jueves, 29 de marzo de 2018

LA FIESTA BRAVA DE HEMINGWAY


        Serie Hemingway (3)
        Pedro Conde Sturla
        
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Numerosos críticos consideran que “Fiesta” (“The sun also rises, 1926), es la primera gran  novela de Hemingway y probablemente algo más. Quizás en este libro, en “Adiós a las armas”, en ciertos robusto relatos (entre ellos los de Nick Adams) él ha dado lo mejor de su arte. Sin lugar a dudas “Fiesta” es una de las narraciones más logradas y equilibradas de su no muy escasa producción literaria. Ya en el mismo año Hemingway había anticipado, aunque con poca fortuna (“Torrentes de primavera”) no tanto el tema cuanto el espíritu lúdico y escéptico de los personajes de “Fiesta”. Se ha dicho y repetido que la obra en cuestión está animada por un explícito propósito de venganza contra algunas de las  personas representadas en la obra, y es posible que así sea (en lo que concierne, sobre todo al judío Cohn). La historia es más fácil de contar que de entender, quizás porque no es una verdadera historia novelesca. Los hechos no trascienden casi nunca la cotidianidad, no hay una trama en sentido tradicional, no hay una aventura, sino más bien una descripción de una situación dentro de la cual se encuentran los personajes principales. Los primeros nueve capítulos, en general, tienen un ritmo de crónica, una crónica casi banal. Y la cosa extraordinaria consiste precisamente en el elevamiento al plano artístico de la crónica y la autobiografía.


Jake, Bill, Mike, Brett y Cohn, un grupo de amigos ingleses y norteamericanos (“exilados” en París) se dan cita en Pamplona en el verano de 1924 para disfrutar el Festival de San Fermín, las famosas carreras y corridas de toros. La fiesta brava en todo su esplendor.

Durante  la fiesta  ocurre todo lo que de costumbre ocurre en las fiestas a gente como aquella: se emborrachan, se divierten, se critican entre sí, chismorrean, se enamoran, se pelean, surgen complicaciones y se producen incidentes (incluso mortales), y al final cada uno regresa a su casa por cuenta propia. ¿Es el relato de un viaje? De alguna manera es más bien un estudio, una muestra de la condición humana, sobre las relaciones humanas a un  cierto nivel existencial.

Desde el punto de vista de Jakes Barnes –el narrador en primera persona- el tema se define como una toma de conciencia colectiva, de un proceso de maduración.

“Hay otros modos –dice Giansiro Ferrata- para sentir e interpretar un libro similar, tan fluído, renuente a todo análisis determinista.”

En realidad no es posible, ni tampoco necesario, encasillar el libro, ponerle una etiqueta que dé una idea global de su contenido. “Fiesta es un libro multiforme, polivalente, cuyo sentido no puede aferrarse con una mano sin correr el riesgo de empobrecerlo”.

“Adiós a las armas”, “Tener o no tener”, “El viejo y el mar”, se desarrollan, al menos aparentemente, en una sola dimensión y es más fácil entender el sentido con una o pocas miradas de conjunto. El significado de “Fiesta” se hace más claro a la luz de sus particulares porque no hay un conjunto en esta novela, es una historia abierta.

La unidad de la obra se logra en parte por varios trucos y motivos en cuyo uso Hemingway se ha consagrado maestro. Uno de ellos proviene claramente de la secular tradición literaria norteamericana: los lugares de referencia, es decir, puntos fijos de orientación, como por ejemplo el Café de Pamplona y el albergo de Montoya.

Del café, en particular, se hacen múltiples menciones, casi como si se quisiera invocarlo como testimonio de todos los hechos. Es esta una presencia maciza, ente tutelar que ayuda a orientarse en la variada geografía en la que se desarrolla la acción.

