sábado, 9 de junio de 2018

El LEONOR (1-3)


Anclado en el recuerdo de la remota infancia está el cine Leonor. Calle Arzobispo Noel de la zona intramuros, entre la 19 de Marzo y José Reyes. Era un cine moderno que vi construir e inaugurar (1956) y después fallecer. Un cine con una pretenciosa fachada en el más puro estilo burdoclásico, con arcada o arquería en el segundo nivel, un cine de primera -eso sí- con balcón y platea, con aire acondicionado, un amplio hall de entrada o taquilla, pasillo para fumadores, asientos retractiles, un cine inmenso que acogía multitudes (o al menos así me parecía).
Era un cine tan grande que alguna vez lo dividieron en cuatro (cuatro salitas claustrofóbicas donde nunca me sentí a gusto) y lo rebautizaron, le cambiaron el nombre. Por breve tiempo se llamaría Colonial antes de convertirse en almacén o parqueo, en adefesio urbano, como casi toda la zona.
Las ciudades -dije una vez en un artículo dedicado a la memoria de Humberto Frías- mueren como la gente, se caen a pedazos, antes de ser difuntas.
La muerte -dije y repito ahora- llegó a los cines de la ciudad intramuros, que era como decir todos los cines, los principales cines de Santo Domingo, aparte del presuntuoso Elite de la Pasteur, en el opulento barrio de Gazcue. Así murió primero el glamoroso Olimpia de la Palo Hincado, murió el Rialto de tres pisos, con dos pisos para ver películas y uno para motel. Al cine militar de la calle Las Damas (del que pocos tienen noticias, igual que el baño de María de Toledo frente a la planta de “Timbeque”) lo remodelaron y convirtieron en Auditorio del Arzobispado. Al Santomé de la calle El Conde lo ultimaron a golpes de mandarria. Al más viejo de todos, El Capitolio, justo frente a la Catedral primada, lo embalsamaron arquitectónicamente, conservando la fachada y lo convirtieron en tienda para turistas en espera de tiempos mejores. El Leonor glorioso -dije y repito- murió y reencarnó en el Colonial, se hizo de nuevo difunto y permanece difunto: depósito de almas muertas. Un garaje igual que el Rialto.
En ese difunto cine Leonor y otros, allá por los años cincuenta del pasado siglo, los domingos en la mañana a las 10:30 se asistía religiosamente, pocas horas después de la misa, a la llamada “tanda vermú”, a las 3:15 tenía lugar el “matiné”, luego un par de tandas regulares a las 5:30 y 8:30 de la noche.
En cuanto a la palabra “matiné”, dicen los diccionarios que significa “Fiesta, reunión, espectáculo que tiene lugar en las primeras horas de la tarde”, “Sesión de un espectáculo que tiene lugar por la mañana o a primera hora de la tarde”. Confieso, sin embargo- que el significado de “tanda vermú” nunca he podido descifrarlo y mucho me temo que pueda ser un dominicanismo de incierto origen, como la palabra “calié” (espía o delator), de la cual creo no se sabe a ciencia cierta el origen. Sin embargo, en otros países de América Latina también se habla de tanda o función vermú, aunque con significados y horarios diferentes.
En un foro sobre el tema, alguien que se identifica como Jorgema y otro como Polizón opinan lo siguiente:
“La función de vermú, vermut o vermuth (que de las tres formas recuerdo haberlo visto escrito), ya no existe en el Perú, o por lo menos en Lima, desde que se abrieron los multicines con funciones continuadas (por lo tanto, tampoco hay ‘matinés’ ni ‘noches’).
“Jorgema dijo:
“Es cierto lo que señalas, Jorgema, pero existieron. Matiné era a eso de las tres de la tarde y vermú era a eso de las cinco o seis o hasta siete. Noche era siempre a partir de las ocho o nueve (de la noche, se entiende).
“En funciones de teatro creo que se siguen usando estos términos. No estoy seguro.
“Hoy es más usual hablar de matiné cuando se trata de una fiesta infantil con títeres, payasos o animadores. Y puede ser a cualquier hora apta para niños.
“Saludos.
“Polizón, 22 de junio de 2011”.
Ahora bien, cualquiera que sea el origen y significado de lo que aquí llamábamos tanda vermú, lo cierto es que tenía lugar los domingos a las 10:30 AM y que muchos sufríamos fuertes dolores de cabeza al salir de la atmósfera refrigerada del Leonor al candente sol del mediodía.
Algunos de mis mejores recuerdos se relacionan con tres películas inolvidables, no tanto por las películas en sí, sino por sucesos que tuvieron lugar durante la función. Eran películas de las que proyectaban en las tandas de la tarde y de la noche, películas para adultos, no aptas para menores, rigurosamente prohibidas para menores en muchos casos. Había que tener cédula para entrar al cine, dieciséis años cumplidos. Había que haber sufrido como yo sufrí años tras años durante aquella larga, interminable adolescencia, hasta alcanzar la codiciada meta, cumplir dieciséis años, sacar cédula, que era obligatorio, ir al cine en la noche a ver por fin una película prohibida para menores, con multitud de mujeres encueradas en mis mejores sueños. Una película indecente, inmoral, o por lo menos lo que se consideraba indecente o inmoral en aquella época prehistórica, comenzando por la minifalda, el rock and roll o el bikini en la playa.



