domingo, 18 de marzo de 2018

SARAMAGO SEGÚN RAFAELITO



Pedro Conde Sturla
27 de noviembre de 2009

Un pariente mío, llamado Rafaelito, que tiene el número de teléfono de Jesucristo y habla frecuentemente con Dios y Jesucristo de tú a tú, leyó hace unos días el último libro de Saramago, esa genial travesura titulada “Caín”. Lo peor es que lo leyó a escondidas de  su mujer y sus hijos, que también están tocados por la gracia divina, y mientras lo leía botaba humo por las orejas.
Para hacerme cómplice y atentar contra la salvación de mi alma, me envió de regalo un ejemplar. Para expiar su pecado escribió un artículo en Hoy, “La Biblia según Saramago”, en el cual califica la obra de “novelucha” y define el estilo como “desgarbado, poco original”.
Hay que entender que la dureza de los términos que emplea Rafaelito se corresponde con lo que es, en el fondo, un acto de constricción, y quizás una advertencia hipócrita a los lectores para que no caigan en la tentación de leer el “Caín” de Saramago, a sabiendas de que el efecto puede ser el contrario y los lectores sientan precisamente la acuciosa tentación de leerlo, como en mi caso, que es un caso perdido.
En primer lugar, hay que advertir que Rafaelito comete el error de tomar a Saramago en serio porque Saramago es sobre todo un bromista con un agudo sentido del humor que no respeta tabúes ni vacas sagradas. No escribe para complacer al lector sino con el propósito confeso de causar desasosiego, cosa que logra a la perfección, y en la cual lo acompaño en sus sentimientos. Para este genial bromista, la Biblia es una broma pesada, un cúmulo de incoherencias, como la supuesta bondad de un dios que se manifiesta en actos de crueldad: “Qué diablo de dios es éste que, para enaltecer a abel,  desprecia a caín.”
Saramago, un ateo fascinado por Dios, simplemente se permite ese ejercicio de libertad que es la herejía al interpretar a su manera ciertos pasajes bíblicos que le parecen absurdos y que traduce al ámbito de lo racional, su racionalidad. En una prosa volátil, brillante, ligera como espuma (que Rafaelito considera desgarbada), Saramago da rienda suelta a una imaginación que no respeta ni las mayúsculas de los nombres propios y propone otra versión de la leyenda bíblica de Caín, una versión que ha sido anticipada, en parte, por escritores como Hermmann Hesse, que lo consideran un rebelde, un inconformista, alguien fuera de serie.
Hay que advertir, sin embargo, que lo de Saramago no es apto para mojigatos ni beatos sinceros:
“Pronto se vio que las vocaciones de los dos niños no coincidían. Mientras abel prefería la compañía de las ovejas y de los corderos, las alegrías de caín iban todas con las azadas, los bieldos y las hoces, uno destinado a abrirse camino en la pecuaria, otro para singlar en la agricultura. Hay que reconocer que la distribución de la mano de obra doméstica era absolutamente satisfactoria, ya que cubría íntegramente los dos sectores más importantes de la economía de la época. Era voz unánime, entre los vecinos, que aquella familia tenía futuro. E iba a tenerlo, como en poco tiempo se habría de ver, contando siempre con la indispensable ayuda del señor, que para eso está. Desde la mas tierna infancia caín y abel habían sido los mejores amigos, a tal punto llegaban que ni hermanos parecían, donde iba uno, el otro iba también, y todo lo hacían de común acuerdo. EI señor los quiso, el señor los juntó, así decían en la aldea las madres celosas, y parecía cierto. Hasta que un día el futuro entendió que ya era hora de manifestarse. Abel tenía su ganado, caín su campo, y, como mandaban la tradición y la obligación religiosa, ofrecieron al señor la primicia de su trabajo, quemando Abel la delicada carne de un cordero y caín los productos de la tierra, unas cuantas espigas y simientes. Sucedió entonces algo hasta hoy inexplicado. El humo de la carne ofrecida por abel subió recto hasta desaparecer en el espacio infinito, señal de que el señor aceptaba el sacrificio y de que en él se complacía, pero el humo de los vegetales de caín, cultivados con un amor por lo menos igual, no fue lejos, se dispersó ahí mismo, a poca altura