miércoles, 6 de junio de 2018

LAS OSCURAS GOLONDRINAS

Pedro Conde Sturla
1 de diciembre de 2011

Hoy  me siento cursi, nostálgico, incricitante, desangelado y quiero hablar de un poeta romántico fuera de moda, casi desconocido en nuestro medio (y seguramente despreciado), a pesar de haber sido el fundador de la poesía lírica moderna.
Hablaré de la enfermedad del amor, de un poeta que vivió y murió por amor, que no escribió poemas de amor sino poemas de desamor. El doliente y breve Becquer, Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870). El de las “Rimas y leyendas”, el de las oscuras golondrinas y tantos poemas memorables:

LIII
Volverán las oscuras golondrinas / en tu balcón sus nidos a colgar, / y otra vez con el ala a sus cristales / jugando llamarán. / Pero aquéllas que el vuelo refrenaban / tu hermosura y mi dicha al contemplar, / aquéllas que aprendieron nuestros nombres... / esas no volverán. / Volverán las tupidas madreselvas / de tu jardín las tapias a escalar / y otra vez a la tarde aún más hermosas / sus flores se abrirán. / Pero aquellas cuajadas de rocío / cuyas gotas mirábamos temblar / y caer como lágrimas del día... / ésas... ¡no volverán! / Volverán del amor en tus oídos / las palabras ardientes a sonar, / tu corazón de su profundo sueño / tal vez despertará. / pero mudo y absorto y de rodillas, / como se adora a Dios ante su altar, /como yo te he querido..., desengáñate: / ¡así no te querrán!

Yo conocí a Bécquer íntimamente, padecí a Becquer, el implacable romanticismo de las rimas que poblaron mi vida de sentimientos desbordantes, tristezas y emociones que no eran mías y que no me abandonarán hasta el fin de mis días.
 “Rimas y leyendas” era un libro desvencijado en la biblioteca de mi padre, “descompuesto, estropeado, destartalado” a causa de tantas lecturas. El  día en que lo leí, casi un niño,  me traumatizó para siempre, invadió mi vida por toda la vida. ¿Alguien escapa a su magia? Nada más leer aquello de “Las oscuras golondrinas” me llenó de una melancolía inefable. Melancolía ajena, si se quiere. ¿Qué tenía yo que ver con las oscuras golondrinas?
¿Qué tengo que ver con el dolor de la terrible revelación para que me tanto me duela?:

XLII
Cuando me lo contaron sentí el frío / de una hoja de acero en las entrañas, / me apoyé contra el muro, y un instante / la conciencia perdí de donde estaba. / Cayó sobre mi espíritu la noche / en ira y en piedad se anegó el alma / ¡y entonces comprendí por qué se llora / y entonces comprendí por qué se mata! / Pasó la nube de dolor... con pena / logré balbucear breves palabras... / ¿quién me dio la noticia?... Un fiel amigo... / Me hacía un gran favor... Le di las gracias.

Todos, sin embargo, hemos pasado por el trámite de las oscuras golondrinas o la terrible revelación ¿Qué tiene alguien que no ver con las oscuras golondrinas que marcan el paso del tiempo y de la vida? Todos tenemos en el pasado una oscura golondrina que remite a tiempos felices que no volverán.
Muchos nos hemos asomado con sorpresa al abismo:

XLVII
Yo me he asomado a las profundas simas / de la tierra y del cielo, / y les he visto el fin o con los ojos / o con el pensamiento. / Mas ¡ay! de un corazón llegué al abismo / y me incliné un momento, / y mi alma y mis ojos se turbaron: / ¡Tan hondo era y tan negro!

Todos nos hemos preguntado por el viejo amor que no se olvida ni se deja, como dice el glorioso bolero:

 XXXVIII
¡Los suspiros son aire y van al aire! / ¡Las lágrimas son agua y van al mar! / Dime, mujer, cuando el amor se olvida / ¿sabes tú adónde va?

