Pedro Conde Sturla
8 noviembre, 2019
Fausto Caamaño y Aníbal Trujillo.
Los verdaderos enfrentamientos entre la bestia y Aníbal se produjeron en su finca de Mango Fresco, un latifundio que Aníbal había adquirido en los alrededores de Manoguayabo, a poca distancia de Ciudad Trujillo. La enorme propiedad no le había caído del cielo en las manos. La había conseguido, la había armado como un rompecabezas, pedazo a pedazo, con la sangre, el sudor y lágrimas ajenas, con los métodos expeditos que empleaban todos sus hermanos. Apropiándose primero de una parcela, incorporando luego tierras aledañas mediante el despojo, el asesinato, el terror que infundían en sus dueños por cualquier medio.
Todo iba bien hasta que la finca de Aníbal, que se expandía en una dirección, chocó con la de la bestia que se expandía en dirección contraria. El choque se convirtió en un nuevo motivo de fricción y dio lugar a unos oscuros episodios en los que corrió mucha sangre.
Lo que se cuenta, en relación a estos sucesos, parecería surrealista y no se asimila, no se digiere fácilmente. Es posible que en alguna ocasión Aníbal matara peones de la finca de la bestia y la bestia le pagara con la misma moneda. Es posible, pero además extraño, que los brutales excesos de Aníbal en Mango Fresco, las llamadas matanzas de Mango Fresco, le provocaran tanto disgusto a la bestia que decidiera por fin tomar medidas para ponerle freno a los desmanes de su demente hermano.
Lo de Mango Fresco es alucinante. Algo que permite conocer un poco la naturaleza del monstruo que se alojaba en la cabeza de Aníbal, el borroso límite que existía en su mente criminal entre realidad e imaginación, lo desquiciado que estaba.
Aníbal, según se dice, en uno de sus tantos raptos de locura, sintió una perentoria, inapelable sed de sangre y pidió sangre. Quería ver sangre, decía, inmediatamente sangre. Sangre quería y decía, o dicen por lo menos que decía. Y mientras lo decía y repetía hizo que sus hombres reunieran a un grupo de peones de su finca en un corral, volvió a decir que quería sangre y cargó contra los peones sable en mano, a lomo de su caballo, toda una carga de caballería ligera, y empezó a repartir tajos a destajo. La sangre brotaría a raudales, como de un extraño surtidor, y Aníbal la pudo ver, la pudo oler, la pudo palpar y saborear, mientras blandía el sable sobre las cabezas de aquellos infelices que gritarían de dolor y de terror seguramente.
En otra ocasión, según se dice, con la colaboración de su guardia pretoriana, daría un tratamiento similar a un grupo de campesinos a los que ordenó amarrar como andullos para que no pudieran ni siquiera intentar defenderse. Quería sangre, otra vez sangre, y con la colaboración de su guardia pretoriana los picó como quien dice en pedacitos
Se dice que esa vez la bestia envió una patrulla de soldados a la finca de Aníbal para averiguar lo que estaba pasando y la patrulla desapareció. Se dice que al poco tiempo la bestia se presentó en la finca y ordenó que ejecutaron a todos los asistentes civiles y militares que acompañaban a Aníbal. Se dice, en lo que parece otra versión de los acontecimientos, que la bestia envió al general Fausto Caamaño a imponer el orden en Mango Fresco, que le dio instrucciones de pasar por las armas a todos los militares al servicio de Aníbal, incluso al propio Aníbal.
Se dice que Fausto Caamaño cumplió el difícil mandamiento a medias, que hizo que le avisaran a Mamá Julia de lo que ocurría para que Mamá Julia avisara a Aníbal para que Aníbal espantara la mula y se pusiera a salvo como, en efecto, se puso. Después, sólo después, Fausto Caamaño se presentó en la finca y fusiló rutinariamente a todos los allegados civiles y militares de Aníbal. Un total de veintiocho o treinta personas. Algo que no le quitaba ni le quitaría el sueño a Fausto Caamaño.