del suelo, lo que significaba que el señor lo rechazaba sin ninguna contemplación. Inquieto, perplejo, caín le propuso a abel que cambiasen de lugar, pudiera ser que circulara por allí una corriente de aire que causara el contratiempo, y así lo hicieron, pero el resultado fue el mismo. Estaba claro, el señor desdeñaba a caín. Fue entonces cuando se puso de manifiesto el verdadero carácter de abel. En lugar de compadecerse de la tristeza del hermano y consolarlo, se burló de él, y, como si eso fuese poco, se puso a enaltecer su propia persona, proclamándose, ante el atónito y desconcertado caín, un favorito del señor, un elegido de dios. El infeliz caín no tuvo otro remedio que engullir la afrenta y volver al trabajo. La escena se repitió, invariable, durante una semana, siempre un humo que subía, siempre un humo que podía tocarse con la mano y luego se deshacía en el aire. Y siempre la falta de piedad de abel, la jactancia de abel, el desprecio de abel. Un día caín le pidió al hermano que lo acompañara a un valle cercano donde corría la voz de que se escondía una zorra y allí, con sus propias manos, lo mató a golpes con una quijada de burro que había escondido antes en un matorral, o sea, con alevosa premeditación. Fue en ese momento exacto, es decir, retrasada en relación a los acontecimientos, cuando la voz del señor sonó, y no sólo sonó la voz, sino que apareció en persona. Tanto tiempo sin dar noticias, y ahora aquí está, vestido como cuando expulsó del jardín del edén a los infelices padres de estos dos. Tiene en la cabeza la corona triple, en la mano derecha empuña el cetro, un balandrán de rico tejido lo cubre desde la cabeza a los pies. Qué has hecho con tu hermano, preguntó, y caín respondió con otra pregunta, Soy yo acaso el guardaespaldas de mi hermano, Lo has matado, Así es, pero el primer culpable eres tú, yo habría dado mi vida por su vida si tú no hubieses destruido la mía, Quise ponerte a prueba, Y quién eres para poner a prueba lo que tú mismo has creado, Soy el dueño soberano de todas las cosas, Y de todos los seres, dirás, pero no de mi persona ni de mi libertad, Libertad para matar, Como tú fuiste libre para dejar que matara a abel cuando estaba en tus manos evitarlo, hubiera bastado que durante un momento abandonaras la soberbia de la infalibilidad que compartes con todos los demás dioses, hubiera bastado que por un momento fueses de verdad misericordioso, que aceptases mi ofrenda con humildad, simplemente porque no deberías rechazarla…”
Hay mucha tela que cortar y muy poco desperdicio en el relato de Saramago, pero para disfrutarlo hay que despojarse de prejuicios, leer con la mente abierta este ejercicio de libertad incondicional que es característico de la obra del glorioso portugués, un escritor dotado de una  perenne sonrisa, de juventud perenne, de un estrafalario sentido del humor que es a la vez un gran sentido del amor por las criaturas terrestres que los dioses, en su infinita ceguera, echan a perder:
         “Y, pese a todo, ese hombre acosado que vaga por ahí, perseguido por sus propios pasos, ese maldito, ese fratricida, tuvo, como pocos, buenos principios. Que lo diga su madre, que tantas veces lo encontró, sentado en el suelo húmedo del huerto, mirando un pequeño árbol recién plantado, a la espera de verlo crecer. Tenía cuatro o cinco años y quería ver crecer los árboles. Entonces, ella, por lo que se ve más fantasiosa aún que el hijo, le explicó que los árboles son muy tímidos, sólo crecen cuando no los estamos mirando, Es que les da vergüenza, le dijo un día. Durante algunos instantes caín permaneció callado, pensando, pero luego respondió, Entonces no mires, madre, de mí no tienen vergüenza, están acostumbrados. Previendo lo que vendría después, la madre apartó la mirada e inmediatamente la voz del hijo sonó triunfal, Ahora mismo ha crecido, ahora mismo ha crecido, ya te había avisado que no miraras. Esa noche, cuando adán volvió del trabajo, eva, riendo, le contó lo que había pasado, y el marido respondió, Ese muchacho va a llegar lejos.”

pcs,viernes, 27 de noviembre de 2009


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