Más importante aún es el hilo de Ariadna que constituyen las continuas borracheras a que se someten los protagonistas. Las comederas y bebederas son obsesionantes. “Fiesta” trasuda alcohol por todos los poros. Se brinda por todo y contra todo en cualquier ocasión y en cualquier lugar, se brinda desde las primeras páginas hastas las últimas páginas, y quién sabe si después. Lo menos que puede decirse es que esta es gente con el hígado blindado. Casi casi parecería que tal actitud es en parte una especie de réplica, de cuestionamiento de la América puritana, prohibicionista e hipócrita de aquellos años. Sin embargo, el consumo desproporcionado de alcohol es casi constante en las obras de Hemingway y es difícil encontrar un personaje abstemio. Incluso el protagonista de “El viejo y el mar” se toma una cerveza.

Otro elemento importante que hay que tener en cuenta es el de la despiadada “caza al hebreo”, que tiene inicio desde el primer párrafo. La misma resulta sorprendente por la desfachatez y la ambigüedad con que sale a la luz. Resulta difícil aceptar sin reserva una actitud tan impúdicamente racista. Hay que detenerse a pensar en la causa de la feroz antipatía que el grupo siente por el judío Cohn. El estudioso Marcus Cunliffe, al hablar sobre este  personaje, saca a relucir de inmediato la fórmula mágica del código de Hemingway y explica que “Cohn permanece fuera del círculo encantado  porque es demasiado expansivo, habla de sus propias emociones.”  Cunliffe olvida, sin embargo, que también Bill y Jake son incluso demasiado expansivos.

Quizás, a la luz de un razonamiento banal, sin necesidad de acudir al código, se puede entender mejor porque Cohn no es aceptado, o aceptado de mala gana por los amigos.

El  esquema de la situación en “Fiesta” es el siguiente: Jakes Barnes (impotente a causa de una herida de guerra “en un frente de burla como el italiano”) se ha convertido en “amante” de Brett, la cual a su vez está comprometida para casarse con Mike. Mientras tanto es cortejada ferozmente por el judío Cohn, al cual se le concedió, “por compasión”, durante una semana, antes del viaje a Pamplona. Naturalmente Brett hará público el suceso tanto al “amante” como al prometido


(2)
       
