lunes, 18 de junio de 2018

TRES MOMENTOS DE AMOR Y OTRAS SOLEDADES


Pedro Conde Sturla
        21 de noviembre de 2008

         Hoy escojo al azar, casi al azar, tres piezas literarias, tres momentos de “amor y otras soledades”, como rezaba el título de un hermoso film de mi época de estudiante (allá, en la vieja Roma) que nunca fui a ver por razones nostálgicas, estrictamente nostálgicas.

         El primero es un poema, “La caricia perdida”, de la trágica y maravillosa Alfonsina Storni, una solitaria que dejó a la humanidad  algunos de los más intensos testimonios del sentimiento y el pensar profundo y doloroso. “La caricia perdida” contiene sin embargo una nota apacible que mitiga la amargura de la soledad, el deseo de ser amada y provoca en el ánimo un cierto impresionante regocijo, admiración y regocijo.
         Es el tipo de poesía que me hace pensar en Ligia Minaya.
         El segundo momento es un fragmento del libro de Terry Taylor, “365 meditaciones con los ángeles”, que por razones muy personales me toca muy a fondo en estos momentos, me conmueve por la elaborada forma y la densidad del pensamiento.
        Es el tipo de meditación que me recuerda al dilecto amigo Dinápoles Soto Bello.
         El tercer momento, quizás el más glorioso de todos, es la insuperable “Elegía por la muerte de Tomás Sandoval”, una de las mayores, majestuosas composiciones  de nuestro Franklin Mieses Burgos.
         Es un poema de la pérdida, un llanto sostenido por la dolorosa muerte de un ser querido, un humilde pescador, un buzo de aguas verdes y azules. Este es un tema en el que sobresalen en nuestra literatura Ligio Vizardi  y Víctor Villegas, entre otros, con poemas en que lloran la muerte de sus madres (“Vieja camisa rota”, “Presencia de la ausencia”), como me ocurre precisamente en estos días.
La “Elegía por la muerte de Tomás Sandoval” es apabullante por el lujo y audacia de las metáforas, y sobre todo por el ímpetu, la deslumbrante pujanza de lo que Fernández Spencer llamaba  “genio mitológico”, trepidante como los “Caballos bajo la lluvia” del pintor Darío Suro, a los cuales cantó, y canto bien, el poeta Mieses Burgos.
Es el tipo de cosas que dedico, por aquello de las “afinidades electivas”, a César Sánchez Beras.

La caricia perdida
Alfonsina Storni

Se me va de los dedos la caricia sin causa, / se me va de los dedos... En el viento, al rodar, / la caricia que vaga sin destino ni objeto, / la caricia perdida, ¿quién la recogerá? / Pude amar esta noche con piedad infinita, / pude amar al primero que acertara a llegar. / Nadie llega. Están solos los floridos senderos. / La caricia perdida rodará... rodará... / Si en los ojos te besan esta noche, viajero, / si estremece las ramas un dulce suspirar, / si te oprime los dedos una mano pequeña / que te toma y te deja, que te logra y se va, / si no ves esa mano ni la boca que besa, / si es el aire quien teje la ilusión de llamar, / oh, viajero, que tienes como el cielo los ojos, / en el viento fundida ¿me reconocerás?

         La tragedia
         Terry Taylor

Por buena y válida que sea esa verdad, según la cual la tragedia es una oportunidad que nosotros disfrazamos de pérdida, no por eso disminuye el dolor. Antes de aceptar las bendiciones ocultas que nos trae la pérdida, debemos pasar por un proceso de pena que nos permite sentir y elaborar el dolor. Esto es, al mismo tiempo, práctico y saludable, pero como la pena nos acompañará durante un tiempo, convendría llegar a conocerla. Aceptándola, veremos que nos cambia de una forma misteriosa a la vez que mágica y profunda. El proceso de sanación que sigue a la pérdida no es ni fácil ni rápido, porque no hay besos ni "curitas" que reduzcan el sufrimiento de las heridas psíquicas. Debemos permitirnos tener confianza durante el largo y tortuoso proceso que va del choque a la negación, y de la insensibilidad a la desesperación y, finalmente, a la aceptación. (Terry Taylor, “ 365 meditaciones con los ángeles”).

Elegía por la muerte de Tomás Sandoval
Franklin Mieses Burgos.

¿Quién ahora, llorando, / te alzará desde el fondo solitario del mar, / para sólo pensar desesperadamente / en el vidrio desnudo de tu limpia sonrisa, / o en aquella tu carne color de azúcar parda, / después que los peces hambrientos se comieron /el último paisaje de sol que había en tus ojos? / ¿Quién ahora, llorando, / te alzará desde el fondo solitario del mar? / ¡Oh príncipe mulato de la verde escafandra! / ¡Tronco joven de ceiba y corazón de nardo! / Después que la muerte dejó sobre tus sienes / una polar caricia de puñales de hielo...
        Por esos ojos tuyos -¡dolor!- por esos ojos / tan llenos de luceros distantes y neblinas. / Por esos ojos tuyos / derramarán su llanto de alero las palomas; / la noche que te clama sin cesar desde el cielo / colgará sus crespones de sombras ateridas / sobre un mundo salobre de guitarras y lonas. / Pero tú desde el fondo no la podrás mirar. / No la podrás mirar porque ya se habrá ido / el alba que alumbraba por dentro de tus ojos / de terciopelo oscuro: / porque ya se habrá ido sin campanas tu vida / hacia una madrugada de sal y caracoles, / más allá de la noche liviana de las algas, / a donde todavía / la luna no ha podido llegar para mirarte / definitivamente dormido bajo el agua.
         ¡Arena y sólo arena / para el ancla caliente de tus ingles desnudas, / para tus ojos, sombras de los corales mudos!
         ¡Arena y sólo arena / para enterrar tus sueños marítimos / de nubes y de gaviotas blancas, / sobre un cielo de coco nublado de sardinas!
       ¡Arena y sólo arena / para hundirte en tu inmenso silencio terminado / entre besos impuros de hermafroditas peces! /
          ¡Que ya no habrá más música marina de acordeones / en tu lecho de limos y pleamares eternos! / Sin un puerto posible para tu despedida, / en la noche se fueron llorando las estrellas.
      Querida entre tus brazos, habrás tenido sólo / una coquetería de manatíes hembras, / porque ya las abejas que anidaban tus labios / se habrán llevado toda la cera de tus besos.
           ¡Oh amante ineludible para quien la marisma / tendía el más oculto fluir de sus mareas! / ¿Qué has hecho con el rostro pálido de las lunas / caídas en el fondo solitario del mar? / ¿Qué has hecho con el rostro de amor de aquellas lunas? / ¿Traslúcida y radiante como un cristal muy fino / deambulará tu sombra en torno de estas islas caribes que te dieron / ese estupor de cielo mojado de aguardiente? / ¿Quién ahora dolido escuchará tu voz herida de violetas, / y le dará a tu gesto de varón suicida / todos los crisantemos crecidos en la tarde?
          En litoral amargo de llanto sin pañuelos / las verdes hojas anchas sacudidas / por tropicales ráfagas de horno, / te están diciendo adiós, / y tú no miras...

pcs, viernes, 21 de noviembre de 2008



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