https://acento.com.do/2018/opinion/8579217-dracula-los-amantes-leonor/
Pedro Conde Sturla
De todas las películas que vi en el
Leonor (y fueron muchas), no recuerdo ninguna más libidinosa y escandalosa que
“Los Amantes” (1958), ni ocurrencia más graciosa que la que tuvo lugar durante
su presentación. Vino al país precedida de mala fama, una suculenta mala fama
que abría todos los apetitos, despertaba la curiosidad de los más
indiferentes.
La nefasta película, “una suerte de
cuento de hadas suburbano en el que una mujer redescubre el amor en el
adulterio”,[1] desató un pandemónium en las filas
del Vaticano. La santa madre iglesia exigió terminantemente que se prohibiera
la participación del film en el Festival de Venecia, pero los organizadores del
evento entendieron mal el mensaje y le otorgaron el Premio especial del jurado.
En Estados Unidos la declararon pornográfica y los distribuidores se vieron en
serios problemas hasta que un juez se pronunció contra la puritana sentencia.
En algunos países simplemente se prohibió su exhibición, pero aquí pudimos
disfrutarla en el Leonor, quizás porque las relaciones entre la iglesia y el
tirano empezaban a ser tirantes.
El hecho es que Jeanne Moreau, la
fabulosa y adinerada protagonista del film, hace el papel de una señora de
clase alta que está aburrida de su esposo y también de su amante o seudo
amante, un jugador español de polo, posiblemente amigo de Porfirio Rubirosa (a
quien se menciona al principio), y un buen día conoce a un joven arqueólogo con
ideas proletarias al que invitan a pasar el fin de semana en su casa. Esa noche
el arqueólogo le hace una exploración a fondo.
Por temor a la censura y a las buenas
conciencias no quiero incurrir en faltas al pudor entrando en detalles
escabrosos, pero lo cierto es que el final de la película es indudablemente
perturbador, amoral:
Jeanne Moreau y el arqueólogo se
encuentran después de cena a la luz de la luna, dan un paseo inapropiado en
bote por un río que es también de luna, se besan impudicamente en la boca
aunque con los labios apretados. Esta secuencia fue “considerada ‘shockingly
erotic’ ‘sorprendentemente erótica’ en 1958 cuando se estrenó la película,
convirtiéndose en el motivo principal de los llamados a la censura, si no a la
prohibición absoluta, en muchos países”.[2]
Pero lo peor no había pasado todavía:
Jeanne Moreau conduce al arqueólogo a su habitación y terminan en la cama, de
nuevo se besan y rebesan sin pudor. El arqueólogo empieza a explorar a Jeanne
Moreau, desciende en busca del origen de la vida y el rostro de Jeanne Moreau
se ilumina de placer. Para peor, la mano de la mujer busca sobre la cama la
mano del hombre, las manos se encuentran y se aprietan, las manos se acarician
y copulan. Pero lo más deplorable, pervertido, inmoral (aparte del hecho
reprochable “de mostrar un adulterio vivido con placer”[3])
es la música de Bramhs, que el degenerado director Louis Malle escogió como
fondo para ambientar la orgiástica escena.
Fue quizás durante el encuentro de
las manos copulantes o fornicantes cuando se escuchó en toda la sala de cine
una especie de graznido de pavo, un repetido gluglutear de pavo (así dice el
diccionario de la RAE que se dice: gluglutear). El sonido lo emitía
involuntariamente una joven que atrajo la atención del público que comenzó a
reírse y burlarse. Aparentemente la joven se había derrumbado, colapsado
literalmente ante tanta impudicia o más bien a la emoción que ésta le
había producido, y tuvo que abandonar el cine para librarse de las bromas, pero
con la cabeza y la honra en alto. Muy en alto.
Para los que, a su propio riesgo,
quieran conocer la historia completa dejo a continuación el enlace de una
versión completa de “Los amantes” con subtítulos en portugués:
Ahora bien, nada de lo que he contado en los
últimos artículos de esta serie sobre el difunto cine Leonor se puede comparar
con el acto prácticamente terrorista que alguien cometió durante la exhibición
de una película de Drácula, el célebre personaje de la tierna historia de amor
de Bram Stoker.
Estaba yo sentado, como de costumbre,
en una cómoda butaca del segundo nivel, que era mi favorito, casi como quien
dice en la última o antepenúltima fila, en un rincón desde el cual dominaba
todo el panorama, incluyendo los ventanucos por donde salía la potente luz que
proyectaba sobre la pantalla toda la magia de la única forma de
arte que conjuga todas las artes.
Es decir, estaba yo, estaba el
público y estaban por supuesto el caza vampiros Peter Cushing y el draculiano y
dracúlico Christopher Lee. Nada del otro mundo, una película de terror que en
esa época ponía los pelos de punta y hoy haría reír a los niños. Así como
también “Los amantes haría” reír a la censura de nuestros días, si acaso existe
censura en nuestros días.
Estaba yo, como dije, estaba el
público y también dos de los personajes de la película que caminaban por un
tenebroso pasillo subterráneo y deciden, pese a todos los consejos de los
espectadores, en voz alta, separarse. Siempre hay que separar a los personajes
en esas situaciones límite para aumentar la tensión, la tensión insoportable
que nos tenía clavados a los asientos. De modo que ahora cada personaje, un
hombre y una mujer, estaba sólo por su cuenta en un tenebroso pasillo
subterráneo que se multiplicaba en pasillos subterráneos que infundían
terror. Ese terror que todos pensábamos que había llegado a su máxima
expresión, hasta el momento en que alguien, que no fui yo, metió la mano en el
chorro de luz del proyector...
Lo recuerdo todavía claramente. La
mano negra que apareció en la pantalla, mi corazón que amenazó con detenerse,
todos los corazones detenidos entre un sístole y un diástole, al borde del
infarto.
Lo recuerdo, lo sigo recordando
todavía claramente. El alarido de terror, un inmenso alarido de terror, y
después la explosión de carcajadas a manera de desahogo. Nerviosas carcajadas.
El casi infarto draculiano.
Nunca he vuelto a vivir y sobre todo
a sobrevivir a una experiencia tan espeluznante y espeleznuda en toda mi
cinefílica e incricitante vida. Creo que nunca jamás un director de cine ha
usado un recurso tan efectivo y truculento para aterrorizar al público. Y creo
que tampoco se lo permitirían.
pcs, jueves 21 de
junio de 2018
[2] Ibid
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