Existía para Bécquer, a pesar de todo, la consolación por la poesía. La poesía es fiel y eterna, era la razón de su vida, aunque en vida no cosechó los frutos de su genio:

IV
No digáis que agotado su tesoro, / de asuntos falta, enmudeció la lira. / Podrá no haber poetas, pero siempre / habrá poesía. / Mientras las ondas de la luz al beso / palpiten encendidas, / mientras el sol las desgarradas nubes / de fuego y oro vista, / mientras el aire en su regazo lleve / perfumes y armonías, / mientras haya en el mundo primavera, / ¡habrá poesía! / Mientras la ciencia a descubrir no alcance / las fuentes de la vida, / y en el mar o en el cielo haya un abismo / que al cálculo resista, / mientras la humanidad siempre avanzando / no sepa a do camina, / mientras haya un misterio para el hombre, / ¡habrá poesía! / Mientras se sienta que se ríe el alma, / sin que los labios rían, / mientras se llore, sin que el llanto acuda / a nublar la pupila, / mientras el corazón y la cabeza / batallando prosigan, / mientras haya esperanzas y recuerdos, / ¡habrá poesía! / Mientras haya unos ojos que reflejen / los ojos que los miran, / mientras responda el labio suspirando / al labio que suspira, / mientras sentirse puedan en un beso / dos almas confundidas, / mientras exista una mujer hermosa, /¡habrá poesía!

XXI
¿Qué es poesía?, dices mientras clavas / en mi pupila tu pupila azul. / ¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas? / Poesía... eres tú.

XIII
Tu pupila es azul y, cuando ríes, / su claridad suave me recuerda / el trémulo fulgor de la mañana / que en el mar se refleja. / Tu pupila es azul y, cuando lloras, / las transparentes lágrimas en ella / se me figuran gotas de rocío / sobre una violeta. / Tu pupila es  azul, y si en su fondo / como un punto de luz radia una idea, / me parece en el cielo de la tarde /una perdida estrella.

VI
Como la brisa que la sangre orea / sobre el oscuro campo de batalla, / cargada de perfumes y armonías / en el silencio de la noche vaga. / Símbolo del dolor y la ternura, / del bardo inglés en el horrible drama, / la dulce Ofelia, la razón perdida, / cogiendo flores y cantando pasa.

VII
Del salón en el ángulo oscuro, / de su dueña tal vez olvidada, / silenciosa y cubierta de polvo, / veíase el arpa. / ¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas, / como el pájaro duerme en las ramas, / esperando la mano de nieve / que sabe arrancarlas! / ¡Ay!, pensé; ¡cuántas veces el genio / así duerme en el fondo del alma, / y una voz como Lázaro espera / que le diga «Levántate y anda»!

Bécquer vivó pobre o modestamente y era relativamente poco conocido, aunque tenía plena confianza en que el juicio de la posteridad le sería favorable, y que muerto sería más conocido que vivo. ¡Pero no se imaginaba cuánto!
Enfermo de tuberculosis y presintiendo el fin de sus días, encargó la publicación de sus obras a un amigo. La primera edición salió un año después de su muerte, cuando apenas tenía 34.
A manera de despedida, dejó un texto de una lucidez fuera de serie:

LVII
Este armazón de huesos y pellejo / de pasear una cabeza loca / se halla cansado al fin y no lo extraño / pues aunque es la verdad que no soy viejo, / de la parte de vida que me toca / en la vida del mundo, por mi daño / he hecho un uso tal, que juraría / que he condensado un siglo en cada día. / Así, aunque ahora muriera, / no podría decir que no he vivido; / que el sayo, al parecer nuevo por fuera, / conozco que por dentro ha envejecido. / Ha envejecido, sí; ¡pese a mi estrella! / harto lo dice ya mi afán doliente; / que hay dolor que al pasar su horrible huella / graba en el corazón, si no en la frente.
pcs, jueves, 01 de diciembre de 2011


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