         Brett se reparte generosamente en besos leche y pan entre los miembros del grupo y un torero, y es motivo de discordia permanente, pero es parte esencial del grupo que le perdona todo, menos su breve relación con el judío Cohn. A primera vista, parecería entonces que la antipatía y rechazo que provoca Cohn son por razones de celos, o de envidia quizás. Pero no basta. Para el grupo Cohn es un patán sin dignidad, no se respeta a sí mismo y es también un poco masoquista, uno que se divierte sufriendo. Es un “minus habens” (un mediocre de escasa capacidad mental), es molestoso, es ridículo, es patético, un bueno para nada, un fortachón sin gracia, sin espíritu, idiotizado por infinitas y desordenadas lecturas.
         El juicio sobre el comportamiento de los demás con relación al judío recalcitrante, no debería ser tan negativo si se tienen en cuenta estos rasgos de su personalidad. Sin embargo, aún llevando al límite del absurdo el peso de este argumento, todo lo demás conduce al tema racial. Se diría que lo que resulta verdaderamente insoportable e imperdonable in Cohn es la raza.
         Incluso “la objetiva impersonalidad de la narración” (que alguien podría citar para descargar a Hemingway) esta comprometida, puesta en duda por el hecho de Jake Barnes es  un portavoz de Hemingway (de hecho, es imposible no reconocer a Hemingway en Jake Barnes). No es casual que a través de este personaje Hemingway trate de explicar, sin mucho éxito, la aversión por el judío. Alguna vez Jake Barnes sentirá fuertes remordimientos de conciencia, pero no podrá superar su sentimiento de desprecio hacia Cohn de muchas maneras. ¿Por qué? Aparte de su raza Cohn es alguien a quien no le gusta la bebida y no le gustan las corridas. Para sus compañeros de juerga, inscritos en una especie de círculo exclusivo esto lo convierte en en un ser despreciable. De estos personajes y de tantos otros personajes de Hemingway puede decirse todo lo que dijo Alberto Moravia en su artículo “El coronel Hemingway” a propósito del coronel Cantwell y de la condesita Renata (protagonistas de “Más allá del río y entre los árboles”):
         “Cantwell y Renata, como algunas parejas de D’Annunzio, se pasean por el mundo con un sentido evidente de privilegio y de desprecio. Su amor es el amor de dos personas fuera de lo ordinario, casi se podría decir de un superhombre y de una supermujer. Son el último coronel y la última condesa. Aparte de ellos no hay más que pequeños burgueses burocráticos e intelectuales de raza inferior con espejuelos”.
         A posteriori, una escena de redención permitirá justificar la actitud despectiva contra el judío porque Cohn terminará dándole una golpiza tanto a jake como a Mike, como al  joven torero al que encuentra en la cama con Brett. El desprecio de Mike y Jake es merecidamente castigado y todos se podrán sentir con la conciencia limpia, tranquila. El judío Cohn se convierte en un personaje brutal pero ya no ridículo, y naturalmente desparece  casi de inmediato de la escena.