EL TERCER SEXO EN EL LEONOR
14 de junio de 2018


En fin, que, como iba diciendo en la entrega anterior, algunas de las películas que vi en el ahora difunto cine Leonor me resultan particularmente inolvidables debido a ciertos acontecimientos que ocurrieron durante la proyección, lo que no quita que las películas sean también igualmente memorables.
La primera de ellas, titulada “El tercer sexo”, se relaciona, aunque parezca un absurdo, con “Las aventuras de Rin Tin Tin”, una serie de televisión que daban en los años de 1950 y 1960.
Rin Tin Tin era un perro, un pastor alemán (y sigue siéndolo todavía en la magia del celuloide), pero además era un patriota, un soldado, y su amo era un niño llamado Rusty, al cual los indios habían dejado huérfano y había sido “criado por los soldados de un puesto de la Caballería de los Estados Unidos. Él y su perro pastor alemán, Rin Tin Tin, ayudan a los soldados a establecer el orden del Lejano Oeste”. [1]
Dicho de otra manera, Rusty y Rin Tin Tin luchaban a favor de las tropas de ocupación usamericanas que, junto a los colonos, habían arrebatado sus tierras a las naciones indias durante la feroz conquista del oeste en la segunda  mitad del siglo XIX. Rinti  era cariñoso, fiel y sobre todo disciplinado. Cuando su joven amo le decía “Ahora Rinti” el  perro saltaba sobre los malos y los reducía a la obediencia o bien cumplía sin chistar una misión imposible.
“El tercer sexo” no es una película sobre perros, sino sobre personas raras, diferentes, como se explica en el título original (“Anders als Du und Ich”, “Diferente de tu y yo”). Uno de los raros o diferentes de la historia es Klaus Teichmann, un joven que comienza a frecuentar malas compañías, a manifestar ciertas desviaciones que alarman a sus padres, sobre todo a su madre.
Klaus pasa mucho tiempo con Manfred, su rubicundo y un poco amanerado compañero de estudios de la universidad. A través de Manfred conoce a Boris Winkler, un refinado coleccionista de mediana edad, amante de la música electrónica, el arte moderno y los efebos. Klaus queda envuelto en una especie de telaraña que le provoca desorientación respecto a su identidad sexual. En resumen, la música que escucha y las relaciones peligrosas que establece pertenecen al ámbito de la cultura gay y el joven Klaus está a punto de torcerse, se inclina enfermizamente hacia el tercer sexo y nadie parece conocer la cura de la enfermedad. Salvo la madre.
La madre de Klaus, la señora Teichmann, es una persona lúcida, pragmática, y está dispuesta a probar cualquier medicina que ponga remedio a la patología o desorientación sexual que sufre el hijo.
La idea es tan simple como brillante. Se pone de acuerdo con la hermosa Gerda, la criada, para que seduzca al hijo y lo conduzca por el sendero de salvación.  
La escena de la seducción es de antología. Con un   cuaderno de dibujo y crayón, Klaus entra a la habitación de Gerda, donde se escucha música de Chopin, le dice que  quiere hacer un dibujo de su rostro y Gerda acepta, coquetea alegremente con sus hermosas piernas y Klaus la rechaza. Gerda se sienta sobre la cama y se va insinuando poco a poco. Gerda sugiere más que lo que muestra en principio, pero en algún momento, un poco como al descuido, deja ver parte de su agraciado y casi nuevo testamento y Klaus se molesta y le pide que se cierre la bata. Gerda cambia de táctica, adopta una actitud más agresiva, se acerca a ver el dibujo, acerca su  rostro encantador al de Klaus y Klaus la rechaza, le dice que vuelva a su lugar en la cama. Ella decide cambiarse de  atuendo y se quita la bata detrás de un biombo, pero Klaus la ve por el espejo y esta vez no permanece indiferente, siente quizás que algo le hace cosquillas por dentro. Ella le pide que le acerque una prenda de vestir y Klaus obedece. Con el biombo de por medio sostienen un encendido intercambio de palabras. El cortejo comienza finalmente a surtir efecto, despierta el morbo virginal del inexperto Klaus y cuando Gerda advierte que el joven está casi a punto de caramelo, vuelve a ponerse la bata y sale por la ventana al jardín, emprende una fuga ficticia, se cae o se tira al suelo, se derrama en el suelo con la bata suelta, mientras se supone que Klaus, convertido en fiera enardecida, la persigue como el viento del poema de García Lorca “con una espada caliente”.
Recuerdo que casi no podía respirar en ese momento, creo que nadie en el Leonor estaba respirando bien en ese  momento. La tensión nos embargaba a todos, todos   anticipábamos con delectación el desenlace previsto y cuando esperábamos que Klaus le saltara encima a la suculenta Gerda alguien gritó “Ahora Rinti” y Rinti saltó sobre su presa y ahí fue Troya. 
El cine se vino abajo con una brutal carcajada. Ciertos detalles no los recordaba hasta que volví a ver la película, porque el estruendo sacó la escena de contexto y ahogó el contenido, pero lo cierto es que Rinti saltó sobre su presa, la devoró metafóricamente y se curó para siempre.
A la mamá le metieron seis meses de cárcel por proxeneta, pero había descubierto al parecer un remedio más efectivo que todas las terapias de reorientación sexual “(también conocidas como terapias de conversión sexual, reparativa o de deshomosexualización)”.  
Más efectivo quizás que las oraciones y el consejo religioso, la terapia de aversión, el psicoanálisis, el hipnotismo. Sin olvidar, por supuesto, el jarabe de ipecuana para inducir al vómito cuando se tienen malos pensamientos.
Más efectivo, en fin, que los resultados que se obtienen en los cursillos cristianos que tratan la homosexualidad como patología a curar, la lobotomía o los choques eléctricos en los testículos que en Rusia todavía se aplican con el mismo fin.

