráfico con
el que frecuentemente acompañaba sus
entregas a la prensa.
El desmemoriado personaje afirma
que Trujillo “no cabe en ninguno de los diagramas con que se marca la
geometría de los destinos. Trujillo no tuvo hada madrina, ni ángeles tutelares.
Fue un hombre que vivió en la posesión
absoluta de sí mismo. Figura él en la historia de nuestro país como el
más odiado, pero a la vez el más amado de nuestros gobernantes”.
Ahora que se han cumplido cuarenta y cinco años de la tragedia de las
Mirabal y se conmemoró en sus nombres el Día Internacional de la Mujer, pienso
dulcemente en ellas, en la hermosa diputada, hija de mártires, que aprecio con
mayúscula a pesar de sus minúsculas, en su digna tía. Pienso amargamente en
tres muchachas de las cuales recuerdo vagamente unas trenzas y pienso en su
chofer, su juventud en flor, martirizadas, ultimadas a garrotazos,
desbarrancadas y humilladas. El monstruo que ordenó sus muertes a lo mejor es
un boy scout en la percepción de su apologista o apologeta. Cierto que no cabe
en ningún diagrama, ni siquiera en el infierno.
pcs, 8/2/2006
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