         El tema que a mi juicio es más importante en la obra es el tema de la impotencia, no sólo la de tipo sexual, no sólo la de Jake. La historia describe a personajes en un momento de crisis (si acaso la vida de seres semejantes no está siempre en crisis). Los  protagonistas principales se mueven a la deriva, se “divierten”, pronuncian “discursos de borrachos, y se refugian en el sarcasmo, el cinismo, usan frases hirientes (menos Cohn que es la víctima y Brett que no brilla por su inteligencia) como si fuera una tabla de salvación. Son verdaderos hollow man, gente hueca, vacía. Su impotencia es de tipo existencial, se ahogan en el vacío de la cotidianidad, falta en ellos cualquier sentido de la existencia, no tienen ideales,  un propósito que alcanzar. Todos sus valores están en crisis, no saben que hacer con el dinero y con su libertad. No poseen siquiera una certidumbre interior, viven al día. En su presente se mide el tiempo al son de borracheras, su futuro es más que desolado, en el pasado anida el fantasma de la guerra. Solamente son capaces de programar las vacaciones, las fiestas, se dejan arrastrar por la corriente.
         Incluso Jake Barnes, a pesar de su aparente distanciamiento y a pesar de su sangre fría, es un personaje desolado, apegado como los demás a una especie amor que se le escapa, un amor fugitivo, que huye de todos los demás.
         Jake Barnes es, como sus compañeros de juerga, impotente frente a la vida. Sin embargo parece tener una ventaja sobre los demás. Tiene conciencia de sí mismo y por lo tanto podría estar destinado a salvarse de alguna manera. Jake, al final, está enfermo, amargado, desilusionado, y lo confiesa abiertamente. Pero se diría que precisamente las decepciones, los tropiezos lo han hecho más fuerte, aunque no más lúcido y maduro. Su fracaso entraba desde el principio en el orden de sus cálculos y previsiones. Lo acepta, por lo tanto con estoicismo y se resigna a vivir a medias su vida “porque nadie vive jamás toda la propia vida, salvo los toreros”.
         En el extremo opuesto, desde este punto de vista, se encuentra la libidinosa Lady Brett Ashley. El narrador se emplea a fondo (aunque con extrema sutileza, con discreción, con palabras casi nunca dirigidas en contra suya) para presentarla en toda su mezquindad, como una perfecta cretina. Brett es la típica mujer fatal, vocacionalmente ninfómana, más institiva que intelectual, más vaginal que pasional, insegura, inestable, sin verdadero contacto con la realidad, egoísta, egocéntrica, colocada idealmente en el centro del universo e incapaz de pensar en los demás, que los otros sufran y tengan problemas como ella. Para el judío Cohn ella es una especie de Circe moderna que convierte a los hombres en puercos. Vive siempre inútilmente en busca de sí misma y no puede prescindir de admiradores y acompañantes para confirmar su femineidad. Se siente ocasionalmente atraída por cosas exóticas como, por ejemplo, un torero. Es en verdad una implacable y desilusionada cazadora que se reencuentra siempre con las mismas emociones que conocía, una víctima del fastidio que le proporcionan los deseos fácilmente asequibles. (“Supongo que ella quería solamente aquello que no podía tener”, dirá Jake Barnes en un momento de sufrida lucidez. Brett permanece en el fondo en el estadio infantil del niño que desea siempre un juguete nuevo. Su limitación más grande consiste en su incapacidad para establecer una verdadera relación humana y no solamente hormonal. De cualquier manera no puede decirse que Brett sea una persona fallida porque no ha tomado conciencia de sus fallos o por lo menos no tiene una conciencia clara de los mismos. Un mecanismo de autodefensa la protege de la realidad. Ella no se reconoce ni siquiera frente al espejo.