Notas: “La Freiwillige Selbstkontrolle der Filmwirtschaft (FSK), un servicio de autocontrol de la industria del cine, no permitió el estreno de la película, que le fue entregado con el título de Das dritte Geschlecht (‘El tercer sexo’). La prohibición se justificó diciendo que la sensibilidad popular condena la homosexualidad y sus peligros debían ser destacados, mientras que una película como esta precisamente intentaba conseguir comprensión para los homosexuales. Una película de este estilo sólo podía ser  aplaudida por los homosexuales, mientras que ‘todos los  círculos sociales que todavía tienen sentido de la decencia y de la justicia (y esto representa la gran mayoría del pueblo) se verán ofendidos en lo más profundo de sus sentimientos”’.​
“Más tarde se estrenó una segunda versión, aprobada por el FSK para mayores de 18 años, con escenas en parte rodadas de nuevo, en parte son diálogos doblados de nuevo, que fue percibida en general como homófoba. La nueva versión tenía el título Anders als du und ich. El comerciante de arte, que en la versión original huía hacia Italia, era ahora detenido en la estación de tren. La madre, que en la versión original era condenada a la cárcel, ahora sólo era condenada a libertad condicional. Se eliminó la escena en la que el comerciante de arte habla con un abogado homosexual, al igual que una escena en la que se encuentra con amigos extranjeros, para no levantar sospechas de que hay homosexuales en importantes puestos en la sociedad. En Austria, la película siguió siendo vista en la versión original bajo el antiguo título de trabajo Das dritte Geschlecht.” [2]
      “En resumen, Anders als Du und Ich es una joya rara del cine alemán de la posguerra, excitante y ridícula, pero tiene el mérito de hablar de cosas que no hablábamos en el cine de los años 50”. [3]
Una versión alemana con subtítulos en inglés puede verse en: 
                        https://youtu.be/q5fl2HYL2Lk



pcs, jueves 14 de junio de 2018




[1] Las aventuras de Rin tin tin - Wikipedia, la enciclopedia libre, https://es.wikipedia.org/wiki/Las_aventuras_de_Rin_tin_tin 


[2] Anders als du und ich - Wikipedia, la enciclopedia libre


[3] Sniff and Puff: Anders als du und ich (Veit Harlan, 1957)
http://sniffandpuff.blogspot.com/2008/09/anders-als-du-und-ich-veit-harlan-1957.html



  Drácula y Los amantes en el Leonor
   21 de junio de 2018

La legendar Jeanne Moreau, uno de los rostros más impresionantes de la pantalla
De todas las películas que vi en el Leonor (y fueron muchas), no recuerdo ninguna más libidinosa y escandalosa que “Los Amantes” (1958), ni ocurrencia más graciosa que la que tuvo lugar durante su presentación. Vino al país precedida de mala fama, una suculenta mala fama que abría todos los apetitos, despertaba la curiosidad de los más indiferentes. 
