Pedro Conde Sturla
2 de agosto de 2008
Leo
con asombro, con infantil asombro, una lista de libros para el presente año
escolar, correspondiente al cuarto de bachillerato de una institución de
enseñanza privada, de esas que cobran un ojo por la inscripción y otro por las
cuotas mensuales.
La
compra de los libros es obligatoria, por supuesto, y también la reacción de la
señora que pega el grito al cielo cuando le pasan la cuenta por más de siete
mil pesos.
La
lectura de los libros es igualmente obligatoria, compulsiva, ineludiblemente
compulsiva. Los estudiantes tendrán que leerlos y comentarlos o fingir de
alguna manera que los leyeron.
Esto no tendría nada de malo si
se tratara de libros de calidad, que contribuyeran a la buena formación
humanista, pero ese no es el caso.
La extensa lista de libros de
texto y de consulta –con honorables excepciones- incluye entre otras cosas
dañinas una colección de las novelas más horribles que han estado publicando en
el país las editoriales Norma y Alfaguara.
En la gloriosa lista no figuran
obras de autores dominicanos clásicos, son novelas de escritores contemporáneos
que los estudiantes tendrán que tragarse una por una a manera de purgante, algo
perverso.
Al parecer los clásicos
dominicanos están pasados de moda. No veo el nombre de Bosch en la lista, ni el
de Henríquez Ureña, ni el de Pedro Mir. El nuevo método de enseñanza de la
literatura dominicana promete ser revolucionario, si no fuera absurdo o mejor
dicho decrépito: Empieza por lo más malo para ir ascendiendo quizás a lo bueno
y a lo mejor.
La practica no es inocente, no
tiene nada de inocente, huele a puro negocio, puro afán mercurial. Me pregunto
qué sutil mecanismo de presión, qué delicada influencia ejercen las editoriales
extranjeras sobre las autoridades competentes –o más bien incompetentes- para que gentilmente exijan a los alumnos la
compra y lectura de esos libros que además de malos son caros.
A la larga esa práctica tendrá un
efecto más nocivo que la leche aguada que se sirve en las escuelas públicas.
Someter a los estudiantes a esa tortura china terminará alejándolos del placer
de la lectura, creando el odio y no el hábito de lectura, creando la confusión,
la incapacidad de distinguir entre buena y mala literatura.
Ahora sólo falta que para
extremar el castigo los obliguen a leer las obras completas de un crítico
literario del patio que se atribuye como el papa la condición de infalible en
sus juicios, especie de demiurgo y mago del ritmo.
pcs,sábado, 02 de agosto
de 2008
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