miércoles, 27 de junio de 2018

POR LOS ALTOS ANDAMIOS DE LAS FLORES

             Pedro Conde Sturla

Monumento a Miguel Hernández
       









El más trágico y breve de los tres grandes cantores españoles de la pérdida es Miguel Hernández, pastor de cabras, poeta, dramaturgo, militante comunista y combatiente en el bando republicano durante la guerra civil. Había nacido en Orihuela, Alicante, en 1910 y murió en las ergástulas franquistas en 1942, “entre dolores acerbos, hemorragias agudas, golpes de tos”, a los treinta y un años de edad.
         En su corta y fecunda existencia dejó, sin embargo, una obra lírica monumental que incluye:
        “Perito en lunas” (1933)
“Imagen de tu huella” (1934)
“El silbo vulnerado” (1934)
“El rayo que no cesa” (1936)
“Viento del pueblo” (1937)
“Versos en la guerra” (en colaboración, 1938)
“El hombre acecha” (1939)
“Cancionero y romancero de ausencias” (1938-1941).
En esa obra cantó con intensidad fuera de serie a los paisajes de su infancia, a sus ideales de justicia social, al coraje y la guerra, a la desgarradora muerte de un hijo, a su esposa, al amor y a la amistad. Incluso a la humilde cebolla en una de sus más celebradas piezas:

Nanas de la cebolla
    
         (Dedicadas a su hijo, a raíz de recibir
una carta de su mujer, en la que le
decía que no comía más que pan y cebolla.)
          
La cebolla es escarcha / cerrada y pobre. / Escarcha de tus días / y de mis noches. / Hambre y cebolla, / hielo negro y escarcha / grande y redonda.
        En la cuna del hambre / mi niño estaba. / Con sangre de cebolla / se amamantaba. / Pero tu sangre, / escarchada de azúcar / cebolla y hambre.
Una mujer morena / resuelta en lunas / se derrama hilo a hilo / sobre la cuna. / Ríete niño / que te traigo la luna / cuando es preciso.
 Tu risa me hace libre, / me pone alas. / Soledades me quita, / cárcel me arranca. / Boca que vuela, / corazón que en tus labios / relampaguea. 
Es tu risa la espada / más victoriosa, / vencedor de las flores / y las alondras. / Rival del sol. / Porvenir de mis huesos / y de mi amor.
Desperté de ser niño: / nunca despiertes. / Triste llevo la boca: / ríete siempre. / Siempre en la cuna / defendiendo la risa / pluma por pluma.
Al octavo mes ríes /  con cinco azahares. / Con cinco diminutas / ferocidades. / Con cinco dientes / como cinco jazmines / adolescentes.
Frontera de los besos / serán mañana, / cuando en la dentadura / sientas un arma. / Sientas un fuego / correr dientes abajo / buscando el centro.
Vuela niño en la doble / luna del pecho: / él, triste de cebolla, / tú satisfecho. / No te derrumbes. / No sepas lo que pasa / ni lo que ocurre.
       Miguel Hernández ejerció gran influencia, un ascendiente moral y estético en nuestra Generación del 48, entre cuyos preclaros exponentes figuran los patriarcas Víctor Villegas y Lupo Hernández Rueda. Su sacrificio en plena flor de la vida, la novedad y audacia de su poesía lo convirtieron en símbolo, en objeto de culto de esa generación, y el título de la revista del grupo, “El silbo vulnerado”, fue tomado de unos versos muy amorosos y festivos:

La pena hace silbar, lo he comprobado, / cuando el que pena, pena malherido, / pena de desamparo desabrido, /
pena de soledad de enamorado.
¿Qué ruy-señor amante no ha lanzado / pálido, fervoroso y afligido, / desde la ilustre soledad del nido / el amoroso silbo vulnerado?

         Una de sus composiciones más elogiadas y populares no es de carácter paternal ni festivo, es la “Elegía a  Ramón Sijé”, un amigo de infancia, “muerto como de rayo”, del cual se encontraba distanciado por un chisme de Neruda. En ella deja la piel, el poeta, deja el pellejo desnudo, en carne viva. Es la más desgarradora expresión del dolor, el remordimiento y el resentimiento, una de las más grandiosas y sobrecogedoras construcciones del genio poético ante la irremediable pérdida:

      Yo quiero ser llorando el hortelano / de la tierra que ocupas y estercolas, / compañero del alma, tan temprano. 
        Alimentando lluvias, caracoles / Y órganos mi dolor sin instrumento, / a las desalentadas amapolas
        daré tu corazón por alimento. / Tanto dolor se agrupa en mi costado, / que por doler me duele hasta el aliento. 
     Un manotazo duro, un golpe helado, / un hachazo invisible y homicida, / un empujón brutal te ha derribado. 
.       No hay extensión más grande que mi herida, / lloro mi desventura y sus conjuntos / y siento más tu muerte que mi vida. 

        Ando sobre rastrojos de difuntos, / y sin calor de nadie y sin consuelo / voy de mi corazón a mis asuntos. 
   Temprano levantó la muerte el vuelo, / temprano madrugó la madrugada, / temprano estás rodando por el suelo. 
      No perdono a la muerte enamorada, / no perdono a la vida   desatenta, / no perdono a la tierra ni a la nada. 
        En mis manos levanto una tormenta / de piedras, rayos y hachas estridentes /  sedienta de catástrofe y hambrienta 
      Quiero escarbar la tierra con los dientes, / quiero apartar la tierra parte / a parte a dentelladas secas y calientes. 
      Quiero minar la tierra hasta encontrarte / y besarte la noble calavera / y desamordazarte y regresarte 
     Volverás a mi huerto y a mi higuera:  / por los altos andamios de mis flores / pajareará tu alma colmenera 
      de angelicales ceras y labores. / Volverás al arrullo de las rejas / de los enamorados labradores. 
      Alegrarás la sombra de mis cejas, / y tu sangre se irá a cada lado / disputando tu novia y las abejas. 
     Tu corazón, ya terciopelo ajado, / llama a un campo de almendras espumosas / mi avariciosa voz de enamorado. 
     A las aladas almas de las rosas... / de almendro de nata te requiero, : / que tenemos que hablar de muchas cosas, / compañero del alma, compañero. 

(10 de enero de 1936) 

       
.


pcs, jueves, 31 de julio de 2008


No hay comentarios.: