Pedro Conde Sturla
Hoy
escojo al azar, casi al azar, tres piezas literarias, tres momentos de “amor y
otras soledades”, como rezaba el título de un hermoso film de mi época de
estudiante (allá, en la vieja Roma) que nunca fui a ver por razones
nostálgicas, estrictamente nostálgicas.
El
primero es un poema, “La caricia perdida”, de la trágica y maravillosa
Alfonsina Storni, una solitaria que dejó a la humanidad algunos de los más intensos testimonios del
sentimiento y el pensar profundo y doloroso. “La caricia perdida” contiene sin
embargo una nota apacible que mitiga la amargura de la soledad, el deseo de ser
amada y provoca en el ánimo un cierto impresionante regocijo, admiración y
regocijo.
Es
el tipo de poesía que me hace pensar en Ligia Minaya.
El
segundo momento es un fragmento del libro de Terry Taylor, “365 meditaciones
con los ángeles”, que por razones muy personales me toca muy a fondo en estos
momentos, me conmueve por la elaborada forma y la densidad del pensamiento.
Es
el tipo de meditación que me recuerda al dilecto amigo Dinápoles Soto Bello.
El tercer momento, quizás el más
glorioso de todos, es la insuperable “Elegía por la muerte de Tomás Sandoval”,
una de las mayores, majestuosas composiciones de nuestro Franklin Mieses Burgos.
Es
un poema de la pérdida, un llanto sostenido por la dolorosa muerte de un ser
querido, un humilde pescador, un buzo de aguas verdes y azules. Este es un tema
en el que sobresalen en nuestra literatura Ligio Vizardi y Víctor Villegas, entre otros, con poemas en
que lloran la muerte de sus madres (“Vieja camisa rota”, “Presencia de la
ausencia”), como me ocurre precisamente en estos días.
La “Elegía por la
muerte de Tomás Sandoval” es apabullante por el lujo y audacia de las metáforas,
y sobre todo por el ímpetu, la deslumbrante pujanza de lo que Fernández Spencer
llamaba “genio mitológico”, trepidante
como los “Caballos bajo la lluvia” del pintor Darío Suro, a los cuales cantó, y
canto bien, el poeta Mieses Burgos.
Es el tipo de cosas que dedico, por aquello de
las “afinidades electivas”, a César Sánchez Beras.
La caricia perdida
Alfonsina Storni
Se me va de los dedos
la caricia sin causa, / se me va de los dedos... En el viento, al rodar, / la
caricia que vaga sin destino ni objeto, / la caricia perdida, ¿quién la
recogerá? / Pude amar esta noche con piedad infinita, / pude amar al primero
que acertara a llegar. / Nadie llega. Están solos los floridos senderos. / La
caricia perdida rodará... rodará... / Si en los ojos te besan esta noche,
viajero, / si estremece las ramas un dulce suspirar, / si te oprime los dedos
una mano pequeña / que te toma y te deja, que te logra y se va, / si no ves esa
mano ni la boca que besa, / si es el aire quien teje la ilusión de llamar, / oh,
viajero, que tienes como el cielo los ojos, / en el viento fundida ¿me
reconocerás?
La tragedia
Terry Taylor
Por
buena y válida que sea esa verdad, según la cual la tragedia es una oportunidad
que nosotros disfrazamos de pérdida, no por eso disminuye el dolor. Antes de
aceptar las bendiciones ocultas que nos trae la pérdida, debemos pasar por un
proceso de pena que nos permite sentir y elaborar el dolor. Esto es, al mismo
tiempo, práctico y saludable, pero como la pena nos acompañará durante un
tiempo, convendría llegar a conocerla. Aceptándola, veremos que nos cambia de
una forma misteriosa a la vez que mágica y profunda. El proceso de sanación que
sigue a la pérdida no es ni fácil ni rápido, porque no hay besos ni
"curitas" que reduzcan el sufrimiento de las heridas psíquicas.
Debemos permitirnos tener confianza durante el largo y tortuoso proceso que va
del choque a la negación, y de la insensibilidad a la desesperación y,
finalmente, a la aceptación. (Terry Taylor, “ 365 meditaciones con los ángeles”).
Elegía por la muerte de Tomás Sandoval
Franklin Mieses Burgos.
¿Quién ahora, llorando, / te alzará desde el fondo solitario del mar, / para
sólo pensar desesperadamente / en el vidrio desnudo de tu limpia sonrisa, / o
en aquella tu carne color de azúcar parda, / después que los peces hambrientos
se comieron /el último paisaje de sol que había en tus ojos? / ¿Quién ahora,
llorando, / te alzará desde el fondo solitario del mar? / ¡Oh príncipe mulato
de la verde escafandra! / ¡Tronco joven de ceiba y corazón de nardo! / Después
que la muerte dejó sobre tus sienes / una polar caricia de puñales de hielo...
pcs, viernes, 21 de noviembre de 2008
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