        
  (3)


Otro personaje emblemático de “Fiesta”, Mike Cambells, logra de alguna manera sobrevivir a la derrota, al tedio de aquella vida disipada, quizás porque está derrotado de antemano. Es un personaje ambiguo, incoherente (nihilista más que los demás) jura que esta acostumbrado a los cuernos, pero su antipatía por quienes lo han cornificado parece desmentirlo. De un modo u otro, su derrota parece ser una especie de victoria secreta, como la de Jake Barnes. Él se jacta de ser un tipo en bancarrota porque alguien que está bancarrota es alguien que “paga siempre” (tesi fundamental de “Fiesta”) y este hecho es sin duda interpretado por él como una forma de honesta superioridad en relación a aquellos que no están en bancarrota precisamente porque no pagan siempre. “Estoy en bancarrota”, dice y repite con orgullo, y aparentemente se toma las cosas con filosofía. Pero es sólo una pose. Lo que lo delata es su prurito maniaco de dar grandes propinas para impresionar a quienes lo sirven. Penoso gesto ritual con el que intenta recobrar el sentido de su perdida bonanza.
En un primer momento se dificulta entender qué papel desempeña en “Fiesta” un personaje como Bill Gorton (escritor al igual que Cohn). Después se descubre que es bastante revelador, peligrosamente revelador de lo que será la futura dirección de la vida de tantos personajes de Hemingway y del mismo Hemingway. En cierto sentido puede ser considerado como un tipo de complemento o de alter ego de Jake Barnes. Gorton, en cierta forma, representa un modelo de intelectual “positivo”, naturalmente contrapuesto al modelo de Cohn (furiosa fue la polémica de Hemingway contra los intelectuales de ese género).
El tema de la guerra, que se  entreteje con el tema de la impotencia, asume en este personaje características peculiares. Para todos los demás personajes de “Fiesta”, la experiencia de la guerra fue traumática, un infortunio personal. Bill Gorton, en cambio, es uno que participó en la guerra y se divirtió guerreando. Esta es su nota distintiva (“No me divertía tanto desde los tiempos de la guerra”). La violencia es para él una vocación natural,  en la guerra se ha encontrado a su gusto (quizás se ha encontrado a sí mismo) y la recuerda con emoción, si no con alegría. La pesca, la corrida, la caza no serían más que sustitutos o paliativos inocuos de la guerra.
Dice Carlos Pujol, en el prólogo a una edición cubana de “Fiesta”:
“Todos viven así el infierno en la tierra, cifrando su felicidad en lo que no pueden tener, tratando de exorcizar sus frustraciones por medio del alcohol, el sexo, el peligro, las retahílas de juramentos, las riñas entre sí, en medio de una fiesta que será tan brillante y efímera como los globos iluminados que el pirotécnico municipal lanza al aire para anunciar el fin de los Sanfermines. Pero la mayor parte de las tragedias humanas apenas cuenta en el conjunto de un universo indiferente que sigue su marcha y en el que siempre vuelve a salir el sol y vuelve a ponerse para salir una vez más, mientras pasan las generaciones. La noción de la insignificancia y de la soledad del hombre en el mundo y frente a él, quedaba claramente aludida con el título, que quería indicarnos que la historia iba a tratar de algo más que de una simple anécdota de unas vacaciones españolas.”
La guerra, por lo tanto, pero también la violencia y la disipación entendidas como evasión, como reacción al vacío existencial, como respuesta a las estrecheces del ambiente, a la moralidad de la época: He aquí “el vicio absurdo” de los protagonistas de “Fiesta”. Y no podía ser de otra manera. Asfixiados moralmente por una cierta atmósfera social, por un cierto modus vivendi, reaccionan al absurdo de su entorno en un modo igualmente absurdo. Impotentes o castrados, han perdido el sentido del “valor de las cosas”: giran en el vacío. No hay lugar aquí para el optimismo, aún si continúan riéndose, bromeando, bebiendo. El panorama es gris, escuálido. La idea de las relaciones humanas que se desprende la historia es completamente negativa. Incluso en boca del personaje más puro (cuya vida parece determinada por el preciso ritual de su “arte” de matador) escuchamos palabras desconsoladas. “¿Siempre matas a tus amigos”, le pregunta Brett. “Siempre”, dice el torero- en inglés y ríe. “Así ellos no me matan a mi”.
En otro pasaje, Jake Barnes dirá palabras tan inquietantes como desangeladas: “Todos se comportan mal. Denles sólo una oportunidad.” Pero lo que parece ser el verdadero leitmotiv de “Fiesta (y que supone una concepción de la vida basada en una feroz mercantilización de los valores del espíritu) sale a flote en palabras de varios personajes: “Todo lo que hace se paga”, dirá Brett a Jake Barnes, y más adelante él mismo hará un resumen (impecable pieza teórica) de su filosofía: “Yo tuve cosas por las que no di nada en cambio. Esto sólo retrasaba la presentación de la cuenta. La cuenta llega siempre. Esta es una de las cosas fantásticas sobre las que se puede siempre contar.” Amor, simpatía, amistad y cosas del género son concebidas a la medida de una relación de intercambio comercial.
Aún sin querer forzar el sentido de las implicaciones de tipo histórico social, lo menos que puede decirse es que el comportamiento, el modo de ser de estos exilados-turistas  es sobre todo típico de un grupo social con pretensiones de élite. Una infortunada fórmula omnicomprensiva pretende hacer de “Fiesta” la “novela de la generación perdida”, como si esta etiqueta bastase por si sola para exorcizar al demonio que la habita, lograr mostrarlo en toda su multiforme corporatura y en su relación compleja con las tensiones de la época. “Fiesta” no puede ser absolutamente “la novela de la generación perdida”. Si acaso, y muy limitadamente, es la novela de un segmento de clase perdido o por lo menos muy desorientado.
Cada personaje recibirá de las vacaciones una lección diferente, menos Bill Gorton, que sólo se ha divertido. Brett Ashley terminará refugiándose naturalmente en un sueño, un espejismo. “Nosotros hubiéramos estado siempre bien juntos” dirá a Jake Barnes, cerrando los ojos, como si la oscuridad de los párpados pudiera de algún modo protegerla. En respuesta, Jake Barnes parecerá por un segundo secundarla: “Sí, es lindo pensar así”. Pero él sueña con los ojos abiertos y todos sus sueños y sus riesgos son calculados. Mike Cabell, por su parte, seguirá fingiendo el tipo despreocupado y estoico, y continuará el camino de su vida sin perder la compostura ni la coraza de cínismo.