Otros asesinatos y otras purgas parecidas tendrían lugar en Mango Fresco. Tal vez se trata de acontecimientos diferentes o de diferentes versiones de los mismos acontecimientos, que remiten, sin embargo a una misma espantosa realidad.
Muchos afirman que a raíz de los últimos y escandalosos hechos de sangre, Aníbal habría sido declarado interdicto, no apto para realizar trabajos productivos, y que había sido cancelado o simplemente alejado del ejército. Parecería que en sus últimos años había caído en un estado depresivo crónico que se agravó en grado extremo con la dolorosa pérdida de su rango y privilegios, de la cuota de poder que tenía asignada. Se sabe, a ciencia cierta que Aníbal fue sometido entonces a tratamiento psiquiátrico intensivo, que recibió en el país y el extranjero terapia electroconvulsiva, terapia de electrochoque. Se sabe que la terapia no resolvió el problema y que la condición de Aníbal se agravó. Se supone que finalmente, quizás porque tenía ganas de ver sangre de nuevo, se suicidó de un tiro en la sien en el baño de su casa.
A Crassweller, esta historieta le parece sospechosa, indigna de confianza en el mejor de los casos. La condición de Aníbal ciertamente empeoraba, pero también se incrementaba la animadversión que tenía o sentía por su hermano. Mucha gente lo oyó despotricando contra él, diciendo que quería matarlo y lo mataría. Lo hubiera matado si hubiera tenido esa oportunidad, y la bestia seguramente no estaba dispuesto a dársela.
Así estaban y seguirían estando las cosas por un tiempo. Aníbal vociferaba, despotricaba, amenazaba con matar a la bestia, lo desconsideraba, lo irrespetaba y no pasaba nada.
Nada pasaba, de hecho, hasta que por fin pasó. Hasta que el 2 de diciembre de 1948 se presentó en su casa de la calle Isabel la Católica esquina Padre Billini un grupo de oficiales a los que seguramente no había invitado. Entrarían, se acomodarían, hablarían o discutirían… Nadie lo sabe. Al poco tiempo se produjo en el baño, en uno de los baños, un disparo que sonó como un tiro de cañón. Los oficiales acudieron, encontraron a Aníbal muerto con la pistola en la mano, ¡qué tragedia, Dios mío, qué tragedia!, y acordaron y declararon que había cometido suicidio. ¡Qué tragedia! Los diarios se refirieron al hecho en términos de “trágico accidente” y aludieron por supuesto a su deficiente estado mental. Una tragedia.
Dice Crassweller que los detalles del suceso no fueron esclarecidos, que no se determinó con qué mano sostenía la pistola y que los que conocían a Aníbal lo creían incapaz de cometer suicidio y no se tragaron el cuento.
Ademas, la bestia ni siquiera asistió al funeral. Virgilio, Petán, Negro y Pipí tampoco estuvieron presentes.
(Historia criminal del trujillato [47).
BIBLIOGRAFÍA:
Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator”.
Dr. Lino Romero, “Trujillo, el hombre y su personalidad”
José C. novas, “Inventario moral # 2, Petán Trujillo y sus excesos’ (https://almomento.net/opinion-inventario-moral-2-petan-trujillo-y-sus-excesos/
Chichí De Jesús Reyes, “Trujillo ordenó al general Fausto Caamaño fusilar a su hermano Aníbal Julio”,
Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator”.
Dr. Lino Romero, “Trujillo, el hombre y su personalidad”
José C. novas, “Inventario moral # 2, Petán Trujillo y sus excesos’ (https://almomento.net/opinion-inventario-moral-2-petan-trujillo-y-sus-excesos/
Chichí De Jesús Reyes, “Trujillo ordenó al general Fausto Caamaño fusilar a su hermano Aníbal Julio”,
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