jueves, 1 de febrero de 2018

TEXTOS DETESTABLES EN LA EDUCACIÓN DOMINICANA

            Pedro Conde Sturla
         2 de agosto de 2008

         Leo con asombro, con infantil asombro, una lista de libros para el presente año escolar, correspondiente al cuarto de bachillerato de una institución de enseñanza privada, de esas que cobran un ojo por la inscripción y otro por las cuotas mensuales.
         La compra de los libros es obligatoria, por supuesto, y también la reacción de la señora que pega el grito al cielo cuando le pasan la cuenta por más de siete mil pesos.
         La lectura de los libros es igualmente obligatoria, compulsiva, ineludiblemente compulsiva. Los estudiantes tendrán que leerlos y comentarlos o fingir de alguna manera que los leyeron.
Esto no tendría nada de malo si se tratara de libros de calidad, que contribuyeran a la buena formación humanista, pero ese no es el caso.
La extensa lista de libros de texto y de consulta –con honorables excepciones- incluye entre otras cosas dañinas una colección de las novelas más horribles que han estado publicando en el país las editoriales Norma y Alfaguara.
En la gloriosa lista no figuran obras de autores dominicanos clásicos, son novelas de escritores contemporáneos que los estudiantes tendrán que tragarse una por una a manera de purgante, algo perverso.
Al parecer los clásicos dominicanos están pasados de moda. No veo el nombre de Bosch en la lista, ni el de Henríquez Ureña, ni el de Pedro Mir. El nuevo método de enseñanza de la literatura dominicana promete ser revolucionario, si no fuera absurdo o mejor dicho decrépito: Empieza por lo más malo para ir ascendiendo quizás a lo bueno y a lo mejor.
La practica no es inocente, no tiene nada de inocente, huele a puro negocio, puro afán mercurial. Me pregunto qué sutil mecanismo de presión, qué delicada influencia ejercen las editoriales extranjeras sobre las autoridades competentes –o más bien  incompetentes-  para que gentilmente exijan a los alumnos la compra y lectura de esos libros que además de malos son caros.
A la larga esa práctica tendrá un efecto más nocivo que la leche aguada que se sirve en las escuelas públicas. Someter a los estudiantes a esa tortura china terminará alejándolos del placer de la lectura, creando el odio y no el hábito de lectura, creando la confusión, la incapacidad de distinguir entre buena y mala literatura.
Ahora sólo falta que para extremar el castigo los obliguen a leer las obras completas de un crítico literario del patio que se atribuye como el papa la condición de infalible en sus juicios, especie de demiurgo y mago del ritmo.
pcs,sábado, 02 de agosto de 2008



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