 (4)


El final de la fiesta es una especie de Waterloo. “En la mañana había terminado todo”, dirá Jakes Barnes. “La fiesta había terminado”. Hay nostalgia y remordimiento inmediatamente después del final de la fiesta. Pamplona ya no es alegre como el día anterior. Los turistas han desaparecido y la soledad de la ciudad refleja la soledad de los protagonistas: “Me desperté hacia las nueve –dice Barnes-, tomé un baño, me vestí y bajé. La plaza estaba desierta y no había gente en las calles. Unos muchachos recogían las cápsulas de los petardos. Los cafés estaba abriendo y los camareros sacaban las cómodas poltronas de mimbre y las colocaban a la sombra de los pórticos, alrededor de las mesas de mármol. Estaban barriendo las calles y lavándolas con bombas de agua”.  
“Me senté en una poltrona de mimbre y me recliné cómodamente. El camarero no tenía prisa por venir. Los anuncios en papel blanco sobre la llegada de los toros y los grandes carteles de los trenes especiales estaban todavía sobre los grandes pilares del pórtico. Un camarero con un delantal azul  salió con un  trapo y un cubo de agua y comenzó a quitar los carteles rompiéndolos en tiras y raspando las partes que se adherían  a la piedra. La fiesta había terminado”.
“Tomé un café. Poco después llegó Bill. Lo vi venir a través de la plaza. Se sentó y tomó un café.”
“-Así –dijo-, todo ha terminado”,
Así, en efecto, “todo ha terminado”: Los dos personajes sienten que les falta la tierra bajo los pies. La miseria y la desolación del paisaje no puede ser más completa. Ha terminado la fiesta, todo se inscribe en el ambiente de la vulgar rutina cotidiana, en el orden establecido donde ya no “todo se convertía en irreal y parecía que nada podía tener consecuencias.” Ha terminado la evasión, pero la realidad del mundo está todavía presente e intacta. Sólo dentro del ambiente asaz trivial de la fiesta ellos lograban justificar y convalidar sus conductas. Allí, y sólo allí, las interminables borracheras y la disipación tienen un sentido. Fuera de esa atmósfera de disipación hay que empezar a reflexionar.
Desde un cierto punto de vista, “Fiesta” es la historia de un naufragio, de un grupo de náufragos (“náufragos a la deriva”, como ha notado Carlo Izzo), o quizás desechos a la deriva sobre una barca sin rumbo. Pero este criterio no pretende ser una etiqueta. “Fiesta” es sobre todo un prisma, o mejor un caleidoscopio del cual, a cada sacudida, se obtiene una imagen diferente.
Giansiro Ferrata ha hecho notar la existencia de una “antítesis” o mejor una contraposición no sólo entre los personajes de este libro, sino también entre los países donde se desarrollan los acontecimientos (Francia y España). Ya se ha aludido al hecho de que Robert Cohn, en cuanto intelectual, está en el extremo opuesto de Bill Gorton y al extremo opuesto de Mike Cambell por lo que respecta a su comportamiento. Es decir, por el modo en que se toma la derrota, y que todos en general están derrotados, todos están a la deriva. En cambio, para algunos el torero, el español, representa “la plenitud de la vida hecha para sobrevivir a todas las derrotas”. Su “inocencia” y “pureza” se contrapone a los vicios y corrupción de los turistas.
La contraposición entre España y Francia es aun más notoria, y quizás más importante desde un cierto punto de vista. Por una parte está París “en su doble faz de cosmopolitismo decadente”, y por otra Pamplona con su “color local bárbaro”. Los disolutos turistas resumen en estos países “los sueños de evasión del exilio norteamericano en la Europa de los veintes, el rechazo de todas las facetas de su propia sociedad, la búsqueda de parajes o sofisticadamente civilizados o muy primitivos que le aportara nuevos estímulos que no encontraba en su vida cotidiana”.
Desde otro ángulo, no menos significativo, Jake Barnes teoriza sobre este hecho (sobre el contraste geográfico que es también contraste humano) con su acostumbraba claridad y concisión: “Me sentí feliz de encontrarme en un país (Francia) donde es tan fácil hacer feliz a la gente. No se puede nunca saber si un camarero español te agradecerá o no. En Francia, en cambio, todo reposa sobre una neta base financiera. Es el país donde es más simple vivir. Nadie complica las cosas haciéndose amigo por razones oscuras. Si deseas parecerle simpático a la gente sólo debes poner a disposición un poco de dinero. Yo le di un poco de dinero al camarero y le caí simpático. Él apreció mi más importante cualidad. Se sentiría contento de volver a verme. Si volviera aquí a comer él estaría contento de volver a verme, me habría querido en su mesa. Hubiera sido una simpatía sincera porque tenía una sólida base. Estaba en Francia de nuevo”.
“A la mañana siguiente, para hacer otros amigos, di a todos en el albergo una propina generosa y partí con el primer tren de la mañana para San Sebastián. En la estación no le di al cargador una propina excesiva, porque no pensaba que volvería a verlo. Todo lo que necesitaba era un grupo de franceses amigos que me hicieran una buena acogida en Bayonne por si me tocaba tener que regresar. Sabía que si se  hubiesen recordado de mi nuestra amista sería leal”.
“En Irun tuvimos que cambiar de tren y mostrar los pasaportes. Lamentaba dejar a Francia. La vida era tan simple en Francia. Sentía que hacía mal al regresar a España. En España no se puede nunca estar seguro de nada. Sentía que hacía mal al volver, pero me puse en fila con mi pasaporte, abrí las maletas para los guardias, compré el billete, crucé la  puerta, subí al tren y después de cuarenta minutos y ocho túneles estaba en San Sebastián”.
El cuadro se dibuja en estos párrafos de tan sólida arquitectura, es tan preciso como poco edificante, y en extremo revelador de la mentalidad del personaje. Se encuentra aquí en una España complicada, aunque también idealizada. Lo que Jake deplora sinceramente (admitiendo que sea cierto) es el hecho de que la amistad de los camareros españoles no se puede comprar, no está a la venta. Desde el inicio del libro había idealizado a los españoles y no había escondido su simpatía por ellos, ni su paternalismo. Los idealiza implícitamente (aunque no se de cuenta) al contraponerlos de esa manera a los franceses. Sin embargo, lo que sin duda es una cualidad moral, representa una dificultad para Jake Barnes. Dificultad de vivir entre gente que no se deja comprar. Así, su pasión por España se resuelve en una relación de odio y amor en cuya base encontramos una vez más la mercantil, canibalesca,  que a su juicio rige todas las relaciones humanas.

