Entre los poetas del parnaso criollo, pocos hay para mi tan apreciados como Federico Bermúdez y Ortega (1884–1921), hombre de fina estampa, como muestra la foto, fallecido prematuramente a los 36 años de edad,autor de “Los humildes” (1916) y “Las liras del silencio” (1923): El luminoso abuelo de René del Risco Bermúdez y Federico Jovine Bermúdez.
(Solamente Federiquito Jovine Rijo, su biznieto, ha alcanzado más altura, aunque no como poeta sino como escalador del Everest).
El registro poético de Federico Bermúdez llama la atención por ser una mezcla de los más finos refinamientos aristocráticos modernistas y una extraordinaria sensibilidad social, que lo llevó a protestar, y en voz muy noble, contra las miserias de la condición humana, al igual que contra la primera intervención armada del imperio usamericano.
Entre sus poesías más celebradas se cuenta “Pareces una tarde”, que es quizás mi favorita, un soneto que raya en la perfección y muestra a la mujer en la condición “¡de un pájaro cautivo con ansias de volar!”, una soñadora que quiere quizás escapar de prejuicios y convenciones.
En“Símbolo”, otro de sus grandes poemas, da muestra de su sensibilidad por “¡dos míseras grandezas olvidadas!”: la vejez de unas ruinas y la vejez del ser humano.
Un poco más intimista y personal es “¡Oh,tardes adorables!”, donde el poeta rinde cuenta a la vida y habla de “Quiméricas visiones de mi universo efímero…”
Pero ya en sus poemas más comprometidos (“Del lavadero”, “Del estercolero”, “Del Yunque”, “A los héroes sin nombre”), es plena su identificación con los humildes, con los oprimidos, con los desheredados de la tierra, con la triste condición humana de las mayorías irredentas.
Pero ya en sus poemas más comprometidos (“Del lavadero”, “Del estercolero”, “Del Yunque”, “A los héroes sin nombre”), es plena su identificación con los humildes, con los oprimidos, con los desheredados de la tierra, con la triste condición humana de las mayorías irredentas.
Esto lo convierte sin duda en el pionero de la poesía social dominicana, de la buena poesía social dominicana que comunica el dolor de los humildes sin estridencias, con un tono pausado y reposado que responde a la esencia del más humano sentir.
Pareces una tarde
Pareces una tarde que va a morir, Señora, / ¡Tan honda es de tus ojos la intensa languidez / y el velo de infinita tristeza evocadora / que cae sobre la cera de tu anemiada tez! / Al fondo de tus ojos por tu pupila mustia / se asoma tu alma triste con nimbo de pesar, / y vaga en tu mirada con la infinita angustia, / de un pájaro cautivo con ansias de volar! / Pareces una tarde que va a morir…Señora! / y si bajo la intensa tristeza evocadora / que cae sobre la cera de tu ideal perfil, / te abismas en tus sueños de pálida Madona / parece que tu alma de virgen te abandona, / y finges una estatua de pálido marfil…!
Símbolo
¡Aquel viejo enigmático y sereno, / de tristes palideces marfilinas / y miradas de dulce Nazareno, / echose a descansar bajo las ruinas…! / ¡Y en el vasto silencio vespertino, / tras un largo suspiro y un bostezo, / cerráronse del sueño al hondo beso / sus ojos de cansado peregrino…! / Cuando la tarde huyó triste y doliente, / con la noche se entró por el oriente / la luna, y alverter sus argentadas / claridades silentes en las ruinas, / bañó con sus miradas argentinas, / ¡dos míseras grandezas olvidadas!
¡Oh, tardes adorables!
¡Oh, tardes adorables de aquel lejano estío! / ¡Oh, siesta de mis sueños sobre su pecho en flor! / Venid rasgando brumas y sombras de mi olvido / a orar sobre el sepulcro de aquel perdido amor… / Orad en el divino lenguaje del silencio/ por todos los ensueños de aquella casta edad, / doliente margarita que aquellos blancos dedos / acaso no recuerdan que deshojaron, ya… / ¡Oh, tardes adorables de aquel lejano estío! / Volar de blancos besos en alas del idilio, /arrullos de las almas bajo el sereno azul… / Quiméricas visiones de mi universo efímero, / ¡traed a los oscuros rincones de mi olvido / blancas reminiscencias de aromas y de luz!
