Pedro Conde Sturla
Pedro Conde Sturla
El nazionalista despertó con el rostro inundado de
felicidad. Había tenido un sueño feliz. Había soñado que en la calle Hostos de
la Ciudad Colonial se había instalado un asadero haitiano, tipo argentino.
Bueno, no exactamente tipo argentino porque los haitianos no asaban sino que
eran asados. Vendían allí haitianitos al horno, costillitas de haitianitos a la
parrilla, pipián de hígado de haitianitos, patitas de haitianitos a la
veneciana, rabo de haitianito encendido, pichirrí de hatianito encebollado,
seso de haitianitas a la vinagreta, haitianitas lechales rellenas de alcachofas
y trufas.
Y lo mejor de todo, los comensales podían elegir en el
muestrario su haitianito o haitianita viva. Allí estaban en vitrinas
refrigeradas con las caritas despavoridas y daba gusto verlas. Bastaba señalar
con el dedo su preferencia y podía uno ver cómo el encargado la degollaba con
una pequeña incisión para que se desangrase lentamente y conservara la textura,
en el mejor estilo de la cocina kosher. Luego podía uno sentarse a la mesa y esperar
por la comida salpicada con abundante vino chileno.
(Un relato del libro Los cuentos negros)
(mayo 2003).
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