Un relato del libro Los cuentos negros
Pedro Conde Sturla
Pedro Conde Sturla
En
su despacho del Palacio de la Esquizofrenia -Cafetería Restaurante El Conde por
más señas- Gómez Doorly lee y subraya periódicos. Pide un café, otro café.
Vuelve a leer y subrayar periódicos, todos los periódicos (infinitamente
periódicos, diría Borges). Con caligrafía perfecta escribe comentarios y poemas
al margen, lee y subraya periódicos, recorta, ordena, clasifica, rectifica.
Pide un café.
El
hombre mejor informado de La Ciudad Colonial no compra periódicos: está
suscrito al basurero de un edificio de apartamentos, donde tiene apalabreado a
un conserje, en un barrio pudiente. Allí los botan sin leer, apenas hojeados, a
veces precintados y vírgenes. Con este material bajo el brazo, Gómez Doorly
asiste puntualmente a su despacho del Palacio de la Esquizofrenia. Un aire
ministerial lo distingue: el aire y el porte ministeriales, la cabeza en alto
ministerio, el gesto de tipo ministerial, la formalidad de un ministro, la
mirada eventualmente ministeriosa, el rostro siempre alegre. Pide un café, otro
café -otro café para la mesa 22-, y empieza el arduo proceso de selección.
Minuciosamente hojea cada periódico, todos los periódicos, minuciosamente
periódicos. A partir de los recortes de periódicos anotados y subrayados, Gómez
Doorly construye la revista Cacibajagua,
edición clandestina, con más de 300 números publicados. Cacibajagua es su creación original. Para eso vive. Un café, por
favor, más café, infinitamente café.
Ministro,
pues, sin sueldo y sin cartera, al servicio de su propia empresa de ideales
románticos, Gómez Doorly administra cuantiosos recursos oníricos. Entre la
vigilia y el sueño, dirige la Fundación Cultural. Cacibajagua, un emporio en
miniatura del cual depende la revista homónima, o viceversa. Al frente de la
fundación, Gómez Doorly se involucra en múltiples actividades. Organiza
encuentros artísticos y literarios, emite boletines de información, promueve
espacios culturales y participa en peñas y tertulias en las que se debaten con
carácter de seriedad los más espinosos temas. El tema de hoy, por ejemplo, versaba
sobre un artículo de Enriquillo Lengüemime, poeta tangencial de la lengua, en
el que éste demuestra con pelos y señales su valor mandinga.
Con singular destreza, Gómez Doorly se
maneja en el área de las relaciones públicas y en el terreno diplomático. De
esta suerte, en su despacho y sala de redacción del Palacio de la
Esquizofrenia, el hombre concede entrevistas, ofrece asesoría gratuita, firma
autógrafos, firma convenios, aunque no firma nunca un cheque, y asimismo recibe
y agasaja a visitantes distinguidos,
distrayendo, apenas, su atención del asunto de los periódicos, que ocupa
su más valioso tiempo.
Llega, por ejemplo, el maestro Villegas
sin anunciarse y sin cita previa y lo recibe en la silla correspondiente a su
alto linaje poético, donde le brinda un trato magnánimo, que es lo único que
brinda, y vuelve a leer y subrayar periódicos. Llega Rafael Abréu Mejía y
discuten sobre un proyecto editorial, y vuelve a los periódicos. Llega Díaz
Carela y entablan una conversación soterrada, y vuelve, otra vez, a los
periódicos. Llega Carlos Lebrón Saviñón y poetizan, declaman, producen rumores
que tienen que ver con la poesía, y vuelve, nueva vez, a la tarea de leer y
subrayar periódicos. Pasa, en fin, por coincidencia, Mariano Lebrón Saviñón y
lo distingue con un saludo respetuoso. Abréu, por favor, otro café. Y vuelve
Gómez Doorly a los periódicos.
Pero si de repente Gómez Doorly se
enfrasca en la escritura de un texto, en un poema, y baja la cabeza y baja la
mirada y baja la guardia y se encierra como quien dice metafóricamente en su
despacho, entonces ya no está para nadie, no recibe. El ministro no está en
este momento, no responde al teléfono ni atiende reclamos. Simplemente no está
aunque siga estando. Está fuera de la ciudad. El lunes vuelve. El celular fuera
de servicio, la limosina en el taller. Llámelo más tarde, diría la secretaria.
Simplemente no está. Café no, por ahora, ni siquiera café.
Sólo cuando el ministro se recupera del
trance y vuelve a la realidad, el despacho cobra vida de nuevo y queda abierto
al público. Gómez Doorly gira la cabeza como quien se pregunta qué ha sido del
mundo mientras tanto y fija la mirada en la taza vacía de café. Pide un café,
la cuenta del café, ordena sus enseres en la valija diplomática. Después se
levanta, el ministro, se despide de sus colaboradores, sale al Conde, mira el
reloj, el chofer, como siempre, retrasado. Se irá en taxi esta vez, mejor a
pie.
Cualquier parroquiano puede ocupar la
mesa en este momento, y la ocupa, pero el despacho de Gómez Doorly está
cerrado, definitivamente cerrado. La mesa ahora es sólo mesa, hasta que el
huésped habitual -huésped vital- vuelva mañana. Imprima en ella su magia. (De
Los cuentos negros,14/7/99).
Nota: Este relato, escrito en elogio de
Carlos Gómez Doorly hace ya un año, fue leído y comentado en presencia suya y
la de varios contertulios en su despacho del Palacio de la Esquizofrenia, la
popular Cafetería Restaurante El Conde, bautizada quizás de esa manera por
alguien que sabía de esquizofrenia. Demorada su publicación por motivos que no
vienen al caso (o quizás, simplemente, porque así lo tramaba el destino), el
texto pretendía inaugurar una columna sobre personajes y situaciones conspicuos
del Palacio del cual, por cierto, soy visitador asiduo, muy asiduo.
A
mi regreso de un viaje, me entero que
Gómez Doorly ha sido apuñalado, cosido a puñaladas, veintiséis puñaladas, a
manos de un hijo demente. Tragedia por partida doble, si acaso la tragedia, no
lo es siempre.
Del
hecho atroz, apenas me compensa y me redime, como he dicho, el haber dado a
conocer el texto a su destinatario en
circunstancias felices, aparentemente felices, y en compañía de amigos para él tan queridos como Víctor Villegas y el
dilecto cofrade Manuel Santiago Muñiba, editor de revistas literarias de
provincia. (En esa ocasión, recuerdo que, puntilloso, el poeta reparó en el
exceso de café. Pareció convencido, sin embargo, cuando le hablé de la
necesidad de dramatizar al personaje).
En fin, que el elogio en vida es el elogio
póstumo. El texto alegre, de intención
festiva, se cubre de pompas fúnebres. Ahora sí, el despacho de Carlos Gómez
Doorly en el Palacio de La Esquizofrenia está cerrado, definitivamente cerrado.
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