Leí en libros añejos / que niños otra vez se hacen los viejos; / más yo diré, si a la verdad me ciño, / que al hombre la vejez sorprende aún niño. (Goethe, “Fausto”)
A pesar de su dilatada existencia, de los tantos fructíferos años que vivió (1907-1999), Manuel del Cabral no fue nunca un anciano: fue siempre un muchacho viejo, con el don de una cierta juventud. De la juventud conservó, en efecto, hasta una edad provecta, signos vitales, a juzgar por la exuberancia del carácter.
El ingenio y gran parte de su potencial intelectual se mantuvieron intactos, o por lo menos en buen estado. Intacto permaneció, por ejemplo, su espíritu festivo, intacta su capacidad de inventiva y fantaseo, intacta la desfondada vanidad, intacto el ego. Intacta, desde luego, la lujuria.
Como la moral de un poeta no se divorcia necesariamente de la moral de su poesía, Manuel del Cabral permaneció fiel a su obra, que es una manera de permanecer fiel a sí mismo. Por eso los ingredientes de su personalidad son comunes a sus textos. Textos festivos, imaginativos, fantasiosos, ególatras, lujuriosos.
A través de su brillante carrera por el peligroso mundo de las letras, Manuel del Cabral se vio coronado, precisamente, como el más glorioso poeta festivo de este parte de la isla, y el más rico en ingenio y en humor. Rico -inmensamente rico- en inventiva, en fantaseo y en recursos que dieron fama continental a su obra.
La producción de Manuel del Cabral es abundante, es copiosa, es refrescante, es regocijante. Ninguna otra obra poética ofrece un registro tan amplio, variado, disímil y enriquecedor de la realidad dominicana en sus múltiples facetas.
A través de su brillante carrera por el peligroso mundo de las letras, Manuel del Cabral se vio coronado, precisamente, como el más glorioso poeta festivo de este parte de la isla, y el más rico en ingenio y en humor
Con la misma soltura, el mismo desenfado, Manuel del Cabral recorre los caminos del eros, incursiona en política o intenta la epopeya del macho cibaeño. Igual se da a la poesía amorosa, confesional, de asunto íntimo, que a la poesía social. Igual se detiene a reflexionar sobre le paternidad sublime que sobre los aspectos mas escabrosos del sexo. Desciende, como Dante, a los abismos, para mostrar en toda su doliente humanidad al negro antillano sometido e los horrores de un infierno real, pero también se mete y se refugia, como Dante, en honduras filosóficas (la metafísica, su adorada metafísica).
Lo espiritual y lo escatológico van de la mano en su obra, una obra que es, en muchos aspectos, espiritualmente escatológica y viceversa. Una obra, en fin, que toca los más altos y bajos niveles de la existencia, sexo y destino, sexo y explotación, sexo e historia, sexo y deceso. Nada es sagrado ni es tabú para este duende travieso y juguetón. Su imaginería, su atrevimiento, su aventurerismo verbal desborda límites y convenciones. Del Cabral es, quizás, el más desbordante, desbocado y desmesurado poeta dominicano, un bardo por excelencia. Si algo hay que elogiarle, por amor a la desmesura, es la desmesura misma.
La variedad temática corre pareja con su destreza en el manejo de diversos modos de versificación. Del Cabral se desempeña, en efecto, con envidiable maestría, tanto en el ejercicio del verso libre como en el empleo de moldes clásicos. En general, lo mejor de su obra resulta de una feliz combinación de metros y estilos en la que alternan versos de arte menor y arte mayor, No se arredra, por cierto, ante el soneto, aunque lo cultiva poco y a desgano. Como dato curioso, hay que notar que un epigrama –género en desuso, de muy antigua data- , se cuenta entre sus más famosas y celebradas composiciones:
Trópico mira tu chivo, / después de muerto cantando. / A palos lo resucitan… / La muerte aquí, vida dando.
El texto se realiza tan felizmente que encaja de maravilla en la definicion de la Real Academia: “Composición poética breve, en que con precisión y agudeza se expresa un solo pensamiento principal, por lo común festivo o satírico.” Es más, salvando las diferencias entre un chivo y una abeja, el epigrama de Manuel del Cabral rivaliza en gracia y soltura con el clásico de Iriarte:
A la abeja semejante / para que cause placer, / el epigrama ha de ser / pequeño, dulce y punzante.
En materia de ideales estéticos, a veces el poeta mira más al oriente que al poniente. La magia del haiku lo seduce, conoce sus secretos. Stefan Baciu fue, por cierto, el primero en advertir esta influencia del haiku en “Motivos de Mon”, pero el fenómeno va mas allá de los mismos. No en una, sino en varias zonas de la obra de Manuel del Cabral, el haiku libre, tropicalizado, desprovisto de los rigores de la preceptiva -no de su esencia- parece crecer y florecer por generación espontánea:
(En el fondo del río, si esta el cielo, / siempre se queda el cielo y pasa el río)
En cuanto al uso de recursos propios (propiamente poéticos), Del Cabral se destaca en el oficio por el inconfundible tono de su voz. El sello personal que imprime a su obra dimana de su capacidad para discernir imágenes y metáforas potencialmente explosivas.
En sus mejores entregas, la carga semántica se mantiene en un punto critico, al borde del estallido, si es que no estalla. De ahí su inmenso caudal sonoro, su poderosa artillería verbal, sus alumbramientos insólitos, desconcertantes (descabellados a veces). Son estos -no se dude- los elementos que producen la chispa que vuela en su poesia. Porque se trata -no se dude- de una poesía chispeante.
El potencial explosivo se desprende, ocasionalmente, de títulos como “Pedrada planetaria” o “Los relámpagos lentos”, pero también se materializa con descargas reales que implican el uso y el abuso literal de armas de fuego y producen efectos sonoros. Además de sonoro, el efecto puede ser gráfico a la vez, es decir, audiovisual. Nótese en los siguientes versos como el disparo de Compadre Mon y la visión fugaz de un pueblo son una misma cosa:
Compadre Mon, y tu primer suspiro / fue despertar al pueblo con un tiro.
Su habilidad para producir tales deslumbramientos gráficos-sonoros es tan notable que raya en el virtuosismo y constituye uno de los aspectos mas señeros de su obra, el modus operandi. Por la naturaleza volátil de esta poesia, muchas cosas están por los aires, revientan o vuelan, que es lo mismo.
Casi nunca faltan paginas con “familia de balas y de peces”, con “amapolas / que nacen de repente en las pistolas”, con “colibríes de plomo”. Sobre todo, casi nunca faltan páginas con pájaros, con bandadas de pájaros, con algarabía de pájaros, y a veces con repique de campanas. En cualquier circunstancia, esta poesía reivindica su condición gráfica y sonora, alada y canora, que es lo mismo:
déjame que te saque mariposas del cuerpo / tal como el campanero que de súbito pone / loca de golondrinas la mañana. (PCS, 1995).
pcs, jueves 24 de mayo de 2012
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