La nefasta película, “una suerte de cuento de hadas suburbano en el que una mujer redescubre el amor en el adulterio”,[1] desató un pandemónium en las filas del Vaticano. La santa madre iglesia exigió terminantemente que se prohibiera la participación del film en el Festival de Venecia, pero los organizadores del evento entendieron mal el mensaje y le otorgaron el Premio especial del jurado. En Estados Unidos la declararon pornográfica y los distribuidores se vieron en serios problemas hasta que un juez se pronunció contra la puritana sentencia. En algunos países simplemente se prohibió su exhibición, pero aquí pudimos disfrutarla en el Leonor, quizás porque las relaciones entre la iglesia y el tirano empezaban a ser tirantes.
El hecho es que Jeanne Moreau, la fabulosa y adinerada protagonista del film, hace el papel de una señora de clase alta que está aburrida de su esposo y también de su amante o seudo amante, un jugador español de polo, posiblemente amigo de Porfirio Rubirosa (a quien se menciona al principio), y un buen día conoce a un joven arqueólogo con ideas proletarias al que invitan a pasar el fin de semana en su casa. Esa noche el arqueólogo le hace una exploración a fondo.
Por temor a la censura y a las buenas conciencias no quiero incurrir en faltas al pudor entrando en detalles escabrosos, pero lo cierto es que el final de la película es indudablemente perturbador, amoral:
Jeanne Moreau y el arqueólogo se encuentran después de cena a la luz de la luna, dan un paseo inapropiado en bote por un río que es también de luna, se besan impudicamente en la boca aunque con los labios apretados. Esta secuencia fue “considerada ‘shockingly erotic’ ‘sorprendentemente erótica’ en 1958 cuando se estrenó la película, convirtiéndose en el motivo principal de los llamados a la censura, si no a la prohibición absoluta, en muchos países”.[2]
Pero lo peor no había pasado todavía: Jeanne Moreau conduce al arqueólogo a su habitación y terminan en la cama, de nuevo se besan y rebesan sin pudor. El arqueólogo empieza a explorar a Jeanne Moreau, desciende en busca del origen de la vida y el rostro de Jeanne Moreau se ilumina de placer. Para peor, la mano de la mujer busca sobre la cama la mano del hombre, las manos se encuentran y se aprietan, las manos se acarician y copulan. Pero lo más deplorable, pervertido, inmoral (aparte del hecho reprochable “de mostrar un adulterio vivido con placer”[3]) es la música de Bramhs, que el degenerado director Louis Malle escogió como fondo para ambientar  la orgiástica escena.
Fue quizás durante el encuentro de las manos copulantes o fornicantes cuando se escuchó en toda la sala de cine una especie de graznido de pavo, un repetido gluglutear de pavo (así dice el diccionario de la RAE que se dice: gluglutear). El sonido lo emitía involuntariamente una joven que atrajo la atención del público que comenzó a reírse y burlarse. Aparentemente la joven se había derrumbado, colapsado literalmente ante tanta impudicia o  más bien a la emoción que ésta le había producido, y tuvo que abandonar el cine para librarse de las bromas, pero con la cabeza y la honra en alto. Muy en alto.
Para los que, a su propio riesgo, quieran conocer la historia completa dejo a continuación el enlace de una versión completa de  “Los amantes” con subtítulos en portugués:


