Leila
Roldán
Leila Roldán
19 de
mayo de 2004
El
ladrón, asesinato del ladrón, juicio sumario y condena a muerte sin juez,
frente a un jurado que después corrió. En este primer cuento de su libro, Pedro
Conde Sturla no trata de provocar sentimientos de compasión por el ladrón
inventando razones que justifiquen el frustrado acto de robar.
Simplemente
cuenta, en forma imperturbable, una de las patéticas ejecuciones callejeras que
todavía ocurren en cualquiera de las ciudades de nuestro país. Sin
dramatizaciones. Como imitando la indiferencia que la fuerza de la costumbre ha
impreso en el tratamiento en este tipo de casos en la prensa y la sociedad.
De
profundis, se burla de la exagerada indignación de un militar, asesino por
demás, cuando lo ponen en retiro. Nos hace creer hasta el final, en una breve y
rítmica exposición de auténtica tristeza, que toda la tragedia del mundo ha
caído sobre una familia, sólo para sorprendernos al final con el descubrimiento
de que el individuo simplemente ha sido herido en su orgullo miliciano.
Al
maestro con cariño, cuenta, en una gran metáfora, aquella percepción que tenía
mucha gente en los años ochenta sobre el Partido de la Liberación Dominicana en
sus inicios. En esos años se comentaba que para entrar al PLD había que dejar
la cabeza en la puerta. Pedro retrata esa percepción en este relato, el cual
fue objeto de censura por "el miedo al poder, el miedo a los símbolos del
poder, aun por parte de quienes deberían irrespetarlo".
Yo
adivino el parpadeo, es mi favorito. La mejor representación de cuando los
anhelos se dan de bruces contra la realidad. Pedro transcribe, en deliciosa
prosa cargada de sinsabores, el anhelo incumplido de un limpiador de pisos de
hospital que quería ser un gran cantante de tangos: "O soy Gardel o soy
nadie". Frustración total.
El
anticristo en palacio y Profundo púrpura, son los más irreverentes, pero no por
ello con menos calidad. Ambos revelan la absolutamente inexistente devoción de
su autor por las vidas y obras de funcionarios eclesiásticos, y su desdén por
algunos de ellos que llevan como portaestandarte una falsa moralidad. Tal vez
estos dos cuentos no van a gustar a mucha gente por su fuerte gusto
anticlerical, pero la maestría con la que están escritos no puede ser
desdeñada, pues imprime a ambos la más alta calificación literaria.
Sancocho
a las tres en sombra, un relato de una conversación disparatada tan común en
todos los estratos de nuestra sociedad. )Cuántos de nosotros no hemos
desesperado en tantas reuniones sociales donde se divaga incesantemente sobre
los temas más extravagantes y absurdos? Pedro nos recrea ese sufrimiento
social, nada ficticio, por el que, con frecuencia pasmosa, muchos atravesamos
en nuestra cotidianidad.
Más
café por favor, infinitamente café, Barracuda, y Fábula del fabulador retratan,
con un poco de chanza y un poquito de mordacidad, personajes conspicuos de la
cafetería restaurante El Conde, o Palacio de la Esquizofrenia como le han
rebautizado algunos de sus asiduos visitantes. El último narra, a través de los
labios de su protagonista, las más fantásticas historias, tan imaginativas y
complejas, con tanta profundidad y complicación humana, que el conjunto de
ellas se convierte, casi, en una novela, por su armazón compuesto de
divagaciones, descripciones y personajes secundarios.
Pedro
Conde Sturla ha publicado un magnífico libro de cuentos que cumple con las
normas eternas y objetivas de la genialidad. En él se evidencia un proceso de
creación del género muy cuidado y muy original, donde radica una parte de su
valor estético. La otra parte está compuesta por el uso magistral del lenguaje
para escribirlos. Son cuentos que describen lo gracioso, lo patético, lo
ridículo y lo verdadero, interpretados por su autor con inteligencia,
imaginación e ingenio. "Los cuentos negros" de Pedro Conde Sturla
circulan para quedarse, para enaltecer con su presencia la categoría literaria
de la cuentística dominicana.
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