 (5)


“Fiesta” es una obra ejemplar en muchos sentidos: la revelación de un joven escritor que  había alcanzado casi en pleno la madurez, extremadamente conciente de su oficio, incisivo en el estilo, finísimo en el manejo de las más intrincadas situaciones narrativas. El tema tocaba sus fibras más intimas, lo apasionaba, y Hemingway se sumergió espontáneamente, felizmente en sus aguas. Si “Fiesta” no es la obra maestra de Hemingway, posiblemente es la más lúcida y sincera, sobre todo sincera, y quizás la más hondamente vital. Las líneas de desarrollo de sus ideas son todas visibles. Está todo Hemingway aquí dentro. En cuerpo y alma. Incluso, se podría decir que en aquella época de fiesta tenía más espíritu, más sentido del humor del que manifestaría en otras narraciones. Era, sin duda, un escritor penetrante y al mismo tiempo sutil, agudo. 
Hemingway escribiría otro libro más sólido  arquitectónicamente, pero menos espontáneo y vivencial. Escribiría libros comprometidos con las mejores causas y de gran aliento social, pero también retóricamente ambiguos, programados para “servir”.
“Fiesta” es una obra rebosante de humor y fina ironía,  cuando no de de sarcasmo. Algunos diálogos entre Jake y Cohn y entre Jake y Bill son ejemplares en este sentido. Por otro lado, el retrato sicológico y la descripción de las relaciones humanas es impecable. Quizás en ningún otro libro Hemingway  logró crear  personajes tan auténticos, sustanciosos, insignificantes y a la vez conmovedores en su desgarramiento existencial.
Aparte de la representación de los norteamericanos y los ingleses (es decir, la gente suya, cuya idiosincrasia conoce), le bastan poquísimos trazos para elaborar un perfecto retrato ético-moral del español Montoya, poquísimos trazos para hacer entender, sin necesidad de ulteriores mediaciones descriptivas, el  peligro que éste corre en compañía de gente disoluta que podría corromperlo, arruinarlo moralmente.
La importancia de este hecho hay que ponerla de relieve enfáticamente. Más tarde Hemingway abandonará, junto a otras cosas, su  cautela para construir personajes ajenos a su cultura, y debido a ello desfilarán por sus libros algunas figuras caricaturescas y no personajes como, por ejemplo, ciertos macarrónicos italianos en “Adiós a las Armas”, los españoles estereotipados de “¿Por quién doblan las campanas?” o los esmirriados cubanos de “Tener o no tener”.
Es notable, por otra parte, la habilidad con la cual el autor logra evitar en “Fiesta” la fácil trampa del sentimentalismo. Aquí todos se separan con un ligero asomo de pesar, pero sin dramatizar más allá de lo necesario, sin melodrama ni manifestaciones semejantes.
La escena en que Jakes Barnes se separa del querido amigo Bill tiene una solución más bien poética: “Pasó la puerta y se dirigió al tren. El maletero iba adelante con el equipaje. Yo miraba el tren que se ponía en marcha, Bill demoraba en la ventanilla. La ventanilla se alejó, el resto del tren se alejó y los rieles quedaron vacíos.”
 El análisis de este libro no pretende ni puede ser exhaustivo, sobre todo tratándose de una historia “tan fluida, tan sugestiva”. Sin embargo hay que hacer hincapié en la figura del torero. No es difícil darse cuenta de que el torero representa un animal simbólico, representa un punto firme de referencia para establecer la distancia con el grupo de disolutos exilados  turistas.