      Ahora bien, nada de lo que he contado en los últimos artículos de esta serie sobre el difunto cine Leonor se puede comparar con el acto prácticamente terrorista que alguien cometió durante la exhibición de una película de Drácula, el célebre personaje de la tierna historia de amor de Bram Stoker.
Estaba yo sentado, como de costumbre, en una cómoda butaca del segundo nivel, que era mi favorito, casi como quien dice en la última o antepenúltima fila, en un rincón desde el cual dominaba todo el panorama, incluyendo los ventanucos por donde salía la potente luz que proyectaba sobre la pantalla toda la magia de la única forma de arte que conjuga todas las artes.
Es decir, estaba yo, estaba el público y estaban por supuesto el caza vampiros Peter Cushing y el draculiano y dracúlico Christopher Lee. Nada del otro mundo, una película de terror que en esa época ponía los pelos de punta y hoy haría reír a los niños. Así como también “Los amantes haría” reír a la censura de nuestros días, si acaso existe censura en nuestros días. 
Estaba yo, como dije, estaba el público y también dos de los personajes de la película que caminaban por un tenebroso pasillo subterráneo y deciden, pese a todos los consejos de los espectadores, en voz alta, separarse. Siempre hay que separar a los personajes en esas situaciones límite para aumentar la tensión, la tensión insoportable que nos tenía clavados a los asientos. De modo que ahora cada personaje, un hombre y una mujer, estaba sólo por su cuenta en un tenebroso pasillo subterráneo que se multiplicaba en pasillos subterráneos que infundían terror. Ese terror que todos pensábamos que había llegado a su máxima expresión, hasta el momento en que alguien, que no fui yo, metió la mano en el chorro de luz del proyector...
Lo recuerdo todavía claramente. La mano negra que apareció en la pantalla, mi corazón que amenazó con detenerse, todos los corazones detenidos entre un sístole y un diástole, al borde del infarto. 
Lo recuerdo, lo sigo recordando todavía claramente. El alarido de terror, un inmenso alarido de terror, y después la explosión de carcajadas a manera de desahogo. Nerviosas carcajadas. El casi infarto draculiano.
    Nunca he vuelto a vivir y sobre todo a sobrevivir a una experiencia tan espeluznante y espeleznuda en toda mi cinefílica e incricitante vida. Creo que nunca jamás un director de cine ha usado un recurso tan efectivo y truculento para aterrorizar al público. Y creo que tampoco se lo permitirían.

pcs, jueves 21 de junio de 2018




[2] Ibid





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