Del lavadero
Es el patio angosto de la cuartería; / es el corto espacio donde en formación /las mujeres lavan todo el santo día, / bajo la techumbre de una galería / que ni al agua escapa ni a la luz del sol. / Es la fiebre intensa del austero agosto;/ el sol va a fundirse, trepando al cenit; / el jabón fermenta dentro el seno angosto / del balay añejo, cual lo hiciera el mosto / dentro de la cuba do sangró la vid. / ¡Jóvenes mujeres, del deber esclavas, / cumplen afanosas con su gran deber, / y a pesar del astro que vomita lavas, / todas encorvadas, sumisas y bravas, / sudan, lavan, sudan, ¡qué vamos a hacer! / ¡Es la ingente lucha por el cotidiano / blanco pan de trigo para el pobre hogar! / Goce de la blanda siesta el soberano / mientras ellas sudan bajo el meridiano / por la gran conquista del mísero pan! / Vestidas de andrajos, como pordioseras, / con trajes añejos que probando están / con las numerosas trizas volanderas, / flameantes al aire (como las banderas / cuando jironadas) que no pueden más; / Son las elegidas, las desheredadas; / ¿qué otra cosa esperan del querer de Dios? / Por la noche rezan todo resignadas, / y si el gallo canta por las madrugadas / ¡miran, las conformes, todas encorvadas, / que hace ya un momento fermentó el jabón! / Y el bregar comienza con los resplandores / del fulgor primero del orto del sol; / y haya malos días y haya días peores, / que por sobre penas, fiebres y dolores, / ¡el pan no se ablanda si falta el sudor! / Y en el corto espacio de la cuartería, / ni una sola frase de inconformidad: / risas y palabras llenas de alegría, / desde que con ellas se despierta el día, / hasta los comienzos de la oscuridad. / Rostros satisfechos, boca sonreída, / frentes inclinadas, ceño natural: / ¡cuánta mansedumbre bajo tanta herida! / chistes, cantos, risas, himnos a la vida, / bajo tanta pena, bajo tanto mal. / Sus manos expertas, cuánta pieza fina / para las señoras lavan sin cesar; / enaguas de seda, rica muselina; / ¡género elegante que / llegó de China, / cuyo importe alcanza para un mes de pan! / Rica vestimenta de la gran señora / que derrocha perlas en superfluo ajuar, / que en el rico alcázar la virtud ignora; / y la mano esquiva de la lavadora / que el honor no ostenta sobre el anular. / Cuándo podrán ellas, las desheredadas, / adornar sus cuerpos con un lujo tal; / ellas que sumisas, todas encorvadas / cantan con el gallo por las madrugadas / y a sudar comienzan al primer cantar. / Tanta vida noble, tal virtud austera, / tanto buen ejemplo de resignación, / ¿no tendrá su pago? Quiera que no quiera / que lo tenga, el cielo, cada lavandera ruega / sólo al cielo que haya un bravo Sol; / que al señor agrade su trabajo amigo, / que a la ropa blanca no haya que pedir; / lo demás, no importa….;¡que haya pan y abrigo, / que no falte lumbre, que no falte trigo; / ¡lumbre, para el rancho; pan, al chiquitín!…
A los héroes sin nombre
Vosotros, los humildes, los del montón salidos, / heroicos defensores de nuestra libertad, / que en el desfiladero o en la llanura agreste / cumplisteis la orden brava de vuestro capitán; / vosotros, que con sangre de vuestras propias venas, / por defender la patria manchasteis la heredad, / hallasteis en la lucha la muerte y el olvido: / la gloria fue, absoluta, de vuestro capitán. / Cuando el cortante acero del enemigo bando / cebó su torpe furia en vuestra humanidad, / y fuisteis el propicio legado de la tumba, / sin una cruz piadosa ni un ramo funeral, / también a vuestros nombres cubrió el eterno olvido: /¡tan sólo se oyó el nombre de vuestro capitán! / Y ya, cuando a la cumbre de la soñada gloria / subió la patria ilustre que fue vuestro ideal, / en áureos caracteres la historia un homenaje / rindió a la espada heroica de vuestro capitán. / Dormidos a la sombra del árbol del olvido, / ¡quién sabe en dónde el resto de vuestro ser está! / Vosotros, los humildes, los del montón salidos, / sois parias; en la liza, con sangre fecundáis / el árbol de la fama que da las verdes hojas / para adornar la frente de vuestro capitán…
(A la grata memoria de las madres de René del Risco Bermúdez y Federico Jovine Bermúdez, a quienes tuve el placer de conocer y tratar personalmente desde la infancia remota).
(A la grata memoria de las madres de René del Risco Bermúdez y Federico Jovine Bermúdez, a quienes tuve el placer de conocer y tratar personalmente desde la infancia remota).
pcs, jueves 19 de enero de 2012
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