Carlos Pujol, considera que “El personaje del torero introduce otro elemento mítico en la novela. Para Hemingway los toros son un misterio, en el sentido antiguo de la expresión, sólo para iniciados, un misterio que salva, que libera y purifica, y que está  íntimamente ligado a la vida sexual. El torero, de acuerdo con la creencia de muchos pueblos primitivos, se apropia de la fuerza de los animales que mata y al desafiar continuamente a la muerte se hace inmortal.” (“Yo nunca moriré”, dice el matador).
         Mágicamente hablando, el torero es pues un superhombre, o, mejor, un supermacho por el que Brett se sentirá inmediatamente atraída. En la simbología de la novela, él es el toro en la plenitud de sus facultades, en contraposición a Jakes Barnes cuya deficiencia le asimila al papel de buey. Esta idea está acentuada en muchos diálogos y por el hecho mismo de que Jake se presta a favorecer los amores del torero con la lady, así como los mansos conducen a los toros a la plaza”. Pujol identifica a Jake Barnes “con la figura mítica del Rey Pescador, según la interpretación de Jessy Weston, proyectando todo este conjunto de elementos (impotencia, leyenda) en una cierta visión filosófica del mundo”. Naturalmente saldrá a relucir el nombre de Eliott, sacando a colación los fantasmas simbólicos de su “Waste land” (“Tierra baldía”, en una limitativa traducción), “Jake será un nuevo Rey Pescador, un rey impotente de una tierra estéril, de ese yermo, esa tierra baldía que es el mundo en que vive, el mundo moderno”.  El mismo Pujol identifica a lady Ashley “con una inconfundible deidad pagana, casi de ídolo, de fetiche. Brett es la diosa que amor que preside la fiesta de Pamplona. En un momento dado (capítulo quince), se baila a su alrededor como en torno a un ídolo, la adornan con una ristra de ajos, la entronizan sobre un tonel de vino. Es el símbolo de la Vida, de la Fecundidad, deseable e inalcanzable para el héroe, necesariamente frustrado.”
         Muchas otras interpretaciones más o menos curiosas, pero siempre bastante impresionistas, se encuentran en páginas de famosos críticos ingleses y norteamericanos. A título de ejemplo, cito a Edmund Wilson. A su juicio “el comportamiento de los personajes de ‘The Sun Also Rises’ no es típico sólo de una pequeña y particular categoría de expatriados americanos e ingleses”. Wilson sostiene que es “más bien típico de todo el mundo occidental contemporáneo.” Mark Spilka, por su parte, pretender reducir a “Fiesta” a una novela cuyo tema fundamental es “la muerte del amor en la primera guerra mundial”.
         De cualquier manera el arte puede ser interpretado libremente dentro de ciertos límites e infinitas pueden ser las interpretaciones de una obra cualquiera.
Mi intención, por lo demás, ha sido desmontar este libro, sacudirle el polvo, desmitificarlo si es posible, hacerlo accesible, en fin, a lecturas no conformistas. Nada en contrario con lecturas en clave simbólica, siempre que se produzca el enganche con la historicidad de la obra en cuestión. El mismo Hemingway definió a “Fiesta” con estas palabras: “no una sátira, sino una tragedia que tiene como héroe a la tierra”. Para algunos esta definición podría bastar. Pero de tierra y de tragedia en realidad se ha visto poca. Y la sátira, en cambio, es feroz. El hecho es que, incluso sin prescindir de lo que había querido decir Hemingway, era necesario establecer lo que en verdad había dicho Hemingway, quizás a su pesar.


[Separata de la traducción de la tesis de grado para optar al título de Doctor en Letras por la Universidad de los Estudios de Roma en 1975:

Ernest Hemingway entre ideología y subversión]





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