sábado, 23 de junio de 2018

DRÁCULA Y LOS AMANTES EN EL LEONOR

   https://acento.com.do/2018/opinion/8579217-dracula-los-amantes-leonor/
  Pedro Conde Sturla

De todas las películas que vi en el Leonor (y fueron muchas), no recuerdo ninguna más libidinosa y escandalosa que “Los Amantes” (1958), ni ocurrencia más graciosa que la que tuvo lugar durante su presentación. Vino al país precedida de mala fama, una suculenta mala fama que abría todos los apetitos, despertaba la curiosidad de los más indiferentes. 
La nefasta película, “una suerte de cuento de hadas suburbano en el que una mujer redescubre el amor en el adulterio”,[1] desató un pandemónium en las filas del Vaticano. La santa madre iglesia exigió terminantemente que se prohibiera la participación del film en el Festival de Venecia, pero los organizadores del evento entendieron mal el mensaje y le otorgaron el Premio especial del jurado. En Estados Unidos la declararon pornográfica y los distribuidores se vieron en serios problemas hasta que un juez se pronunció contra la puritana sentencia. En algunos países simplemente se prohibió su exhibición, pero aquí pudimos disfrutarla en el Leonor, quizás porque las relaciones entre la iglesia y el tirano empezaban a ser tirantes.
El hecho es que Jeanne Moreau, la fabulosa y adinerada protagonista del film, hace el papel de una señora de clase alta que está aburrida de su esposo y también de su amante o seudo amante, un jugador español de polo, posiblemente amigo de Porfirio Rubirosa (a quien se menciona al principio), y un buen día conoce a un joven arqueólogo con ideas proletarias al que invitan a pasar el fin de semana en su casa. Esa noche el arqueólogo le hace una exploración a fondo.
Por temor a la censura y a las buenas conciencias no quiero incurrir en faltas al pudor entrando en detalles escabrosos, pero lo cierto es que el final de la película es indudablemente perturbador, amoral:
Jeanne Moreau y el arqueólogo se encuentran después de cena a la luz de la luna, dan un paseo inapropiado en bote por un río que es también de luna, se besan impudicamente en la boca aunque con los labios apretados. Esta secuencia fue “considerada ‘shockingly erotic’ ‘sorprendentemente erótica’ en 1958 cuando se estrenó la película, convirtiéndose en el motivo principal de los llamados a la censura, si no a la prohibición absoluta, en muchos países”.[2]
Pero lo peor no había pasado todavía: Jeanne Moreau conduce al arqueólogo a su habitación y terminan en la cama, de nuevo se besan y rebesan sin pudor. El arqueólogo empieza a explorar a Jeanne Moreau, desciende en busca del origen de la vida y el rostro de Jeanne Moreau se ilumina de placer. Para peor, la mano de la mujer busca sobre la cama la mano del hombre, las manos se encuentran y se aprietan, las manos se acarician y copulan. Pero lo más deplorable, pervertido, inmoral (aparte del hecho reprochable “de mostrar un adulterio vivido con placer”[3]) es la música de Bramhs, que el degenerado director Louis Malle escogió como fondo para ambientar  la orgiástica escena.
Fue quizás durante el encuentro de las manos copulantes o fornicantes cuando se escuchó en toda la sala de cine una especie de graznido de pavo, un repetido gluglutear de pavo (así dice el diccionario de la RAE que se dice: gluglutear). El sonido lo emitía involuntariamente una joven que atrajo la atención del público que comenzó a reírse y burlarse. Aparentemente la joven se había derrumbado, colapsado literalmente ante tanta impudicia o  más bien a la emoción que ésta le había producido, y tuvo que abandonar el cine para librarse de las bromas, pero con la cabeza y la honra en alto. Muy en alto.
Para los que, a su propio riesgo, quieran conocer la historia completa dejo a continuación el enlace de una versión completa de  “Los amantes” con subtítulos en portugués:



      Ahora bien, nada de lo que he contado en los últimos artículos de esta serie sobre el difunto cine Leonor se puede comparar con el acto prácticamente terrorista que alguien cometió durante la exhibición de una película de Drácula, el célebre personaje de la tierna historia de amor de Bram Stoker.
Estaba yo sentado, como de costumbre, en una cómoda butaca del segundo nivel, que era mi favorito, casi como quien dice en la última o antepenúltima fila, en un rincón desde el cual dominaba todo el panorama, incluyendo los ventanucos por donde salía la potente luz que proyectaba sobre la pantalla toda la magia de la única forma de arte que conjuga todas las artes.
Es decir, estaba yo, estaba el público y estaban por supuesto el caza vampiros Peter Cushing y el draculiano y dracúlico Christopher Lee. Nada del otro mundo, una película de terror que en esa época ponía los pelos de punta y hoy haría reír a los niños. Así como también “Los amantes haría” reír a la censura de nuestros días, si acaso existe censura en nuestros días. 
Estaba yo, como dije, estaba el público y también dos de los personajes de la película que caminaban por un tenebroso pasillo subterráneo y deciden, pese a todos los consejos de los espectadores, en voz alta, separarse. Siempre hay que separar a los personajes en esas situaciones límite para aumentar la tensión, la tensión insoportable que nos tenía clavados a los asientos. De modo que ahora cada personaje, un hombre y una mujer, estaba sólo por su cuenta en un tenebroso pasillo subterráneo que se multiplicaba en pasillos subterráneos que infundían terror. Ese terror que todos pensábamos que había llegado a su máxima expresión, hasta el momento en que alguien, que no fui yo, metió la mano en el chorro de luz del proyector...
Lo recuerdo todavía claramente. La mano negra que apareció en la pantalla, mi corazón que amenazó con detenerse, todos los corazones detenidos entre un sístole y un diástole, al borde del infarto. 
Lo recuerdo, lo sigo recordando todavía claramente. El alarido de terror, un inmenso alarido de terror, y después la explosión de carcajadas a manera de desahogo. Nerviosas carcajadas. El casi infarto draculiano.
    Nunca he vuelto a vivir y sobre todo a sobrevivir a una experiencia tan espeluznante y espeleznuda en toda mi cinefílica e incricitante vida. Creo que nunca jamás un director de cine ha usado un recurso tan efectivo y truculento para aterrorizar al público. Y creo que tampoco se lo permitirían.

pcs, jueves 21 de junio de 2018




[2] Ibid




No hay comentarios.: