domingo, 1 de abril de 2018

LA NARIZ


Pedro Conde Sturla

Recuerdo que a un gobernador del Banco Central se le perdieron una vez, hace ya muchos años, unos lingotes de oro que nunca aparecieron. Recuerdo que una vez se perdió una playa en una bahía de las águilas. Recuerdo que muchas veces desaparecieron entre las uñas de secretarios o ministros civiles y militares una buena parte de la sierra, una industria tabacalera, una o varias flotilla de autobuses, una compañía de aviación, una corporación entera de electricidad, una “barquita”. Recuerdo que a un siniestro personaje se le perdió un alijo de drogas confiscado a narcotraficantes y se perdió de paso el siniestro personaje.

Recuerdo que, en general, a los ministros o secretarios (os/as) se les pierden, extravían o desaparecen centenares de millones y que ahora mismo estamos en riesgo de perder la cancillería. Recuerdo también que, en el colmo de los colmos, un diligente funcionario se apuntó con una pistola a la cabeza y se despojó de todo el dinero que le habían confiado.

Recuerdo que a un gobernante luciferino se le perdían o desaparecían sindicalistas, oposicionistas, periodistas y profesores universitarios como los inolvidables Orlando y Narcisazo. Recuerdo que a otro insólito gobernante se le perdió la cabeza o llegó al gobierno sin ella y en su lugar le pusieron un ñame.

Lo que no recuerdo, no puedo recordar, es que a ningún presidente o funcionario se le haya perdido la nariz. Eso solo sucede o sucedía en la Rusia de Gógol, por lo menos en la Rusia de las “Historias de San Petersburgo” para ser más preciso.

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